Qué Iván Márquez, Jesús Santrich, El Paisa y Romaña hayan regresado al monte para volver a empuñar las armas no sorprende. Desde hace varios meses el exjefe negociador de las Farc y los otros excomandantes de la guerrilla se habían apartado del proceso de paz y estaban escondidos en la selva. El discurso que pronunció Márquez, rodeado por 17 de sus nuevos compañeros, uniformados y portando fusiles largos, es un intento por justificar ‘la resurrección’ de las Farc. Pero en esos 32 minutos de video hay varios mensajes contradictorios. Cerosetenta le pidió a expertos en el conflicto armado que nos ayudaran a desmenuzar ese discurso para comprenderlo.
Usar la paz para justificar la guerra
El anuncio es paradójico: Márquez, que fue el jefe del equipo negociador de las Farc durante los diálogos de paz en la mesa de La Habana, justifica su regreso a la guerra en la búsqueda de una paz. Una paz no traicionada y con justicia social.
“Será la de la paz cierta, no traicionada, desplegando sus alas de anhelos populares sobre la perfidia del establecimiento. (…) Compatriotas y ciudadanos del mundo, nuestra divisa es: paz a los colombianos, paz a los países vecinos, paz a los cuarteles que no dirijan sus miras y sus cañones contra las comunidades. Unidad, unidad, unidad… Movilización de la inconformidad contra los malos gobernantes, y por la construcción de un nuevo orden social justo. (…) Sí; nuestro objetivo estratégico es la paz de Colombia con justicia social, democracia, soberanía y decoro. Esa es nuestra bandera, la bandera del derecho a la paz que garantiza la vida”.
“Ni siquiera el más brutal de los guerreros del mundo va a decir que hace la guerra porque le gusta la guerra. Siempre habrá una justificación y en este momento la justificación es la paz; habla de la paz porque no puede decir algo distinto”, dice Angélica Rettberg, profesora titular del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de los Andes y que hace más de quince años fundó el Programa de Investigación sobre Conflicto Armado y Construcción de Paz (ConPaz). “Está actuando como un actor estratégico que tiene que buscar la manera de argumentar y justificar los actos. Pero también recuerda el hombre escéptico que siempre ha sido”, dice.
Desde la instalación de los diálogos en La Habana, Márquez estuvo en el lado de los negociadores más radicales y fue crítico de entregar las armas antes de ver realizados los contenidos de los acuerdos. Es cierto que la implementación avanza a paso lento a pesar de que el Alto Comisionado para la Paz, Miguel Ceballos, haya dicho que ‘este gobierno está comprometido 100 por ciento con esa implementación’. Pero de ahí, a considerar que la poca eficiencia de la implementación sea una ‘traición’, como lo sugiere Márquez, es desproporcionado, dice Rettberg.
“El Acuerdo de Paz se firma entre dos partes, pero en el momento en que se firma y comienza la implementación, entra en un proceso en el que participan muchos organismos: los partidos, las Cortes, organizaciones de la sociedad civil. Ahí entran muchas interpretaciones, eso hace parte del proceso”, agrega Rettberg. Por eso, afirma, “a lo que suena el discurso de Márquez es que a él le frustra el proceso democrático, en donde las partes que firmaron el Acuerdo no pueden tener todo el control de la implementación”.
Por eso, para Gonzalo Sánchez, exdirector del Centro Nacional de Memoria Histórica, filósofo y doctor en sociología, el discurso no dice nada nuevo. “Es un típico discurso fundacional de un grupo que quiere entrar a la arena pública. El mismo discurso que pudieron haber presentado hace 40 años o que puede presentar cualquier otro grupo”, dice.
La contradicción para Sánchez está en que quienes hoy critican el Acuerdo de Paz son los mismos que se sentaron a negociar y firmar ese acuerdo a sabiendas de las limitaciones y las condiciones que implicaba. “Ellos sabían que hoy es imposible una revolución por decreto y que por eso, tenían que sentarse a negociar”, dice.
Mantener la revolución era ‘imposible’ por varias razones: El contexto internacional era muy desfavorable porque la lucha armada había desaparecido del continente. El ambiente interno también era muy negativo. Había un cansancio social con la guerrilla, con la guerra y con los costos de la guerra que pagan los campesinos, las comunidades, las víctimas. Además, el Ejército se había reacomodado estratégicamente para combatirlos y “la insurgencia estaba en desventaja”, agrega.
“Esas condiciones no han cambiado, entonces, ¿cómo creen que van a poder re andar el camino hacia otro acuerdo?”, se pregunta Sánchez. “Con todo lo que sufrimos para llegar hasta donde estamos con el Acuerdo de Paz, ¿quién les va a creer? Sus opciones de legitimarse como actor político son mínimas. Su única opción y que es la más terrible de todas, es volverse un grupo narcotraficante más”.
‘Actualizar’ el discurso sin entender el contexto
En el discurso, Márquez resucita a las Farc, pero en eso que él llama ‘manifiesto’ introduce elementos ‘modernos’: una suerte de Farc 2.0. Olvida, sin embargo, el contexto.
“Anunciamos nuestro desmarque total de las retenciones con fines económicos (…) La única impuestación válida será -siempre en función de la financiación de la rebelión- la que se aplique a las economías ilegales y a las multinacionales que saquean nuestras riquezas. (…) Vamos a entrarle duro, con ustedes, al combate contra la corrupción, la impunidad, contra los ladrones del Estado que como sanguijuelas le están chupando la sangre y hasta el alma al pueblo. (…) Seguiremos siendo la misma guerrilla protectora del medio ambiente, de la selva, de los ríos, de la fauna, que los colombianos conocen, y no dejaremos de alentar el esfuerzo mundial de la razón por detener el cambio climático. Cuenten con nuestra férrea oposición al fracking que contamina nuestras aguas subterráneas”.
“El Acuerdo de Paz sirvió para que toda la sociedad reaprendiera, incluyéndose a ellos. Para que vieran que hay demandas más amplias y que su discurso tiene que recoger las banderas de nuestro tiempo”, dice Gonzalo Sánchez.
El cambio es notable, por ejemplo, si se compara este discurso con el que pronunció el mismo Márquez en el 2012, en la instalación de los diálogos de paz. Allí, el centro fue la defensa de la reforma agraria y el problema de la distribución de la tierra como la causa, el origen, del conflicto armado. Ahora Márquez menciona demandas sociales actuales como la participación ciudadana, la defensa del medio ambiente, la lucha contra la corrupción y el abandono de una práctica que toda la sociedad rechaza como el secuestro.
“Es el ‘aggiornamiento’ del viejo discurso”, insiste Sánchez, refiriéndose al ejercicio de renovación y modernización de algunas de las posturas. “Pero un aggiornamiento puramente discursivo porque no tiene posibilidad de legitimidad política alguna”.
Es el ‘aggiornamiento’ del viejo discurso. Pero un aggiornamiento puramente discursivo porque no tiene posibilidad de legitimidad política alguna
En eso coincide María Emma Wills, la única mujer que integró la Comisión Histórica que tenía la tarea de contar cómo comenzó el conflicto armado y sus consecuencias y quien actualmente es profesora invitada en la Facultad de Artes y Humanidades de la Universidad de los Andes.
Para ella, detrás de la decisión de este grupo de hombres de volver a empuñar las armas está la discusión sobre si el uso de las armas en la política le abre o le cierra espacios a la justicia social y la transformación del país. “Sinceramente creo que quieres están en este momento optando por regresar a las armas, están haciendo una lectura totalmente errada de la situación política por la que atraviesa Colombia”, dice. Para ella, las movilizaciones sociales, sobre todo de jóvenes que han salido a las calles a manifestar un respaldo al Acuerdo de Paz, es una muestra de que esos jóvenes están convencidos de que la transformación social no se logra por la vía de las armas.
“Ellos son conscientes de eso. Por eso, tratan de darle un toque político a su decisión diciendo que van a proteger el medio ambiente, que no van a secuestrar, que se van a comprometer a no entrar en confrontación con los mal llamados ‘objetivos militares’ tradicionales, sino que van a atacar a algunas personas que ellos consideran ‘los enemigos del pueblo’. Pero ese discurso no va a tener mucha resonancia. Con esta decisión, ellos muestran que no tienen ni consideración ni respeto por las grandes movilizaciones que se han hecho a favor de la paz. Están desconociendo la voz de tantos ciudadanos que se han manifestado en las calles”, dice.
Aún así, Gonzalo Sánchez tiene esperanza: “Solo la posibilidad de perder la paz puede volcar a la gente a defenderla y decir que este jueguito es muy peligroso porque perderlo puede tener un alcance mayúsculo. Mi expectativa es que el apoyo y el respaldo al Proceso de Paz se reactive. Porque una cosa es ser crítico, y otra es atravesarsele a la paz”, dice.
La ‘historia’ nacional según Iván Márquez está llena de sesgos
Márquez dedica un apartado largo de su discurso para hacer un recuento histórico de lo que él llama “una historia salpicada por las traiciones a los acuerdos y a las esperanzas de paz”. No sólo es su versión sino que es una versión sesgada.
Menciona varios casos: la muerte, en 1782, del guerrillero comunero José Antonio Galán, a manos de la Corona Española, los asesinatos de Guadalupe Salcedo, Jorge Eliécer Gaitán y Carlos Pizarro del M-19, cuyas muertes se las atribuye a la oligarquía ‘santanderista’. Ésta, según Márquez, también es la culpable del exterminio de la Unión Patriótica, del asesinato del excomandante guerrillero Alfonso Cano y de los recientes asesinatos a los líderes sociales, tras la firma del Acuerdo de Paz.
“Márquez está usando estratégicamente la memoria. Está adoptando una postura donde básicamente demuestra que hay una ‘esencia’ de las oligarquías colombianas que no va a cambiar y por eso se remonta al trasfondo de la historia nacional para decir que el Estado ha incumplido una y otra vez. Está escogiendo elementos de la historia para probar su visión”, dice Wills. “Pero, en realidad”, agrega, “si vemos los procesos de paz en Colombia muchos han sido exitosos”.
Uno de esos ejemplos es el proceso de paz con el M-19, donde a pesar de que hubo homicidios a varios de sus líderes, hoy otros ocupan puestos importantes en la política nacional como el exsenador Antonio Navarro Wolf y el actual senador y excandidato presidencial Gustavo Petro.
“Uno podría también mirar la historia para contradecir ese relato que construye Márquez para decir que esto nunca cambia y justificar que aquí la única opción son las armas”, dice Wills.
“La historia de Colombia puede ser un memorial de agravios o un memorial de oportunidades y con este discurso ellos escogen verla como un memorial de agravios”, agrega Gonzalo Sánchez. Por eso, más que sorprenderle la elección de hitos históricos en el discurso de Márquez, le sorprende las respuestas anticipadas de personas como Navarro o María José Pizarro, actual congresista e hija del excomandante del M-19, Carlos Pizarro Leongómez, diciendo que esa paz les costó sangre y no por eso regresaron a la guerra.
Por eso, María Emma Wills insiste: “el regreso a las armas es una decisión. Nadie le está imponiendo a Márquez que tiene que regresar al monte. Entonces hay que ser claros: él hace un análisis de la historia nacional y de la coyuntura y adopta una decisión, pero esa decisión no estaba determinada por lo que está pasando en Colombia. La historia no se construye por determinaciones, se construye por decisiones”.
El regreso a las armas es una decisión. Nadie le está imponiendo a Márquez que tiene que regresar al monte. La historia no se construye por determinaciones, se construye por decisiones
Ganan todos menos los que dicen defender
Márquez dice que su regreso a las armas busca “un nuevo Acuerdo de Paz sin más asesinatos de líderes sociales y de excombatientes guerrilleros”. Pero omite que con su decisión, fortalece el discurso de la extrema derecha y de las acciones radicales y represivas, no sólo en contra de ellos sino de los más vulnerables.
De hecho, desde ayer, la postura del Gobierno de Iván Duque y del uribismo fue fortalecer el discurso de la mano dura. Uribe dijo en Twitter: “mano firme contra esos bandidos que es lo que necesita este país”. Y el Presidente ordenó crear una unidad élite para perseguir a los disidentes con “capacidades reforzadas de inteligencia, investigación y movilidad en todo el territorio colombiano”, anunció una recompensa de tres mil millones de pesos por todos los que aparecen en el video de Márquez y, como se utilizó en los años 90 y la década del 2000, los exguerrilleros aparecerán en los carteles de ‘los más buscados’.
“El peligro es que la coerción y la represión estatal suele recaer en los más vulnerables, en los liderazgos sociales en los territorios que no están armados”, dice María Emma Wills. “La decisión de Márquez es un golpe contra esos liderazgos sociales. Se engañan cuando creen que su actitud los protege. Por el contrario, los dejan en una posición supremamente vulnerable”.
El discurso de Márquez y las reacciones del Gobierno fortalecen también al Ejército, justo cuando se estaban cuestionando técnicas como las directivas que podrían revivir los falsos positivos y se estaban destapando escándalos de corrupción en su interior.
En este momento, como dice Gonzalo Sánchez, “se ve la necesidad de una transformación democrática del Ejército pero también han quedado en evidencia unas corrientes fuertes que están alimentando la guerra para sus propios intereses”. Lo que puede lograr el regreso de Márquez y compañía a la guerra, sin embargo, es silenciar esos debates.
“Es un plato servido para los enemigos de la paz y la democracia, que desplaza los ejes de la política para que se puedan volver centrales otros horizontes como los que piden ‘liquidar’ a los insurgentes. Hacia allá están moviendo hábilmente a la opinión pública”, agrega.
La decisión de volver a las armas les sirve a muchos, pero no a quienes realmente están intentando construir la paz. La decisión de Márquez le sirve a él y al que le declara la guerra porque, como señala Sánchez, los polos opuestos se alimentan los unos a los otros porque ambos necesitan un enemigo para subsistir.