Su cuerpo lo ha convertido en un instrumento de comunicación y transgresión pacífica mediante el voguing de la escena ballroom. Con bailes antimilitaristas en el espacio público, Laika demuestra que no basta con encarnar el discurso en el cubo blanco.
Desde que era pequeño Laika Tamara se ponía la ropa de su mamá. Cuando pasaban por televisión reinados de belleza, él comenzaba a modelar a la par con las señoritas en una habitación. Ese es uno de los recuerdos que más marcó su infancia: travestirse en casa.
Y fue cuando mi familia se dio cuenta que yo era un maricón. Pero ese tema no me va. Siempre recibí de parte suya mucha violencia y rechazo por ser lo que soy.
Ser marica, en sus palabras, era un video. Un estigma por no ser uno de los pelados del barrio que iban a acabar con todo. Se maquillaba, se peinaba y se ponía lo que le parecía llamativo.
Normalmente recogía cosas de la calle para recuperarlas y modificarlas a mi gusto.
Sus primeros tacones los encontró en la basura. Su habitación se fue convirtiendo en un gabinete de curiosidades con todo lo que se atravesaba a su paso e intervenía para coleccionar.
Esos tacones eran divinos. Azules. Me los ponía cuando mis papás se iban a trabajar hasta que, una vez, mi mamá me los pilló. Me regañó. Los quería botar. Y yo lo que hice fue ponerlos en el techo, en toda la entrada a la habitación.
Todo lo que soñaba en ese momento estaba pegado en el techo y se parece mucho a lo que es mi vida ahora.
Cuando salió de su casa, donde creció en un barrio popular de Bogotá, los tacones volvieron a la calle.
Ese techo era un mundo escondido. Al otro lado de la luna. Y arriba, no como el lugar que se otorga a los cuartos de rebujo: en los sótanos o parqueaderos.
Normalmente soy una de las personas que no le pone tanto video a lo que usa. Si quiero salir a comprar el pan entaconada o con el short, está bien. Creo que hasta me gusta generar un impacto y transgredir toda esa norma cula que nos han impuesto.
Laika Tamara cree que hay generaciones que todavía vienen con una educación de otras que solo aceptaban lo que era permitido en su época, como una muñeca rusa.
Sabe que vestir como viste, maquillarse como lo hace y lucir a su manera es un acto político muy poderoso por su capacidad de enseñar a quien lo observa.
No es lo mismo la vestimenta de un médico, de un abogado o un metalero que la de un artista, sin duda. Es un vehículo esencial para la expresión del individuo, de un ser. Hoy hay otro contexto, hay otra cosa, y qué chimba poder educar también con el cuerpo. No solo desde el pasado.
Para él, el cuerpo es:
Materia moldeable.
Una masa que se transforma.
Que por más cadenas que le pongan en la boca siempre está gritando, resistiendo.
La resistencia en el cuerpo no solo es la fortaleza física sino también fortaleza espiritual.
El cuerpo visceral.
El cuerpo como un arma. No de violencia sino de empatía.
De generar ruido y conciencia.
Como la voluntad: alguien con voluntad puede resistir demasiado y sin tener un cuerpo aparentemente tan fuerte.
Siempre ha pensado que no es un testigo de Jehová y que por eso no quiere verse a sí mismo predicando la palabra, a cada rato, porque cree justamente que desde su estética y desde su apariencia lo hace.
Y eso no me hace más, ni mejor, pero con solo ser desde la libertad estoy educando. ¿En qué? El respeto entre nosotros.
El tema de las etiquetas siempre le ha molestado. Eso de estar constantemente clasificando a los individuos según su orientación, su código de vestuario, su forma de socializar, de compartir, le molesta. Pero siente que la gente lo hace, no en todos los casos, para lograr identificar más a los demás que a sí mismos.
Ojalá fuera para respetar la posición que cada cual quiere ocupar en el mundo, para expresarse. Pero me raya un poco también porque justamente yo no le tengo que explicar a nadie por qué luzco como luzco u ofrecer una validez de quien yo soy y menos desde cómo me nombra, pero para el resto sí parece muy común y necesario entender lo que hay detrás. ¿Cómo puedo hablarle?
Dice que ha sido la misma academia la que ha complejizado lo nominal. Que tantas terminologías y definiciones han enredado los procesos de identificación e identidad móviles y dúctiles.
El lenguaje y los conceptos son importantes para entendernos, en últimas, pero no como una forma exclusiva de validar experiencias. Solo tenemos una vida y no debería existir el binarismo en el género porque delimita y muchas veces niega la existencia de muchas formas del ser y del vivir, pero el espectro del género es tan amplio que siempre estamos transitando por ahí para mutar. Siempre estamos en constante tránsito como para aceptar algo estático y limitado como lo es el binarismo y las definiciones.
Siempre nos quieren enfrascados desde la estética, desde las ideologías, desde la economía.Y siempre nos quieren clasificar. Para él, esa es la estrategia.
A muchos no les gusta que el otro se exprese, entonces perciben todo desde su moral y desde ahí definen lo que creen que es lo correcto o incorrecto. Muchas veces se autocensuran por lo mismo.
De ahí es donde considera que surgen los ejercicios de resistencia. Pero advierte que eso depende de los colectivos y de lo que se quieran resistir o adónde vaya la consecución de su idea hacia la performatividad, porque sabe que hay corrientes que niegan agendas inclusivas que también saben cómo hacer performances.
De hecho, el dinero y el poder adquisitivo es una forma de control social que nos obliga a consumir todo el tiempo y, entre más normativo y hegemónico, más fácil de vender y de controlar. Por eso hablamos de una resistencia frente a este sistema, contra la normatividad, para el Estado y para uno mismo.
Las Tupamaras
Baila. Se levanta. Hace aseo en su casa. Unos días sale a tomar el Transmilenio, el transporte público de Bogotá que se asemeja a una oruga roja, estirada, con patas de llanta.
A Laika le gusta caminar, parchar los fines de semana. Y bailar. Todo lo que pueda.
Yo soy una persona super tímida y me cuesta mucho socializar. Tener la palabra en grupos no ha sido mi fuerte, entonces siempre pensé que conversar no iba a ser el único vehículo de expresión, que tenía que encontrar otras maneras, y la que encontré fue desde el cuerpo y, más precisamente, desde el baile.
Desde el baile, como dice, pudo tener un autoconocimiento y también acercarse a los demás. Todo el ruido que sentía en su cabeza cree que logró convertir en música y entenderlo con el baile a través del cuerpo.
Ese es su manifiesto, pero lxs espectadorxs no son menos importantes que él.
Incluso porque no habría cómo, mediante la escena, transformar o impactar en mentes débiles. Es importante compartirlo. Hacerlo común.
Cree que la danza también entra a veces en un binarismo que cohíbe, limita y coarta la creación de la persona. Algo más interesante es que también esa estructura se ha estado modificando y se ha estado transformando. Los códigos dancísticos no son los mismos cada vez.
Nada más el hecho de que un hombre utilice falda dentro de un show o que se maquille o que salga trepado o que incluso con su contorsión o movimiento traicione códigos establecidos por la academia para el baile, también es político. Y no solo soy yo. También me gusta enseñar a bailar, y me gusta bailar con otrxs.
En su adolescencia fundó, junto a sus amigos Camilo y Alejandro, House of Tupamaras, un colectivo interdisciplinario dedicado a la práctica, la circulación y la gestión de la cultura Ballroom y Vogueing en Colombia.
Esa ha sido la escuela mía, para los integrantes del colectivo ha sido un espacio de creación, de formación, un espacio para cuestionarnos sobre muchas problemáticas que vivimos en la cotidianidad.
En House of Tupamaras tenían un armario comunitario. Era, en realidad, una caneca grande en la que depositaban toda la ropa que sus amigas y tías habían donado para cada uno de sus shows.
Era ropa para mariquear. Aunque el voguing—baile que emplea contorsiones de las extremidades en las articulaciones— siempre fue el pretexto para investigar y reunirnos para ensayar, lo cierto es que antes de cada ensayo nos dedicamos más de una hora al trepe, tanto así que nos peleábamos entre nosotrxs porque alguien decía: “esos tacones yo ya los había escondido para mí” o “ese vestido yo lo había visto desde que lo trajeron y lo quiero usar”.
En Colombia treparse significa travestirse. El trepe habla de un glow up y no lo hacen solo los hombres, también las mujeres y personas no binarias. En Tupamaras, luego del vestuario, venía el maquillaje.
Cuando nos sentíamos listas y radiantes, entonces a bailar. Y es que hace seis años, cuando se creó House of Tupamaras, no había ninguna casa vogue en Bogotá. Un par de ballroom nos llamaron la atención y el voguing fue sin duda un vehículo para que todas mariquiáramos full, porque eso era lo que queríamos. Y a partir de eso empezamos a mezclar esos ‘merenguitos’ ochenteros para fusionarlos con los bits vogueros de ese momento…
Y empezar a hacer lo suyo.
Laika Tamara agradece especialmente todo lo que le ha aportado a sí mismo el colectivo. A través de este ha podido generar un ruido que es más el ritmo de su baile.
Hemos podido construir un laboratorio donde ha sido posible cuestionar e investigar no solo lo que nos sucede a nivel personal sino también social.
Siente que la gente no debería cohibirse ni privarse de la libertad de ser. La resistencia para sí la traduce en unión. Fuerza. Porque dice que no hay lucha desde lo individual, sino desde lo colectivo.
Parte de eso consiste en no olvidar gente que le ha costado muchísimo esa lucha. Poner la piel en un país tan facho es en sí mismo sentar una posición política.
✹ Este perfil hace parte de SIN BAILE NO HAY REVOLUCIÓN, uno de los 18 relatos del especial periodístico JÓVENES CON DESTINO en el que 16 mujeres de Latinoamérica y el Caribe escriben sobre subjetividades políticas. Este especial fue apoyado por el programa de medios y comunicación de la Friedrich-Ebert-Stiftung en Colombia.