La sucursal del clóset

Por 30 mil pesos, una tienda del centro de Bogotá le ofrece a hombres travestis que están en el clóset la posibilidad de cumplir su sueño de, al menos por un día, vivir la vida de una mujer.

por

Juan Camilo Chaves


22.08.2014

Fotos: Juan Camilo Chaves

En el centro de Bogotá, justo en el límite de los barrios La Capuchina y Las Nieves, subiendo por una rampa en espiral del centro comercial Galaxcentro, se encuentra la Tranxtienda. Allí, frente a las montañas, la antigua Contraloría General de la Nación y la carrera décima, está el local 469. «Tienda especializada en travestis de clóset», se lee en el aviso con letras de colores que cubre los cuatro metros de ancho que tiene el frente.

«Discreto y reservado» es el principal lema de la tienda, donde suena música tropical y hay un fuerte olor a café. Ubicada en medio de un corredor curvado que parece haber quedado olvidado en los años noventa; ahí, donde los ventanales de más de cuatro metros, cubiertos de polvo y con algunos orificios de bala, son los únicos testigos de quien entra o sale de allí. Alrededor, los locales abandonados se descascaran por la humedad, y el polvo se acumula sobre cientos de recibos de servicio público que —tras años sin pago— siguen llegando.

Frente a la tienda, en el corredor, hay una mesa, una greca y varias sillas. Al lado, un mueble con decenas de blusas, vestidos y una caja llena de zapatos. Todo es de segunda, todo está a la venta. El frente del local es en vidrio, la puerta está cubierta por una cortina azul, que al cerrarse se convierte en el vestidor. La ventana está decorada con un letrero a mano y corazones rojos en témpera. Al entrar, los 4×3 metros del local parecen una bodega de brillantes, encajes, zapatos y telas satinadas donde es imposible fijarse en algo particular. Concentrándose, se distinguen sostenes de colores a la izquierda, pelucas con rayitos sobre una repisa, prótesis mamarias de silicona en una esquina, un arrume de tacones viejos sobre un mueble, vestidos que simulan pieles de leopardos y cebras al fondo, una máquina de coser contra la ventana, varias maletas arrumadas, un escritorio y dos mujeres sentadas que saludan con un «Hola, linda. Bienvenida».

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La Tranxtienda es un espacio de libertad que nos mantiene vivas

«Aquí todos venimos a lo mismo», asegura Maritza, una clienta de la Tranxtienda que pasa un momento a saludar. Es sábado, medio día y hace calor en Bogotá. «¿Sabes? Dudé mucho mi nombre de chica. Llevo mucho pensando en él y hasta ahora estoy casi segura que ese es el que más me gusta». Ella, como la gran mayoría de clientas, es un hombre de nacimiento al que le gusta vestirse de mujer. Pero solo a veces. En el día a día, frente a la sociedad, asume un rol masculino. Es un travesti de clóset.

«La Tranxtienda es un espacio de libertad que nos mantiene vivas», recalca Lorena Lo, una de las 15 clientas que —en promedio— asisten cada semana. Pero Tranxtienda es más que un negocio, es el proyecto de vida de Derly Lizeth Linares una mujer trans de 39 años, que desde hace dos, decidió que no quería ser más un hombre. «Comenzó por una necesidad, nosotras nos reuníamos en un lugar que se llamaba la Mansión de Carmen. Allá hacíamos actividades, nos vestíamos, maquillábamos, compartíamos y teníamos un espacio social para estar tranquilas. Pero lo cerraron», recuerda Derly tras tomar un largo sorbo de café. Lleva puestas unas botas de cuero negras hasta la rodilla, unos leggins y blusa del mismo color. Aretes plateados más grandes que sus orejas y cuatro pulseras color cobre. Un hombre de unos 45 años se acerca por el corredor. Viste una camisa verde de algodón, jean y tenis negros. Sin decir nada, entra a la tienda y llama a Derly. Pregunta por el precio de los vestidos de leopardo. «Son a $35.000, esos estiran y se ajustan muy lindo al cuerpo», le explica Derly. El hombre asiente y sale sin comprar ni decir nada.

«El espacio no es viable económicamente, al menos por ahora. Al mes no se alcanza a hacer mucho más de un millón, pero es lo justo para mantenerlo», explica Derly, y agrega: «yo lo veo más como una labor social». La Tranxtienda es un espacio de reunión, el cual ofrece cinco servicios adicionales: alquiler y venta de ropa, lavandería, costura, guardarropa y transformación.

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«Hola amiga me gustaria saber si tienes de casualidad una falda y unas medias de malla si tienes de segunda o si no nuevas me gustaría saber cuanto valen tanto de 2 y nuevas.
muchas gracias por este espacio las felicito y que Dios las bendiga :3
» (sic)

«Hola buenos dias, veran soy travesti de closet tengo 18 años y queria saber si hay vestido, faldas, lenceria para mi, pues soy talla S, yo calzo 37, mi estatura es de 1.52 mts soy delgada, y queria conocer la lista de precios, y su sistema de discrecion. espero pronta respuesta. gracias.» (sic)

La Tranxtienda se inició como un negocio en Facebook y poco a poco creó una comunidad. Derly —siendo el hombre que ya no menciona— se asoció con una amiga travesti de clóset, a quien recibió en su casa. Vivía en unión libre con su compañera y dos hijos. En ese momento tenía un empleo de oficina, estudiaba administración de empresas y estaba en el clóset. Pero una traición amorosa y una extorsión, la obligaron a contarle a toda su familia acerca de su travestismo, —de su feminofilia— como ella lo llama. Los citó a almorzar y al terminar les mostró una presentación en la que había fotos de ella. De Derly. El apoyo fue generalizado, lo cual la convenció de cambiar por completo su vida y dedicarse de lleno a la Tranxtienda.

***

Derly Linares, fundadora de Tranxtienda

Junto a Derly está Zahyra Ramírez, su actual esposa y administradora del local. Tiene 25 años y está en el cuarto mes de embarazo de su primer bebé. «Si es niña le pongo el nombre de mi esposita: Derly Lizeth», asegura. Se conocieron por internet hace dos años, comenzaron a trabajar juntas y se enamoraron en el día a día. «En la calle varias veces nos han gritado ‘areperas’, por eso ahora ya no caminamos cogidas de la mano sino de gancho, como amigas», recuerda Zahyra mientras Derly se retoca el maquillaje a su lado.

El silencio es interrumpido por el hombre que había averiguado el vestido de leopardo. «¿Tienen una tarjeta?», pregunta. La recibe y se va.

–¿Esta es nueva, no?–, pregunta Maritza.

–Claro, por eso está tan nerviosa–, asegura Derly.

Clientas como Maritza visitan la Tranxtienda una vez al mes en promedio. Ella hoy es él. Viene de hombre, no revela su edad, pero es calvo en la coronilla y canoso a los lados. Viste una camisa de cuadros verdes, saco cuello en V, pantalón de paño verde oliva y unos zapatos negros de cuero. Mientras termina su tinto y habla sobre hace cuánto no venía a la tienda, su mirada cambia al ver algo en una de las estanterías. «Esos zapatos están lindos», le dice Maritza a Derly, mientras hace señas para que se los pase. Maritza recibe unos tacones descubiertos, talla 39, color miel. Tienen una tiranta para ajustar a la altura del tobillo con una hebilla dorada. «Me gustan destapados, pero no me he arreglado las uñas», explica Maritza mientras se los mide sobre sus medias negras de oficina. Pero la tiranta no cierra: «debe ser por las medias», conjetura Derly. Un momento después Zahyra las interrumpe:

–Amor, toca llenar la hoja esta.

–¡Ah, cierto! Linda es que estamos haciendo una encuesta de bienvenida que no has llenado. Son unos daticos que no comprometen tu identidad, pero nos ayudan a saber cuántas somos. Tú sabes que tenemos que darnos apoyo y mostrar que sí existimos.

 

En Tranxtienda Derly siempre le habla a sus clientes como mujeres: «este espacio es para eso, para que estén tranquilas y vivan su feminidad. Siempre hablamos entre todas y todos como mujeres», aclara Derly. Ella es reconocida como una lideresa de la comunidad trans de clóset, como la persona visible que lucha porque la sociedad las vea como mujeres y se lo reconozca en cosas aparentemente simples como el lenguaje: «yo sé que es difícil ver a una mujer y escuchar a un hombre, pero queremos que haya consciencia de que somos mujeres. Mujeres trans», agrega.

«Por eso es que espacios como Tranxtienda son importantes en la ciudad, son redes de apoyo para la comunidad más discriminada dentro del LGBTI», recalca Juan Florián —subdirector de asuntos LGBTI en la Secretaria de Integración Social de Bogotá—. Desde diciembre, Tranxtienda, otras organizaciones y la ONG Red Somos —con el apoyo económico del distrito—, están adelantando un mapeo para calcular la población trans bogotana. En promedio, Tranxtienda registra 40 nuevas travestis de clóset por mes y en total se estima que solo en Bogotá hay 5000 mujeres trans. A cambio de participar en la encuesta Derly y Zahyra le entregan a Maritza: 10 condones, una agenda y varias cartillas sobre prevención del VIH. «De cada 100 personas trans en Bogotá, 18 conviven con este virus», asegura Miguel Barriga director de Red Somos.

«No gracias no puedo cargarme eso a la casa», asegura Maritza sonrojada. Y agrega: «Ese es el lío yo no puedo llevar eso a la casa. Ellos están muy pendientes de mí y tengo miedo de defraudarlos». Suspira y cuenta varias anécdotas de cuando ha querido comprarse un vestido en la calle o medirse unos tacones en un centro comercial: «de eso ni hablar. A nosotros lo que nos mata son los per y los prejuicios, este es un país muy mojigato», refiriéndose a que ella es heterosexual, tiene una esposa e hijos y no quiere que la llamen homosexual ni que la discriminen. Por eso nunca ha salido del clóset como travesti. «Cada quien debería poder vivir su vida como quiera», agrega.

***

Ocasionalmente pasan hombres por el frente de la tienda. Miran de reojo. Paran. Caminan unos metros, miran hacia atrás simulando buscar algo en uno de los locales vacíos contiguos a la Tranxtienda. Son las dos de la tarde, es sábado y sigue haciendo calor. Por el corredor, aparece un hombre blanco, canoso, 51 años. Tiene una chaqueta roja, pantalón verde, camisa y franela blanca. Entra y le pregunta a Zahyra por el precio de unos «cacheteros» violeta de encaje. Se llama Clara.

–Son a $4.000.

–Dámelos, linda. En una bolsita.

Se realiza la transacción. Clara —un poco nerviosa— guarda su compra en el bolsillo interno de la chaqueta. Se despide sin mirar a nadie a los ojos. Mientras va saliendo, ve un afiche con una lista de actores de películas con temática LGBTI que está pegado a la puerta, en el que se lee: «Ellos exploraron su feminidad».

–¿Han visto Reinas y Reyes?–, pregunta

–¡Claro!–, responde Derly mientras con señas la invita a quedarse.

–¡Qué buen papel el que hace Patrick Swayze!–, recalca al tiempo que se sienta a hacer visita.

Ha pasado una media hora de charla y de repente se asoma una cabeza por el corredor. Llegó Laura. «¡Uy vean qué milagro!», dice Zahyra quien se levanta y sale a saludar. Laura es estudiante del SENA, tiene 21 años y mide 1,65m. Está vestido con un jean, una camiseta y Converse negros. El pelo parado con gel y las cejas depiladas. Es clienta de la Tranxtienda desde noviembre de 2013. «Vengo porque acá no me van a preguntar cosas, acá estoy tranquila y me aceptan», asegura Laura. Hoy quiere comprar ropa y no llega sola, en el fondo del corredor está un amigo que no es capaz de asomarse. Después de casi media hora hablando con Zahyra, el amigo de Laura se acerca pero no es capaz de entrar. Tiene 18 años, es estudiante de una universidad privada de Bogotá, se viste de mujer en secreto pero nunca lo ha hecho en público. Derly lo invita a llenar la encuesta —entre risas y sonrojado— dice: «¿Qué tal? Me recibieron con kit de bienvenida».

Sentado en la mesa, sin poner un solo pie dentro de la tienda, el amigo de Laura asegura que le da susto: «ella es la que me trae». Adentro, Laura ya está maquillada, se pone pelucas y, uno tras otro, se toma fotos con seis vestidos. El que más le gusta es uno violeta, con flores negras. «Este sí me cierra», dice mientras se lo acomoda para que no se vea tanto el pelo de su pecho, axilas y brazos.

Una hora después, Laura termina de revisar todo lo que le interesa. Compra un vestido blanco de primera comunión, una falda de cebra violeta y una peluca blanca. Todo por $37.000. «¿Qué hay de $3.000?», pregunta.

Para completar $40.000 lleva una base líquida. Se despide de la Tranxtienda y a la salida se queda viendo la ropa de segunda junto a su amigo. Se devuelve y paga $12.000 más, por tres blusas de puntos de colores que intentó medirle a su acompañante por encima de la ropa.

***

«¿Eso es cosa como de gais, no?», se pregunta Agustín Garzón director de SIDENCO (Sindicato de Pequeños Vendedores de Comestibles en Espacios Públicos de Colombia), único local ocupado junto a la Tranxtienda, mientras está sentado en su escritorio de madera en el que hay una máquina de escribir y una sumadora. Es un hombre de voz ronca, sindicalista hace más de 60 años, vestido de un gris desteñido. Con frecuencia, señala una foto en blanco y negro colgada en la pared que separa su oficina de la Tranxtienda. En ella aparece con el exalcalde de Bogotá Jorge Gaitán Cortés a principio de los años sesenta. Tras varios minutos contando su experiencia sindical, recuerda que «en las últimas dos asambleas del centro comercial, hubo quejas de la Tranxtienda. Dijeron que esa gente no debería estar aquí. Lo que les molesta es que pertenezcan a la vida de los gais, que salen y caminan por el centro comercial». Pero asegura que «no me importa la vida de los demás, por eso ni siquiera sé qué actividad se desarrolla en el local vecino».

Un piso más abajo, Cesar Barón, propietario del local 393 —especializado en asesoría tributaria, jurídica y contable—, tiene un escritorio en L, dos archivadores, dos sillas de cuero y un cuadro. Él asegura que las quejas sobre Tranxtienda son porque «ellas» salen a caminar en minifalda: «ese estilo de vida es respetable, pero yo no comparto el exhibicionismo. Suben hombres y bajan mujeres, y esto es un centro comercial familiar. Salen con faldas cortas, casi desnudos. Se insinúan: tratan de decir ‘soy esto y quiero algo’». Cesar, un hombre blanco de unos 60 años, asegura que si una mujer biológica sale en minifalda por el centro comercial no hay problema. Pero sí lo hay si una mujer trans lo hace, porque: «soy amante las mujeres, respeto lo que ellos hacen, pero no respeto que en un sitio público exista un local de este tipo. En el centro está la zona de tolerancia de Bogotá, un espacio que le dio la ciudad a las prostitutas y los homosexuales», explica mientras golpea con las manos el escritorio y revisa unas facturas.

***

Pasan más de dos horas, sin que nadie aparezca. Son las 5:50pm, la Tranxtienda está más calmada de lo normal. «¿Crees en la ley de Murphy?», pregunta Derly mientras es interrumpida por el sonido de una manifestación en la carrera décima. Diez minutos después llega un nuevo cliente. Es Camila, un hombre de no más de 22 años. Mide 1,75m, es blanco, pelo corto militar. Trae puesto una camisa manga larga de algodón gris, un jean, tenis deportivos y una maleta negra cruzada. Zahyra lo saluda a través del vidrio y le hace señas para que entre. Él lo duda, pero al final se asoma, saluda y dice que se va a fumar un cigarrillo en el corredor. Viene para una sesión de transformación. Viene a dejar de ser él y volverse ella. Este es el principal servicio de la Tranxtienda: por $30.000 visten y maquillan a sus clientes como mujeres. «Los sábados vienen muchas chicas porque se van de fiesta a un bar de travestis en el sector», afirma Derly.

Camila fuma a contraluz, el atardecer dibuja una silueta masculina, frente a un ventanal que es tres veces más grande que él. Derly lo llama para acordar qué necesita. Él entra, cierra la puerta y corre la cortina del vestidor. Se escucha el ruido de una maleta que se abre y se cierra. Se escuchan prendas que se estiran. Unos minutos después, él asoma su cabeza para preguntar «¿me pueden prestar un brasier?». «Claro linda, busca ahí», le señala Derly una canasta de rejas metálicas rojas en las que hay lencería de segunda. Después de buscar un poco, selecciona un sostén rosado sin tirantas, se devuelve y desde la intimidad de la cortina asegura que le quedó perfecto.

Sale nerviosa. Viste una blusa roja que descubre sus hombros y un jean entubado sin bolsillos. Tiene las manos cruzadas y la mirada esquiva. Medias negras y tacones violeta nacarado. Derly la sienta en una silla de plástico verde. Saca una caja de herramientas rosada, que está llena de maquillaje. Primero la base, luego los polvos. «Cierre los ojitos», le dice Derly. Las pestañas de Camila son grandes y se llenan de polvos. Derly saca una brocha y le da un brochazo aquí. Otro allá.

Zahyra le empaca dos pañitos húmedos en una bolsa, para que se desmaquille después. «Ellas van a las fiestas y el bar guarda la ropa. Así podemos reclamarla el lunes y ellas no llevan nada a su casa. Por cada prenda sucia que recibimos para lavar, cobramos $1000. Desde un abrigo hasta una tanga, no importa», explica Derly.

Sombras rosadas brillantes y delineador negro para los ojos. Lápiz café en las cejas. Para la boca, Derly primero delinea los labios con lápiz rosado y luego los rellena con poco de labial del mismo color. «Apriétalos para emparejarlo», dice. Un poco más de polvos y rubor rosado en los pómulos. Un brochazo más para quitar los excesos y hacer que los rasgos masculinos desaparezcan entre capas de maquillaje.

«Amor pásame la peluca», dice Derly. Zahyra mientras tanto la arregla un poco. Luego Derly le pone la peluca y con agua le da el toque final. Listo mírate ya: «¿ya?», pregunta Camila. «Listo, ¿cuánto es?», agrega.

Camila baja por unas escaleras en espiral. El sonido de sus tacones retumba en el patio interior de Galaxcentro. Se acomoda la peluca, aprieta los labios y agarra su cartera. Ya son más de las siete de la noche y la fiesta comienza temprano. En tacones se ve alta y estilizada, pero da pasos cortos, torpes y rápidos. Mientras camina, los vecinos del centro comercial la miran. Ella no les devuelve la mirada y sale a la calle. La carrera décima está llena de cientos de personas. Ahí, Camila es simplemente una más. Camina dos cuadras, su destino está cruzando la avenida. Se despide de Derly, se despide de Zahyra y su figura se pierde entre las luces de los carros y la multitud.

 

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