La niña leía a Roal Dahl

Vanessa Montfort es un nombre que hay que grabarse. Es española, novelista y dramaturga, y una de las nuevas voces más prometedoras de la literatura ibérica.

por

Alejandro Gómez Dugand


12.02.2014

Foto: vanessamontfort.com

Su primera novela la escribió a los nueve años. Se trataba de un libro hecho por entregas que les regalaba a sus amigos. Ese ejercicio inocente de autopublicación devino en una carrera novelística y dramatúrgica que captó la atención de la escritora Rosa Montero, quien escogió a Vanessa Montfort para presentarla en la pasada edición del Hay Festival en Cartagena como una de las voces más prometedoras del la literatura española. “Tiene tanto talento que podría haber sucumbido a la facilidad como he visto que les sucede a otros.”, asegura Montero sobre Montfort.  “Sus primeras novelas llaman la atención por la brillantez, por la trama, por el ingenio. Podía haberse quedado ahí, repito, simplemente “jugando” con las palabras… Pero es una novelista de raza y de ambición y ha ido profundizando cada vez más, poniéndose en riesgo narrativo, alejándose de la zona de confort”. Conversamos con ella sobre su trabajo, sobre su pasado y sobre la difícil tarea de escribir en la crisis que atraviesa España.

¿Cómo empezaste con la escritura?

Comencé a escribir casi antes que a leer. Esto, que puede parecer una metáfora, es absolutamente cierto. En cuanto supe para qué servía juntar letras, se convirtieron en mis juguetes. Y desde entonces no he dejado de jugar con ellas. Hace poco tuve que vaciar la casa de mis abuelos y aparecieron muchas de mis viejas libretas, algunas ilustradas, de mis 5, 6 y 7 años, en las que narraba cuentos. Al principio historias de apenas unas líneas, y luego, cada vez más largas. Es decir, yo no solo escribía historias, las pasaba a un cuaderno y formaba libros con ellas. Más adelante se las repartía a mis vecinos, incluso algunas historias eran por entregas. También organizaba representaciones que dirigía y escribía. Luego convocábamos a los mayores y les cobrábamos una pequeña entrada. ¡Ya producíamos! Toda una premonición de lo que es ahora mi vida. Creo que para mí la literatura fue siempre algo endémico y natural, algo a lo que nunca di una importancia exagerada porque formaba desde siempre parte de mí. Luego, claro, fueron cayendo en mis manos los grandes maestros: primero Roald Dahl, la literatura inglesa del XIX, Emily Bronte, Dickens, Wilde, Verne, Clarín, Tolstói, Shakespeare, Camús, Navokov, Cervantes, Dostoievsky, Beckett, Pirandello, Cortázar…  y me fui enamorando de cada uno de ellos. A cada uno le recé durante mucho tiempo y descubrí que la literatura podría ser algo mucho más serio.

¿Recuerdas algún libro en particular que te incitara a escribir?

Cuando leí los cuentos de Roald Dahl soñé por primera vez con ser escritora. De hecho, llegué a enviarle una carta por su cumpleaños —aún estaba vivo. Yo aún era una niña. Quise enviarle una tarjeta con un dibujo de una escena de Charlie y la fábrica de chocolate. Luego convencí a mi profesora y a los niños de mi clase para que hicieran lo  mismo. Y las enviamos. Nos contestó y nos hizo un regalo aún mayor: nos envió unos versos originales que nos compuso, de su puño y letra, con la misma fina ironía con la que siempre hablaba a los niños. Es otra de las pequeñas “joyas” que he encontrado en esa mudanza. Los guardo en mi despacho como un tesoro. También recuerdo la primera vez que decidí que escribiría teatro. Fue durante una representación del Calígula de Camús. Tendría unos 16 años y al terminar, estaba tan electrificada que le pregunté a mi madre cómo se llamaba el que escribía las obras de teatro. Me dijo: dramaturgo. Y al parecer dije que yo quería ser eso. Como ves, estas “perversiones” se dejan ver muy pronto.

¿Es fácil decidir vivir de la literatura en un momento en el que la industria del libro pasa por un momento aparentemente tan difícil, cuando según los más pesimistas la gente cada día lee menos y cuando un gran porcentaje del mundo (sobre todo los países civilizados) atraviesan crisis económicas? ¿Queda aún espacio para la literatura en el mundo actual?

Nunca en la Historia ha sido fácil dedicarse a una profesión artística. Ni a la literatura ni a ninguna otra. Obviamente, en los periodos de crisis, mucho menos, pero dudo que hacerlo en el Medievo o durante la Segunda Guerra Mundial fuera más fácil que ahora. ¿Queda espacio? Por supuesto. ¿Es fácil? No. Es muy muy difícil. Sobre todo porque son profesiones donde no hay un término medio. No puedes vivir de ello a no ser que consigas establecerte de una forma muy sólida. Los escritores, desde siempre, hemos tenido que compaginar nuestras obras con otros trabajos “alimenticios” hasta poder dar el gran salto. Pero una cosa es cierta, a partir de un punto, todo lo que no le des, la literatura se lo cobra. No se trata de que no hagas nada más. De hecho, en ocasiones, quieres involucrarte en otros proyectos paralelos para tener otras experiencias, para trabajar en equipo, por curiosidad, por el motivo que sea,  y son experiencias muy ricas que acaban volcándose de alguna manera en lo que escribes. Lo que sí es cierto es que, en una carrera como escritor, escribir debe ser tu prioridad. Si no es así, es complicado salir adelante.

Y hablando de crisis, sin duda España ha sido uno de los países que peor la ha pasado en los últimos años en términos económicos. ¿Ha afectado la crisis a la literatura?

Mucho. Pero ha afectado a todo. Y considerando que ésta está siendo una crisis que se ha cebado con la clase media (la masa lectora por excelencia), es evidente que a la cultura le ha hecho mucho daño. Luego podríamos entrar en otro tipo de debates: en periodos de crisis, dependiendo de la sensibilidad y de los objetivos o prioridades de tus políticos, se descuidan o se destruyen unos tejidos u otros. Desgraciadamente esta crisis ha servido para que nos demos cuenta de la poca sensibilidad y sobre todo de la escasa formación cultural que tienen quienes nos gobiernan. Esto último es muy preocupante. Porque no van a cuidar algo que no valoran ni entienden. Es normal. La aplicación de impuestos que no son efectivos a la hora de recaudar y que sin embargo se mantienen o se suben aunque estén destruyendo a velocidades vertiginosas un tejido cultural que ha costado muchos años crear, así lo demuestra. En España hemos logrado tener un público con un muy buen nivel de lectura, que reclama géneros muy diversos, en teatro estaban llegando autores muy interesantes, hay una generación de dramaturgos muy bien valorados en toda Europa y en otros continentes, nuestro público se ha lanzado a ver incluso teatro en otros idiomas con sobretítulos, se han traducido y producido a autores de todos los continentes… En fin, que si ahora de pronto cortas ese flujo de opciones, ese público no encontrará lo que demanda y se irá conformando cada vez con un poco menos hasta desaparecer. La cultura es un sector que en España va a tardar mucho en recuperarse si no se la apoya nada. Ahora estamos en ese punto. Por otro lado, lo sorprendente es que al mismo tiempo hay un florecimiento increíble de proyectos culturales privados de bajo presupuesto, financiados por el propio público, o por los artistas que no se resignan, y que han decidido intentar llenar el vacío que deberían estar llenando desde el gobierno. Eso es esperanzador.

Dentro del marco del Hay Festival estuvieron otros dos escritores jóvenes de españa: Lara Moreno (autora de Por si se va la luz) y Víctor del Árbol (quién publicó Respirar por la herida en el 2013). Hay algo que comparten los tres y es que sus novelas no ocurren en la España contemporánea.  ¿Crees que es una casualidad?

Sí, creo que es una casualidad. Porque precisamente este años hay unas cuantas novedades muy interesantes de autores jóvenes que reflexionan, y muy lúcidamente, sobre lo que está pasando. En mi caso, este año lo he hecho pero desde el teatro, con mi última obra teatral publicada, El galgo, en la que dos parejas —una española y una alemana—, se enfrentan porque ambas quieren adoptar el mismo perro maltratado. A través de este diálogo muy delirante y por supuesto muy irónico, voy reflexionando sobre los temas más candentes de la crisis en Europa y sus consecuencias más humanas.

Con respecto a mi nueva novela La leyenda de la isla sin voz, aunque esté situada en la Nueva York del siglo XIX, he escogido ese marco con el fin de reflexionar sobre una época que tiene mucho que ver con la nuestra, porque es, para mí, el comienzo de la era del Capitalismo, que ahora parece estar en crisis: mi historia transcurre en los años de las grandes migraciones, el principio del Liberalismo que nos ha dado lo mejor y lo peor que tenemos: desde el Capitalismo, hasta la Declaración de los Derechos Humanos, el Sufragio Universal, la abolición de la esclavitud… pero sí, también nos trajo Wall Street.

Mi novela empieza con la primera crisis de Wall Street, que fue en 1837 y fue un crash especulativo muy parecido al de ahora, solo que afectó únicamente a Estados Unidos. Es decir, Wall Street nació en crisis. Y con ese paisaje, un grupo de personajes —huérfanos, locos, pobres, presos—, hacinados en la isla-presidio de Blackwell Island, frente a Manhattan, sueñan con la libertad y traman su pequeño plan para mejorar el mundo. Una forma de reflexionar sobre el presente desde el pasado. Para mí, de alguna manera, el s.XIX está terminando en el s.XXI, es decir, ahora. También, no lo oculto, he querido inyectar algo de luz en toda esta oscuridad. En el fondo se trata de una historia que cuenta cómo la  imaginación y el poder de las historias es lo único que puede salvarnos en un mundo que amenaza con romperse.

¿Crees que la literatura tiene la obligación de hablar de la sociedad en la que es producida?

Creo que la literatura no tiene más obligación que la de contar buenas historias. Que ya es mucho. Hay muchas formas de hacer literatura, una de ellas es ser un espejo de la sociedad, otra es servir de oasis, otra es la agitación política o simplemente la invitación a soñar, a anticiparse y crear universos que no existen. Creo que el ser humano siempre necesitará que alguien le cuente un cuento antes de dormir, y los que escribimos hemos querido aceptar la responsabilidad de ser quienes os cuenten ese cuento.

*Una versión de esta nota fue publicada en Hay Para Contar, el diario oficial del Hay Festival. Alejandro Gómez Dugand es periodista freelance y editor de esta revista. 

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