La democracia fallida

El 2016 es un año que la democracia quiere olvidar. Una mirada a tres casos en donde falacias y engaños lograron que el voto democrático y las mayorías dividieran al mundo en dos.

por

Alejandro Giraldo Gil


10.11.2016

Foto: Gage Skidmore @ Wikicommons

El 2016 puede ser considerado como el año más negro de la historia reciente en las democracias de Occidente. En general, un año vergonzoso para la humanidad. Una ola de masas de ultra derecha, con tintes fascistas, se tomó por primera vez desde 1933 las urnas del mundo, especialmente en tres casos: la salida del Reino Unido de la Unión Europea, el plebiscito por la paz en Colombia y las elecciones presidenciales en Estados Unidos.

Las tres tienen en común muchas cosas: la desinformación programada de las masas votantes, la subsecuente instigación del miedo al otro (a los LGBTI+, los musulmanes, los latinos, los inmigrantes ilegales) y sus consecuentes ismos (racismo, homofobia), líderes «democráticos» con actitudes despóticas (los ‘moguls’ y los caudillos), que además fueron fuertemente apoyados por un séquito político dudoso (Palin o la Cabal) que insistían en la defensa de la individualidad y su propiedad privada, robos a la nación, su decadencia inminente y su estado actual deplorable (todo esto sin fundamentos), y por ahí derecho, un sentimiento patriótico nacido de la necesidad innecesaria de «salvar la nación».

En el caso del Brexit y del plebiscito, cuando ambas campañas se vieron ganadoras, cundió el pánico entre sus líderes políticos por una falta de táctica a seguir. Pero, quizá el punto en común más diciente y preocupante es la masa electoral que los apoya: una masa que creíamos incapaz, limitada, escondida y en vía de extinción. Una masa que se vio justificada y redimida en su prejuicio, su miedo, su conservadurismo desinformado y extremo.

Una masa que representó poco más del 50 % del cuerpo electoral total en todos los tres casos, que se opuso a la pluralidad de la humanidad, se opuso orgullosa y feliz a compartir su mesa con los otros

Los paralelismos

Vamos por partes. Sé que algunos allegados míos entrarían en conflicto de ver comparado su voto por el No en el plebiscito colombiano con el Brexit o, más aún, con el resultado electoral de Estados Unidos. Puede que les parezca salido de casillas, comparar peras y manzanas. Y a ellos les respondo: todo lo contrario, mis queridos, es lo mismo.

Comencemos por las campañas de desinformación. El Brexit se dio gracias a dos puntos clave (y si me equivoco, que me corrijan por favor): las 350 millones de libras esterlinas que perdía el Reino Unido a la semana por pertenecer a la Unión Europea y la inminente crisis de empleo generada por la exagerada masa de inmigrantes, supuestamente ilegales, que entraban al país. La primera mentira se les vino encima horas después de revelados los resultados: era falso que el Reino Unido estuviera a punto del colapso por 350 millones de libras a la semana como quedó claro aquí y aquí. La inminente crisis económica no había sido más que una falacia para conseguir votos, para convencer a las masas más ignorantes que su dinero se desperdiciaba en una coalición política decadente. Pero era eso: una falacia.

Luego se revelaron estadísticas sobre las masas migrantes al Reino Unido, cuya gran mayoría resultó ser proveniente de la mismísima Unión Europea y no musulmanes como el pópulo comenzó a creer. Luego, resultó que además existía la sospecha de que se hubieran alterado las estadísticas de migración justo antes del voto. Al final de la campaña, una vez las urnas se cerraron y el conteo sucedió, los líderes políticos del Brexit insistieron en que todas sus afirmaciones habían sido exageradas por los medios; ellos no habían dicho esas cosas, nada era verdad. Pero lo más curioso: se hicieron los locos, aún cuando pasearon la isla entera en un bus rojo pintado con su mentira más grande: 350 millones de libras a la semana. En resumidas cuentas, todo fue una mentira, en la que la masa votante cayó rendonda. Para colmo de males, la búsqueda en Google más común después del Brexit en el Reino Unido fue, precisamente «what is the European Union/EU«, o sea «qué es la Unión Europea».

En el caso del plebiscito, la situación no es muy disímil: años y años de campaña tuvieron a muchos creyendo que se les iba a suspender su pensión, que sus impuestos iban a pagar salarios de $ 1’800.000 a los guerrilleros, que no iba a haber cárcel ni castigo para los criminales, y que, en una última y sucia jugada, los gays iban a instaurar una dictadura promiscua que tenía por objetivo adoctrinar a todos para que se convirtieran en homosexuales.

Por ahí derecho, abusando de la ignorancia histórica y política del pópulo groso promedio, que Colombia iba directo a volverse una Venezuela comunista y castrochavista. Todo, una gran mentira. Días después de los resultados de esa balota, dos líderes de la campaña contra el acuerdo de paz hicieron pública la desinformación programada y la agenda política que existía detrás de esa oposición. Primero fue Vélez Uribe, en el diario sobre economía y finanzas La República que afirmó que la campaña del No había sido la más barata y efectiva de la historia política reciente del país, puesto que se basó en chismes de corredor que tenían como objetivo desinformar a la masa votante promedio. A esto, curiosamente, siguió la cólera del caudillo local por revelar secretos de partido y hacerle daño a su campaña y buen nombre y la subsecuente renuncia de Vélez Uribe a su partido político, y una ratificación barata y que pretendía maquillar sus afirmaciones anteriores.

Igual que con el Brexit, la mentira se destapa y sus líderes hacen de cuenta que todo está bien, y que no hay nada por lo cual preocuparse. Incluso, otra coincidencia, es que ambos casos no previeron sus victorias y tuvieron que improvisar cuando el escenario fue suyo: ni en el Reino Unido ni en Colombia.

Días después siguió la declaración de quien fuera un perrito faldero de Uribe Vélez, Francisco Santos, que afirmó que intramuros de su partido existía gente que no quería que se firmara la paz en Colombia.

¿Cuál es la mentira en el caso de Trump? Como bien afirma el Huffington Post en una nota editorial al final de todos y cada uno de los artículos que han cubierto la campaña electoral de Estados Unidos, a Trump se le conoce por mentir indiscriminadamente sobre asuntos locales, regionales e internacionales, así como hacer comentarios misóginos, homofóbicos, racistas y xenofóbicos. Pero podemos nombrar algunas: el dólar está por el piso (una mentira fácil de contradecir para cualquiera de nosotros que en los últimos años del gobierno de Obama compramos dólares a $3200 pesos oro), Irán tiene armas nucleares, China está conspirando contra los Estados Unidos, la tasa de desempleo nunca había sido tan grande, Egipto se vendió al islam extremista, todos los latinos son ladrones y violadores, todos los musulmanes son terroristas extremos, los impuestos están acabando con la nación, y así. Aquí algunos links con más mentiras desinformadoras.

El terror

En las tres existe además, entre sus mentiras, la necesidad de aterrorizar al votante promedio normativo y volcarlo contra una minoría: la comunidad LGBTI+, los musulmanes, los inmigrantes, los negros, las mujeres, los campesinos, los indígenas, el otro diferente que no es como yo. BuzzFeed News publicó hace unos meses la reacción comparada entre los asistentes a un rally de Trump y uno de Bernie Sanders, cuando un hombre negro africano inmigrante se ofrecía a dar abrazos gratis. En el rally de Trump, este hombre negro inmigrante recibió comentarios horrendos, desconfianza por parte de los asistentes y rechazo. En un ejercicio similar, dos hermanas musulmanas ofrecieron abrazos gratis en otro rally de Trump, con resultados similares.

En el caso del plebiscito colombiano, dos fuerzas ultraconservadoras se unieron, dentro de la misma línea desinformadora, para hacerle creer a su masa votante que en el acuerdo firmado existía una latente ideología de género, impulsada por el mal, que pretendía hacer que todos los niños del país se volvieran monstruosos homosexuales. Esto agrandó en la masa votante el fuerte sentimiento de rechazo por el gobierno que ya existía gracias a la oposición, y desinformó aún más sobre los contenidos del acuerdo. En lugar de entender un enfoque de reparación de género, porque las mujeres han vivido la violencia del conflicto de formas especiales, se creyó que todo era una conspiración marica. La campaña hizo énfasis en el odio latente contra el guerrillero, en lugar de velar por la reparación de las víctimas y la reconciliación entre violentados y violentadores, que además existen en ambos bandos: el Estado y la Fuerza Rebelde. Esto, igual que en la campaña de Trump, permitió un espacio cómodo en que la gente pudo expresar sus prejuicios abiertamente: los negros están bien, pero los blancos son mejores, los gays están bien, siempre y cuando se queden en sus esquinas y no interfieran con nuestras vidas. Los inmigrantes están bien, siempre y cuando no migren. Las creencias distintas a Cristo están bien, siempre y cuando se mantengan lejos de nuestras iglesias y admitan que son inferiores y se van a condenar, los guerrilleros están bien, siempre y cuando se queden quietos pudríendose por toda la eternidad en una cárcel. Incluso, en el caso de Trump, y mal que bien en el caso colombiano, las mujeres están bien, siempre y cuando se queden en su sitio y se dejen manosear, golpear y violar por sus dueños los hombres.

Los bien llamados moguls en inglés, o la pelele traducción «magnate», que mejor quedaría entendida como «caudillo», utilizaron, además, el populismo y su mal ganado cariño popular para hacer que la gente, por más engañada que estuviera, y por más que se les demostrara lo engañada que estaba, siguiera creyendo en ellos. Donald Trump, Boris Johnson y Alvaro Uribe Vélez comparten las mismas características del caudillo. Los tres dicen exactamente lo que su masa votante conservadora y prejuiciosa quiere oír: que los no-blancos están mal, que los migrantes están mal, que los guerrilleros están mal, los homosexuales (y todo el resto de las siglas LGBTI+) están mal, que la nación está en crisis, que nunca ha estado peor, que hay que salvarla de las garras de la oposición que la tiene así, y que el camino a la luz está a través de ellos y sus campañas. Los tres, además, se han comportado como si nada. Han disipado toda acusación de mentira con cinismo, sin darles importancia, callando a los suyos cuando hablan de más. Los tres siguen liderando a sus masas, alimentándose de la credulidad ciega y casi religiosa de sus feligreses.

La democracia fallida

Aquí, pues, la perla de la corona: las masas votantes que están detrás, soportando (de soporte, de columna, de apoyo estructural) toda la amalgama de esta suerte de neo-fascismo ultraconservador. Todas estas masas que, aún cuando por todas partes, todos los medios habidos hicieron públicas no sólo las falacias de las campañas sino los riesgos y los grandes daños a las naciones y sus sociedades que apoyar dichas campañas acarrearía, igual votaron por las campañas y sus caudillos. Esas masas que a varios nos dejan el sinsabor del fracaso de la democracia occidental contemporánea.

Y entendamos la masa electoral: la masa es, en el juego democrático actual, la cuña que juega el doble papel de habilitador y habilitado. Habilitador, en tanto que es la palanca decisiva frente a las tuercas que moverán (y su cómo) el gran aparato estatal. Habilitado en tanto que son esas mismas tuercas, que mueven el aparato estatal en el que la masa funciona, las que permiten que ciertos apartes de dicha masa se sientan validadas en impulsar sus formas de vida particulares y sus preferencias frente a la composición de la máquina a la que pertenecen. Y así, se les permite sacar otros apartes, otras tuercas que estorban porque incomodan por ser diferentes.

Y ese aparte de la masa electoral general, la que se incomoda cuando entra un negro a la habitación, cuando ve un pobre andrajoso, dos gays cogidos de la mano dándose un pico, una mujer cubierta con su burkha negra, un personaje con un color de piel dos o tres tonos más oscura que la que gusta. Esa masa que se incomoda cuando le dicen que tiene que compartir su plato con ellos, esa es la masa que, en todas partes del mundo, y en estos tres casos, salió a hablar. Esa fue la masa que eligió salirse de la Unión Europea, que decidió oponerse al Acuerdo de paz en Colombia, que eligió a Trump. La masa que no quiere mezclarse con el otro y que vio justificada su incomodidad, la vio transformada en miedo y se permitió temer. La masa, además, que le corre a la ciencia, a las academias, al conocimiento humanista, a la intelectualidad, a la información verdadera por creerle religiosamente en lo que su caudillo les dice. Una masa que reemplaza la sensatez del conocimiento cuestionador, de la multiplicidad de fuentes, y de orígenes por la verdad única y axiomática de la voz de su caudillo preferido. Es la masa que todos creímos que se iba extinguiendo, una masa cuyo pensamiento creímos que estaba desapareciendo, porque la democracia misma, en su discurso de pluralidad, los estaba aniquilando. Porque el gran proyecto democrático le daba voz a todos, a todos, a todos. Y no, ahí estaban, conservándose en sus prejuicios y sus miedos, silenciados por ese resto de los todos a los que seguían perteneciendo. Una masa que representó poco más del 50 % del cuerpo electoral total en todos los tres casos, que se opuso a la pluralidad de la humanidad, se opuso orgullosa y feliz a compartir su mesa con los otros.

Es la masa que hoy conforma la mitad del cuerpo electoral del mundo. Una masa que se opone a la pluralidad y que quiere tener miedo, para extinguir de su vecindario la diferencia. Es la masa que me asusta: me dice que yo, hombre latino, homosexual declarado, liberal gauche caviar, ateo-budista, artista y literato, humanista escritor, librepensador académico, diferente, diferente, diferentísimo de esa masa ultraconservadora y violenta, no soy un ente válido en la sociedad que esta fallida democracia del 2016 nos presenta. Es la masa que invalida lo nuevo, lo plural, lo cambiante, lo distinto; lo silencia por miedo.

Y ahora, todos los días yo y la gente que quiero camina las calles entre esa masa cuyo 51 % quiere que dejemos de existir; que no estemos en la misma mesa, comiendo la misma comida. Y es una masa que hoy se siente con la validez y la autoridad moral para deshacernos como personas naturales: deshacer nuestros derechos, deshacer nuestra autoridad, deshacer nuestra integridad. Y, aunque admito que me paso un poco en lo dramático, no, no exagero. Como me dice una amiga mía, Mariana, somos la misma sociedad de principios del siglo XX, pero más grande y más armada, e igual de miedosa y prejuiciosa.

 

* Alejandro Giraldo es literato y artista plástico.

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