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Ingeniería social: ¿Obligación o alternativa?

Luisa Fernanda Payán sabe que la ingeniería rompe paradigmas, los cuestiona, los reta y los crea. Qué piensa, también, en los demás y trabaja por ellos. Que hace parte de la sociedad y se esfuerza por hacerla cada vez mejor. Sabe que es un medio para enseñar, para aprender y para innovar. Luisa es una ingeniera sin fronteras.

por

Luisa Fernanda Payán


10.04.2017

Aun no recuerdo cómo se instauró en mi cabeza el concepto, pero desde la primera vez que lo escuché ya no pude dejarlo ir. Me lo repetía día y noche, como si fuera una revelación, la llave de la puerta de un mundo por explorar: el mundo de la Ingeniería social. Me obsesioné con la idea, maravillosa, de pensar en una ingeniería centrada en las personas; daba un giro completo a todo este sinsentido de formarse como ingeniero en un mundo pensado alrededor de la acumulación de riqueza y ciertas expectativas sobre la felicidad. Fue solo unos meses más tarde, en el 2014, cuando tuve la fortuna de llegar a Ingenieros Sin Fronteras Colombia (ISFCOL), en un esfuerzo por demostrarme que mi misión en este mundo trascendía de “maximizar las ganancias del inversionista”. Ya había superado mi etapa de “me quiero cambiar de carrera” (total, faltaba poco para que pudiera graduarme y ya había logrado sortear todos los impases de unos cursos de cálculo que siempre me resultaron difíciles de digerir); pero no la zozobra de estudiar algo que, sentía en ese momento, no me permitía proyectarme como persona.

Conforme he ido creciendo personal, académica y laboralmente, esta fascinación por la ingeniería social ha mutado en una profunda inconformidad. Ya no puedo emocionarme sobre la existencia de una ingeniería enfocada en el humano, sin indignarme por todo ese otro lado de la ingeniería, que niega su esencia social. No solo se trata sobre la importancia de romper paradigmas, sino de cuestionarlos, de retarlos, de tratar de transformarlos. ¿Acaso la esencia misma de la ingeniería no es diseñar soluciones para los problemas que afectan a las personas? ¿Por qué entonces nos resulta tan difícil pensar en ellas? Para mí, la gran ironía consiste en que sea necesario crear una vertiente de la ingeniería que se enfoque en generar soluciones para problemáticas sociales cuando esa, y no otra, debería ser en parte la razón misma de la ingeniería. En un mundo con más de 896 millones de personas en situación de pobreza extrema, ¿qué problemas podrían ser más apremiantes?

Los ingenieros tendemos a desconocer o ignorar que nuestra labor no es neutral y que los artefactos que diseñamos pueden ser, entre otras cosas, medios de (in)justicia social, que serán utilizados por personas. Por ejemplo, las cuatro veces que he sido asistente docente del curso de ISFCOL, a pesar de que le he dicho reiterativamente a mis estudiantes que el deber ser es “diseñar con y para la comunidad”, la lucha constante es porque aterricen esa idea y la lleven a cabo. No los culpo; ellos son el reflejo del problema: enseñamos a nuestros estudiantes a ser grandes diseñadores, a tomar decisiones óptimas, pero ¿cuándo les hemos hablado sobre la importancia del usuario? ¿Les hemos explicado que no basta con que su modelo sea el más eficiente, sino que debe ser adecuado? El problema está en que nos hemos concentrado en formar ingenieros que respondan a las necesidades del mercado y no a las del mundo.

En plena “era de la información”, con el boom de la educación virtual, cada vez se cuestiona más el papel de la academia y la necesidad de estos espacios de aprendizaje. Sin embargo, una y otra vez se ha demostrado que la educación presencial ofrece algo que la virtual nunca podrá: la posibilidad de un diálogo cara a cara de los estudiantes entre sí y con los profesores. Los estudiantes no necesitan ir a las universidades a aprender cómo resolver problemas de física o cálculo ni para aprender las heurísticas que pueden utilizar para optimizar x o y recurso, para eso está “Julio profe” y un millar de herramientas disponibles en internet. Lo que los estudiantes necesitan es desarrollar un pensamiento crítico, las habilidades blandas para poder trabajar en equipos multidisciplinarios y un gusto por aprender y por investigar. Allí es dónde falla el sistema, estudiantes y docentes.

Así que la invitación es para todos, para que aprendamos a aprovechar estos espacios. Para que los docentes sepamos guiar a nuestros estudiantes por el camino del autoconocimiento, para que tengan criterio para decidir, para que sean críticos, para que sepan valorar sus habilidades y el día de mañana las sepan utilizar. También para que los estudiantes sepan valorar lo que aprenden, para que sepan argumentar y tomar decisiones informadas, para que se cuestionen por qué estudian lo que estudian y con qué fin.

¿Que si esto aumentará el número de ingenieros sociales? No, no lo creo. Pero a lo sumo nos permitirá tener más ingenieros humanizados, ingenieros que entiendan el poder transformador que tienen y sepan emplearlo. Ingenieros que, el día de mañana, cuando tomen una decisión que maximice las ganancias del inversionista estén en la capacidad de dimensionar los efectos sociales y ambientales de la misma.

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Luisa Fernanda Payán


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