El único mecanismo para proteger su disputado territorio es fortaleciendo su identidad, afro, colectiva y propia. Mis pelaos están en esa búsqueda, la de una identidad extraviada entre la inevitable influencia turista y privada en esta paradisiaca isla que es suya.
Líderes de los concejos comunitarios de Barú, Islas del Rosario, y Palenque identificaron que la única manera para proteger su territorio, su historia y su cultura era fortaleciendo la identidad de su gente. Y que este fortalecimiento debía empezar con las nuevas generaciones. Así, montaron un taller para los jóvenes de las tres comunidades.
En el colegio de Barú escogieron para este taller a décimo grado, mi dirección de curso.
Cada docente, además de las asignaturas que debemos dictar y los, en promedio, trescientos cincuenta estudiantes que debemos atender, se nos asigna una dirección de grupo. Es un curso con el que llevamos un proceso de aprendizaje y disciplinal más cercano. Con quienes nos saludamos al empezar la jornada escolar y estamos con ellos los últimos 15 minutos.
El curso más grande el colegio, de cincuenta y ocho estudiantes, décimo grado, es el mío. Al empezar el año decidí que mi objetivo con ellos sería fomentar el trabajo en equipo, el mutuo apoyo y su auto reconocimiento. Los llamé el Equipo 10. Ahora son ellos mismos quienes así se presentan.
Cuando llego el salón, y no están tan alborotados en el hacinamiento e insoportable calor de su salón de un sólo abanico, los saludo diciendo, -gritando- “el Equipo 10” y ellos responden “se pone la 10”. Acertada coincidencia que sería este el curso escogido para el taller de identidad y comunidad.
El taller se dividía en tres sesiones.
La primera fue en la biblioteca del colegio. Llegaron cuatro talleristas: un palenquero, Gandi, una de las islas, Eika, y dos cartageneros que no recuerdo sus nombres. Guiaron el taller a reflexiones sobre quiénes son, qué significa ser afro, qué es reivindicación, qué es una consulta previa, qué es una acción positiva, qué es la Ley 70, porque debe importarles. Cuáles son los derechos de las comunidades afros, qué es de los baruleros y qué dejó de serlo y porqué. Qué implican los hoteles en el territorio, qué es proteger su territorio y qué es una lucha social… y a mí se salía la abogada constitucionalista que me considero por los poros y un deseo efervescente de liderar yo un taller que no era mío, por lo que me tuve que contener, callar, y escuchar.
De ahí salieron con peguntas cómo ¿por qué nuestro territorio ya no es nuestro? ¿Porqué ahora somos los que le sirven a quienes no son los dueños de nuestro territorio? ¿Por qué cuidamos, limpiamos, cocinamos las casas de otros dueños en tierra que era nuestra?
El jueves programado para ir a Isla Grande, a la segunda jornada del taller, a quienes estaban organizándolo se les olvidó, solamente, programar lancha para llevarnos. Nos dejaron a mi, y a mis 50 estudiantes, esperando en el muelle a las siete de la mañana. “Seño, nos dejaron vestidas y alborotáas” me reclamaba María José furiosa. Me tocó a mí recibir las madreadas de estos pelaos ilusionados con ir y les prometí que la siguiente semana sí iríamos. Llegó el miércoles siguiente y nos cancelaron, esta vez una hora antes, gracias, pues había mareta* y era peligroso ir. Así funciona todo en las islas, o no funciona, más bien.
En el tercer intento, tres semanas más tarde de lo programado, logramos llegar 52 estudiantes del equipo 10, otra seño y yo a Isla Grande, donde nos recibió Eika, joven líder de la comunidad Orika en un kiosko. Nos contó – tanto a ellos como a mi pues asumí con mucho juicio mi rol de estudiante en estos talleres- todo el proceso de titulación de la tierra de la comunidad Orika de Isla Grande.
Resulta que el Estado, a través de INCODER había declarado el territorio de Isla Grande, donde habitaba ancestralmente la comunidad afro Orika, como tierra baldía, es decir tierra solo propiedad del Estado. Incluso, contemplaba el contrato de arrendamiento para los “ocupantes” de esos terrenos como “único mecanismo para que los miembros de la comunidad puedan permanecer en las islas” (Corte Constitucional Sentencia T -680 del 2012).
Después de años de lucha contra el Estado en la que la comunidad estaba en injusta desventaja por su desconocimiento de sus derechos y de la ley, un impulso invaluable de DeJusticia con una acción de tutela logró, sólo hasta el 2015, su titulación colectiva. Y con ésta su reconocimiento como comunidad afro, dueña y nativa de su territorio y de los derechos que ello implica.
Conocimos sus propios eco hoteles, que han logrado montar con asesoría de afuera, su esfuerzo por no vender su tierra, por apropiarse de ella, por cuidarla. Demasiados años fueron víctimas de ofertas atractivas del “blanquerío” que en realidad siempre fueron irrisorias perdiendo así dominio de su territorio. Tarde se percataron que su tierra ya no era de ellos sino de los «ricachones del blanquerío» con casonas privadas y hoteles, limitando el acceso a sus propias playas y condenándolos a servirles.
El recorrido por la isla terminó con un chapuzón y un empujón de mis pelaos al mar. “Seño, pero y nos preguntas y eso para proyectos pero y qué pasa con lo que decimos?» me preguntó Tommy. “Debe ser tenido en cuenta”, le dije, pero me pregunté yo lo mismo… “Pero, igual eso no pasa ná, igual hace lo que se les dá la gana». Hablaron, por ejemplo, del «Peso», el al Hotel Las Islas, de Jeanclaud Bessudo. «Seño eso allá uno ya no puede ir a coger mango como antes.» dijo Aleida. Aunque sí hubo una consulta previa para ese proyecto, no supe qué responderle.
La tercera salida fue a San Basilio de Palenque, a cuarenta minutos de Cartagena. Un pueblo sin pavimentar, caliente, árido, y cuya vía de acceso y acueducto solo desde el 2015.
«Menino até Palenque, kombileza mi, kumo boatá?”, nos recibieron en su lengua palenquero los dos guías con sus batas s y gorros de diseños africanos. Palenque tiene una historia fascinante. Hace más de doscientos años que esclavos cimarrones, entre ellos Benko Biohó, escaparon de las ciudades- como Cartagena- en busca de libertad. Se asentaron como comunidades fortificadas –o palenques- por toda la región Caribe. Este pueblo es el único que hoy así continúa. Es el primero libre de América, hablan su propio idioma y se refieren los unos a los otros como “familia”.
“Este es un rincón de África fuera de África” dice Nuno Bambelé, uno de los guías. “Somos africanos antes que colombianos”. Tanto que cuando mueren celebran que ese espíritu volverá libre a África. Cuando nacen, hacen un ritual de sollozos y llantos, pues, aunque esa no sea ya la realidad, nació un esclavo más en esta tierra ajena.
El colegio de Palenque es pionero en la etnoeducación que ha intentado fuertemente impulsar el Ministerio de Educación, no con tanto éxito, para fortalecer la cultura y la diversidad de nuestro país plurinacional. Los salones están decorados con pinturas de afros y frases de identidad, de resistencia, de libertad. “Y ustedes de dónde vienen?” nos preguntan los estudiantes palenqueros al entrar al patio del colegio, “De la isla Barú” dijo Aleida, “¿y ahí también tocan tambores?” nos preguntaron, reafirmando el común color de piel. Claro que los tocan.
En su plaza central hay una iglesia, “pero acá nadie es enverdá católico, ni nadien entra ahí a rezá, eso está ahí porqué nos la pusieron y ajá se ve bonita y cuando queremos que llueva sacamos a esos santos de ahí pá que llamen al agua”, nos contaba Nuno, “nosotros creemos en nuestros dioses africanos, pero ni sabemos bien cuál es el nombre de nuestra religión”. Fue tal la persecución pagana y la imposición católica que aún están reconstruyendo sus creencias, que son hoy más un sincretismo que cualquier otra cosa. Sincretismo que también vive Barú, pero del cuál su comunidad no es tan co
nsciente aún.
Palenque es la cuna Kid Pambelé, el más grande campeón de boxeo de Colombia. También de la cocada, del Bullerengue, del Son Planquero, del Mapalé, y de tantas otras cosas tan invaluables que la UNESCO se lo pilló y, en el 2005, lo declaró como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Esa declaración le ha inyectado recursos importantes a Palenque. Recursos que se ven en su Casa de la Cultura que impulsó la saliente Ministra de Cultura Mariana Garcés que tiene un estudio super wow de grabación audiovisual del cual están orgullosísimos. Ahí vimos el Bullerengue cantao y bailao por tres peladas palenqueras con faldas rosadas, al son de los tambores tocados por otros tres pelados. Y los míos hipnotizados con un ritmo que también es de ellos.
Hay esfuerzo notable por cuidar lo suyo, que se ve en los grafitis que decoran las casas con mensajes de identidad, de africandad, escritos en su propia lengua.
Tienen un grupo de rap palanquero, Kombileza Mi (mis amigos), bacanísimo, cuya sede es una casa de piso de barro con paredes tapizadas en de todos sus visitantes. En Agosto celebran su festival de tambores de que, dicen, es insuperable. Realmente hablar de Palenque amerita una crónica o dos, y una extensa visita.
Estos tres talleres tocaron profundamente a mi Equipo 10 y a mi. De nuevo en Barú les guié a un ejercicio de reflexión, ¿qué aprendimos en estas salidas? ¿Qué de eso podríamos aplicar a Barú?
Escribieron cosas como “Palenque es un pueblo que no vende su territorio” y “En la Islas aprendimos que nosotros al igual que ellos podemos crear nuestros mismos proyectos, así como ellos tienen sus propios hoteles” -. Aun hablan de las salidas y hacen referencia a esos cuestionamientos que surgen cada tanto tiempo en ellos. “Seño a nosotros nos falta ser más orgullosos de nuestra historia e identidad negra. No vendernos así al turista,” me dijo un día Aleida.
El último viernes de mayo, mes de la afrocolombianidad, el colegio decidió celebrar con un evento en la Bonga, el árbol más viejo de Barú, donde hay un parquecito. Todos los cursos, de preescolar a once, debían representar una ciudad Caribe afro, su comida y hacer una presentación del baile típico. Cada directorde grupo se rebuscó entre las madres de familia y material reciclado cómo hacer sus mesas con comida, los vestuarios, y pintar las llamativas pancartas. Practicaron con sus pelados por las noches en el colegio los bailes típicos respectivos para presentarse frente a la comunidad.
A décimo nos tocó, coincidencialmente,representar a San Basilio de Palenque, y bailamos con mis peladas el Bullerengue con faldas que nos íbamos prestando entre todos los cursos mientras iban pasando las presentaciones. Organizamos nuestra mesa con una cartelera en la que pinté un Benko Biohó, algunas frases que aprendimos en lengua palenquera y expusimos una bandeja de cocadas y caballitos que habíamos comprado en Palenque.
Ningún curso representó Barú.
La carretera que nos conectará con Cartagena está en construcción, así como su identidad perdida entre tanto yate y casa privada. Ojalá la segunda sea más rápida que la primera, que, según el contrato, estará lista para febrero 2019.