Antes de ser nombrada la segunda directora en un siglo de Vanguardia, el diario más importante del oriente colombiano, Diana Saray Giraldo había transitado todas las facetas en la redacción: fue reportera, periodista de investigación, directora de la Unidad Investigativa —fundada por la legendaria Silvia Galvis—, editora y subdirectora.
Con su llegada a la dirección en enero de 2018, el grupo Galvis, propietario del conglomerado de medios que integran el Q’hubo, El Universal de Cartagena y la agencia Colprensa, entre otros, le confió por primera vez el rumbo del diario a una persona que no pertenecía a la familia. Los rigores del oficio, sin embargo, le llegaron desde mucho antes: sorteó denuncias penales por sus investigaciones, acosos judiciales y recriminaciones de exmandatarios como Luis Francisco Bohórquez, exalcalde de Bucaramanga investigado por el escándalo de Manantial de Amor que reveló Vanguardia, y amenazas que la obligaron a contar con un esquema de la Unidad Nacional de Protección. En medio de todo, lideró durante años la lista de columnistas más leídos de la región y dirigió la transformación digital y física del periódico, que recientemente empezó a imprimirse en formato tabloide.
La directora de Vanguardia conversa sobre los retos del ejercicio periodístico en las regiones, especialmente en Santander, el departamento con más zonas de silencio del país según el estudio Cartografías de la información de la FLIP; también habla de las condiciones y escollos a las que se enfrentan las y los periodistas en el «Disneylandia del periodismo de investigación», como Daniel Coronell llamó al departamento por las numerosas denuncias de corrupción que pesan sobre sus nombres más poderosos.
Una charla sobre periodismo, libertad de expresión, retos y falencias.
A usted la han denunciado penalmente, han llamado a amenazarla y a diario recibe insultos y difamaciones en redes. Aunque Santander no es un departamento especialmente peligroso para la prensa, persisten retos en materia de agenda, por ejemplo, de alcance, de pluralidad y de investigación ¿Cómo evaluaría el estado de la libertad de prensa y del ejercicio periodístico en Santander?
Yo creo que es un gran reto hacer prensa, no sólo en Santander, sino en las regiones. La primera gran dificultad es económica. Hacer medios de comunicación sostenibles en las regiones es una proeza, porque además de los grandes retos de cualquier medio de comunicación en el mundo, en las regiones se suma que el poder económico muchas veces está de la mano del poder político y del poder empresarial. Y cuando la labor periodística toca estos poderes siempre se sanciona al medio con el retiro de recursos, de pauta, de patrocinios o de apoyos.
Hay otro gran reto y es el tema del acceso a la información. Todas las informaciones de las entidades oficiales dependen de las oficinas de prensa en Bogotá, de tal forma que cuando tú necesitas un dato, así estés parado en la oficina de la Fiscalía o estés en la Defensoría o en la Procuraduría, no hay entrega de información a los medios regionales si no viene con el visto bueno de Bogotá. Y cuando eres un medio regional, sencillamente la prensa nacional y las oficinas de prensa nacionales no te paran bolas. Esto lo he hablado con los colegas: si llama Vicky o si llama Julio o si llaman los jefes de prensa de las entidades les contestan inmediatamente. Si llama el periodista de Vanguardia, si llama el periodista de El Frente o el de El Nuevo Día o de El Universal, tenlo por seguro que no se entrega la información. Entonces termina tratándose de qué capacidad tienes tú como periodista de llegar a la fuente de la información, pero no se habla del deber de las entidades y de las oficinas de prensa de entregarla. Y esto termina, y es así hoy, en el chat de uno con el jefe de prensa: «porfa ayúdame, mira que este es importante para Santander». Todo termina en qué relación de cercanía o de amistad tienes tú con el jefe de prensa de la entidad pública, y eso es tremendamente difícil, porque sencillamente no tienes información.
Me ha pasado, por ejemplo, que queriendo entrevistar a personas en la cárcel, estando en la cárcel con la persona que quiere hablar, no llega el permiso del INPEC de Bogotá y no lo dejan hablar. ¡Y lo tengo al frente! «Y no, qué pena, pero es que sin el permiso del INPEC de Bogotá…». Entonces uno llama a Bogotá y no contestan en la extensión, no contestan al mail, la señora ya cambió de chat, de celular, o ese no es el número. Para mí ese es uno de los grandes obstáculos de hacer información en las regiones.
¿Y amenazas de seguridad? Las informaciones y circulaciones no salen de las ciudades más importantes, de Bucaramanga y su Área Metropolitana. Pero, ¿seguimos desconociendo cómo deben trabajar los periodistas en la provincia? ¿O pasamos por encima el hecho de que tienen riesgos de estabilidad o de seguridad?
Pero más que de seguridad, amenazas de muerte o amenazas violentas, son las presiones que recibes como periodista, porque son ciudades muy pequeñas. Bucaramanga, por ejemplo, es una ciudad muy pequeña, donde mis hijos estudian con los hijos del gobernador, el periodista se cruza en el restaurante con el político que está denunciando. Termina siendo un círculo demasiado cercano y demasiado pequeño.
Esto yo lo he dicho en muchos espacios: la protección del Estado al oficio del periodismo en las regiones es nula. Cuando se han hecho requerimientos de la Unidad Nacional de Protección, por ejemplo, lo que entregan es un chaleco antibalas o un celular, o máximo un hombre de seguridad, pero sin vehículo. Como me decía una vez un periodista: «¿Pero yo qué hago con el escolta? ¿Lo subo a la buseta conmigo? ¿Le pago la buseta?». Yo tuve un escolta en algún momento de la UNP y me tocaba llevarlo en mi carro y dejarlo donde le quedaba bien coger el bus o donde almorzaba. Termina siendo más un encarte que realmente una protección.
Según la FLIP, Santander es el departamento con más zonas en silencio: 63 de los 87 municipios. ¿Cómo maneja esa tensión entre cobertura, agenda y sostenibilidad en la región?
En el caso de Vanguardia el reto es el alcance. Tú no tienes la capacidad de tener periodistas en los pueblos como quisieras. Yo quisiera poder cubrir todo lo que pasa en los municipios, al menos en los más importantes, pero económicamente no tengo cómo sostenerlos. En Vanguardia definitivamente la dificultad es el acceso al cubrimiento del territorio. En otros medios el tema termina siendo de autocensura y de conveniencia porque hay temas en los que uno termina autocensurándose: narcotráfico, por ejemplo, y los vínculos de políticos con narcotraficantes. Yo sé que hay políticos que son narcotraficantes, pero no lo voy a publicar porque me van a matar, o no voy a exponer a un periodista a que vaya y publique para que a la salida lo maten. Uno mismo, o el medio mismo, termina autocensurándose por el miedo a las consecuencias de esa información.
¿Qué otro escollo para el oficio en la región mencionaría?
Para mí la implicación más grave en Santander es la pobreza en la que termina el periodismo. En Santander, y no lo digo con falsas modestias sino con realidades, muy pocos medios hacen periodismo de verdad, periodismo serio. El resto terminan disfrazados de medio, pero realmente son personas pagadas por los políticos, o son periodistas pagados por los políticos regionales para mantener un espacio. Esto ocurre muchísimo en el periodismo radial, sobre todo, donde ganan por pauta. Por ejemplo, ayer un periodista —me reservo el nombre— entrevistaba a Fredy Anaya, el contralor más polémico de todos, y lo aplaudía, lo felicitaba por su gestión, y la entrevista giró en por qué Vanguardia lo odiaba si él era tan bueno, si era tan generoso con la población. Claramente son periodistas fletados, son periodistas que no están ahí haciendo su tarea sino agradando al político que los mantiene financiados.
Cuando yo llegué hace diez años a Santander, ese fue para mí el choque más grande: darme cuenta de que muchos de esos que en apariencia eran periodistas, o muchos de esos medios que en apariencia eran medios serios, no eran más que periodistas fletados por los políticos. Obviamente, tú tienes aquí Caracol Radio, tienes a Blu, La Silla Vacía, que sabes que hacen un periodismo serio, pero de resto la calidad del periodismo es muy pobre.
Aunque Vanguardia y otros medios como La Silla Vacía lideran la agenda y la opinión pública del departamento, y hay medios con corresponsales y otros de difusión, lo cierto es que en los últimos años hemos visto surgir plataformas, blogs y páginas que se presentan como medios, con periodistas propios y hasta anunciando investigaciones contra personajes de uno y otro bando político. ¿Cómo ve este reacomodo?
Yo me acuerdo, por ejemplo, que en la Gobernación pasada el plan de medios era Chicamocha News, y tú mirabas y en ese entonces era un blog creado un mes antes, sin ninguna visita. Si tú como administración realmente quisieras hacer una labor seria de comunicación, no habrías escogido jamás a ese blog, y muchas de las entidades públicas, o de los mandatarios más bien, lo que hacen es eso: pagar y financiar pequeños blogueros, twitteros que hacen mucha bulla pero que realmente no son medios de comunicación.
Yo quiero insistir mucho en eso: no son medios de comunicación, son espacios de promoción de políticos, de gobiernos que, bajo una falsa apariencia de medio de comunicación, y muchas veces por la ignorancia de la gente y la facilidad de creer todo lo que está en la web, se aprovechan para alimentar todas estas creencias. Esto no solo ocurre a nivel regional, también a nivel nacional: muchos se dicen ser medios, pero son plataformas de propaganda política.
Varios políticos de Bucaramanga y Santander, desde los Aguilar hasta los defensores de Rodolfo Hernández, la han intentado presionar, denunciar y hasta silenciar por sus investigaciones y artículos. Le he escuchado antes, sin embargo, que a veces le gana la desazón cuando comprueba que todos estos poderes locales y los hechos que denuncia quedan impunes y no logran atención ni de los grandes medios ni de las «ías».
Es muy triste ratificar algo que puedo decir sin temor a equivocarme, y es que hoy esas «ías» son, a nivel regional y local, parte de ese entramado de corrupción. Las personas que están allí no están de ninguna manera, y en ninguna circunstancia, para investigar ni mucho menos. Al contrario, están ahí para dar una falsa apariencia de investigación o de transparencia a las gestiones de los mandatarios, no para cerrar las investigaciones ni abrirlas.
En estos días, precisamente, Transparencia por Colombia sacó un listado de cuántos casos de corrupción ha denunciado la prensa. En el caso de Santander decía que entre 2016 y 2020 la prensa regional había denunciado 72 casos de corrupción. Si tú miras, ninguno de esos casos tiene sanción. Ninguno. Entonces me puse a la tarea de sacar una lista de cuántas denuncias ha publicado Vanguardia para conocer en qué estado están los procesos: ninguno tiene a alguien condenado y son 10 años de denuncias desde que yo estoy acá.
El último caso, que me aterró porque no pensé que el cinismo de las entidades de control fuera tanto, fueron dos denuncias grandes que hicimos en Vanguardia: Ferticol, la empresa de fertilizantes de Santander, y el Idesan, de cómo se habían robado los dineros con préstamos ficticios y cómo algunos de esos dineros se habían utilizado para comprar lotes de Ferticol. Pido la certificación del proceso en la Contraloría y me confirman que no hay ningún tipo de investigación ni proceso contra ninguno de los responsables. Y aunque no estoy tan segura me atrevo a decir que, por ejemplo, en el caso de Edwin Ballesteros, como el ente competente es la Fiscalía de acá, ni siquiera han abierto investigación contra él.
Estos entes de control son parte de esta maquinaria de corrupción que se montó desde el poder político en la región. Ya es tan descarado el tema que, por ejemplo, con lo que pasó ahorita con el tema del contralor, ya ni siquiera importa la denuncia de los medios ni la denuncia ciudadana. Como saben que no les va a pasar nada, porque saben que los entes de control están de su parte, pueden obrar sin ningún problema y pueden seguir adelante con todo lo que hacen.
Hoy me pregunto si realmente vale la pena hacer periodismo de denuncia en las regiones. Y no lo sé, porque tomas riesgos muy grandes en todo nivel, personal, económico, de tranquilidad, y al final no va a pasar nada. Pero en uno de esos momentos de desesperanza horrible en los que hablaba con Daniel Coronell, que ha sido mi maestro, yo le preguntaba cómo hace uno para seguir en esto cuando sabe que al final no pasa nada. Él me respondió que el periodista no publica para que pase algo, ni publica para que sancionen, ni publica para que haya justicia: publica para que la gente sepa, para cumplir con su deber de informar. Sí, estoy de acuerdo, pero muchas veces esa información implica unos riesgos personales muy altos que es difícil encontrar como una compensación.
¿Qué deben hacer los periodistas y los medios regionales ante estos desafíos que ha mencionado?
Creo que todos los periodistas, con las redes sociales, hemos abierto una puerta muy peligrosa: la puerta de la opinión y de la beligerancia. Si bien la libertad de opinión es un valor supremo, uno tiene que ser consciente de que hay opiniones que tienen mayor impacto que otras, y que cuando uno está al frente de un medio de comunicación debe ser consciente de que lo que diga tiene un impacto muchísimo mayor que lo que diría cualquier ciudadano.
Creo que a todos los periodistas nos falta esa conciencia para actuar con responsabilidad. A mí me angustia mucho cuando veo periodistas reconocidos diciendo cosas o peleando en redes con otros, absolutamente beligerantes, porque desde su dimensión humana tienen todo el derecho a hacerlo, ¿pero están siendo conscientes del impacto que están generando sus opiniones? Yo creo que esa conciencia no la tenemos en las salas de redacción.
Hay que volver a la esencia de que el periodista no es la noticia, porque por cuenta de esta visibilidad que dan las redes sociales muchas veces los periodistas creemos que la noticia somos nosotros, lo que decimos, lo que opinamos, lo que creemos, y el periodista jamás debería ser la noticia.
Yo en eso amo a Jorge Cardona, el exeditor de El Espectador, ¿cuándo lo ves a él visible, tuiteando? ¿Cuándo lo ves en un evento social? ¡Jamás! Ese debería se el verdadero rol del periodista. Hay muchos que están enredados en el cuento de que ellos son los importantes. Y no.
Fíjate en una cosa dramática, y lo digo yo siendo parte de eso: los columnistas de opinión son cada vez más periodistas. Quienes ocupan las páginas de opinión de los periódicos y las revistas no son ni científicos, ni literatos, ni educadores, ni académicos, cada vez son más periodistas. Para mí eso es una muestra gravísima de que estamos confundiendo de fondo el rol del periodismo. La profundidad de la información muchas veces es para ponerse a llorar, hay muchísima superficialidad, muchísima ligereza y muchísima arrogancia en el gremio. Los periodistas debemos dejar de ser arrogantes y bajar la cabeza.
Esta entrevista fue realizada para la clase de Libertad de Expresión y Ética de la Maestría en Periodismo de la Universidad de los Andes.