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‘Hay una banalización e hiperinflación de la categoría de víctima’: Helena Urán

Helena Urán Bidegain sabe que es víctima porque le mataron a su papá en el Palacio de Justicia. Sin embargo pelea contra esa categoría que, dice, se ha banalizado en los últimos años. Hablamos con ella.

por

Omar Rincón


26.08.2024

PROFESIÓN: SER VÍCTIMA

“Era la soledad y las pesadillas las que me obligaban a escuchar mis emociones más profundas. Aquellas que me hacían ver, aunque me resistiera, que la guerra jamás me dejaría en paz, que había trastocado mi identidad, mi procedencia o sentido de pertenencia, y que en mi vida ya nada sería “normal”, aunque ese fuera mi mayor deseo” (Mi vida y el palacio, p. 140)

No me puedo escapar de ser víctima porque no me puedo escapar de la historia. En Colombia hay 9 millones de víctimas. Y soy una de ellas. El haber tenido esa experiencia me permite tener un modo de mirar las cosas desde otra dimensión. Y como, además, trabajo en temas de no repetición y de memoria, entonces, siempre se me reduce a que estoy mirando desde mi lugar de víctima. Y ahí entro en esa lucha con la palabra víctima.

La caracterización de víctima en Colombia ha sido problemática, ya que pasamos de ser invisibilizadas a quedar encajonadas en la identidad única de víctimas.  Entiendo que es una figura necesaria para acceder a ciertos derechos y herramientas legales, pero el problema que veo con lo de la caracterización de víctimas es que se ha pasado, también, al paternalismo. Uno ve eventos en el que consideran necesario contar con una “víctima”, y eso parece ya un performance. Me genera tal irritabilidad el abuso de este rol porque veo que no permite a muchos salir de ahí. La opción es o no hablar de lo vivido y no reclamar o hacerlo y quedarse encasillado. Y eso no lo soporto. Y no se hace ni siquiera de manera calculada para hacer daño a la persona que reclama y reivindica, pero hay poca reflexión al respecto e incluso muchos creen que le ayudan a la víctima. 

En realidad, muchas veces que se busca a las víctimas, las buscan porque consideran que les legitima el evento y son presentadas como si su rol único fuera el de víctimas, casi como su profesión. (Se oye mucho la frase: ¡darle voz a la víctima! Y me pregunto: y quién se cree la persona que arrogantemente dice sentirse superior para darle voz al otro como si las víctimas no fueran en muchas ocasiones quienes han gestionado y conquistado espacios por si solas). 

La lucha por la reivindicación y reconocimiento de la violación de derechos humanos, trae nueva forma de violencia ya que termina reduciendo a la persona que tuvo esta experiencia solo a eso, y desconoce otros hechos que forman la identidad de esa persona como la formación académica, su pensamiento, sus reflexiones como algo válido y se lo encasilla en un asunto emocional. Por eso, lo que dice un experto es entendido como un aporte o argumento válido o científico, si es dicho por la misma persona que experimentó los hechos es entonces un asunto emocional y enunciado solo desde el dolor, así se le despoja de su capacidad como ciudadano, investigador, científico, pensador. Al menos, así lo percibo conmigo.

Yo me considero víctima porque obviamente nos violentaron como familia y hubo y sigue habiendo un atropello, contra nosotras y mi padre. No me puedo desentender de esa historia, porque esta es una historia muy viva. Soy víctima, pero no me muevo solo desde ese lugar. Yo me muevo desde el lugar que ocupo en la sociedad: mujer, politóloga, columnista, madre, etc… Así mismo, no puedo hablar por el resto de las víctimas porque como dije ya, aunque nos crean como una masa homogénea, no lo somos.

Pienso que hay que recordar que lo importante es que todo ciudadano se pronuncie porque la guerra y las violencias son algo que nos afecta a todos y de ahí parte el otro problema que veo de la caracterización de víctima: que reduce las violencias a un tema entre la víctima y el victimario y no del conjunto de la sociedad. Esa caracterización vista así, te ancla al pasado, al hecho que te pasó, te congela en un momento la historia. No comparto del todo esa forma en que se está manejando.

Otro asunto sobre el que he reflexionado es que creo que antes pocos se definían como víctimas porque podía resultar incluso degradante y no tenía ningún beneficio legal. Las personas con experiencias victimizantes no eran reconocidas, eran invisibilizadas, estigmatizadas y no eran atendidas. Hoy, en cambio, la situación de víctima dota de moralidad y autoridad y para muchos es cómodo.

La tal frase de “la dignidad de las víctimas” me resulta paternalista y no solo es paternalista sino absurda: Lo que tenemos en común es una experiencia en la vida de violencia, pero eso no nos otorga automáticamente más dignidad que a otros. Cada una sigue siendo diferente de la otra, cada una tramita y lidia con ese pasado en su presente y su futuro de diferente manera, algunas no hacen nada, otras no salen de ahí y mantienen mucha rabia, otras lo transforman, otras aprenden de ello para ayudar a otros. Luego, las víctimas no son una masa homogénea y con esa forma en que han sido caracterizadas, se las mete en el mismo saco, se les/nos atribuyen las mismas formas de pensar, el mismo comportamiento y las mismas habilidades y eso no es así. Es tan absurdo como decir que todos las personas afro saben bailar y cantar bien. Es una generalidad. Por eso en Estados Unidos, las críticas de los afros a la homogeneización social de parte de los no afros se conocen en los medios de comunicación bajo la afirmación: «Los negros no son un monolito». El término peyorativo «monolito», utilizado en un contexto sociológico, describe a un grupo homogéneo porque aunque se puede ser afro se sigue siendo un individuo. Yo lo veo en la misma línea en cuanto a la caracterización de víctima en Colombia.

Tampoco creo que las víctimas deban estar en el centro de todo y opinar de todo por el hecho de ser víctimas. Conocemos nuestras experiencias, pero no tenemos formación en todo para opinar de todo. Muchas veces las ponen en el centro es para legitimar actos, usarlas y generar aprobación.  

Pasa que se ha banalizado y generado una hiperinflación que todos somos víctimas. Ahora muchos poderosos se definen como víctimas por asuntos que no constituyen una violación de derechos humanos. Hasta los poderosos descubren que llamarse víctimas les da una supuesta superioridad moral ya que te pone por encima a otros en cuanto a derechos. 

LO SIMBÓLICO CUENTA

“Se impidió dejar huella alguna del dolor en la memoria colectiva, o en el espacio público… como borrándolo todo, no solo abandonados por el Estado sino también condenados al olvido” (Mi vida y el palacio, p. 93)

Contar, decir, pronunciarme es vital porque después de tanto tiempo que no teníamos esa opción del “decir”, de repente hay micrófonos, y hay que hacerlo. La opción del silencio no es ninguna opción. La idea de que se haga justicia depende de qué tipo de justicia estamos hablando. A la justicia de los tribunales le sigo la corriente, pero es más importante todo lo simbólico porque ahí sí apunta mucho más a la no repetición, llega al resto de la sociedad y la incluye en este tipo de relatos, en esta historia, hacia atrás y hacia adelante, además, con las nuevas generaciones. Hay que trascender al asunto de víctima y victimario. Mientras se siga viendo como un asunto entre dos y que los demás no tienen nada que ver, esto no tiene posibilidad.

En esto de lo simbólico se ha logrado que en el mismo edificio del Palacio de Justicia se creara un centro de memoria y documentación; que se le quiten las medallas al primer general de la República condenado por violar los derechos humanos (Arias Cabrales); un trámite para que las caballerizas del Cantón Norte, sitio ampliamente conocido por cientos y cientos de testimonios como uno de horror y tortura, se vuelva un sitio de memoria; se pregunte el rol dela casa del florero durante la masacre del Palacio de Justicia; o que haya orden judicial para que los archivos y cables de los Estados Unidos sean completamente desclasificados. 

Por eso es tan importante que este debate sobre la memoria esté acompañado por mucha más gente y no solamente las víctimas y nuestro dolor como algunos lo han querido ver. Y es que como las víctimas no tenemos ese mismo poder que el presidente, los políticos, las élites, los medios para imponer su versión, en lo simbólico podemos ganar la conversación colectiva. 

En lo simbólico hay que preguntarse el para qué y las identificaciones que genera la memoria. Por eso, no estoy de acuerdo con exaltar actos de guerra. Necesitamos la participación del pueblo porque los símbolos no vienen de arriba, o sea, la creación de los símbolos no es un presidente quien la define.

Colombia es una cultura militarista brutal. Y católica. Y de familia y patria. Y la sociedad lo ha aceptado así. Por eso, donde más éxito ha tenido la fuerza pública es en crear esa cultura militarista. Lo paradójico es que las élites de Colombia utilizan la Fuerza Pública, y ellos saben en el fondo que han estado siendo instrumentalizados, pero es la manera en que se han blindado mutuamente.

La cultura militarista no es solamente de la Fuerza Pública, sino también de todas las demás milicias. ¿Qué tal el lenguaje también de los demás grupos armados? Esto de la vacuna, la pesca milagrosa, retención por secuestro, los falsos positivos y demás eufemismos para esconder las masacres y los horrores que han cometido sin vergüenza alguna. Y hasta la gente utiliza ese lenguaje y símbolos militaristas en su vida cotidiana. Me llama la atención que saluden con el “Dios y Patria” siendo incluso civiles.

FUTUROS POSIBLES

 “Habíamos perdido la simplicidad de los gestos, el captar cada código, cada chiste o comentario” (Mi vida y el palacio, p. 134)

Hay que poner a conversar a la sociedad. Por eso, habría que pensar proyectos en términos de poner a converger la sociedad sobre nuestros símbolos, sobre nuestros dolores, horrores y posibles. Hay que mirar lo que pasó y hay que nombrarlo, pero ¿cómo hacerlo sin quedar estancado en eso? Ese es el desafío, hacerlo sin que se quede solamente en eso, anclado en ese pasado.

La conciencia de lo que pasó para la búsqueda de reivindicación y para imaginar lo que se va a hacer con eso hacia el futuro. ¿En qué lo voy a transformar? Qué voy a hacer con esta experiencia para que sirva para el resto de la sociedad, no para quedarme en mi idea. 

Pasar de qué pasó a qué hace cada cual con eso. No es una lucha por la victimización, por la memoria sino también por la palabra, por la no repetición. Y ahí lo primero que tenemos que hacer es mirar cuál es la responsabilidad de cada institución, colectivo, persona en la perpetuación del conflicto armado.

La idea es que todos sintamos que lo que pasó ahí, en el conflicto, nos concierne directamente. Y esto es porque esos hechos determinaron el desarrollo político, social, militar, de seguridad nuestras vidas. Y afecta a todos, incluso a los niños. Pero en Colombia todavía le tenemos pavor a aceptar algún error o algo que en ese momento se creyó correcto, pero ahora a posteriori pues sabemos que no fue lo correcto, como si eso fuese una debilidad. Aceptar nuestras debilidades, errores y acciones equivocadas nos hace más fuertes y más dignos. Y esto va para las universidades, los medios, los empresarios, los tribunales, las onegés, todos. 

No hacerlo desde arriba, sino desde abajo, con la gente. La idea es vincular al ciudadano en sus vidas cotidianas. Y esto es muy difícil porque aquí la gente está mirando cómo sobrevivir su día a día.

Que en todos estos temas de memoria y no repetición se incluya a los niños. Si a mí de niña me hubieran involucrado, me hubieran dado un libro que contara una historia en otras maneras, en el lenguaje infantil, me habría salvado, me habría cambiado todo el escenario. Acá los niños se los deja aparte de todo como si ellos no se dieran cuenta de lo que ocurre a su alrededor: las noticias, las conversaciones, el ambiente en general. Los niños tienen opiniones, tienen propuestas, ideas de lo que quieren y esperan.

Hay que incluir al narco como factor determinante en las violencias de Colombia. Pablo Escobar es objeto de tributo turístico, por ejemplo. ¿Este es el modelo de sociedad que se busca?

Hay que salir del maniqueísmo de que los asuntos de violencia es algo binario entre víctima y victimario y no concierne a toda la sociedad. Mientras esto no se entienda como algo que compromete a toda la sociedad no podremos hablar de no repetición. 

Falta mucho, pero estamos a años luz de lo que pasaba en los 80 y 90 del siglo pasado, donde  la gente no salía a marchar, que todo estaba asociado a la guerrilla. Los cambios son muy notorios, estamos en otra sociedad. Antes eran menos voces, las víctimas no tenían existencia. Ahora que ya se logró eso: tener voz y contar, hay que mirar es cómo hacer para ampliarlo al resto de la sociedad. La academia y los medios deben reflexionar sobre qué hicieron mal y que tienen que cambiar para procurar no repetir o al menos ser mejor. Hablar de las garantías de no repetición es una ilusión, nadie puede garantizar que no vaya a repetirse, pero si se puede asegurar que se fortalecerán ciertas medidas para que ojalá no vuelva a suceder.  

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