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Giovanni Vargas Luna: retrato del artista atento

«Si la filósofa Simone Weil dijo que “la atención es la forma más rara y pura de generosidad”, entonces Giovanni era una de las personas más raras y puras que han existido.»

por

Lucas Ospina


21.10.2024

Ojo de impresor

Hace casi 25 años vi por primera vez a Giovanni Vargas Luna en la Galería Valenzuela y Kleener, ubicada en una amplia casa de un solo piso en un barrio residencial venido a menos del norte de Bogotá. En esa época, las inauguraciones eran un evento central para la vida social de las imágenes; antes de las redes sociales, estos encuentros eran el espacio para verse, compartir y conectar.

Giovanni presentó diez dibujos con líneas fluidas y económicas que engañaban al ojo. En formato cuarto de pliego, los dibujos representaban escenas deportivas, sociales y de perros, tomadas de un libro de texto escolar como los que podía imprimir su familia con tradición de impresores en el barrio San Fernando en Cali. Jairo Valenzuela, el galerista, recordó esos dibujos con estas palabras: “Mostraste esos dibujos como un homenaje a tu perrito, que estaba muriendo. Durante el proceso de alopecia que sufría, recogías con amor y paciencia el pelo que se le caía, para luego hacer una exposición póstuma en su honor”.

En la página de internet que contiene su archivo personal, Giovanni explica que los dibujos se exhibían junto a un pequeño monitor incrustado en la pared, donde se proyectaban “imágenes de células cancerígenas destruyendo células sanas”. Según él, “todo el conjunto hablaba metafóricamente de la formación, la construcción, la destrucción, la fragilidad, el dibujo, la manualidad, las relaciones de dependencia, el tiempo y el cuerpo”.

Esa noche de la inauguración, en el pequeño cuarto de la casa-galería, recuerdo que observé los dibujos primero de lejos, luego de cerca, cada vez más de cerca. Me llamó la atención su delicadeza: cómo Giovanni había logrado convertir cada pelo de su pastor alemán en un medio dúctil, casi líquido, casi tinta, en líneas elegantes de pelo que, bajo el influjo del lenguaje, se transformaban en una elegía sutil, vital y ominosa.

Entre la multitud, alguien me comentó que Giovanni y el artista Juan Mejía eran pareja, que ambos venían de Cali, y que Giovanni había evadido el designio familiar acordado de estudiar diseño gráfico. En su lugar, ingresó a la carrera de Arte en el Instituto de Bellas Artes de Cali donde, a mediados de los noventa, fue alumno destacado en las clases de Juan, Wilson Díaz, Bernardo Ortiz y, en especial, de Elías Heim al que escogió como director de su proyecto de grado. Contaron que en ese entorno había entablado amistades rebeldes con personas incómodas para la academia y explosivas para el arte. También me dijeron que Giovanni era parte de Helena Producciones, un colectivo de jóvenes artistas que había tomado por asalto la institución artística de la ciudad. Se habían resistido a ser devorados por el “gótico tropical” de la generación anterior y el pasmo del narcotráfico, y armados con imaginación y una gestión delirante habían revitalizado numerosas iniciativas, entre ellas un Festival de Performance y una muestra organizada por Wilson Díaz, titulada 450 kilómetros, que fue presentada en la Galería Santa Fe del Planetario de Bogotá. Entre las obras expuestas, incluidas unas fotografías de Giovanni, el artista Paul Arias decidió saltar al estrellato: en la inauguración, se arrojó por una ventana del segundo piso y regresó maltrecho esa misma noche a su ciudad.

Con Juan estudié en Bogotá, nunca en el mismo curso, siempre a su estela, por los caminos que él y otras personas nos fueron abriendo. La relación entre Juan y Giovanni me alegraba; era un vínculo que irradiaba buena conversación y generosa curiosidad sobre los otros y lo otro, y su participación ayudaba a apuntalar la frágil construcción de la pequeña escena artística local. A diferencia de lo que enseñan en Historia del Arte o de lo que dictan las fórmulas del emprendimiento cultural, el arte, como construcción social, no surge a través de un péndulo histórico o por políticas públicas. Sus cimientos, estructura, cemento y ladrillos obedecen a otra forma de ingeniería: la amistad.

Tal vez esa noche me presentaron a un tímido Giovanni Vargas Luna, que escondía sonrisas y que ya vestía su característico “uniforme bogotano” de saco de manga larga con cuello redondo sobre una franela o camisa, pantalones, tenis y, a veces, unas gafas de Clark Kent. Tal vez esa noche fuimos a un sitio cercano de comida rápida para celebrar su primera exposición individual en la capital, o tal vez todos nos fuimos a casa, con Giovanni siendo el primero en retirarse, como solía hacer en las fiestas, y también ahora en la vida.

La forma más rara y pura de generosidad

Lo de Giovanni era la visita (no las redes sociales ni los grupos de WhatsApp). Para muchos, las conversaciones con él se convirtieron en parte de una dinámica vital. Sin cita ni llamada, uno se lo encontraba y pasaba rápido del saludo tímido a comentar sobre una exposición, un artista, una lectura o algo ocurrido en la escena del arte. Así, en medio de la gente, encontrarse con Giovanni era entrar en un pequeño bolsillo de tiempo donde se podía hablar a profundidad, sin rodeos, a solas en medio del ruido.

Si la filósofa Simone Weil dijo que “la atención es la forma más rara y pura de generosidad”, entonces Giovanni era una de las personas más raras y puras que han existido. Alejandro Martín lo describe así: “Una generosidad tan tranquila, tan fluida”, mientras lo recuerda en una foto, leyendo “tan serio y con tanto cuidado […] míralo cómo arruga las cejas; algo le inquieta, una duda elaborada con tanto cariño”.

Era habitual que, después de conversar con Giovanni, las personas se fueran con una lista de recomendaciones: bibliografía, filmografía, música, sugerencias culinarias, consejos de salud, prácticas de jardinería, ejercicios de estiramiento, puestas en escena de teatro, reflexiones amorosas y hasta ideas para viajes, reales o imaginarios. Días después, o en un próximo encuentro, Giovanni solía regalar fotocopias o pequeños obsequios, dedicados a honrar esa ceremonia íntima compartida en diálogo.

Lo mismo ocurría en sus clases. A Gabriela Pinilla, una estudiante de la célebre generación de comienzos del siglo de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, en Bogotá, la calificó severamente en una clase de performance, pero no la abandonó. Al contrario, le prestó atención y le ofreció un cómic, Persépolis, recetado con la precisión de un farmacéutico estético y el ojo visionario de un Nostradamus pedagógico.

“Un profesor de profesores”, dice Ana Montenegro. “Se fue el profe de los profes”, añade Carolina Cerón, quien dice que “cuando era estudiante Giovanni preguntaba por cosas que otros profesores no preguntaban: por una casa de la que le había hablado, por mi familia…”, y agradece “por tantos libros espléndidos regalados, recomendados, prestados, por tantas conversaciones, por tanto estar”. Paula Leuro le envío un poema y Giovanni le pidió amorosamente uno por día. Ericka Flórez recuerda a Giovanni como “una de las pocas personas que llamaba y escuchaba por horas, que hacía preguntas incluso en la época más aburrida y menos glamurosa de mi vida, cuando me tocaba enseñar dibujo sin tener ni idea. Se escuchaba mis peroratas, me ayudaba a buscar caminos, me enviaba referentes, me proponía ejercicios para que yo me enamorara del dibujo. También me preguntaba por los novios; siempre me decía: ‘¿kiubo de aquello?’”

En alguna ocasión, en la universidad donde trabajo, un encuentro casual se convirtió en una conversación amplia sobre educación. Él estaba cursando una maestría en otra universidad y me hablaba de sus reparos con el sistema educativo, con la jerarquía de algunos docentes y la repetitiva dinámica de las clases. Tiempo después, cuando se integró al cuerpo de profesores de cátedra del pregrado, pude ver cómo en sus cursos, especialmente de dibujo, y en sus asesorías a los estudiantes de Proyectos de Grado, se ponía en juego para evitar caer en esas mismas prácticas que criticaba.

Con Giovanni intercambiábamos frases, nos decíamos “este ejercicio me funcionó”, “esta lectura es buenísima”, “esa escena de esa película les ayudará a ver esto”, “no hicimos clase, los llevé a una exposición que nadie había visto”, “ese libro está en la biblioteca”, “no sé cómo hacer que presten atención”, “a ese chico hay que ayudarle más” y “ahora que estudiar arte se ha vuelto tan normal y hay tantas pantallas, ¿dónde están los estudiantes anormales? ¿qué estará pasando? ¿qué podemos hacer?”

En Giovanni existía una continuidad entre montar una exposición en un espacio de arte y presentar una exposición en el aula. Enseñaba, pero sobre todo dejaba aprender, entendía, por ejemplo, que en el silencio y la concentración que surge durante un ejercicio de dibujo, el hábito, clase tras clase y ejercicio tras ejercicio, se convierte en una meditación sobre el acto creativo. Más allá del resultado final, Giovanni veía el dibujo, sobre todo, como un proceso que reside en el acto mismo de dibujar.

No puedes volver a casa

Esta idea de capturar el “aquí y ahora” se refleja claramente en su obra Estudios de Caso de 2008 a 2015 que incluye sus Apuntes para una historia de Chapinero publicados a partir de una iniciativa editorial que salió de su amistad con el estudio de diseño gráfico Tangrama. Como lo relata Mariangela Méndez en uno de los textos del libro, cuando Giovanni llegó a vivir a este barrio de Bogotá, notó cómo “las casas guardaban silencio la mayor parte del tiempo, pero la particularidad de cada fachada, la exclusividad de sus cortinas y la singularidad de cada jardín, ofrecían pistas”. Como cualquier recién llegado, empezó a caminar, a explorar las calles de su entorno, interesándose por la arquitectura, la historia y los ritmos cotidianos del barrio.

Con el tiempo, Giovanni observó cómo, de un día para otro, algunas casas eran abandonadas y demolidas, dejando huecos como dientes extraídos en la sonrisa del barrio. En su lugar, aparecían desangelados edificios de varias plantas, parte de una arquitectura mediocre que convierte a Bogotá en una muralla de ladrillo uniforme. En un intento de preservar la memoria de esas casas, y con una silenciosa pero consciente resignación ante la destrucción, Giovanni empezó a crear un archivo con registros de lo que quedaba.

Giovanni produjo una serie de más de 50 dibujos de casas que hoy ya no existen en el barrio: “cada vez hay menos jardines, cada vez menos casas. Desde 2009 hasta hoy, las viviendas que desaparecen cobran mayor importancia en los Apuntes…» dice Mariangela Méndez: apuntes hechos con lápices de color, del tamaño estándar de una fotografía postal, un detalle significativo que refleja la rapidez con la que ocurría la destrucción. En muchas ocasiones, Giovanni no lograba dibujar las casas antes de que las demolieran, por lo que empezó a sacar registros fotográficos de las fachadas para luego recrearlas en su taller. Allí, en la temporalidad suspendida de su espacio de trabajo, podía dedicar largas horas a la observación detallada, reconstruyendo con paciencia los rasgos de las casas que ya no estaban.

En el delicado ejercicio de acariciar las casas, pieza por pieza, el apacible paisajismo de Giovanni contenía una rabia latente que él no dudaba en expresar. En este, como en otros momentos, él no soportaba ver cómo se desaprovechaba la oportunidad de hacer lo mejor posible con los medios disponibles. Ericka Flórez recuerda una curaduría a su cargo y cómo cuando Giovanni llegó y vio el montaje de su obra, “se puso rojo de la ira porque la música del video estaba reventando las paredes. Con elegancia, pero firme, me dijo: ‘yo quiero algo más sutil’”. Ella rememora que “en esa exposición mostramos, entre otras cosas, unos dibujos de tumbas de personajes ilustres hechos en papel de seda negro y trazados con límpido. Los colgamos en el centro de la sala, dejándolos mecer por el viento. Fue un montaje arriesgado que podía arruinar una obra tan minuciosa y delicada, pero él confió. Su interés por el misterio tal vez lo hizo adelantarse…”

Aunque de lejos se podría describir a Giovanni como un dibujante, su arte no se limitaba al papel y el lápiz. Su trabajo iba mucho más allá de la destreza técnica propia de una herencia que a menudo se celebra con orgullo academicista bajo el lema “Colombia, país de dibujantes”. Si la generación anterior a la suya había abierto el camino para usar cualquier medio de cualquier forma, Giovanni comprendió que esa apertura no era solo un cambio formal, un simple cambio de envase para el mismo contenido conceptual. Entendió que, para evitar ser devorado por las limitaciones de la generación anterior, debía haber un cambio profundo en los modos de producción, pasando de la figura del artista como genio creativo y autónomo a una comprensión del arte como un proceso colectivo, pedagógico, misterioso, evasivo y del lenguaje como espacio de soledad compartida, en donde estamos todos solos y juntos a la vez.

Aun a riesgo de perder una marca estilística reconocible en el reino curatorial, social y mercantil del arte, Giovanni exploró múltiples formas de hacer arte. Cada obra suya parecía responder a una inquietud particular, a la memoria de un lugar o a la oportunidad que surgía al ser consciente del siempre en el ahora.

“Se cree que se es artista para hacer imágenes bonitas”, dijo Giovanni, “poco se cree que existan imágenes invisibles. Se sigue creyendo que las imágenes ‘son’, ‘existen’, son ‘dadas’ como la historia; en vez de pensar que ellas aparecen”.

Luz, más luz

Rojo fue el nombre que eligió para un proyecto extenso que había estado desarrollando durante años, en especial al salir del encuentro con las imágenes de la astrónoma visionaria Carolina Lucrecia Herschel​ (1751-1848) y La promesa del marinero, una pieza textil de 2019 hecha para el 45 Salón Nacional de Artistas, un tapete de cuatro metros por cuatro metros que demandó la búsqueda de un artesano capaz de interpretar la primera imagen del planeta Marte captada por el satélite Mariner 4 en 1964. Inicialmente presentó Rojo como una idea más modesta al Premio Luis Caballero, pero su propuesta experimentó un big bang al ser aceptada por los jurados y con el presupuesto estatal asignado para su ejecución en 2022.

Este proyecto representó una expresión plena de cómo Giovanni transformó la Tierra en algo ligero, pasando de ejercicios figurativos que incluían caminar, observar casas, jardines, plantas, monstruos, muebles, tumbas de filósofos y ciudades, a alzar la vista y contemplar lo que había más allá, incluso a costa de su propia economía y salud. Para ver, hay que dejar de ver, y empezó a ver cosas difíciles para el dibujo, como el mar, el cielo, las estrellas y fenómenos naturales, físicos y químicos, materia dúctil para dar forma al lenguaje, así como al juego con la metáfora y la poesía.

Listado de las 62 personas participantes en rojo: Erika Montoya, Sergio Rodríguez, Jerónimo Velásquez, Juan Mejía, Tupac Cruz, María Isabel Rueda, Piedra-Tijera-Papel, Pedro Ramírez, Sandra Rengifo, Óscar Viracacha, María Jimena Duzán, David Santiago Correa, Priscila Vangrieken Epiayu, Camilo Loaiza, Liliana Andrade, María Jimena Sánchez, Juan David Quintero, Sergio Mora, Santiago Wills, Torre Beta, Juan Cortés, Elizabeth Trochez, Margarita García, Ebawi Zarabata, Lorena Espitia, Dario Peña, Manuel Kalmanovitz, Relámpago, Rat Trap, Pablo Javier Pulido, Alberto Murcia, Victor Alarcón, Santiago Reyes, José Sanín, Luisa Roa, Angélica Ávila, Andrea Chindoy, Laura Escobar, Eduardo Arias, Gloria Sebastián Fierro, Susana Oliveros, Yandeiy Jimena Mosquera, Andrea Infante, Henry Alarcón, Elex Antony Ahue Morán, Gunyan Izquierdo, Hernán Medrano, Daniel Jiménez, Mónica Páez, Ivoox Revelo Bulla, Gloria Janneth Baquero, Tania Ganitsky, Juan Sebastián Rosillo, Jerrónimo Velásquez, Nicolás Bonillas, Carlos Bonil, Mahidin Mayelli Valencia Candi, Jacobo Sandoval, Joaquín Guzmán, Gloria Janneth Baquero Robayo, Sebastián Gómez, Juan Mattos, Alejandro Burgos, Antonio Ungar y Antonio Velásquez.

Lo que comenzó con un interés personal, que incluía algunas participaciones modestas, se transformó, a medida que avanzaba, en un proyecto polifónico que reunió a 65 colaboradores en tres salas de exposición, seis programas de podcast, cinco listas de canciones y anotaciones en YouTube y varias entrevistas y diálogos. La metáfora marciana se materializó en tres espacios diferentes, donde se presentaron videos, audios, esculturas, ensamblajes, collages, dibujos, afiches, libros, acciones, impresos, placas, pines y espejos, todo con un montaje meticuloso donde ningún detalle era menor; las fichas técnicas fueron renombrabas y clasificadas como escombros y contaban breves historias de las piezas obtenidas con un tono que evocaba observaciones de escritores de ciencia y ficción como Stanisław Lem, Ray Bradbury, Philip K. Dick, Donna Haraway, Ursula K. Le Guin y Octavia Butler. Algunos ejemplos:

«Escombro 0726-89+022-95+0415-76+0925-87+1011-85 (Erráticas / Juan Sebastián Rosillo, Giovanni Vargas, Rat Trap) Ingenieros y científicos exploran, desde los cuartos de control, a través de pantallas y a 225 millones de kilómetros, lugares de los que han oído hablar y que conocen a profundidad por otras voces. Todo lo nombran a veces con palabras absurdas, pero, de tanto y tanto, semillas primitivas se plantan en la libertad de aquel espacio.»

«Escombro 0929-70 (Liliana Andrade) Dónde descansar después de tan compleja travesía, se pregunta la arquitecta que proyecta en su mente tres bancos, mientras recorre aquella cápsula de tiempo. Para materializar su idea busca los sobrantes de los mobiliarios efímeros hechos por otros y piensa en los Arquibancos del futuro en aquellos puntos de descanso para los absortos observadores.»

«Escombro 12127-74 + 022-95 + 0415-76 (Om- El orden del mundo / Manuel Kalmanovitz, Rat Trap) Crónica de la preparación de un viaje a Marte, con dioses, inversionistas, astronautas y una larga, quizás interminable, despedida.»

«Escombro 125-96 (Tránsito de Rossby/Andrea Infante) Vestigios de ecos, señales, reproducciones de las aguas del trópico que se amplifican hasta llegar al espacio.»

«Escombro 0913-83 (Lorena Espitia) La xenofeminista pinta paisajes con colores vibrantes, hermosos, prometedores, mientras plasma sin casi dejar rastros de sus pensamientos, en la materia, su relación con la tecnología como promesa de emancipación. Lleva un muy buen tiempo pensando en ello.»

«Escombro 1222-88 ( Rojo /Gloria Sebastián Fierro) La aglutinación de minerales le ha permitido al hacedor de imágenes la configuración de estos paisajes que enseñan lo insólito del futuro.»

«Escombro 1214-66 ( Postales / Juan Mejía) El forastero ha enviado unas postales con el ánimo de que sean encontradas por los astroarqueólogos. Tendrán la oportunidad de compartirlas para ver cómo era el mundo en este tiempo en el que pensaba mientras pintaba.»

La gestión de esta producción fue responsabilidad de Giovanni con un pequeño grupo de cómplices que le acompañó en los cálculos logísticos para coordinar a los participantes de la compleja, costosa y riesgosa misión (Jerónimo Velásquez, Juan Sebastián Rosillo, Liliana Andrade y Jose Sanín). Compartieron y celebraron cada despegue, a la vez que enfrentaron los obstáculos de algunos lanzamientos que no pudieron llevarse a cabo debido a vicisitudes burocráticas; uno de los espacios propuestos fue el Observatorio Nacional Astronómico de Colombia, cerca del Palacio de Nariño, que tuvieron que abortar y llevárselo al «más allá» debido a la desidia gubernamental que impidió su uso y de un portero que, como su vecino del palacete de al lado, se creyó dueño del edificio y canceló, a último momento, el montaje de las obras que ya estaban en el sitio.

En esta misión planetaria, meses antes, Giovanni comenzó a crear banderas similares a las que acompañan las misiones espaciales regido por un inventario extenso, canónico y profano, de diseños conceptuales para un ficcional gobierno marciano. Mientras en su casa oía programas de radio cercanos a sus intereses, hizo más de 400 variaciones en pequeños y delicados collages rectangulares en colorido papel seda que luego colgó de un cordel como pie de citas cromático a lo largo de uno de los espacios de la muestra. Estos collages se movían con cualquier fluctuación del aire, el viento lunar o el espíritu.

La proximidad de una de las muestras a la Biblioteca Luis Ángel Arango, llevó a producir un gran afiche llamado Sistema de sincronización óptica espacial, diseñado a dos manos junto a María Jimena Sánchez, y que era compartido con el visitante como mapa de todo lo leído y visto durante el espacio-tiempo de los cuatro años de esta misión. Algunos curadores suelen presentar sus créditos escribiendo el protagónico “Curador: [nombre]”; sin embargo, personas más sensibles optan por una presentación más colectiva, curaduría. En este caso, Giovanni, lejos de una impostura curatorial, dejó su nombre en la portada y lo puso en juego, tal como figuraba en la propuesta inicial de Rojo, y con amorosa conciencia añadió las misiones “Construir de nuevo un mundo” y “Una exploración en complicidad”.

Ante la ilusión que representa un certamen con nombre de premio, es un hábil error pensar que se trata de una competencia entre artistas y sus propuestas en traje de fantasía en miras a una coronación. Quizá Giovanni vislumbró lo que estaba por venir: frente a la posibilidad de un protagonismo centrado en el premio, dejó de ser un artista figurativo para transformarse en uno menos visible. La variedad de publicaciones e impresos de Rojo y el cuidado de impresor que le puso Giovanni a su producción, para la que contrató a los más versados talentos y agencias locales de diseño gráfico, fue también una forma de desaparecer, de volver al origen, de regresar en espíritu a la modesta imprenta de tipos de su abuelo (la amplia densidad editorial de Rojo está muy bien contada por Patricia y Fernando Zalamea en su crítica en la Revista H-Art). Voluntariamente, y en el auge de su poder creativo, en esta exposición Giovanni decidió desvanecerse y orbitar en forma de luz.

Si el arte es una religión sin Dios, con artistas como él se revela que tanto Dios como el arte simplemente son, y que las explicaciones sobran. En la ceremonia de cremación de Giovanni Vargas Luna, que tuvo lugar el sábado 20 de octubre de 2024, en medio del vacío de sentido y la rudeza del paisaje urbano de Bogotá, fue el propio Giovanni quien proporcionó el guion para acompañar el llanto que iba de una persona a otra: un amigo leyó “Conversaciones con mi alma”, un poema de la escritora y pintora libanesa Etel Adnan, que le recomendó Giovanni, y otro improvisó una lectura de su obra La forma de las cosas que vienen (2018), una colección de 128 frases relacionadas con el tema de la luz. Cerró con esta última:

“Hubo un centelleo de luz blanca bajo el agua hasta que se convirtió en un punto y desapareció”.

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Lucas Ospina


Lucas Ospina


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