Durante trece años Bolivia estuvo a la vanguardia de la rebeldía latinoamericana: el gobierno de Evo fue una experiencia transformadora con un sujeto político colectivo, plebeyo y revolucionario. ¿Por qué muchos de los que acompañaron los primeros años del “Proceso de Cambio” estuvieron en las protestas?
Hace cuatro noches que no dormimos. Es como si los sueños se hubieran marchado para darle lugar al tic-tac de la historia. El calor de Santa Cruz de la Sierra es más pesado que nunca: hace unas horas sonaron fuegos artificiales y en el cuarto anillo de la ciudad se escuchan las estrofas del himno para celebrar la autoproclamada “presidenta”. Ahora, en la medianoche del martes, la ciudad comienza a levantar los bloqueos. Los cruceños están felices porque creen que recuperaron la democracia y yo no puedo disimular mi mueca de llanto contenida.
¿Por qué nos duele tanto Bolivia? ¿Será porque representa la utopía que nos gustaría construir? ¿Porque era un cuento con final feliz? ¿Cómo llegamos a esta película de terror? ¿Por qué ganaron los malos y perdieron los buenos? ¿Podemos decir que solo hay buenos y malos?
En lo que va del siglo XXI, el Gobierno de Evo Morales se ubicó entre las experiencias más transformadoras de América Latina. Y del mundo. Este proceso contó con dos componentes fundamentales: un líder indígena y campesino construido al calor de las luchas contra el imperialismo y la desigualdad neoliberal, y un amplio conglomerado de movimientos sociales que impulsaba los cambios desde abajo. Han existido pueblos revolucionarios sin líderes y grandes líderes sin pueblo. Pero es muy difícil que la historia encuentre ambos elementos juntos.
El “Proceso de cambio” tuvo una potencia transformadora mientras el “jefazo” (que tan bien describió Martín Sivak en una de las mejores biografías políticas) y los movimientos sociales se mantuvieron unidos y se retroalimentaron. Como si fuera un iceberg, Evo Morales era la punta visible de un heterogéneo y robusto sujeto colectivo al que se denominó indígena-originario-campesino. Un sujeto político plebeyo y revolucionario. Y aquí comienza una mirada que deseo compartir.
La construcción de hegemonía
Comencemos por lo evidente. Evo Morales condujo al Estado Plurinacional de Bolivia por un camino de crecimiento económico, desarrollo y estabilidad social. Entre 2005 y 2018 redujo de forma notoria el hambre (del 36,7% al 15,2%) y la pobreza (del 59,6% al 34,6%,), mejoró la distribución del ingreso (el coeficiente de Gini mejoró del 0,6 al 0,43) y aumentó la inversión social. Sobre estos ejes el MAS construyó un modelo sólido que se contrapuso al modelo neoliberal iniciado en 1985 y derrumbado en 2003 con la Guerra del Gas.
A esto se suma una batería de recursos simbólicos como el satélite Túpac Katari, la moderna red de teleféricos que une las ciudades de La Paz y El Alto, y el empoderamiento de los pueblos indígenas tras casi dos siglos de racismo durante la época republicana. No está de más señalarlo: Evo Morales es el primer presidente indígena (de un país con mayoría indígena) en 180 años de historia. Un presidente que empoderó y dignificó a los originarios del Altiplano quechua-aymara, a los indígenas del Oriente y a los pequeños campesinos. El tufillo racista no desapareció de Bolivia (como bien lo demuestran los tuits de Jeanine Áñez), pero durante estos años tuvo que agachar la cabeza ante un presidente exitoso que no paró de recibir halagos de la comunidad internacional.
Después de trece años de gobierno, la prensa internacional pasó de preguntarse si un indígena podía gobernar un país a destacar los resultados económicos del fenómeno boliviano. Porque a diferencia de otros procesos postneoliberales de la región y de la mano del ministro de Economía, Luis Arce Catacora, el MAS construyó una macroeconomía prolija y una deuda que ronda solo el 50% del PBI. Evo Morales puso en jaque el axioma liberal que reza que el populismo gobierna el corto plazo olvidando el largo y realizó una amplia inversión histórica en carreteras y aeropuertos a través de préstamos y empresas constructoras de China (tan cuestionados por los medios alineados con Estados Unidos). Donde antes había caminos de tierra y había que cruzar ríos en balsas, hoy se están construyendo puentes y rutas que tienen tantos ojos de gato que no se necesitan luces led. Apelemos al pensamiento situado para graficar la solidez del Estado Plurinacional: si en 2018 Argentina cayó un 2% y la inflación superó el 50%, el PBI de Bolivia creció un 4% con una inflación del 1,5%. No es necesario tener un título universitario para ser un gran líder.
Esta verdadera construcción de hegemonía irradió un nuevo sentido común y acumuló tres victorias consecutivas en elecciones presidenciales: en 2005, con el 54% de los votos; en 2009, con el 64,2% y en 2014; con el 61%. Tal vez, estos triunfos apabullantes que le permitieron alcanzar los dos tercios de la Asamblea Plurinacional hayan sido el comienzo de las imágenes que vivimos en las últimas horas.
Frente a la octava marcha de los pueblos indígenas del Oriente boliviano, Evo Morales ordenó una represión. Un presidente indígena reprimiendo indígenas. Algo comenzó a romperse.
La descomposición de hegemonía
La construcción de poder se consolidó con una cuádruple victoria: tres electorales -el referéndum revocatorio del 10 de agosto de 2008 por el 67,4% de los votos, la aprobación de la nueva Constitución Política del Estado con el 61,43% en enero de 2009 y la reelección de diciembre 2009-, y una militar, frente al intento de secesión de la conocida “Media Luna del Oriente”.
Mientras el líder y el pueblo se mantuvieron unidos se logró una nueva Constitución Política, la conformación del Estado Plurinacional (que rompió con siglos de teorías del Estado Nación), la nacionalización de los recursos naturales, el reconocimiento de las autonomías indígenas y la profundización de la reforma agraria. Una verdadera revolución democrática y cultural. Paradójicamente, esa construcción de hegemonía comenzó a descomponerse a medida que Evo Morales se fue convirtiendo en un “caudillo” que personalizó un proceso colectivo. Marquemos cuatro puntos importantes de ese proceso.
En 2011 el Gobierno comenzó a construir una ruta que atravesaba el Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure. La carretera por el TIPNIS forma parte del plan IRSA que atraviesa América del Sur de este a oeste con el fin de unir dos mercados, el brasileño y el chino, a través del océano Pacífico. Si una ruta a través de un Parque Nacional sería impensada en Argentina, imaginemos qué sucedería en un país que menciona a la “sagrada Madre Tierra” en el preámbulo de su constitución. El Gobierno impuso su deseo y no respetó la autodeterminación de los pueblos indígenas que rechazaban la ruta. Frente a la octava marcha de los pueblos indígenas del Oriente boliviano, Evo Morales ordenó una represión. Un presidente indígena reprimiendo indígenas. Algo comenzó a romperse.
Un segundo punto tiene que ver con la expulsión de aliados. A medida que Evo Morales acumulaba poder, el MAS fue expulsando y silenciando la disidencia interna. Bien lo saben los compañeros de Sudestada, en la entrevista que titularon “¿Qué nos pueden criticar? Nada”. Lentamente el Gobierno se volvió impenetrable a cualquier crítica constructiva. Como recientemente señaló Pablo Solon, ex embajador de Bolivia ante la ONU entre 2009 y 2011: “El proceso de cambio ha tenido varios puntos de retroceso e inflexión, como la represión de Chaparina, pero uno de los más importantes fue cuando se impuso el criterio de que no había cabida para los ‘libre pensantes’ en el proceso de cambio”.
El tercer eje está en relación con los dos anteriores y es la división de los movimientos sociales. Cuando se comienza a estudiar el “Proceso de Cambio”, uno de los primeros sujetos políticos que conoce es el Pacto de Unidad de las cinco organizaciones matrices. Y allí uno aprende de memoria: los pueblos originarios del Altiplano nucleados en CONAMAQ, los pueblos indígenas del Oriente reunidos en la CIDOB, y las tres organizaciones campesinas, la CSUTCB, las Bartolinas y los Interculturales. El Pacto de Unidad fue la fuerza hegemónica que logró la nueva Constitución Política del Estado después de la primera victoria electoral, que derrotó al racismo e impidió el levantamiento de la Medialuna del Oriente. ¿Por qué se fracturó el irreverente Pacto de Unidad? ¿Por qué se quiso “docilizar” al sujeto indígena-originario-campesino? ¿Por qué se intervino y se fracturó a las organizaciones para ubicar a líderes llunkus (“chupamedias” o “lamebotas”, en quechua)? ¿Cuánta potencia revolucionaria se perdió, compañeros?
Por último, los acuerdos con el empresariado y el avance del modelo extractivista. Después de la represión a los indígenas del TIPNIS en 2011, el Gobierno de Evo Morales comenzó a tejer acuerdos con el empresariado del Oriente. Primero puso fin a la profundización de la reforma agraria, y luego sentó las bases de un nuevo patrón económico a través de la exportación de soja y carne hacia China. El modelo extractivista aplicado al campo cambió el uso de los suelos en el Oriente boliviano y convirtió a los bosques y selvas en “chacos” para la agricultura y la ganadería. Estas políticas fueron las que, combinadas con el cambio climático, generaron los incendios entre agosto y septiembre de este año. En Santa Cruz de la Sierra, el incendio de más de 750.000 hectáreas en la Chiquitanía generó una ola de protestas lideradas por el movimiento ambientalista. Estas movilizaciones devinieron en un masivo cabildo: el 4 de octubre el Presidente del Comité Cívico Pro Santa Cruz (una organización que reúne a las empresas y las fuerzas vivas de la sociedad), Luis Fernando Camacho, hizo su debut frente a una multitud que mezclaba la indignación por el fuego con el enojo con el Presidente.
La crisis electoral
A esta descomposición de hegemonía se le sumó el largo conflicto por una nueva reelección de Evo Morales. ¿Por qué aparece ahora? Porque su primer mandato quedó incompleto al finalizar su cuarto año por la sanción de la nueva Constitución Política del Estado. De este modo, su segunda victoria electoral se convirtió en el primer gobierno de 5 años del nuevo Estado Plurinacional. Veamos punto por punto el derrotero que llevó al escenario de hoy.
Cuando apenas se había cumplido un año de su último gobierno, el MAS, confiado en sus victorias electorales, convocó a un referéndum constitucional para el 21 de febrero de 2016 con el fin de habilitar a Evo Morales a un nuevo mandato. El famoso “21F” fue la primera derrota electoral desde 2005. Pero no la escuchó.
Después de la derrota, el MAS presionó la salida de vocales independientes del Tribunal Supremo Electoral para nombrar otros afines al Gobierno. Construyó una especie de árbitro que dirige con la camiseta de un equipo. Este Tribunal fue el que habilitó una nueva (e inconstitucional) reelección primero y la que organizó los comicios después.
Un punto importante: a diferencia de la Constitución de Chile, que fue sancionada durante la dictadura militar, la de Bolivia nació del pueblo y fue aprobada por el 61,43% de la sociedad. Probablemente los sectores más reaccionarios hayan votado en contra de esa Constitución, que los especialistas indican como la más avanzada de Latinoamérica junto a la de Ecuador. Evo no fue en contra de cualquier Carta Magna: desobedeció una Constitución plebeya.
En estas condiciones, la oposición llegó al proceso electoral denunciando por anticipado un fraude. Mientras el MAS esperaba una victoria en primera vuelta para evitar un peligroso balotaje, la oposición se encolumnó detrás de Carlos Mesa, el último vicepresidente del modelo neoliberal que para esta elección se construyó desde el centro y se rodeó de figuras vinculadas al progresismo.
El resto lo conocemos: el mismo domingo de las elecciones el escrutinio provisorio se detuvo y las denuncias anticipadas se convirtieron en una lógica sospecha de fraude. Cuando se retomó el conteo, después de estar casi 24 horas interrumpido, la victoria se ampliaría a más de 10 puntos, evitando el balotaje. Fue la gota que rebalsó el vaso.
Mientras en Argentina se festejaba la victoria en primera vuelta, en el Estado Plurinacional de Bolivia comenzaban las protestas. En Santa Cruz de la Sierra, el departamento más opositor a Evo Morales, el grito de “¡fraude!” frente al Órgano Electoral Departamental se mezclaba con tres cantos que no dejarían de retumbar durante tres semanas: “Evo, cuidado, el pueblo está emputado”, “No tenemos miedo, carajo” y otro más folclórico, que emula un diálogo y se repetiría en las calles y las redes sociales hasta el infinito:
–¿Quién se rinde?
–Nadie se rinde.
–¿Quién se cansa?
–Nadie se cansa.
–¡Evo de nuevo!
–¡Huevo, carajo!
El primer día de protestas aventuró lo que iba a seguir: la multitud no le prestaba atención al candidato Carlos Mesa y, minutos más tarde, echaba fuego con la radicalidad de Luis Fernando Camacho. La derecha cruceña comenzaba a encontrar a su líder y esporádicamente se escuchaba:
–¡Evo, cabrón; Linera, maricón!
–¡Golpe de Estado! ¡Golpe de Estado!
Cuando los bloqueos iban a cumplir las dos semanas y los cruceños comenzaban a mostrar el cansancio, Luis Fernando Camacho convocó a un cabildo y le dio a Evo Morales 48 horas para que renunciara. Cumplido el plazo, convocó a una segunda movilización en la que se comprometió a hacerle llegar una carta de renuncia para que la firmara. A esta altura, Camacho ya había opacado a Mesa como líder opositor. En parte, gracias al vínculo construido con el Altiplano a través del Presidente del Comité Cívico de Potosí, Marco Pumari. En su red social, el viernes 8 de noviembre fijó un tuitt con una captura de pantalla que detallaba la petición de la policía para amotinarse. Esa misma noche, la Unidad Táctica de Operaciones Policiales (UTOP) se amotinó en la ciudad de Cochabamba y, desde el techo, desplegó un cartel que rezaba: “¡No fraude! Fuera Evo Morales”.
Evo Morales convocaba a un diálogo a la oposición. Y Carlos Mesa y Óscar Ortiz, el candidato de la derecha cruceña, lo rechazaban. La televisión azuzaba a los departamentos policiales de varias ciudades a los cuales comenzaba a llegar gente pidiendo se sumaran a los motines. El sábado la situación fue de máxima tensión. Carlos Mesa informaba que no tenía nada que negociar y le exigía a Evo Morales nuevas elecciones a través de un video en Twitter.
El domingo el país amaneció con un baldazo de agua fría: la auditoría de la OEA se esperaba para el miércoles, pero esa mañana Luis Almagro compartía los hallazgos preliminares del informe que confirmaban el fraude. El Comunicado del Secretario General sobre Informe Preliminar agregaba: “Asimismo, se entiende que los mandatos constitucionales no deben ser interrumpidos, incluido el del Presidente Evo Morales”. Algo que el mismo Almagro olvidaría dos días después al afirmar que había habido un “auto-golpe”.
Tras la noticia, Evo Morales llamó a nuevas elecciones con un nuevo Tribunal Supremo Electoral. Pero Camacho y Mesa exigían su renuncia. El secretario ejecutivo de la Central Obrera Bolivia (COB), Juan Carlos Huarachi, señalaba: “Si es por el bien del país, que renuncie nuestro Presidente”. A las 15.48, el comandante de las Fuerzas Armadas, Williams Kaliman, pondría el punto final. Sin los motines policiales y sin la ‘sugerencia’ de las Fuerzas Armadas, Evo Morales habría cumplido su mandato hasta el 22 de enero de 2020. ¿Por qué la policía, la COB y las Fuerzas Armadas actuaron de este modo? Todavía no lo sabemos.
A partir de allí las imágenes se suceden: el avión presidencial despegando de El Alto y aterrizando en Chimoré; Luis Fernando Camacho y Marco Pumari poniendo la bandera tricolor y la Biblia dentro de la Casa de Gobierno; Evo Morales y García Linera presentando su renuncia y denunciando un golpe cívico-político-policial; la quema de wiphalas; la senadora del Beni Jeanine Áñez auto-proclamándose presidente.
¿Por qué hablamos de golpe de Estado? Andrés Malamud lo explica :“Un golpe de estado es la interrupción institucional de un jefe de Gobierno por parte de otro agente estatal y en Bolivia se interrumpió el mandato del presidente, no hubo destitución parlamentaria sino una renuncia forzada por una sugerencia y las fuerzas armadas fueron las que terminaron de definir la situación”.
Las analogías siempre son injustas y más si se comparan entre países y épocas diferentes, pero también nos pueden ayudar a comprender las situaciones complejas. La sucesión de hechos narrada recuerda al golpe de Estado a Arturo Frondizi en 1962 (con la diferencia de que el artículo 169, inciso 1° de la Constitución Política de Bolivia no señala a la vicepresidente segunda del Senado dentro de la línea de sucesión). En aquel momento, las Fuerzas Armadas obligaron a renunciar al presidente radical y la primera magistratura no fue asumida por el ejército, sino por el presidente provisional del Senado, José María Guido. Cabe destacar también que la presencia de gente en las calles no es menester para considerar un golpe o no. “Que haya habido civiles en la calle pidiendo la renuncia de Evo Morales no lo hace menos golpe de estado. En nuestro golpe militar de 1930 la calle se llenó de gente festejando y tirando flores a la caravana militar”, explicó en un tuit la historiadora y docente de la Universidad Torcuato Di Tella Camila Perochena.
Si la renuncia de Evo Morales era para pacificar al país, ¿cuántos muertos hubo en las tres semanas que duró el conflicto durante su Presidencia y cuántos durante los cuatro días posteriores a su renuncia? Las jóvenes democracias latinoamericanas no pueden tolerar ni amotinamientos ni “sugerencias” de las Fuerzas Armadas ante una crisis institucional. Por eso, la denuncia de un golpe de Estado no es solo una categoría aplicada a este acontecimiento: significa también un proyecto de democracia hacia el futuro.
La izquierda boliviana: la única izquierda del mundo que no habla de golpe
El sujeto político que salió a las calles en las últimas tres semanas es muy heterogéneo, de una complejidad difícil de desmenuzar. Sería más fácil decir que son todos fachos y racistas, pero no lo son. Por supuesto que a medida que se licuó la oposición moderada representada por Carlos Mesa, se empoderó la oposición reaccionaria liderada por Camacho. Pero debemos hacer el incómodo esfuerzo de pensar esa complejidad: ¿por qué el feminismo cantó en las calles “Ni masistas ni mesistas, feministas”? ¿Qué sucedió para que Waldo Albarracín, rector de la UMSA y reconocido defensor de las Derechos Humanos, fuera una de las voces de la oposición? María Galindo, la referente de Mujeres creando, señala en su artículo “Bolivia: la noche de los cristales rotos” algunas pistas para pensar ese desencanto: “Me cansa volver a repetir que El Movimiento al Socialismo (MAS) está exportando al mundo la idea de que lo que está aconteciendo en Bolivia es un bloque popular progresista contra una derecha extrema y fundamentalista. El gobierno de Evo Morales fue desde hace muchos años el instrumento de desmantelamiento de las organizaciones populares dividiéndolas, convirtiéndolas en dirigencias corruptas y clientelares, haciendo pactos parciales de poder con los sectores más conservadores de la sociedad”.
¿Por qué quienes acompañaron a Evo Morales durante la represión neoliberal estuvieron estas tres semanas en las calles? ¿O por qué el movimiento climático construido frente a los incendios en la Chiquitanía intentó articular una oposición progresista? Si en Argentina tenemos a Nora Cortiñas, en Bolivia tenemos a Silvia Rivera Cusicanqui: “La segunda hipótesis equivocada, que me parece a mí sumamente peligrosa, es la hipótesis del golpe de estado que simplemente quiere legitimar enterito, con paquete y todo, envuelto en celofanes, a todo el gobierno de Evo Morales en sus momentos de degradación mayor”. Compañeros y compañeras, tómense 13 minutos para escucharla esta semana en el Parlamento de las Mujeres.
Todos ellos están del mismo lado de la mecha que el amplio movimiento de Derechos Humanos latinoamericano (por utilizar el mejor marco teórico de 2019). Es más, muchos acompañaron los primeros años del “Proceso de Cambio” y se distanciaron del MAS a medida que Evo Morales personalizaba este proyecto colectivo, se encerraba en un círculo inmune a las críticas y realizaba acuerdos con el empresariado boliviano.
Sabemos muy bien por qué los sectores revanchistas, reaccionarios, conservadores y racistas salieron a las calles en contra de Evo Morales (y si no lo sabemos, sugerimos la nota de Pablo Stefanoni y Fernando Molina). Lo que debemos intentar comprender es por qué la gente que está del mismo lado que nosotros salió a las calles y parece contenta o, por lo menos, tranquila, con el golpe. Que para ellos no es un golpe, sino una renuncia producto de una insurrección popular.
Como enseñó Norwood Hanson: “La observación está cargada de teoría”. Desde el microscopio de la cotidianeidad, los bloqueos y los enfrentamientos con los movimientos sociales afines al MAS, la izquierda boliviana acumula bronca y ve hace años contradicciones del “Proceso de cambio” que la izquierda internacional no ve. Desde el telescopio, la izquierda global observa que la oposición de izquierda fue derrotada (o nunca tuvo peso) frente a la oposición reaccionaria que hoy lidera los ataques contra Evo Morales y el MAS. ¿Qué le espera a los sectores bolivianos que luchan por la ampliación de derechos si el horizonte de país que representa Camacho triunfa en las urnas?
Después de años cuestionando el avasallamiento del MAS y de veinte días de protestas en las calles, amplios sectores de la izquierda boliviana entienden que la salida de Evo Morales se debió a una insurrección popular más que a un golpe. Sus análisis privilegian las tres semanas de bloqueo (que, por cierto, es muchísimo) y subestiman el rol de los amotinamientos y acuartelamientos policiales ocurridos las 48 horas previas a la renuncia de Evo Morales. Sostienen que las renuncias de legisladores, funcionarios, ministros, alcaldes y gobernadores significaron quitarle apoyo a Morales en lugar de haber sido producto de amenazas contra sus familiares. No creen que la “sugerencia” de las Fuerzas Armadas haya sido tan determinante para la renuncia de Evo Morales. Tampoco se preguntan si hubo algún poder (extranjero o no) detrás de los amotinamientos policiales o los informes de inteligencia que manejaba Camacho. Pero miran con tristeza cómo se prenden fuego las wiphalas.
Consumado el golpe, del mismo modo que se solidarizaron con el movimiento indígena de Ecuador frente a la feroz represión ordenada por Lenín Moreno y que rechazaron las violaciones a los Derechos Humanos en Chile, consideraron que la presencia de las Fuerzas Armadas en las calles de Bolivia es necesaria para poner orden frente a “la turba” que saquea las ciudades.
Mientras cuestionaron, con razón, la inconstitucionalidad de esta nueva reelección de Evo Morales, muchos prefieren hacer silencio frente a la autoproclamación de Jeanine Áñez como Presidenta del Estado Plurinacional o cuando la ex senadora ingresó con la Biblia a la Casa de Gobierno en una clara ruptura del artículo 4 de la Constitución Política del Estado que afirma que “el Estado es independiente de la religión”.
Si decimos que todo estuvo mal, difícilmente volvamos a vivir experiencias tan transformadoras como el “Proceso de Cambio”. Si decimos que todo estuvo bien, difícilmente comprendamos (y aprendamos de) los errores que nos llevaron a este final.
Aprendizajes
En Bolivia todo es posible. Desde colgar un presidente en la Plaza Murillo hasta que los mineros, obreros y campesinos derroten al ejército en las calles. Desde tener un primer presidente indígena tras 180 años de historia hasta obligarlo a renunciar con un golpe cívico-policial-militar en curso. Bolivia es la excepcionalidad permanente. De los últimos acontecimientos podemos tomar algunos aprendizajes para los movimientos populares latinoamericanos.
Los procesos colectivos no deben depender de una sola persona. Tras 13 años de gobierno, Evo Morales tenía la oportunidad de preparar la sucesión y retirarse del poder con el nivel de aprobación más alto de la historia de Bolivia. Los cuadros estaban: no solo hay funcionarios jóvenes, sino que además es uno de los partidos con más presencia de mujeres entre sus filas. No quiso.
Los procesos colectivos necesitan disidencias internas. El pensamiento crítico no debe actuar solo frente a los adversarios políticos. Es lógico que a medida que se suman conquistas, se mejoran los niveles de vida y se alcanzan nuevos derechos, surjan nuevas reivindicaciones. Y también es lógico que los Gobiernos, por más revolucionarios que sean, también cometan errores. Por eso es necesario contar con aliados que indiquen los errores políticos no observados frente a la inmediatez de la gestión. Más allá de ser un error expulsar a los aliados que disienten, se termina convirtiendo en una descomposición de la hegemonía propia que contribuye a una-otra construcción de hegemonía que horadará la nuestra.
Si la permanencia en el poder deslegitima a los movimientos populares, la construcción de sucesores y la solidez macroeconómica los consolida. Los movimientos transformadores necesitan políticas fiscales progresivas que mejoren la distribución del ingreso. Es necesario afectar a la riqueza concentrada. La nacionalización de los recursos naturales y el aumento de impuestos a los sectores concentrados, acompañado de recursos simbólicos (satélites, teleféricos y campaña cultural antiracista en Bolivia) fueron claves en la construcción de hegemonía del Gobierno de Evo Morales y deben ser un aprendizaje para los movimientos populares latinoamericanos en el siglo XXI.
Si decimos que todo estuvo mal, difícilmente volvamos a vivir experiencias tan transformadoras como el “Proceso de Cambio”. Si decimos que todo estuvo bien, difícilmente comprendamos (y aprendamos de) los errores que nos llevaron a este final (¿final?). Que es inmerecido.
A veces nos es imposible no escribir con el corazón en la boca. Con la mueca de llanto contenida. Ver pantallas, zócalos, tuits y videos de whatsapp con una tristeza que nos inunda. O, simplemente, no poder conciliar el sueño. Algo así fueron las últimas horas de quienes hemos crecido junto a un “proceso de cambio” y un “indio de mierda” que supo derrotar a la oligarquía y cambiar los titulares de la prensa internacional.
Algo de eso sintetizó con lágrimas en los ojos Silvia Rivera Cusicanqui: “Hermanas, yo estoy muy entristecida porque se ha ido el Evo, pero no se ha ido la esperanza de una Bolivia pluricultural, de que la wiphala nos represente en sus diferentes variantes, de acabar con el racismo y tenemos que seguir en la trinchera anti-racista y tenemos que seguir juntando fuerzas entre diferentes para poder articular una sensación de recuperar la democracia en el día a día”.
Compañeros y compañeras, tomemos en cuenta los últimos sucesos: hoy falta el líder, pero el revolucionario pueblo boliviano va más allá de una persona. Esa sociedad abigarrada que describió Zavaleta está viva. En lo que va del siglo XXI, el movimiento indígena-originario-campesino y la izquierda boliviana demostraron estar a la vanguardia de la rebeldía latinoamericana. Es un pueblo sabio. Sequémonos las lágrimas. Sigamos tragando ese gusto amargo. Y esperemos a que sigan escribiendo la historia, su historia, los hombres y las mujeres del valiente pueblo boliviano.