Ni Eva, ni María, ni María Magdalena

Allí donde el día a día es la prostitución, una mujer transexual busca borrar fronteras entre el barrio Santa Fe y el resto de Bogotá.

por

Juan Pablo Conto


06.02.2014

Foto: Juan Diego Rivas

-“Soy negra, marica y puta -dice Diana – Soy todo lo que la moral judeocristiana no quiere que sea…bueno, lo de negra de pronto lo toleran”.

También es transexual… es negra, marica, puta y transexual. Alguien inaceptable en un país que no puede ver a dos hombres cogidos de la mano. Caminamos hacia su casa en la zona de Alto Impacto. En esta zona, la godarria desaparece. Ser negra, marica, puta y transexual es lo que la vuelve parte del ambiente. No solo es parte, es la líder comunitaria de los «trans» del barrio Santa fe. Un «lunar» en medio de tanta inocencia y pureza que habita esta ciudad. Un lunar que se convierte en el único territorio en Colombia donde la prostitución es legal.

Diana camina despacio. Entra a su casa y toma asiento. Ella en sí es activismo político: «Usted no tiene ni idea que es ir al banco a pagar los servicios», sentenció en un momento. Detrás de su asiento cuelga un pendón con el nombre de la organización que lidera: «Corporación Opción, por el derecho a ser y el deber de hacer». Barranquillero, viajó a Bogotá en búsqueda de un futuro que terminó con pelo largo y tetas.

Diana

William Enrique Navarro, así se llama(ba). Se graduó como bachiller en el Instituto la Salle de Barranquilla en 1986. Quería ser peluquero y tener una vida corriente:

-“Yo venía con todo el mundo rosa que tenemos en la cabeza cuando tenemos 14 años- señala- Yo venía a estudiar, trabajar, encontrar pareja y tener un hogar, ese era el ideal”.

La gente se imagina su vida. La gente hace planes. La realidad suele tener otros y la prostitución se convirtió en su medio de subsistencia. El tránsito a trabajadora sexual no fue fácil. Para muchos, esta sería la historia de otra bala perdida; de una alma pecadora a los ojos de ese Dios juzgón al que tanto le rezan. Para Diana fue el paso de una vida a otra con una mirada más humana:

-“Yo nunca supuse encontrarme con el ejercicio de la prostitución, nunca pasó por mi cabeza. Era algo lejano y ajeno a mí- declara – pero ya empecé a conocerlo y a conocer las realidades, empecé a conocer una cantidad de cosas. La prostitución posibilitó mi humanización”.

Con la prostitución Diana viajó a Italia, a España, sobrevivió en Holanda y tomó del Distrito Rojo de Amsterdam el modelo que quiere implantar en Bogotá. Pero en este momento todavía nos declaramos ilegales los unos a los otros. Fue deportada y tuvo que volver a Colombia. En 1992, con más prostitución, pagó sus estudios universitarios y los de su hermano. Se graduó como abogada de la Universidad de Antioquia y volvió a Bogotá. Siguió trabajando, sin mencionar su título a sus compañeras. Quería ser tratada como igual, lejos de esa titulitis enfermiza que nos hace sentir mejor que otros y más preparados para la vida. Sin embargo, la voz se regó tras la visita de unas amigas en la capital:

-¡Desde entonces me volví la representante de ellas, posición de la que no he podido zafar- dice mientras se ríe”.

Diana siempre conserva un mismo tono: pausado y reflexivo. Tono con el que cuestiona la Iglesia, el Distrito o relata su pasado. Sin embargo, con su altura de aproximadamente un metro 90, y una mirada espabilada de quien ha sido víctima de todo tipo de discriminación, todo lo que dice parece ser la última palabra. Es la reina del lugar, su presencia es imponente. Al pasar, todos la saludan y ella suele contestar de manera sobria pero maternal:

– “Las muchachas ya tienen confianza conmigo, me cuentan sus intimidades. Los dueños de locales me llaman para que solucione cosas, y todo el día estoy atendiendo casos- explica Diana – Ahorita tengo dos cuerpos embolatados. Uno en Medicina Legal y otro en el hospital de Suba de personas «trans» que murieron, y ese proceso me toca hacerlo a mí también”.

Si bien no hay un censo real que cuantifique a la comunidad transexual, ella trabaja con la estadística 15. Esta señala que por lo menos un 10% de la ciudad es población LGBT y que de esta el 10% sería «trans». Si señores de las buenas costumbres, por nuestras calles se pavonean aproximadamente 200 mil personas que atentan su orden natural. Pero ahí no para, Diana también asesora a comunidades en otras partes del país como Pasto, Cali y Popayán. Puedo imaginar, el amor al prójimo se agota y se transforma en el asco de muchos.

Zona de Alto Impacto

Su apartamento es amplio: tres cuartos, cocina, un patio de ropas y una sala espaciosa que lo muebles no alcanzan a llenar. Una luz tenue recorre el lugar. Su piso es de concreto y rojizo, por el que se pasean un perro y unos tres gatos. Un fuerte olor impregna el apartamento desde la entrada -con el tiempo me daría cuenta que era meo de gato-. Sobre la mesa central de la sala se encuentran unos figurines religiosos y en las paredes pendones de su organización o de congresos sobre diversidad.

Su casa, está ubicada en el corazón de la Zona de Alto Impacto (Localidad de los Mártires), que va desde la Caracas hasta la carrera 17 y desde la calle 19 a la 24. Reglamentada mediante el Decreto 400 de 2001, esta zona permite el «desarrollo de actividades de diversión y esparcimiento de escala metropolitana, dentro del cual figuran las whiskerias, streptease y casas de lenocinio, entre otros». Como la vida de sus trabajadoras, la prostitución en Colombia vive en un limbo jurídico: no es legal, pero tampoco ilegal. Sin embargo, Bogotá se convierte, de esta manera, en la única ciudad de Colombia que destina un pedazo de su territorio a resucitar el espíritu de Sodoma y Gomorra.

No fue fácil. Los clientes de Diana eran -con los años ha dejado de ejercerla- hombres, parejas casadas, empresarios. La prostitución es una actividad a la que llega un inmenso abanico de personas: Dania es un ejemplo que trasciende fronteras. Sin embargo, no deja de ser un submundo. Si la prostitución no es ilegal, si es inmoral. Solo sucede en círculos de total complicidad y confianza.

Un fallo a favor de la tutela No 0672 de 2000. A esto se resume el primer paso. En este, el entonces Alcalde Mayor Antanas Mockus, recibía la orden de crear la Zona de Alto Impacto. Distinto a una Zona de Tolerancia, no trata de convivir con las realidades aguantándolas hasta que la capacidad de ignorarlas lo permita -y hay quienes aún ven en esto una virtud. En este caso se permite y se promueve la intervención del distrito, con el fin de que la prostitución se ofrezca en condiciones adecuadas y sin actividades delictivas conexas -prostitución infantil, proxenetas, trata de personas. Planea jornadas de pacificación junto a la policía. Incluye la participación de la Secretaría de Salud, del Departamento Administrativo de Bienestar Social y la Alcaldía local, entre otros. Como cualquier otro trabajo busca ofrecer garantías tanto para los clientes como a quienes ofrecen sus servicios.

La primera vez que Diana me recibió, su apartamento estaba repleto de gente de la Secretaría Distrital de Planeación. En cuestión de minutos su hogar se convirtió en un centro de operaciones del Distrito. En la sala, se preparaban para realizar un cuestionario a las trabajadoras de la zona, con el objetivo de saber si tenían cédula, su último grado de escolaridad, si estaban afiliadas a un sistema de salud, su situación militar, y demás información de este tipo. Mientras repasaban las preguntas, Diana tomó la palabra:

-“Estos cuestionarios se deben hacer en infinitivo- dijo refiriéndose a las preguntas que incluían el género masculino entre ellas, a lo que agregó – La pregunta sobre enfermedades terminales omítanla, eso atenta contra la integridad de las muchachas, tiene un manejo interno y no la van a responder”.

Una extraña euforia poseía a los encuestadores: discutían cada pregunta, se interrumpían, y repartían los condones y lubricantes que entregarían a quienes contestaran las encuestas. Tanta exaltación y latente nerviosismo, los hacía parecer expedicionarios preparándose para un safari. En medio del desorden, Diana se acercó a mí, y me preguntó: «Bueno ¿y usted qué?». Hasta este momento no nos habíamos presentado.

Salimos de su casa. Diana vestía zapatos deportivos, pantalón de sudadera rojo y un abultado y peludo abrigo. Agarró una sombrilla y lideró la caminata hacia el primer lugar donde se harían los cuestionarios:

-Está lloviendo, es probable que no encontremos muchas niñas- advierte antes de salir.

La timidez absorbió a los expedicionarios. En contraste con lo visto antes de salir, les costaba trabajo romper el hielo con estos seres extraños que esperaban en viejos locales a sus clientes. Juan Carlos Prieto, Director de Diversidad Sexual, les ayudaba a que la situación fluyera. Con esto, el Distrito busca la manera de empalmar sus proyectos con las iniciativas ciudadanas ya existentes. Intentan no aplastar iniciativas civiles que llevan tiempo configurándose.

Diana le preocupa este «empalme». Teme que la iniciativa en la que viene trabajando desde 1999, termine enterrada por una idea de ciudad tan homogénea y homogeneizante como nuestra mentalidad:

-“Es que imaginarse la ciudad desde un escritorio es fácil, pero en muchos casos se ignoran las dinámicas internas, o cuando llegan a verlas no las entienden”.

Para ella la prostitución es un bien económico como cualquier otro. Debe tener derecho a salud, pensión y todos los beneficios laborales del caso. Ella lo ve muy sencillo: hay quienes trabajan con las manos, otros con las piernas y los pies, ellas usan los genitales. Pero parece que el pecado original pegó especialmente fuerte en Colombia.

Existen trabajadoras sexuales que nunca han pisado otro lugar de la ciudad distinto a este. La gente puede tolerar pero no aceptar

Transexualismo y Prostitución

Acompañé a Diana donde una trabajadora. Sería trasladada a un hogar de paso para después recibir atención médica. “Trans”, marica y puta; era VIH+, me diría Juan Carlos Prieto. Presentaba cuadros de neumonía y la situación era delicada. Al entrar en el edificio, Diana me presentó a Guillermo, un hombre ya de edad que estaba barriendo el piso que daba paso a las escaleras. Fue la primera persona en tener un negocio de prostitución en la zona, y recibió a Diana y a muchas otras «trans», ofreciéndoles vivienda y trabajo:

-“A Guillermo lo amamos, él era «trans» y fue el que nos ayudó a todas- señala Diana mientras lo abraza, tal vez la única vez que vi a Diana teniendo un gesto de ese tipo”.

Un ex «trans», que sin ese típico arrepentimiento católico, es unas de las leyendas de la zona. Después de saludarnos con una hospitalidad, Guillermo dejó de barrer y nos dio paso para subir. Al llegar al cuarto nivel nos topamos con una mujer que tenía puesto unos cinco sacos encima. Su voz sonaba afónica y con un toque bronquial. Enseguida Diana empezó a darle instrucciones: quién la iba a recoger, dónde iba a ir y a qué horas; ella solo asentía.

Los transexuales y travestis presentan un porcentaje mayor en el uso de condón, aproximadamente un 94%. Sin embargo, es una comunidad que también porcentualmente presenta más casos de sida que otras. Fuera de los problemas de condón roto, inyección de silicona sin supervisión médica y la difícil situación económica que suelen vivir, está el problema de la discriminación. Muchos no acuden a los servicios de salud y prevención del VIH. Es más importante la zona de confort de los proveedores de salud y no incomodarlos con su identidad de género.

Buena parte del problema se ubica afuera de la Zona de Alto Impacto. Existen trabajadoras sexuales que nunca han pisado otro lugar de la ciudad distinto a este. La gente puede tolerar pero no aceptar. Diana ha intentado apaciguar esto. Para ir a varios congresos sobre diversidad toma el transmilenio con sus compañeras y hace que tanto ellas como el resto de la ciudad se junten en una misma realidad:

-“La estigmatización en contra de nosotras ha sido a partir de todo ese judeocristianismo, a partir de toda esa normatización de dogmas religiosos – señala Diana- que si naces con pene y testículos, te tienen que gustar las mujeres y que tus actos sexuales solo pueden ser procreativos. Le niegan la posibilidad de placer al hombre. Y hablando del hombre como raza humana”.

El día de las encuestas, Diana le pidió a Juan Carlos Prieto información sobre las personas que realizaban la limpieza del barrio por las noches. Con las mangueras que lavaban las calles, mojaban a las mujeres que estuvieran trabajando. Juan Carlos prometió tomar cartas en el asunto. Detrás de este patético comportamiento, ella da una explicación:

-“Entonces la mujer solo puede acostarse con un hombre con fines procreativos y dentro de una institución que se llama matrimonio. No existe otra posibilidad desde lo políticamente correcto- argumenta Diana- Empiezan a normatizar nuestro cuerpo y ahí viene el tema de las prostitutas. Porque a las mujeres nos han clasificado en tres categorías: Eva, María y María Magdalena. Eva la pecadora, la que está a la caza de los hombres para hacerlos caer. María, la mujer abnegada, sufrida que hasta acepta que le maten al hijo. Y María Magdalena la que rescatan, la mujer pecadora que rescatan”.

Tradicionalmente, desde la moral católica, todas las mujeres son como Eva y son débiles ante el pecado. Pese a esta condición deben seguir el modelo de la Virgen: madre y virgen (¿?). El cuerpo de la mujer es controlado y se le asigna un rol específico dentro de la configuración social. María Magdalena es la Eva arrepentida, que con ayuda del hombre, busca recomponer ese camino al que está destinada.

Pero quienes ven a la familia nuclear como la única manera de construir una sociedad, los “trans” dan una luz de esperanza:

– “Nosotras conformamos otro tipo de familia muy sui generis. La que nos recibe a nosotras, una persona mayor, con experiencia, es nuestra madre. La que reciben igual que a mí es mi hermana. Y la pareja que tenga mi madre en ese momento, es mi padre”.

Es extraño que tanta transgresión lleve a la búsqueda de un orden común.

Presente y Futuro

Caminábamos por la calle cuando un policía llegó a quejarse con Diana. Le dijo que unas «trans» estaban fumando marihuana y atracando a todo el que pasaba. Diana oyó y tomó el teléfono del policía. Le explicó que estas situaciones las tenían mecanizadas con el anterior jefe del sector. Que tenían que hablar para estar coordinados. Todo fue en bueno términos, pero la relación con la autoridad ha sido un proceso de años:

-“Hemos logrado acercamientos. Con el mayor Vanegas, se logró que ya no nos criminalizaran a todas”.

Esto dio paso a canales de denuncia. Diana explica cómo la policía logró ganarse la confianza de las muchachas. Entendieron que no debían atacar a todos los «trans» por el mal actuar de algunas. Pero cada vez que hay un cambio, mandan gente que no entiende los avances conseguidos y chocan con la realidad:

-“Tienen que entender que aquí hay un pacto de convivencia, no es la ley del más fuerte- manifiesta mientras continua caminando”.

Este es uno de los mayores obstáculos dentro de su proyecto: cada vez que hay un cambio de jefe de policía, o de alcalde local o Distrital, muchos de los avances logrados se vienen abajo. En especial con la policía aunque ha llevado a que muchos de los objetivos estén lejos de ser realidades:

-“Anteriormente un policía pasaba y si veía a una mujer que le gustara la cogía y se la llevaba de secuestro. Estamos hablando de secuestro, y la obligaba a tener relaciones sexuales con él. Muchas veces sin protección y el tipo de relación sexual que él quisiera”.

DESDE LOS ANDES

Recomendamos la entrevista a Dean Spade —abogado transexual estadounidense—que dio en la presentación de su libro "Vida normal: violencia administrativa, política crítica trans y los límites del derecho." en Uniandes.

Click acá para ver

Como respuesta, la comunidad transexual de la zona decidió desarrollar «estrategias de defensa». Algunas de sus compañeras se cortaban y arrojaban sangre contra la policía, amenazando con exponerlos a una infección de VIH. Sin embargo, ya conocen las herramientas legales para poner una denuncia penal si es necesario. Un proceso disciplinario que podría hacerles perder el puesto.

Desde la comodidad de su hogar, Diana mantiene que desde la llegada de la Zona de Impacto y del ejercicio de la prostitución el barrio se encuentra mucho mejor. Que la gente tiende a ver lo contrario por la carga moral que hay detrás, pero que los avances en muchos aspectos son incuestionables. No quiere un ghetto y cuando se le pregunta sobre el futuro de todo esto responde:

-“Espero llegar a un proceso totalmente organizativo que me permita identificar y les permita a estas personas identificar, visibilizarse como líderes totalmente empoderadas y con unas herramientas que también posibiliten el trabajo por el reconocimiento, la restauración y el ejercicio de los derechos de las personas que hacemos prostitución… sin importar la orientación sexual y sin importar la identidad de género”.

* Juan Pablo Conto es historiador y estudiante de la maestría en periodismo del CEPER 

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