Entrenar para salvar vidas

Después de 20 años, Héctor Guillermo Bernal Malpica abandonó las Fuerzas Militares de Colombia. Después de 20 años atendiendo enfermos y heridos se retiró de la guerra para reinventarse con un nuevo proyecto de vida: la Fundación Enfermeros Militares.

por

Laura Díaz Novoa


01.11.2016

Fotos: Laura Díaz Novoa

En el barrio Nueva Marsella, Héctor Guillermo Bernal Malpica, atento, en su despacho, un cuarto de estudio, me pide tomar asiento frente a su escritorio. En su computador conserva material gráfico (fotografías y videos) de las brigadas que ha realizado y de las charlas que ha impartido en Colombia y México. Me enseña una conferencia dirigida al sector salud que ha dictado ya en varias universidades y que según él es “una pequeña radiografía del conflicto armado”. En su presentación expone retratos de “carne mutilada” e historias de superación. Colombia completa un recorrido de más de 52 años de conflicto armado interno, entre el estado colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), una de las pocas guerrillas aún activas en América Latina. Desde 1990 a la fecha, 11.401 personas, entre heridas y fallecidas, han sido víctimas de minas antipersonas.

 

 

Héctor nunca contempló ser doctor, prefirió servir en el campo pre-hospitalario donde a veces los especialistas no llegan. A diferencia de los médicos que atienden heridos en una sala de urgencias, los enfermeros de combate ejercen en medio de las balas y en cualquier momento pueden resultar heridos. “En la selva uno tiene un botiquín, no una unidad de cuidados intensivos para tratar de forma adecuada un paciente”, dice el sargento. Los enfermeros militares son soldados o suboficiales militares con entrenamiento médico y su misión principal es prestar la atención a heridos durante un combate armado: a los miembros de la patrulla, la población civil afectada por las confrontaciones armadas y la contraparte, amparada y protegida sin discriminación por el Derecho Internacional Humanitario (DIH).

 

 

El sargento primero es oriundo de Nuchía, Casanare. Se formó con sacerdotes y monjas en la escuela Concentración Escolar La Presentación. Catequizaba a los chicos de grados inferiores: “yo tenía mi grupo de catequesis y todos los miércoles me daban dos horas para darles cátedra del nuevo testamento, de Jesucristo”. Durante la secundaria, en el año 89, vivió la guerra, por primera vez, cuando un grupo al margen de la ley detonó bombas en su municipio. “A nosotros nos quemaron parte de la casa, a mi papá lo intentaron fusilar porque en ella se hospedaban las esposas de los policías; él no sabía que eso era un problema”. En el mismo año se trasladó, con sus padres y sus tres hermanos, al centro geográfico de Colombia, Puerto López – Meta. Allí la violencia cambió de rostro, ya no las FARC, sino las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), organización paramilitar (ya desmovilizada) dedicada a combatir agrupaciones de izquierda, provocaban las confrontaciones armadas.

 

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Finalmente, la familia Bernal Malpica se trasladó a la capital del país por protección. Con los ahorros de su padre compraron y se instalaron en una casa en Ciudad Bolívar. Su familia, campesinos dedicados a las labores agrícolas y sin conocimientos en administración de negocios, adquirieron un supermercado que terminaría por quebrar en menos de un año; sin embargo lo intentaron una y otra vez con las tiendas de barrio y así finalmente se sostuvieron. Con la secundaria finalizada y sin empleo en Bogotá, en el año 1994, Héctor ingresó al Ejército Nacional de Colombia como soldado raso. Tras dos años de servicio, decidió continuar su carrera como soldado profesional en una institución profusa de garantías. Sus comandantes observaron en él el gusto por los primeros auxilios y le otorgaron la oportunidad de formarse como enfermero de combate. Cinco años después, se graduó en la escuela de logística como Suboficial especialista en Sanidad del Cuerpo Logístico de las Fuerzas Militares.

 

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Siendo cabo en el año 2002, se casó con una antioqueña pero poco pudo estar con ella; a su casa iba cada seis meses. “¿Vos me conociste dentro del ejército, ahora por qué me criticas?”, respondía él ante los juicios de su esposa. Jennifer, su única hija, nació hace 14 años en Bogotá, mientras él estaba en servicio y la pudo conocer solo un mes después. Ella nunca se crió a su lado: “me miraba como un extraño; cuando tenía menos de dos años, a veces la iba a tocar y no se dejaba, de una vez se iba a corriendo a donde la mamá”, recuerda Héctor. El núcleo familiar terminó por disolverse y la separación llegó hace un quinquenio. Jennifer desearía pasar más tiempo con él, a veces lo extraña; hablan por teléfono y por chat y se ven cada 15 días o cada mes: “vamos a donde mis abuelos, al centro comercial, me lleva a su casa o a los cursos”, dice su hija.

***

-“Mi hijo… ¡Mi hijo se está muriendo! Ayúdeme, se va a morir, está morado, no respira…” – me grita el Sargento Viceprimero Héctor Bernal, imitando la posible reacción de una madre a la que a su bebé se le bloquean las vías aéreas, mientras acuna un maniquí ‘de seis meses’ en sus brazos.

Bernal, Maritza Enciso —su actual compañera sentimental— y tres compañeros de armas, José Gabriel Moreno, Alberto Cristancho y Edinson Cortés, son los precursores de la Fundación Enfermeros Militares. A la fecha, la institución ha compartido con más de 2.800 colombianos programas de capacitación y entrenamiento en medicina táctica de emergencias y desastres, seguridad industrial, socorrismo, supervivencia, gestión al riesgo, urgencias y emergencias. El proyecto se creó en honor al sargento Francisco Aldemar Franco Zamora, héroe militar y símbolo nacional de una clara violación a los derechos humanos, quien en el 2009, en San José del Guaviare, mientras transportaba heridos en una lancha del ejército en una confrontación armada, fue secuestrado y posteriormente asesinado.

Dentro del ejército, Héctor aprendió pedagogía militar: clases fundadas en el principio práctico. “El aprender haciendo hace captar el mensaje por la parte visual así lo tienes en la retentiva.”. En la Fundación educan con videos, imágenes, casos cotidianos y ejemplos de vida. “Yo hice una prueba en el Hospital Militar. Los estudiantes eran muy buenos en la parte hospitalaria, todo lo podían hacer allí porque no tenían ningún tipo de estrés. Cuando los llevé a campo se ‘rajaron’; entraron en crisis”. El modelo que ha implementado en la fundación busca adiestrar el autocontrol en la atención pre-hospitalaria, donde generalmente fallan los sistemas de respuesta a emergencia: “el médico en el hospital atiende con todas las comodidades del mundo, pero el paramédico trabaja bajo estrés y dominarlo requiere entrenamiento especial”.

 

 

Con Maritza se organizó rápidamente, su noviazgo no duró más de tres meses. La relación la iniciaron hace cinco años y hace cuatro se constituyó la fundación. En ese primer año, compartieron paseos los fines de semana en cercanías a Bogotá pero ahora todo se convirtió en “trabajo, trabajo y trabajo”. A las 5:30 a. m. el sargento se está levantando, se organiza, y por tarde a las 7 a. m., ya está saliendo para el ejército. Regresa a las 3 o 4 de la tarde, para dedicarse a la fundación y a sus estudios virtuales como paramédico. “Desde que nos levantamos, hasta que nos acostamos, sólo se habla de trabajo. El trabajo está en la casa y así es muy difícil hablar de otros temas. A pesar de tenerlo cerca mucho tiempo, Héctor es una persona ausente: “sabe uno que está con él acá en la casa pero es como si no estuviera porque se dedica mucho a la fundación.”, dice Maritza.

“Mi primero” como le llaman sus colegas, se moviliza en Transmilenio y en bus. Con el dinero que tenía destinado a la compra de un carro, hace tres años adquirió los “cachivaches” de la fundación. “No tengo muchas cosas materiales, pero sí la satisfacción de contribuir con las personas.”, asegura. La habitación principal de su casa es un aula y temporalmente la oficina de Antonio, un español que diseña programas de protección para mujeres y altos mandatarios. Una habitación, es el cuarto de huéspedes de quienes desean asistir a capacitación y no pueden financiar un hotel. Nicole, en la sala, y Maritza y Jessica, en otra habitación, apoyan las labores administrativas y comerciales del proyecto. El garaje del domicilio, Héctor lo convirtió en un centro de simulación. Frente a las escaleras, sólo dos habitaciones, se reservan el derecho de admisión.

 

 

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