¿Cómo cuestionar, armar debates internos, mostrar la ética sin máscaras, hacer sentir vergüenza por un mal comportamiento, producir, siquiera, una pregunta moral en los corazones de los jóvenes que llegan a la universidad?
Veinte profesores y ocho facultades de la Universidad de los Andes lo están practicando. A esta especie de “laboratorio moral” lo bautizaron proyecto Épsilon. Y es laboratorio porque se reinventan a diario, entre errores y aciertos. Y así cada día se están abriendo cajas de Pandora: certezas, preguntas.
“Cuando una Universidad recibe el grupo de alumnos que llega a los Andes –las pruebas académicas tipo ICFES y demás demuestran que aquí entran los mejores alumnos de Colombia-, vale la pena sentarse a pensar cómo aprovechar esa oportunidad de tener las mentes más brillantes, ya que probablemente tendrán una enorme influencia en el futuro de Colombia. Son cuatro o cinco años que pasan por la Universidad. La idea es que durante su paso por aquí estén expuestos y sean conscientes de la importancia de tener un comportamiento ético más que adecuado. Ojalá ejemplar”, explicó Pablo Navas Sanz de Santamaría, rector de la Universidad, al preguntársele por qué se metieron en este proceso.
En enero del 2012 surgió en el Centro de Investigación y Formación en Educación (CIFE), la siguiente pregunta: ¿cuál puede ser la función, la orientación y el trabajo de un posible centro de ética en la Universidad de los Andes? Todos eran conscientes de que existían centros dedicados a la investigación y a la realización de eventos como conferencias y congresos que tratan temas éticos. “En otras universidades abordan el tema como razonamiento ético. Y está definido como una competencia general. Eso ya está inventado y ya sabemos promover ese tipo de razonamiento. Nos preocupa que no sólo el estudiante argumente, sino que queremos mover, también, su voluntad. Que sea capaz de ponerse en los zapatos del otro. Y eso no está ni tan inventado, ni es tan fácil de hacer”, explicó Juny Montoya, la directora del CIFE.
Así que las directivas llamaron a algunos profesores para empezar a socavar el terreno. Una de ellas fue Margarita Cepeda, profesora asistente del departamento de Filosofía quien dicta Introducción a la Filosofía. “Siento, como Uniandina, que lo que realmente me quedó de mi paso por la Universidad fue el ejemplo de un par de profesores. Recuerdo un día que Ramón de Zubiría (historiador y humanista quien tras un accidente quedó semiparalítico) quería explicarnos un poema de Nicolás Guillén y él, con su parálisis y su dificultad, simplemente trató de coger una taza que tenía frente de su escritorio y dijo: “miren este acto de amor que es poder coger una taza”. Cogió la taza con su mano muy paralizada y tambaleante, una taza que casi se le cae de las manos, ese fue un gesto impresionante, que nunca olvidaré. Fue una gran lección de vida. Son gestos así los que nos quedan al final. No tanto la información. La información se borra muchas veces, pero el gesto queda. Si en una clase hay algún gesto, una frase, un algo que cambia a estudiante, por qué no hacerlo, fomentarlo. Algo que mueve su comprensión en nuevas direcciones que logran desmontar esquemas y abrir luz de nuevas posibilidades”, dijo.
Otro de los involucrados en el proyecto Épsilon es Iván Darío Lobo, ingeniero industrial, profesor de Emprendimiento Social en la Facultad de Administración. “La educación escolar puede influir un montón. Estudié con jesuitas. Desde los 6 años siempre están enfatizándole a uno que la responsabilidad va mucho más allá del ámbito cercano, que uno tiene que preocuparse de lo que pasa en el país. Cuando teníamos 7 u 8 años nos llevaban a conocer un barrio periférico y a convivir un día o una semana con familias pobres. Eso marca, indudablemente”.
¿Cómo lo están haciendo? Varios ejemplos. El primero. Felipe Montes, 26 años, candidato a doctor de ingeniería en la Universidad de los Andes, dicta Redes sociales, juegos y altruismo: la complejidad en el comportamiento humano, a la que pueden asistir alumnos de diferentes carreras.
Son 30 alumnos divididos en grupos de cinco en los que hay de todo un poco: abogados, administradores, economistas, filósofos, ingenieros. Felipe, junto con otros dos colegas, diseña la manera de meterle un elemento ético a su clase. La clase se centra en demostrar hipótesis. Se inflan bombas, se salta lazo. ¿Qué van a demostrar con esto? ¿Cómo Felipe va a enseñar algo ético aquí? Dicen que mediante un juego regulado por reglas, plazos y metas demostrarán cómo las personas no saben identificar los billetes falsos.
Juegan, gritan, saltan. Es difícil digerir lo que se ve: futuros profesionales jugando a las nueve de la mañana en la Universidad de los Andes. Un grupo terminó de jugar primero. Y jugando descubrió lo siguiente: entre menos tiempo tiene la persona, menos le importa analizar el billete falso. Fue así como logró “meterle” los billetes falsos al otro grupo.
Tras esta clase, quienes supieron “embolatar” el tiempo, salieron con la siguiente reflexión:
¿Ser correcto en la vida es embolatar al otro para meterle billetes falsos?
Toda esta pasión por producir paradigmas, lanzar una hipótesis, concluirla, producir dilemas y entender comportamientos sociales arrancó en la maestría, cuando Felipe leyó sobre sistemas complejos. “Me di cuenta que es importante formar grupos en la vida, que quien está al lado de uno cuenta no sólo en el entorno, sino para uno mismo. Dejé de pensar como individuo y dejé de sentirme en el centro del mundo. El juego en esta clase es una excusa para demostrar que es válido competir pero hay que tener cooperación. Queda claro que al que genera lazos cooperantes, le va bien, al individualista no”.
Y estos modos de pensar pega y tiene efecto en los estudiantes. “Esta clase me está abriendo la mente sobre la ingeniería. Es más social de lo que pensaba y entiendo la importancia de los otros en mi vida profesional”, dijo Julián Vargas, estudiante de III semestre de Administración.
El otro ejemplo ocurrió en una clase de medicina, dictada por la médica Elena Trujillo en un edificio aledaño a la Fundación Santa Fe de Bogotá. Son diez estudiantes de medicina de IX semestre quienes reciben el curso de Habilidades de Comunicación II. Elena Trujillo le pide a uno de los alumnos que valore al paciente que está esperando afuera. El paciente entra, se queja de dolor de cabeza, de no poder respirar, de escalofríos, de dolor de estómago. En menos de 15 minutos la futura médica entrevista, valora y diagnóstica antibióticos por infección respiratoria, paños húmedos para el dolor de espalda y una radiografía. Elena pide la palabra y le hace las siguientes preguntas al paciente. ¿La médica le dijo por qué era importante tomar antibióticos? ¿Le explicó cuáles eran las vías respiratorias? ¿Volvería? El paciente lo duda. No volvería. La futura médica falló. No le produjo confianza al paciente y a la futura médica le quedó la siguiente pregunta. ¿Estoy haciendo bien mi trabajo?
Elena dicta una clase que parece obvia: cómo lograr empatía con el paciente. Y para ello existen varias técnicas que se practican en vivo y en directo. La idea es, justamente, equivocarse. “Uno trae unos principios éticos de uno mismo, de la familia, del colegio, de la cultura en la que creció. Esta clase le permite a uno saber lo que debe o no debe hacer, lo que es la ética para la profesión”, explica Alicia Londoño, 24 años, graduada en enero de 2013 de medicina. “La comunicación médico-paciente es lo más importante en cualquier especialidad. Siempre recalcan la importancia de tener una buena historia clínica y un buen examen físico (…) La mayoría de las cosas no son tan sencillas. Cuando alguien se queja de dolor de estómago, hay algo más detrás: tengo problemas con mi mamá, con mi esposo. Sin buena relación con el paciente, uno se va a quedar en el dolor de estómago y no va a solucionar nada”, añadió Alicia.
Con estas actuaciones y debates en vivo y en directo, Elena obliga al futuro médico a ponerse en los zapatos del paciente. Lo expone a críticas sin rodeos y a cuestionamientos sobre ellos mismos. Una de las estudiantes de Elena no conocía ni el sur de Bogotá, ni la pobreza, ni el otro, ni la diferencia. Elena los lleva a barrios periféricos para que hagan prácticas. “Ha sido interesante conocer otro nivel económico y otro punto de vista. Personas diabéticas, tercera edad, niños. Hemos tenido que ver sus casas, conocer su familia, ver dónde viven. Ha sido bueno ver que detrás de un niño enfermo, por ejemplo, y de unas malas notas en el colegio, hay un más allá doloroso. El ver eso ha explicado la enfermedad”, dijo una de las estudiantes de Elena.
Por el momento no se pueden dar porcentajes de éxito o fracaso sobre este proyecto Épsilon. Pero hay un proyecto similar que ha demostrado ser efectivo y sirve de ejemplo: El Centro de Español. La Universidad detectó vacíos narrativos y estructurales en el manejo del Español por parte de sus estudiantes. Y así surgió el Centro de Español para asesorar a los estudiantes e intervenir las clases desde el buen uso del idioma para exigirle a los estudiantes escribir bien, argumentar y presentar trabajos sólidos. Allí se concentran más de 50 estudiantes graduados, estudiantes de maestrías que asesorando en Español pagan su matrícula y reciben un salario digno. Cada asistente graduado se encarga de un curso específico y de asesorar estudiantes. El objetivo es ayudarle al profesor titular a que sus estudiantes mejoren la construcción de sus textos. No se trata de corregir los textos. Se trata de asistir y enseñar cómo construirlos”, explicó el vicerrector académico José Rafael Toro. Obvio que “la ética es algo que se escurre de las manos porque hay posiciones extremas que no dejan satisfechas a la gente. Los cursos de español, sin embargo, son un buen ejemplo de cómo se podría armar el tema de la ética”, puntualizó el vicerrector.
Lo que si queda claro es que algo está pasando tanto en estudiantes como en docentes. “Empecé bastante escéptica el tema Épsilon. Pero después de dos sesiones entendí que estaba en el lugar correcto. Estos muchachos necesitan todo el tiempo tener claridad sobre cuáles son esos valores profesionales, cuál es esa ética del cuidado, esa ética con el otro”, dijo Elena Trujillo. “Aquí se van a abrir cajas de Pandora. Si la manera de mantener esas cajas cerradas era que no habláramos sino de temas asépticos para que no aflorara nada, pues nos la vamos a jugar”, añadió Toro.
El vicerrector se refería a uno de los casos más polémicos en este experimento. Lo manejó la economista María Alejandra Vélez, profesora asociada a la Facultad de Administración encargada de dictar Gestión de lo Público, quien suele llevar a la Universidad a un desmovilizado de la guerrilla y a otro de los paramilitares. ¿Por qué ingresaron al grupo ilegal? ¿Por qué se desmovilizaron? ¿Cuál ha sido su estilo de vida? Esas son las preguntas que se escuchan en la primera sesión de clases.
En 2010, cincuenta estudiantes escucharon a Nelson, un ex comandante de las Autodefensas Unidas de Colombia AUC, y Sandra, una ex-mando medio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia FARC. “Retomemos la pregunta –dijo Vélez al auditorio-; estamos pensando en las estrategias para resolver el conflicto. ¿Qué hacemos, entonces, con los cincuenta o sesenta mil excombatientes que están llegando a las ciudades y quieren incorporarse en la vida civil? ¿Qué hacemos con todas las Sandras y los Nelson del país?” Un estudiante, desde la última fila, dijo: “toca mandarlos para el campo.” Otro agregó: “tiene que haber perdón; sin perdón no logramos nada.” Pedro alzó la mano intempestivamente y refutó: “antes que perdón tiene que haber arrepentimiento y castigo. No puede haber reintegración sin castigo; no se merecen que la sociedad los acoja.” Varios estudiantes asintieron. De repente, un estudiante alzó la mano: “No creo que todos puedan reintegrarse, yo creo que a algunos cuantos habría que fusilarlos.”
“El día que supe de ese caso, me pareció fascinante que los estudiantes hayan tenido que oír a una guerrillera así sea para decir que la querían fusilar. Pero están teniendo que ver la Colombia real, la que no se puede evadir subiéndose a la Circunvalar”, opinó el vicerrector Toro.
Para María Alejandra es un hito dentro de la Facultad de Administración que se le esté dando espacio a las emociones. “Aquí le dan mucha importancia a la discusión de casos como material pedagógico donde el profesor no es quien da la solución sino que se construye a partir de la discusión. La construcción de conocimiento es una responsabilidad compartida. El conocimiento lo vamos construyendo todos en el tablero (…). En mis clases la gente toma decisiones, vive una serie de dilemas, mostramos resultados y discutimos qué pasó. Ahí se ve el efecto de no cooperar, el efecto del quién mintió”.
Este caso produjo una consecuencia concreta. Mónica, una de las estudiantes con posición más activa en la discusión, llegó días después de la clase a la oficina de la profesora. Decidió trabajar con los desmovilizados. Para entender, para perdonar, para ponerse, a fin de cuentas, en los zapatos de los otros. Y eso ya es un hito a pesar de que aún falta mucho camino por recorrer.
*Periodista del Media Lab del Ceper. Corresponsal para el diario ABC de Madrid España en Colombia. Profesora de la Maestría en Periodismo de la Universidad de los Andes.