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“En Gaza no hay ningún tipo de respeto por el cuerpo médico”: ginecóloga de Médicos Sin Fronteras

Orienny Mosquera es ginecóloga colombiana de la ONG Médicos Sin Fronteras. Ha trabajado en Afganistán, Yemen, Somalia, Ucrania y Gaza, donde vio la realidad cotidiana del pueblo palestino y la precariedad en la que viven sus pacientes. Entrevista.

por

Gabriela Herrera


10.10.2024

Foto intervenida por Nefazta

La misión de Orienny Mosquera es proteger y garantizar el derecho a la vida digna en lugares del mundo donde ya no queda ninguna esperanza. En medio de la guerra, su labor también es trabajar con víctimas de violencia sexual, enfermedades de transmisión sexual y concientizar sobre planificación familiar. 

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La ginecóloga colombiana nació en Quibdó, Chocó, estudió medicina en la Universidad Nacional de Bogotá. Al terminar el pregrado, se especializó en ginecología y obstetricia en la Universidad de La Habana en Cuba. En 2019 viajó a Afganistán de la mano de  Médicos Sin Fronteras, una organización médica y humanitaria internacional. “A mí en ese momento me ofrecieron Afganistán e Irak y elegí Afganistán porque sabía cómo era la situación de vulnerabilidad de la mujer allí y pensé que iba a ser más útil”, señala. 

Después pasó por lugares en Senegal, Níger, Somalia, Yemen y este año permaneció tres meses en el hospital Nasser, en Gaza, que en julio había alcanzado su capacidad médica al punto del desbordamiento. Hoy, tres meses después de su despedida con sus compañeros palestinos, todavía sigue recordando los traumáticos meses en Gaza. Desde el sur de Ucrania, en Jersón –donde es su nueva misión– conversó con Cerosetenta mientras miraba de reojo su celular en caso de que se activara una alerta por misil.

Su primera experiencia fue en Afganistán. ¿Cómo recuerda ese primer encuentro con un país en guerra?

Esa fue mi primera misión como ginecóloga de terreno. Estuve en un hospital que queda en una zona entre Afganistán y Pakistán. Esa era el área principal de los talibanes, entonces era una zona de mucho conflicto. Nosotros no podíamos salir a la calle por el alto índice de violencia y de riesgo. Parecía como una cárcel, pero a veces podíamos salir cada 21 días  escoltados para recorrer un poco y tomar un poco de aire fuera, pero así era más o menos.

Hábleme de esa experiencia.

Fue una experiencia muy bonita porque de alguna manera te enseña a aterrizar un poco como persona. Las mujeres eran tan reprimidas y tan maltratadas. Fue muy complejo, pero al mismo tiempo fue enriquecedor porque pude enseñarle a la gente. Trabajé con las ‘midwife’ que son como enfermeras que se encargan en la parte obstétrica de ginecológica en las maternidades, y compartimos conocimiento. Me quedo con todas esas personas que les pude ayudar y que tuvieron la oportunidad de tener una intervención que probablemente si yo no lo hubiera hecho, hubieran fallecido. 

Después de cuatro años, usted llegó a Gaza. ¿Qué aprendizajes cree que le sirvieron en este tiempo para llegar a esta situación? 

Mis actividades son muy puntuales en cada país. Trabajo con el área de salud sexual y reproductiva, entonces he estado enfocada en las maternidades, en temas de  violencia basada en el género o violencia sexual, planificación familiar, enfermedades de transmisión sexual y atención a la mujer gestante. Yo he ido a países donde hablar con grupo de musulmanes sobre aborto es casi que ponerte una pistola en la cabeza. Así que me ha ayudado a ser capaz de tolerar la situación de conflicto donde todos los días te levantas y dices: ‘gracias, hoy estoy vivo’. Hay bombardeos todo el día, tú lo sientes, tú los escuchas, tú ves la gente llegando a los hospitales sin brazos sin piernas.  

¿Cómo así que la ha ayudado?

Es que la destrucción que yo vi en Gaza no la he visto en ningún otro lugar donde yo he estado. 

Hablemos de esa llegada a Gaza. ¿Tuvo alguna dificultad para entrar? 

Se presentaron unos problemas de seguridad bastante fuertes. Teníamos que llegar en un determinado tiempo y no pudimos entrar. Entonces el ejército israelí no nos dejó mover. Nos tocó quedarnos casi que en la carretera en una zona de guerra hasta que amaneciera para poder pasar… Fue un poquito tenso ese momento.

Y cuando finalmente logró entrar, ¿tiene en su mente esa primera imagen de Gaza?

Luego cuando entras, empiezas a ver la destrucción… era como el Apocalipsis, como las películas donde tú ves que ha llegado, ha pasado algo y ha destrozado todo. Así tal cual. Se ven edificios totalmente derrumbados, estaciones de gasolina derrumbadas, estadios a la mitad, pedazos de metal, y ahí tú te empiezas a dar cuenta de dónde estás. 

¿Me puede contar cómo era su rutina? 

Al hospital llegábamos aproximadamente a las 8:30 y 9:00 am. Salíamos del hospital más o menos a las tres o cuatro de la tarde. Recuerdo que de camino de la casa al hospital, que era más o menos unos 30 o 35 minutos, la gente que no tiene a dónde ir construye en medio de las carreteras sus tiendas. Imagínate en medio de la carretera en una carpa de plástico con ese calor horrible. En la noche hacíamos reuniones de seguridad para hablar lo que se lo que se hacía en el día.

¿Recuerda alguna situación particular de amenaza o peligro que haya vivido?

Yo pienso que la más cercana que tuve era que colocaban una bomba en un lugar y entonces llegaban unos 70 u 80 heridos al hospital. Yo estaba en el edificio de maternidad, pero el edificio de trauma y cirugía y ortopedia estaba tan lleno que empezaron a pasar pacientes hacia el área de maternidad. Entonces, claro, yo bajé al área de urgencias a recibir heridos. En ese momento donde tú estás atendiendo estas personas heridas llegan los familiares o los combatientes o tú no sabes quienes son, pero eran un poco de hombres para averiguar si la gente está herida y entonces peleaban con el guarda para poder entrar. Eran los heridos más el grupo de gente tratando de entrar al servicio de urgencias. Llegó un punto en que te da temor porque hay tanta gente entrando desesperada que tú te sientes como que bueno, o sea, aquí puede pasar algo. 

¿Cuál era su mayor miedo?

Si los israelitas hubieran querido atacar en ese momento el hospital, lo van a hacer. Si tú ves en el histórico, ellos han atacado muchos hospitales lo cual me decía a mí que yo no estaba protegida. También cuando pasábamos por una calle y una hora después caía un strike ahí, me asustaba. Ellos tenían un barco que disparaba desde el mar, entonces cuando habían estos ataques, veías el humo por tu ventana primero porque sentías  por la onda explosiva. Cada salida también era como un temor porque de alguna manera no hay ningún tipo de respeto por el cuerpo médico. En cualquier momento también puedes ser víctima de un ataque y no va a pasar nada.

¿A quiénes recibía usted en el hospital?

Hombres, mujeres y niños amputados, con lesiones cerebrales, con esquirlas en el cuerpo, fracturados con politraumatismos. Ese era el tipo de paciente. Muchos niños sin acompañante, que llegaban solitos y pues esa es una de las cosas más tristes. Hay muchos niños sin familia, yo no sé cómo sobreviven. A veces los veía en las calles cuando íbamos en el tránsito de la casa. Le preguntaba a mis compañeros palestinos y me decían que la gente a veces les daba cositas pero que ellos andaban por ahí. 

En medio de toda esa muerte y destrucción como usted decía, usted tiene la labor de recibir a los bebés. ¿Cómo se cree en la vida en medio de todo?

Bueno, pues ahí la gente está sin esperanza. Tenía una compañera que me decía que cada vez que le llegaba el salario, se lo gastaba todo y que le compraba todo a sus hijos porque ya no sabía si ese era el último día. Muchos dicen que si en algún momento quedan heridos, dicen que quieren ser heridos con toda su familia porque no pueden manejar el seguir vivo y el estar como amputado familiarmente. Una de las cosas también más duras para mí fue la historia de mis compañeros con los que yo trabajaba. Muchos de ellos no eran de Gaza de esta parte sur sino del norte, de donde se iniciaron los bombardeos. Entonces desplazaron esta gente del Norte hacia el Sur y ahora bombardean en el sur. Siguen arrinconando a la gente y ya no tiene a dónde ir.

¿Y cómo es el día a día de las personas?

Los nativos tienen muchas dificultades para conseguir agua dulce. Por ejemplo, tienen solamente una sola entidad se encarga de desalinizar el agua porque ellos están a la orilla del mar. No da abastecimiento para todo. Hay unas ONG que se encargan de hacer huecos en la tierra para extraer el agua de los de los orificios. La extraen y las ponen en tanques para poder repartir a las personas. Entonces tú puedes ver más o menos en las horas de la mañana a los niños haciendo las filas para recoger el agua  con sus botellitas. La higiene es terrible, ya te podrás imaginar basura por todo lado. La comida es muy cara, el medio de transporte es el burro. La cantidad de cosas que ingresan a Gaza está muy limitada también porque los israelíes controlan lo que tú puedas entrar. 

¿Cómo es la alimentación? 

Me decían mis compañeros que de lo poquito que encuentran es pollo. No hay energía eléctrica entonces si tú tienes algo de carne, jugo o si tienes algo frío que tú quieras conservar en una nevera, lo que hacían era que si alguien tenía una [nevera], esa persona rentaba espacios en ella para los demás vecinos.

¿Cuál era la expectativa de sus compañeros a futuro? ¿Estaban buscando irse? 

Nosotros no podemos tampoco hablar mucho de ese tipo de cosas ni de interiorizar mucho en temas con la gente de allí por seguridad. Pero con los pocos que hablé me decían que no, que ellos se quedarían porque no tienen a dónde ir, porque no tienen familia afuera, que a dónde van a ir.  

En estos últimos días en Gaza, ¿cuál era su sensación? ¿Le costó despedirse?

Por un lado sentí tristeza porque pienso que pienso que debía haber hecho más o de pronto haber estado más tiempo. Pero por otro lado, era alivio porque sentía que mi vida estuvo en peligro en algún momento y que al salir ya iba a estar bien. Entonces mi sentido común me decía: ‘me libré, sobreviví’. Porque cuando estás allí, es difícil pensar que puedas sobrevivir por las condiciones. Era una sensación ambivalente, porque salí pero me sentía triste por la gente que se quedó, por el dolor, porque en realidad tú no ves que exista una manera de solucionar eso que está pasando. 

¿Cómo lidia usted con esa sensación de amenaza y muerte constante? 

Yo creo que para permitirte funcionar, el cuerpo y la mente te dicen: ‘bueno, esto es lo que hay y tú estás aquí, tienes que asumir la consecuencia de lo que pueda pasar’. Entonces tienes que relajarte y hacer tus cosas cotidianamente. Después de dos semanas en Gaza, las explosiones, los balazos y todo, ya se vuelven normales, o cuando veía los drones, normal. Aquí en Ucrania el acoso es totalmente distinto. Cuando llegan las alertas del teléfono, lo único que me molesta es cuando me despierto. Yo solo espero cuando la persona encargada de seguridad nos dice que tenemos que ir al búnker. Pero si no,  seguimos como si nada. Eso no sé si es bueno porque en una zona de guerra tú no puedes tener ese comportamiento de ‘no importa nada’, pero yo pienso que es una forma también de asumir el trabajo que tú estás haciendo, es un mecanismo de protección. 

¿Por qué sigue trabajando como médica en esas zonas de conflicto?

[Risas] No sé, creo que todavía tengo mucho para dar. Con toda la experiencia que tengo, siento que puedo ayudar en muchos lugares con lo que yo sé y con lo que he aprendido a lo largo de estos años. Ahorita estoy cerca de la zona de guerra [en Jersón, Ucrania]. Me llegan al celular las alertas de strikes. Me dice: ‘please go to the shelter’. Si ya la amenaza pasa a otro color, entonces nos vamos. Pero de momento todo bien, no es como en Gaza que sentía los bombardeos todos los días. No, aquí es una guerra un tanto diferente. Con eso te digo todo. No puedo decir más, es diferente a la realidad.

Finalmente, usted nació en Quibdó, Chocó, uno de los departamentos más golpeados por el conflicto armado. Pero también ha viajado por muchos lugares del país como médica. Cuando regresa a Colombia después de ser testigo de las guerras en el mundo, ¿tiene alguna reflexión sobre nuestro país?

Son dinámicas sociales distintas. Esta violencia tiene una razón de ser, tiene una razón histórica que es la desigualdad, la falta de oportunidades. Yo soy apolítica, o sea, ni de derecha ni de izquierda porque para mí la política lo único que hace es separar a los individuos, y eso destruye, ¿no? Entonces pienso que todo este sinnúmero de situaciones es lo que nos lleva a lo que vivimos. Cuando llego a Colombia, escucho que matan a alguien por quitarle un celular, cosas así, es triste. Pero yo ya no tolero esa violencia. Voy y visito a mi familia, pero inmediatamente regreso porque no, no puedo vivir con esa con esa falta de tolerancia por cualquier tipo de cosa. Es duro, pero en algún momento en el futuro planeo volver a vivir en Colombia.  

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