El silencio en El Naya

Hace un año cuatro líderes sociales fueron desaparecidos por disidencias de las Farc en el río Naya. Uno de ellos, Iber Angulo Zamora, fue arrebatado de una misión humanitaria de la Defensoría del Pueblo. Con esta acción, los grupos armados demostraron que pueden pasar por encima del Estado para cumplir sus propósitos.

por

Carol Sánchez


17.04.2019

Ilustración: Laura Lucía Rendón

Los hijos de Obdulio Angulo todavía esperan que cumpla su promesa. El 17 de abril de 2018 había clases, pero ni ellos fueron a estudiar ni él, profesor, a dictarlas. Apenas estaban saliendo de casa cuando Hermes, uno de los nueve hermanos de Obdulio, llegó a pedirle que lo acompañara nadie sabe bien a dónde. Se subieron a una lancha. El mayor de los hijos pidió que lo llevaran pero la respuesta fue no, “nosotros ya volvemos”. En el Naya, el río que separa los departamentos de Valle y Cauca, los siguen esperando.

Dicen que los vieron por última vez en Puerto Merizalde, un corregimiento ribereño de Buenaventura, al que llaman ‘la puerta del Naya’. Cuentan que su medio hermano, Simeón Olave, también los acompañaba y que parecía que iban a coger camino por el río Micay hacia Cauca, pero que nadie da razón, ni siquiera los ríos. Parece que a esta historia la hila el miedo y la decisión de no hablar de ella en voz alta.

El Naya es conocido por su historia de violencia. Allí, el narcotráfico, la minería ilegal y los grupos al margen de la ley encontraron refugio. En abril de 2001, paramilitares del Bloque Calima de las Autodefensas Unidas de Colombia hicieron un recorrido de muerte a lo largo de la ribera y asesinaron, según los pobladores, a más de 100 personas. Dieciocho años después, la Fiscalía ha recuperado apenas 27 cadáveres.

Las Farc también hicieron su parte y el El Estado no pudo reemplazar su presencia cuando, después de dos décadas de dominar el territorio, se replegaron a las zonas de concentración. Los que sí llegaron, o nunca se fueron, fueron los disidentes del Frente 30 que no se acogieron al proceso de paz y que ahora se se hacen llamar Los Renacientes o Fuerza Unida del Pacífico. Su comandante es alias ‘Chumbi’.

No son los únicos. Diego Alejandro Restrepo, coordinador de la Línea de Conflicto, Paz y Postconflicto de la Fundación Paz y Reconciliación, asegura que a finales del 2017 regresaron las disputas por el territorio. Otras disidencias, al mando de ‘Gentil Duarte’, le propusieron a ‘Chumbi’ que se uniera a ellos si no querían ser asesinados. “Se dice que hubo masacre tremenda de lo que era el Frente 30”, asegura el investigador. También dice que el ELN, el Clan del Golfo y una bacrim denominada ‘La Empresa’ están comprando a sangre y fuego su entrada al río. Para Restrepo, ninguno de estos grupos tiene reivindicaciones políticas. Su interés es hacerse con las rentas de las economías ilegales.

En el Naya la violencia se cuenta en presente. Se siente cerca. Tal vez por eso el silencio.

Obdulio, Hermes y Simeón eran -son, hasta que no aparezcan- líderes reconocidos a lo largo del río. Hablaban del medio ambiente y se oponían a las economías extractivas, reivindicaban los derechos de las comunidades negras y exigían servicios básicos para sus habitantes. Días antes de la desaparición, Obdulio se había reunido con el alcalde de Buenaventura y le pidió electricidad para todas las familias del Naya. Además, en plena campaña, los hermanos estaban apoyando a Petro. «A los cuatro vientos, y en cualquier lugar, hablaban de la Colombia Humana”, dice Luz Miryam Angulo, una de sus hermanas.

Fuentes en territorio, que prefieren no revelar su nombre, afirman que lo que pasó ese 17 de abril fue lo siguiente: a la comunidad negra de Juan Santos, a cuatro horas de Buenaventura en lancha rápida, unos hombres -conocidos por transportar coca a lo largo del río- llegaron a buscar a Hermes. Le dijeron que lo necesitaban a él, a Obdulio y a Simeón en Puerto Merizalde y le dejaron 16 litros de gasolina para la lancha. A Hermes le bastó cruzar el Naya -dejar el Cauca y pasar al Valle- para encontrar a Obdulio; a Simeón lo recogió 15 minutos río abajo. Los tres desayunaron en Puerto Merizalde, se encontraron con uno de los hombres, se volvieron a subir a la lancha con él y hasta ahí se sabe.

En el Naya la violencia se cuenta en presente. Se siente cerca. Tal vez por eso el silencio.

En el momento de la desaparición, Luz Miryam estaba en Buenaventura. Regresó a Juan Santos al día siguiente y se dio cuenta de que sus hermanos no estaban. Al principio, no se preocupó: “es que esos muchachos salían así y demoraban sus dos días y regresaban. Era normal”. Dejó de serlo cuando Iber, también hermano, y Nayibe Valencia, la esposa de Obdulio, empezaron a preguntar. Con las preguntas llegaron las amenazas.

“Si sigue preguntando las desapariciones siguen. Recuerde que usted tiene dos hijos”, le dijo una voz a Nayibe por teléfono. Era 22 de abril. Habían pasado cinco días desde la desaparición. Nayibe estaba en Buenaventura y allí se quedó. Dice que fue a la Fiscalía a advertir lo que estaba pasando pero que le hicieron sentir que exageraba, que la llamada no había ocurrido.

El 2 de mayo, quince días después de la desaparición, Nayibe decidió regresar pero la lancha que iba a llevarla sufrió un daño en el motor. Mientras esperaba el arreglo recibió otra llamada, esta vez de advertencia: al otro lado del teléfono su hermana le decía que no podía volver, que unos 15 hombres armados y con camuflado llegaron a Juan Santos a buscarla a ella y a Iber, que tenían fusiles y armas cortas, que amenazaron al pueblo y que desbarataron las casas tratando de encontrarlos. Que gritaban que si mataban a una de las Valencia, sus hermanas, ella iba a aparecer. Que preguntaban ‘¡dónde están esos hijueputas!’.

“Ese día que fueron a buscarme era para matarme. Si el motor no se daña…”, dice. Es fácil adivinar cómo termina la frase.

Iber también logró escapar, se refugió en una vereda de Puerto Merizalde. Como no los encontraron, los armados se llevaron a otro de los hermanos Angulo, aunque luego lo dejaron libre en un poblado cercano. El único propósito, dice Luz Miryam, era que la comunidad no se fuera detrás de ellos, que sirviera de escudo humano. Quince familias -alrededor de 50 personas- se desplazaron al día siguiente. Hoy se sabe que esos hombres obedecían a ‘Chumbi’.

Después de los hechos, el Consejo Comunitario del Río Naya pidió un rescate no armado para Iber, quien también era representante legal de Juan Santos, la máxima autoridad de la comunidad. Sabían que su vida corría peligro y que lo tenían que sacar. El 5 de mayo, diecisiete días después de la desaparición, una lancha con funcionarios de la Defensoría del Pueblo salió en busca del cuarto hermano. Fue fácil encontrarlo, pero no salir. A los pocos minutos del rescate, nueve hombres con fusiles, pistolas y lanzagranadas a bordo de una lancha rápida detuvieron la embarcación y se lo arrebataron a los funcionarios de la Defensoría. No fue una acción menor, asegura Restrepo, “se lo quitaron a la institucionalidad. Esto lanza un mensaje simbólico, están diciendo que pueden pasar por encima del Estado para cumplir sus propósitos”. Desde ese día, Iber también está desaparecido.

Seis días después, alguien arrojó un casquillo de bala a la oficina de la Defensoría del Pueblo en Buenaventura. Lo tomaron como una amenaza directa. Cerosetenta intentó hablar con la entidad al respecto, sin embargo, no quisieron dar declaraciones porque consideran que es un caso muy delicado.

Para Nayibe, la responsabilidad es de la misma institucionalidad que no les ha prestado suficiente atención: “Mi cuñado desapareció porque ignoraron el alto índice de riesgo. Gracias a Dios yo no estoy muerta, no alcanzaron a hacerme daño. Pero, ¿por qué esa forma de ignorarnos, de hacer como si nosotros no existiéramos? ¿Por qué la Fiscalía nos pide pruebas si nosotros tenemos un testigo directo que es la Defensoría? Ellos lo vivieron en carne propia”.

El 4 de junio las disidencias de la Fuerza Unida del Pacífico publicaron un vídeo en el que se adjudicaron el secuestro y asesinato de Obdulio, Hermes, Simeon e Iber. Habían pasado 29 días desde la desaparición de Iber y 48 desde la de sus hermanos. Las disidencias los acusaron de, supuestamente, fortalecer a los grupos paramilitares. Nayibe lo niega: “Ningún hombre sobre la faz de la tierra es capaz de pararse en frente mío y decirme que ellos eran unos delincuentes. Ellos solo ayudaban a la comunidad”.

No se trata solo del duelo, el asesinato de un líder rompe los procesos organizativos que se venían adelantando.

Desde entonces más de 57 familias se han desplazado del Naya, cuenta un líder de la comunidad que prefiere guardar su nombre porque, como muchos, está amenazado. Dice que el índice de retorno no supera el 5% y que aunque hay presencia de la Fuerza Pública no hay garantías de seguridad porque los uniformados ni reconocen a los ‘narcos’ ni requisan las embarcaciones para capturarlos. “El miedo y la incertidumbre son muy grandes. No tendría palabras para describirlo, es una situación que no vivíamos desde la masacre del 2001”, asegura. Entre los desplazados están Luz Miryam, sus hermanos vivos y Nayibe.

También se siente un vacío de liderazgo. Los cuatro hermanos ejercían una función indispensable, defendían los derechos, algo difícil de reemplazar. Tampoco hay muchos que se atrevan: el temor es correr con la misma suerte. Eso es lo que busca el asesinato de líderes, según Restrepo, romper el tejido social en las regiones. «No se trata solo del duelo, es que se rompen los procesos organizativos que se venían adelantando».

En todo caso, el duelo pesa. “Yo no pensé que fuera tan difícil tener familiares desaparecidos, convivir con semejante dolor. Es estar en una constante espera”, dice Nayibe, y desde el teléfono se escucha la impotencia de sus palabras. En los últimos 365 días van dos veces que la llenan de falsas esperanzas a la familia. La primera fue en junio del año pasado. Un grupo de pobladores encontró un cuerpo a orillas del Naya, creían que era el de Iber. Sin embargo, la Fiscalía le informó a la familia que no, que ese no era el líder, aunque tampoco sabían quién era. “Los únicos desaparecidos en este río son ellos cuatro, si no es Iber, ¿quién es?”, se pregunta Nayibe. Cerosetenta también contactó a la Fiscalía para responder ésta y otras preguntas pero, hasta la fecha de publicación de esta historia, no hemos recibido respuesta.

La segunda fue en noviembre. Mandaderos de ‘Chumbi’ le dijeron a Nayibe que podían entregarle el cuerpo de su esposo, Obdulio, para que lo enterrara. Ella les pidió que se lo entregaran a alguna institución, que ella no sabría qué hacer con el cuerpo. Todavía sigue esperando. También recibiendo amenazas. La última fue el 20 de febrero de 2019. Un hombre llegó al lugar donde vive a decirle que ella estaba declarada como objetivo militar pero no le dijo por quién.

Luz Miryam dice que ella hubiese preferido que amenazaran a sus hermanos, que los hubieran desplazado o mandado a vivir debajo de un puente, que ella feliz se hubiera ido con ellos, porque así estuvieron lejos de su hogar, sin recursos económicos y viviendo mal, estarían juntos. Hoy, ni siquiera tienen un cuerpo al que enterrar.

Por ahora, la casa donde vive Nayibe es arrendada y el agua llega solo día de por medio. Por las amenazas, tiene un escolta asignado por la Unidad Nacional de Protección pero ella tiene que pagarle los transportes, “con los $2.000 o $4.000 que me toca pagarle a él le doy las onces a mis dos hijos. Es como si mi única opción fuera quedarme aquí”. Tampoco es que quiera volver al Naya, mucho menos Luz Miryam. “Yo no me imagino volviendo y que falten ellos. Ellos eran la palanca, nuestros líderes, la comunidad se quedó sin quien los defienda”, dice la hermana.

La desaparición de Obdulio, Hermes, Simeón e Iber no es solo la desaparición de cuatro hermanos. Para los nayeros, también es aceptar con resignación que el Estado perdió la oportunidad de fijarse en un territorio en manos de la violencia. Es condenar al silencio a unas comunidades que nunca han podido lograr que las escuchen. Es decirles: aquí mandamos nosotros, pero mientras puedan, sigan resistiendo.

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