El miedo, la emoción electoral en Colombia 

El juego político nacional ha despertado todo tipo de emociones. El miedo, pese a todo, sigue siendo la más dominante: perturba la razón, deteriora la calidad del debate público e incide en la intención de voto para las próximas elecciones. ¿Cómo se ha manifestado y qué consecuencias tiene? Entrevista con la filósofa Laura Quintana.

El país tendrá nuevamente una cita con sus propios vicios electorales.

En su próxima jornada se enfrentará a fantasmas ya conocidos como el Registrador Nacional, Alexander Vega, a quien la Fiscalía le abrió indagación preliminar por cometer, presuntamente, fraude en las pasadas elecciones al Congreso. También verá la incertidumbre a los ojos, que va desde las expectativas con el resultado de los comicios hasta las dudas sobre un correcto funcionamiento del software de escrutinios o sobre si se caerá la página web de la Registraduría, como ya pasó en las elecciones de marzo. Las amenazas en seguridad, rurales y urbanas, podrían mantener en estado de sitio a algunas comunidades. Y en las empresas no será la última vez que haya constreñimiento al sufragante, que es cuando los empleadores ejercen influencia sobre el voto de sus empleados.

Y luego está el miedo. 

Para Laura Quintana, filósofa y profesora de la Universidad de los Andes, el miedo en algunos casos se mueve a través de discursos que distorsionan la complejidad de la realidad. Si bien cree que hay heridas compartidas que tienen que ver con condiciones de violencia en Colombia, en esta entrevista habla sobre cómo esa emoción es producto de las estrategias políticas, muchas veces impulsadas tendencialmente por discursos de derecha, y que tienen como único fin generar un caos útil para preservar el statu quo

Las fuentes del miedo son diversas pero clasificarlas de manera rígida, sin embargo, disminuye para Quintana la capacidad de análisis. Con todo, cree que en una sociedad tan desigualitaria como la nuestra, no todos estamos sometidos a las mismas condiciones sociales, institucionales y democráticas. “Tenemos muy claro, por ejemplo, el miedo de saber que hay personas acostumbradas a hacer valer su soberanía de poder y de riqueza que recurren a métodos violentos para poder mantenerlo”. 

¿Se puede hablar de un pánico electoral en Colombia? ¿Cree que lo hay?

Sí, pero no creo que haya una única sensación de pánico —aunque yo preferiría hablar de miedo porque, en mi cabeza, el pánico a veces suena un poco patologizante—. 

Sin duda hay quienes tenemos miedo de que las cosas no tengan un viraje en el país. Ese es un miedo fundado por una muy mala gestión del gobierno presente y por sus intervenciones que han supuesto asesinatos de personas que protestan; medidas económicas que han causado precarización; una fuerza pública cada vez más arbitraria; una concentración de poderes que cada vez se torna más antidemocrática. Y a pocos días de las elecciones, el miedo se torna en ansiedad, en desasosiego, porque tememos que las cosas sigan igual.

Por otro lado, hay quienes también tienen miedo de que gane la opción del Pacto Histórico. Ha habido muchas interpretaciones y lecturas de lo que supone la figura de Petro. Quien desconoce su programa electoral —que no es nada expropiador y sí muy liberal— y se apoya además en los rumores que circulan está sintiendo miedo.

Es importante situar las emociones y sus condiciones de emergencia y no generalizar. 

Se espera que la clase política genere serenidad y confianza en el sistema democrático. Sin embargo, esta semana el expresidente Andrés Pastrana escribió alarmado por un presunto golpe de Estado por parte del Pacto Histórico ¿Cómo lo interpreta?

Son varios escenarios. Por un lado, está el de poner a rodar rumores que creen inestabilidad para intentar promover una sensación de caos y de anomia. Eso produce alteraciones del orden público y, como algunos sospecharon, hasta miedo a datos no confirmados como una posible cancelación de las elecciones. 

Por otro lado hay una estrategia que le funciona a la derecha y es crear miedo promoviendo ese caos para hacer valer un orden establecido y poder mantenerlo. Entonces se ponen en cuestión las elecciones y circulan rumores evidentemente absurdos como pensar que el gobierno actual, que es de derecha, vaya a cometer fraude en contra de sus propias ideas y de su propio proyecto, ¿no?

Pero el miedo también proviene justamente de eso, de un gobierno de derecha que no ha garantizado condiciones de neutralidad estatal, sino que ha gobernado para mantener su proyecto político con una estrategia de desestabilización que le permita proclamar la necesidad de un orden casi autoritario. Es muy paradójico que personajes públicos como Pastrana, que están vinculados con el gobierno de turno, quieran poner en cuestión el funcionamiento de instituciones y funcionarios públicos para crear un estado de caos y de congruencia normativa que hace justificable, por ejemplo, la intervención de la Fuerza Pública o una instauración de condiciones de excepcionalidad.

Usted aseguró que la palabra pánico era patologizante. Pero, ¿no le parece que el agresivo debate público puede ser el rezago de la violencia política y el conflicto en Colombia? ¿Cree que eso impacta en nuestro miedo actual?

La noción de pánico tiene que ver con un terror que captura por completo los cuerpos. Etimológicamente, el pánico viene de una entidad inexplicable que se impone sobre uno, no se puede identificar qué es lo que ocasiona el miedo y eso lo deja completamente arrojado a la sensación de terror. En Colombia se crearon esos espacios: yo le tengo terror a un ataque paramilitar en aquella zona, por ejemplo, pero no sé cuándo va a suceder o si me van a incluir en una lista negra. Son condiciones imprevisibles que hacen que el miedo se vuelva terror.

En épocas electorales prefiero hablar de miedo porque es mucho más ubicable en las fuentes que lo producen. Hay una mayor intencionalidad del miedo en el sentido en que yo puedo atribuir mejor las ocasiones, los objetos o los fenómenos que vinculo con el miedo que siento. 

Poder enfrentar las condiciones de producción de estados anímicos complejos, alterados y agresivos, tiene que ver con desmantelar las instituciones de odio y violencia que han producido esos efectos. Colombia tiene heridas muy marcadas que muchas veces se patologizan y se piensa que es cuestión de que cada quien lidie con eso individualmente. Pero eso despolitiza el hecho de que esos dolores fueron producidos por condiciones comunes, por instituciones muy violentas, desigualitarias, racistas, patriarcales, machistas, que han despojado de derechos a muchas personas. 

También empleó el término “anomia”, propio de quienes sienten incongruencia con las normas sociales. ¿Tiene sentido que la desconfianza en el sistema democrático produzca miedo?

Lo que genera en Colombia esa sensación de anomia, entre otras, tiene que ver con sentir que las instituciones públicas no son tan públicas porque han quedado privatizadas por intereses clientelares, corporativos, terratenientes. La gente no siente que las normas que establece la Constitución, por ejemplo, se apliquen de la misma manera para todas las personas. Eso crea la sensación de que las instituciones representativas no representan y que los gobernantes que llegan son lo mismo porque todos terminan siendo corruptos. Por ese lado, uno puede hablar de esas incongruencias normativas.

Por otro lado, están las protestas sociales con las que se produce una suspensión del orden público establecido. Y se hace justamente para mostrar que hay instituciones que están fallando o que hay un gobierno que no está cumpliendo con las normas legales establecidas. Ahí, los gobernantes de turno identifican institucionalidad con statu quo y hacen ver la protesta —que realmente sí se produce por canales democráticos, pues es un derecho—, como un estado de anomia que está poniendo en riesgo la institucionalidad.

Por otro lado está la prensa azuzando. ¿Cómo lee usted el tweet de Vicky Dávila en donde dice “Dios apiádate de Colombia”? ¿Cree que meterse con las creencias religiosas contribuye a generar temor? 

Creo que es un error pensar que se tiene que imponer una visión de la secularización y que la gente nunca piense de la mano de sus creencias. Uno siempre tiene creencias, el punto es tener cuidado con no imponer sus creencias sobre instituciones públicas que deben ser muy amplias e incluyentes. No necesariamente es problemático que alguien apele a la figura de Dios en un tweet, lo que me parece problemático es que apele a la figura de Dios para infundir miedo y para hacer una proyección en la que supuestamente Dios nos ampara pero, ¿a quiénes? ¿A todos los colombianos y colombianas, cuando la mayoría está empobrecida y no quiere quedarse en las condiciones en las que está? Es una proyección imaginativa que pone de manifiesto la manera en que algunos intereses en Colombia han tenido mucha fuerza porque representan posiciones muy poderosas.

¿Deberíamos entender o compartir el temor de una minoría privilegiada cuando esa minoría no comparte el temor de la mayoría? 

Estoy de acuerdo con esa formulación. Pienso que son élites que quieren prolongar como sea sus privilegios y la manera en que sus privilegios les han permitido conseguir más. Es un temor que proyectan a los demás, como si todo el mundo tuviera que compartir sus miedos cuando, en realidad, son temores que están muy ubicados en un sector social y que buscan mantener un orden de cosas sin cuestionar. 

Recuerdo otro trino que decía: no, que dios nos ampare si esto no cambia. Una sensación generalizada en Colombia es que estamos muy mal; las condiciones de vida para la mayoría de las personas son muy precarias y la gente quiere tener algún tipo de transformación económica y social y otro tipo de programas políticos. 

Y lo que pasa es que los temores circulan, se van traspasando y las fronteras entre mayorías y minorías se pueden tornar borrosas. En Colombia, por mucho tiempo ha gobernado una minoría privilegiada y la mayoría, en cambio, ha carecido de muchas posibilidades y condiciones sociales. Y, sin embargo, por mucho tiempo fue hegemónico un proyecto de país que movía un deseo de propiedad que privilegia a pocos, un deseo de ser empresario, de poder tener “lo mío”. Y en un país como el nuestro, donde es tan difícil tener algo, mover el miedo a perder la propiedad —asociado a una figura pública con la imagen del expropiador— puede hacer que un miedo de una posición de clase muy circunscrita se vuelva un miedo compartido, que resuena en actores que no tienen esa posición de clase. 

¿Intuitivamente a dónde cree que nos lleva este miedo? ¿Cree que el miedo puede aumentar nuestra confrontación?

A mí no me gusta mucho hacer predicciones. 

Está bien. Ni le compete al periodismo. 

Ni a las ciencias sociales, aunque hay unas corrientes muy predictivas, pero a mí no me gusta predecir porque justo me parece importante pensar que siempre hay algo que es imprevisible, o lo que pensamos que podría pasar, no pasa. Eso lo hemos visto mucho en Colombia, que se preveía que iba a pasar algo que al fin no pasa.

Como con el Plebiscito… 

Sí, por ejemplo. Creo que siempre hay que tener una apertura a que lo imprevisible puede pasar y eso también nos da miedo, porque queremos tener todo controlado y una manera de controlarlo es previendo y calculando. Pero hay miedos que pueden ser más productivos que otros. El miedo también es importante en la vida. Si no sintiéramos miedo, no evitaríamos los peligros y nos pondríamos en riesgo. 

Algo que le ha hecho mucho daño a lo público en Colombia es que la gente se volvió muy cínica, en el sentido en que piensan que todos son iguales y para qué votar. No hay alternativas ideales ni perfectas en política, pero son alternativas. Y el miedo, sin duda, también se puede volver muy destructivo y puede llevar a estados paranoicos, en los que se anticipa lo que se teme, y se ataca a todo aquel que vinculo con el objeto de temor. Esos miedos defensivos son muy peligrosos. De hecho, muchas mentalidades que han justificado las autodefensas en Colombia han tenido que ver con eso, con construir objetos de temor para destruir y que se identificaron como la causa de todos los males.

La figura del enemigo ha sido nefasta en el espacio público colombiano. Esperemos, entonces, que las lógicas de enemistad y esas lógicas paradójicas se puedan contrarrestar, porque sí han sido muy destructivas en muchos costados de la vida política colombiana —de derecha y de izquierda— y también en aquellas posiciones que se han tornado, repito, muy cínicas: no se identifican con nada, pero tampoco hacen mucho para cambiar el estado de cosas y el miedo.

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