El legado de Roy Moore

Roy Moore, político y ex juez de Alabama, está envuelto en un escándalo de abuso sexual a menores de edad y aún así sigue su carrera al senado estadounidense. ¿Cómo la política crea las relaciones de género y cómo estas relaciones determinan la política?

por

Sandra Sánchez López y Carlos Cortissoz


01.12.2017

Foto: CharismaNews

La política construye relaciones de género y las relaciones de género construyen la política. Con esta frase, Joan Scott resumió hace tres décadas la manera, compleja y enmarañada, en que una forma dada de organización social determina unas relaciones de género y unas relaciones de género determinan, a su vez, el tipo de sociedad que queremos.

Su resumen sigue siendo muy vigente. Roy Moore, candidato al Senado de los Estados Unidos por el estado de Alabama, ha sido recientemente blanco de varias acusaciones de conducta sexual impropia con menores de edad. Estando en sus treintas, el candidato habría iniciado un encuentro sexual con Leigh Corfman, en ese momento de 14 años, y habría perseguido relaciones con niñas de 16 y 17 años. Moore, hay que decir, lleva 32 años casado con Kayla Moore, a quien –como él mismo reconoce en sus memorias Que Dios me ayude: Los Diez Mandamientos, tiranía judicial y la batalla por la libertad religiosa (2005)– vio por primera vez cuando ella tenía 15 y participaba en un recital de danza. Aunque en ese momento él supo que “ella sería alguien muy especial en su vida”, no la desposaría sino 8 años más tarde, un año después de reencontrarla y comenzar a salir con ella. Moore niega las acusaciones, pero su matrimonio ciertamente atestigua su preferencia, por lo menos entonces, por mujeres muy jóvenes.

El escándalo se enmarca en la reciente oleada de denuncias que inició con Harvey Weinstein, y que siguió con el actor Kevin Spacey, el director ejecutivo de Amazon, Roy Price, y más recientemente el comediante Louis C.K. Sin embargo, el caso Moore es diferente y especial. Mientras los anteriores han generado una respuesta unánime de aversión, Moore ha tenido defensores y detractores de muy variada estirpe. Algunos sectores de la opinión simplemente concuerdan con la visión de Scott Taylor, representante republicano por el estado de Virginia, quien afirmó que, de tratarse de una de sus hijas, él simplemente “le rompería la cara, los dedos y, probablemente, le haría algo mucho peor”. Incluso el Alabama Media Group, que hace tan solo 50 años instaba a detener la lucha por los derechos civiles desde sus diarios en Birmingham, hoy decide estar “en el lado correcto de la historia” y retirarle el apoyo. En estos sectores hay un rechazo rotundo.

Las relaciones de género construyen política, y es fundamental preguntarse qué tipo de sociedad estamos formando cuando las vivimos y participamos de ellas: una que naturaliza desigualdades o las ignora patentemente, trivializándolas en el ámbito público

En otros, mucho menos visibles pero no por ello menos poderosos, se comparte la opinión del pastor Flip Benham, quien cree que Moore perseguía relaciones con chicas adolescentes a causa de su “pureza”. En una emisora local de Alabama, Benham observó que “la dama con quien ahora está casado, Ms. Kayla, era una mujer muy joven. Él hizo eso porque hay algo en la pureza de una mujer joven, hay algo que es bueno, que es verdadero, que es directo y él buscaba eso”. Para Benham, y seguramente para el mismo Moore, buscar una esposa entre jóvenes adolescentes permite materializar un ideal: el esposo-padre cuyo rol, lejos de ser el de amante y compañero de una persona madura e igual, es más el de darle forma a una gema en bruto, cuyas asperezas hay que pulir pero que aún retiene intacta su pureza. Ese ideal es el de una relación asimétrica, muchas veces, claro, consentida y querida. Kyla Moore, de hecho, es una de sus más acérrimas defensoras, junto a otras mujeres que también lo respaldan.

Este orden de género desigual, ambivalente pero profundamente arraigado, engendra visiones políticas que, cuando se externalizan al ámbito social, dan lugar a las más variadas expresiones de poder: productores de Hollywood liberales que asedian actrices principiantes (o incluso consagradas), directores ejecutivos de grandes empresas que acosan empleadas o socias de negocios, comediantes que consideran cierto tipo de propuesta sexual una elección y no un auténtico dilema para las mujeres, presidentes que “agarrarían mujeres por la ‘cuca’”, ámbitos en los que a mayor nivel jerárquico menor presencia y salario para las mujeres, compañías en las que las vidas materna y la profesional eventualmente se hacen menos y menos compatibles. Las relaciones de género construyen política, y es fundamental preguntarse qué tipo de sociedad estamos formando cuando las vivimos y participamos de ellas: una que naturaliza desigualdades o las ignora patentemente, trivializándolas en el ámbito público. Por ello, no es gratuito que Trump, alguien sobre quien recaen también múltiples acusaciones de abuso, zanje la discusión diciendo “No necesitamos a un liberal allá [en Alabama]”.

El caso Moore revela también la otra cara de la relación género-política. A solo tres semanas de las elecciones en Alabama, la contienda entre Roy Moore y el candidato demócrata Doug Jones ocupa un lugar preponderante en la agenda mediática estadounidense. Jones, hasta hace unos días seguro perdedor, está ahora a dos puntos de Moore en las encuestas, y si juega sus cartas correctamente, podría incluso frustrar las cuentas republicanas, que dan por segura la silla de Alabama en un congreso que tendrá que aprobar, entre otras cosas, el proyecto de ley para la reducción de impuestos—un proyecto que, según el economista Nouriel Roubini, es una auténtica conspiración de Trump contra el 99%.

Jones, vale decir, es conocido por haber enjuiciado a unos hombres del Ku Klux Klan 40 años después de que asesinaran a cuatro niñas afroamericanas y, en tiempos de Trump, por estar a favor de políticas como la reforma al sistema penal, el aumento del salario mínimo y la preservación del vilipendiado Obamacare. También es conocido por defender la participación de personas transgénero en la milicia y su libertad de elegir qué baños desean utilizar. Para Moore, por supuesto, los transgénero “no tienen derechos” pues, según él, “la Corte Suprema no se los ha reconocido”. Además, como el mismo Moore sugiere, reconocerlos sería restarle prominencia a las mujeres, cuyo rol pasaría de alguna forma a un segundo plano, opacado por las causas de otras minorías, desde su paradigma religioso, antinaturales. En sus entrañas, Moore entiende que un esquema como el de Jones encarna una visión de mundo en el que las mujeres no podrían seguir siendo lo que él quiere que sean, en el que no hay tal cosa como una adolescente pura o, más bien, en el que no hay tal cosa como una mujer impura, y en el que él, y otros como él, no podrían conseguir cierto tipo de esposa y tener un cierto tipo de relación con ella. Un proyecto político construye relaciones de género y es fundamental preguntarse qué relaciones de género estamos promoviendo cuando elegimos a x o y candidato: si estamos naturalizando desigualdades, ignorándolas o trivializándolas.

Si Moore es culpable importa, sobre todo, por sus víctimas. Y si no lo es importa, sobre todo, por el orden político del que viene y que nos lega. Usualmente, las consideraciones de género se tramitan como si atañieran principalmente a la esfera privada y sus implicaciones se limitaran a un desprestigio personal que afecta a unos individuos, pero no a una estructura social afecta la vida de todos, incluso de quienes nunca han interactuado con acosadores ni abusadores.

 

* Sandra Sánchez es Historiadora, filósofa, analista de medios y profesora del Ceper.  Carlos Cortissoz es filósofo, profesor del Departamento de Humanidades de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, especialista en filosofía antigua, ética y argumentación. Una versión de esta nota salió previamente publicada en Razón Pública

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