M[N. de E. Esta historia hace parte del especial «De izquierda a derecha: los conversos del uribismo». Para leer la introducción, y entender la teoría, haga clic aquí]
—En mi vida he tenido dos jefes político militares: Jaime Bateman y Álvaro Uribe.
Everth Bustamante le dijo esa frase a Álvaro Uribe cuando él era asesor político de su primera presidencia. Estaban en el norte de Nariño, en uno de los consabidos consejos comunitarios que Uribe acababa de interrumpir porque las Farc habían hecho una toma en un pueblo cercano. En dos horas, el Presidente reunió a toda la cúpula militar y con detalle les señaló en un mapa los posibles movimientos de la guerrilla en la zona y lo que ellos debían hacer en respuesta. Enfrente de Bustamante, Álvaro Uribe —y no los militares– analizó la situación, trazó los objetivos y dio las órdenes que los militares tenían que cumplir en menos de 48 horas.
—Lo vi dirigiendo la guerra—, recuerda.
Uribe lo había invitado porque él había sido guerrillero, porque tenía experiencia del otro bando y porque podía darle su opinión de los posibles movimientos de la guerrilla.
En cincuenta años de carrera política, Everth Bustamante ha sido fundador de dos movimientos políticos que son polos opuestos: la guerrilla del M-19 y el partido Centro Democrático. El primero en la década de los setenta y el segundo, en la segunda década del siglo XXI. Un giro de 180 grados. Sin embargo, no se considera ‘converso’. Dice que lo hizo “para fortalecer la democracia”, para llenar el vacío de institucionalidad, un trabajo que se puede hacer desde cualquier partido. Lo que para muchos significa una traición para él significó renunciar a las ideologías. Es, según él, lo que sus amigos “de la izquierda” no le perdonan.
Este mes, el presidente Iván Duque presentó oficialmente a Everth Bustamante como candidato para ocupar una de las cuatro vacantes que representan a Colombia ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en Washington. En junio, en la Asamblea General de la OEA que se realizará en Medellín, se conocerá si este gobierno logra mover sus fichas políticas para asegurar este nombramiento.
***
El 19 de abril de 1970 Misael Pastrana le ganó la presidencia a Gustavo Rojas Pinilla, que ya había sido presidente por golpe de estado entre el 53 y el 57. Eran tiempos de Frente Nacional, de división del poder entre liberales y conservadores, de álgida confrontación política. El triunfo de Pastrana estuvo plagado de denuncias de fraude. En medio del conteo de votos, en el que el militar Rojas Pinilla iba ganando, hubo un apagón. Cuando volvió la luz, el conteo indicaba que Pastrana era el nuevo presidente de Colombia. Hubo asonadas. Hubo desorden. Este robo a Rojas Pinilla, quién en su periodo había ya mostrado un carácter dictatorial y violento, fue, paradójicamente, el mito fundacional de la guerrilla de izquierda del M-19.
Ese mismo día, Everth Bustamante quedó elegido concejal en Zipaquirá y director, también Zipaquirá, de la Alianza Nacional Popular, Anapo, el partido que avaló la candidatura del militar Rojas Pinilla. Tenía 21 años y dos cargos públicos en un solo día. El primero se disputó en las urnas y lo ejerció durante cuatro años. El segundo se lo encargaron los 300 anapistas que llegaron a la puerta de su casa a pedirle que asumiera el directorio. Lo dudó. Llamó a Belisario Betancur —que también fue candidato presidencial en esas elecciones— y le pidió un consejo, una opinión, un permiso. La respuesta: “Yo perdí. Me parece que hay que apoyar a los sectores populares en su lucha por llegar a la presidencia”.
Era la primera vez Bustamante se vinculaba directamente en política. Antes sólo había hecho una intervención con las Juventudes liberales, en 1966, en la campaña que eligió de presidente a Carlos Lleras Restrepo. La vena política, al menos la primera, la heredó de su papá, un militante del Partido Liberal y dueño del periódico El Espacio que entonces recogía en sus notas las luchas de los trabajadores de las minas de sal de Zipaquirá. De él también recibió como regalo libros que lo marcaron como Las mejores oraciones de Gaitán y La guerra y la paz de Tolstoy.
A partir de los setenta su militancia política se inclinó por el ala más radical de la Anapo de la que a partir de 1974 surgió el M-19 en conmemoración de ese 19 de abril en el que –reclamaron– les robaron las elecciones. Allí confluyeron sectores que se desprendieron de las Farc, el ELN, el EPL pero cuestionaban las prácticas de esas guerrillas más tradicionales.
Everth Bustamante tuvo entonces un pie en la legalidad desde el Concejo de Zipaquirá y otro en la ilegalidad con el M-19. En sus ratos libres, dice, escribió su tesis para graduarse como abogado de la Universidad Externado sobre partidos políticos y subdesarrollo en el país. Entonces era lo que podría llamarse un polifacético, pero de izquierda.
***
—Uno en política no sabe cómo terminan las cosas, ni cómo se desatan—, dice.
En 1991, Bustamante y Álvaro Uribe estaban juntos en la comisión séptima del Senado. El M-19 se había vuelto partido político –la Alianza Democrática M-19– tras el proceso de paz con Virgilio Barco. Se discutía por entonces la Ley 100, la que creó el actual sistema de salud, de la que Uribe era ponente. Todos los partidos políticos, incluyendo el M-19, hicieron parte de una comisión que recorrió el país para socializar y discutir el proyecto. Bustamante y Uribe, contra todo pronóstico, se hicieron amigos.
—Fue una amistad en la diferencia—, asegura.
Mientras Uribe buscaba que la ley garantizara el 100 % de la cobertura, Bustamante privilegiaba la calidad. Tras ese primer encuentro, en 1995, Uribe lo invitó a que hiciera parte de su gobierno en la Gobernación de Antioquia. Bustamante no aceptó, en parte, por ‘sus diferencias’. ‘Las diferencias’ persistieron en 2001 cuando Bustamante era alcalde de Zipaquirá y Uribe le pidió ayuda con los demás alcaldes de Cundinamarca para su primera campaña a la presidencia. Esta vez Bustamante cedió, pero con una condición: Bustamante coordinaría la reunión, pero antes de darle la palabra a Uribe, hablaría él.
—Yo di mi discurso y me regué contra la seguridad democrática.
Luego Uribe habló y los alcaldes quedaron convencidos.
—Yo quedé solo. Éramos 90 y 89 se fueron con él.
La seducción se concretó en el 2005. Uribe le pidió –una vez más– que hiciera parte de su primer gobierno, como asesor en asuntos municipales y departamentales y esta vez, Bustamante aceptó sin vacilaciones.
—Lo consulté. —responde rápidamente— Le pregunté a varias personas de distintos sectores políticos.
La opinión definitiva fue la de Clara López, que en ese momento era la Auditora general de la Nación.
—Fui a su oficina. Le dije: el presidente Uribe me ha estado insistiendo que lo acompañe como asesor. No me ha puesto ninguna condición. Incluso me dice que necesita alguien en su gobierno que le diga las cosas como se las dije yo cuando estábamos tramitando la ley 100.
Ella le preguntó si alguien más le estaba ofreciendo algún otro cargo. Él le dijo que no. “Entonces me dijo: acéptelo”. Clara es una persona reconocida por su militancia de izquierda. Su esposo, Carlos Romero, era en ese entonces concejal de Partido Comunista. Por esto, dice, la consultó: “Entendí que esa era una decisión que podía facilitar un acercamiento, que de pronto era conveniente. Por eso acepté”.
Dice que siguió hablando con ella durante un tiempo mientras mantuvo el cargo. Lo dice porque hoy su relación con Clara López no es muy cercana.
No será la única amistad que perderá en su tránsito ideológico de la izquierda a la derecha uribista.
En mi vida he tenido dos jefes político militares: Jaime Bateman y Álvaro Uribe.
***
Solo cuatro años después de que se fundó el M-19, la guerrilla tomó la decisión de robar cinco mil armas del Cantón Norte del Ejército. Fue la noche del 31 de diciembre de 1978. Un comando de la guerrilla había alquilado una casa a pocos metros de la instalación militar y cavó un túnel que desembocó en el centro del depósito de las armas. Durante más de 24 horas, los guerrilleros desocuparon el depósito mientras los colombianos celebraban el año nuevo. La noticia solo se supo al día siguiente. El robo marcó distancia entre Bustamante y el M-19.
—Más que un alejamiento, hubo una discrepancia. —dice— Yo les dije en ese momento que las decisiones militares no podían poner en riesgo el funcionamiento de una organización política que estaba creciendo tanto como lo estaba haciendo el M-19.
Para Otty Patiño, exmilitante del M-19, la discrepancia fue sobre todo con las consecuencias que dejó el robo. “Vino esa época de torturas y él fue muy crítico por lo que eso produjo. Mucha gente presa, torturada. Él se abrió, trató de crear un grupo aparte y durante bastante tiempo desconoció la dirección del Eme y creó su propia tendencia”.
La tendencia se llamó Coordinadora Nacional de Base y realizó operativos como el secuestro y posterior asesinato del estadounidense Chester Allen Bitterman, funcionario del instituto Lingüístico de Verano.
“Eso se le volvió un enredo”, recuerda Patiño. Aunque Bustamante no tuvo que ver directamente con ese secuestro, “él decidió disolver esa vaina y reintegrarse”.
Everth no habla mucho de los dos años que duró la Coordinadora Nacional pero recuerda con exactitud el día que dejó de existir. En 1980, la mayoría de los dirigentes del M-19 estaban presos. Jaime Bateman organizó una reunión para reconformar la dirección nacional. Convocó militantes que estaban en distintas regiones del país. El encuentro fue a cinco minutos de Tocaima, en el balneario Potosí. Bustamante llegó con Bateman un día antes del encuentro para organizar la llegada de las sesenta personas que estarían en la reunión.
—El hotel lo habían tomado con el cuento de que éramos seminaristas jóvenes y las mujeres, novicias. Cuando llegamos había dos parejas tomando cerveza y bailando en la piscina del hotel. Después llegamos a la conclusión de que ellos eran de inteligencia— recuerda.
A las 11:15 de la mañana, uno de los encargados de la seguridad en los alrededores del hotel bajó pálido la montaña y preguntó por el comandante. “Le dijo: estamos rodeados por el Ejército. Detrás de la montaña hay un batallón y unos tipos con unos lentes”.
—Nos organizamos, preguntamos cuántas armas teníamos—, dice Bustamante.
La salida implicaba un enfrentamiento.
—Los únicos que quedamos de la antigua dirección éramos Jaime Bateman y yo. Con las armas que teníamos se organizó la salida por el río Bogotá, para llegar a Viotá.
Salió una avanzada que logró desarmar a los militares que estaban por esa zona, quitarle los radios y los lentes.
—Eso nos permitió conocer los movimientos de los militares casi durante una hora. Ahí salimos cuatro compañeros.
El caudal del río estaba bajo y pudieron cruzarlo nadando. Pero cuando llegaron a la mitad se desató un tiroteo violento.
—Jaime que era un buen nadador, altísimo, con una zancadas larguísimas. Él logró llegar al otro lado. A mi la corriente me arrastró. Llevaba una chaqueta de cuero y uno de los bolsillos llenos de monedas de 5 pesos para llamar en teléfonos públicos—.
Su esposa, que estaba con ellos, lo rescató y logró cruzar.
Tardaron tres días más para eludir el cerco del Ejército. Pero en la emboscada se quedaron varios que capturó el Ejército, entre ellos a Antonio Navarro Wolf.
A pesar de las diferencias, Bustamante se reintegró al M-19 y Carlos Toledo Plata, médico militante, lo llamó para que le ayudara en la organización de la secretaría internacional del Eme. La ayuda terminó en encargo porque en 1985 Toledo fue asesinado y Bustamante asumió la responsabilidad de las relaciones internacionales de la guerrilla.
“No es que fuera el jefe de la diplomacia del Eme. Él simplemente cumplía una labor en nuestras relaciones internacionales”, explica Otty Patiño. Bustamante alternaba su estadía entre Colombia y otros países, como México y Costa Rica, donde vivían su hermano y su padre que se fueron del país después de haber estado presos en Colombia.
“Es una persona capaz en todo sentido. Incluso capaz de romper la frontera. Su militancia del lado del uribismo es un acto muy oportunista”.
***
—Mi familia nunca me ha hecho ningún reclamo, a pesar de los dolores y el daño que les causaron mis actividades en una organización guerrillera—, dice Bustamante.
Más problemas le ha causado su actual participación en el Centro Democrático. Ha tenido discusiones fuertes con sus seis hermanos y eso le ha significado en especial un distanciamiento con uno de ellos, Mauricio, exsecretario de salud en la Alcaldía de Gustavo Petro, de quien es amigo desde la infancia, en Zipaquirá.
Con los demás, “cuando hablamos de política lo hacemos en términos muy respetuosos. No se meten a cuestionarme nada, ni se les ocurre pedirme ninguna explicación”.
Everth Bustamante nunca estuvo preso. Su familia, en cambio, sí. Y por su culpa.
A su padre y su otro hermano, Jorge Bustamante, los detuvieron -en momentos distintos- y los llevaron a ambos a las caballerizas del Cantón Norte para interrogarlos. Para ese momento, ante las personas cercanas, Everth dejó de ser Everth y pasó a ser Marko, el alias que le pusieron para poder comunicarse con él en la clandestinidad.
En México, a donde se fue a vivir después de haber pasado por la cárcel, Jorge se convirtió en un prestigioso escritor. Por eso, cuando Everth Bustamante tenía casi listo el borrador de La semilla del triunfo, el libro sobre cómo Iván Duque llegó a la presidencia, se comunicó con él para pedirle un favor que sabía que para Jorge iba a ser incómodo: “Te mando un borrador. Yo se que el tema no te va a gustar. Pero quiero que, por tu conocimiento literario, me ayudes a mirarlo”, le dijo. Su hermano aceptó a regañadientes revisar la estructura, la redacción, pero no el contenido. Y le puso una condición: “No digas que yo lo revisé. No digas que yo te ayudé. No me pongas en los agradecimientos”.
Irse con Uribe, la encarnación de lo que el M-19 combatía, “fue una decisión individual”, dice Everth Bustamante. “Práctica”, dice José Obdulio Gaviria, uno de los principales ideólogos del uribismo. “Yo no era militante de ningún partido”, reitera Bustamante. “Fue un acuerdo entre un congresista que se acercó a otro”, insiste Gaviria. Es, sin embargo, un viraje y uno brusco: ¿cómo se pasa de una idea democrática como la que se planteaba en el Eme, a una estructura tan excluyente?
“La paz es la posibilidad de que tú tomes decisiones. En 1990 la organización jerárquica del M-19 se acabó y él tomó decisiones. No lo juzgo”, dice una persona exmilitante del M-19 y quien posteriormente compartió con él en el Senado.
En esto concuerda Otty Patiño: “Cuando nos desmovilizamos todo el mundo quedó en la libertad de asumir su vida política como quisiera”, y agrega que quienes siguieron haciendo política después de la desmovilización, en algunos momentos siguieron juntos y en otros no. “En el ejercicio de las armas en una organización se generan lazos y hermandades que facilitan el trabajo, pero eso no quiere decir que las personas tengan que permanecer fieles a una organización inexistente. Por supuesto, hay principios que una persona debería respetar: como la defensa a la democracia”, explica.
Cuando Everth Bustamante se matriculó definitivamente en el uribismo, haciendo parte del gobierno de Uribe en el 2005, hacía ya 10 años que la AD19, “se había dividido y había sido estruendosamente derrotada en todo el país”, explica Bustamante. El uribismo, en cambio, había cogido vuelo.
Everth renunció a su cargo de asesor y se metió de lleno en la campaña de reelección de Uribe. Una vez reelecto, Bustamante se fue del país a hacer su doctorado y al poco tiempo recibió la llamada del presidente que le informaba que era el nuevo director de Coldeportes. La noticia lo cogió por sorpresa: “Pero presidente, yo escasamente supe montar en patineta y patines en mi juventud, y por ahí jugué un fútbol en la cuadra con mis amigos”.
“Es un tema social”, le respondió Uribe. “Por eso lo nombro a usted”.
A Bustamante la experiencia le pareció “fascinante”. Se quedó los cuatro años en el cargo.
El uribismo lo volvió a llamar a filas en 2012 cuando Álvaro Uribe le comunicó al país que crearía un partido “capaz de salir al paso de las pretensiones claudicantes del gobierno Santos” y “mantuviera la esperanza de que Colombia no fuera entregada a las pretensiones de las Farc”, en palabras de Bustamante. Palabras que, por cierto, quedaron escritas en el libro que le dedicó a Iván Duque.
En la foto de un evento de creación del partido en Cundinamarca aparecen Óscar Iván Zuluaga, Álvaro Uribe, Francisco Santos, José Obdulio Gaviria y Everth Bustamante. Ellos en una tarima, delante de una pancarta horizontal que lleva de fondo los tres colores de bandera, una foto de Uribe a la izquierda, Centro Democrático escrito en la derecha y en el centro, en mayúsculas, un enorme Bienvenidos. El selecto grupo era el encargado de promover el partido por todo el país en el que él aspiró y llegó al Senado en las elecciones de 2014. En el 2018, en cambio, cuando el partido de Uribe decidió abrir sus listas para promover la competencia entre sus candidatos, se quemó. La derrota promovió la crítica.
“Yo diría que la intención y el espíritu inicial del Centro Democrático era, consciente de los daños que producían las posiciones extremas, dar impulso a una organización política de centro, como su nombre lo dice”, explica. “Lamentablemente la politiquería daña mucho las buenas intenciones. Las organizaciones que participan en la lucha por el poder, se van llenando de políticos con aspiraciones inmediatas. Debo decirlo: hoy el Centro Democrático se comporta como los demás partidos pidiendo simplemente puestos y en lo posible mermelada. De ahí las dificultades que tiene el gobierno en el trámite de la agenda legislativa”.
Quizá es por eso que Otty Patiño, su antiguo compañero de insurgencia, lo define como una persona capaz: “Capaz en todo sentido. Incluso capaz de romper la frontera. Es una persona atrevida. Indudablemente, para quienes estuvimos en la lucha armada, su militancia del lado del uribismo es un acto muy oportunista”.