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“El Estado no es un botín, es un patrimonio”: Patricia Ariza  

La Ministra de Cultura, Patricia Ariza, atendió en exclusiva a Cerosetenta para hablar sobre su plan de gestión cultural en el próximo cuatrienio. La economía naranja no se llamará igual, promoverá una ‘cultura de paz’ y buscará que el Ministerio sea menos desigual y con impacto plural, descentralizado y con enfoque de género.

Patricia Ariza

Cuatro años después, Cerosetenta regresa al Ministerio de Cultura: esta vez al despacho de la recién nombrada ministra, Patricia Ariza, para conocer su plan de gestión en el gobierno de Gustavo Petro. Lo primero que la artista, activista, fundadora y directora del Teatro La Candelaria hizo al posesionarse el 8 de agosto —y que puede dar pistas de la visión y el talante con que llega a liderar— fue cambiar el nombre de la cartera por MI CASA: Ministerio de Cultura, las Artes y los Saberes.

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La economía naranja puso en el centro del debate nacional las industrias culturales y economías creativas como nunca antes. Pero su implementación produjo un abandono territorial, hubo censura a la libertad de creación y desestructuró el Ministerio de Cultura, el encargado de promover esa política pública.

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Dice Ariza que ese mismo 8 de agosto, curiosamente, se cumplieron 25 años de los inicios del Ministerio de Cultura, cuando la Oficina de Extensión Cultural y Bellas Artes del Ministerio de Educación se convirtió —tras muchas reformas— en una unidad independiente de cinematografía, etnocultura y juventud. Eso en 1997. Ahora, el Ministerio de Cultura, MI CASA, quiere dejar atrás su pasado de dependencia cenicienta para lograr una participación e impacto regional, plural, descentralizado y con enfoque de género.

Al calificar el que hasta ahora ha sido el carácter de esta cartera, dice la anfitriona que el Ministerio de Cultura es elitista y desigual. En esta entrevista, además de nombrar esa inequidad y reconocer lo mucho que hay que trabajar por transformarla, recalca la importancia de construir una cultura de paz para contribuir a ese cambio. Por eso, dice, quiere cooperar con la socialización del relato de nación que propone la Comisión de la Verdad, así como impulsar una juntanza de cultura latinoamericana y del Caribe donde, en una alianza regional, sea posible rescatar y destacar más nuestras propias expresiones y saberes ancestrales que despreciamos más que las que se importan de afuera, dice Ariza.

La agenda de los primeros días de la nueva Ministra es ambiciosa: a los 100 días de haberse posesionado, Ariza promoverá un gran estallido cultural, un evento similar a la gran fiesta popular de la posesión presidencial. También, asegura, sacará adelante el Festival África —un evento de música, arte y academia para reconocer las raíces africanas en Colombia— en alianza con la vicepresidenta Francia Márquez. 

Ariza se reunirá con quienes han sido jefes y jefas de ese Ministerio a lo largo de estos 25 años para saber qué conserva y qué debe irse. Y aunque continuarán dos ejes enfáticos del gobierno de Iván Duque —una dirección de economías creativas e industrias culturales así como con CoCrea— desaparecerá de la cartera el nombre ‘Economía naranja’. 

Esta es la conversación que Cerosetenta tuvo con Patricia Ariza en el Palacio Echeverry, donde funciona el Ministerio de Cultura.

Empecemos por lo íntimo, ¿qué significó para usted pasar de dirigir un teatro a estar a la cabeza del Ministerio de Cultura en el primer gobierno de izquierda que tiene Colombia?

Ha sido duro, tengo que reconocerlo, porque toda mi vida se la he dedicado al arte. No voy a dejar de ser artista. Lo hice porque Colombia no puede seguir como está. Este es el gobierno del cambio, entonces asumí este desafío, precisamente porque por la sensibilidad de artista, siento que esto tiene que cambiar. Si yo puedo aportar, aquí estoy.

Nunca he sido funcionaria antes en nada, nunca lo pensé, nunca aspiré, nunca lo esperé. Me cayó absolutamente de sorpresa, pero hubiera sido muy diferente en otra administración. En este momento creo que hay un espíritu social de cambio. O sea, si se logra la paz, vale la pena cualquier sacrificio; vale la pena haber dejado La Candelaria, vale la pena haber dejado la Corporación [Colombiana de Teatro, CCT] y temporalmente, porque yo sigo de todas maneras escribiendo y me presento como Artista y Ministra.

Hay un relato que viene de los grupos de teatro de este país que tiene que ver con lo mucho que se han sentido al margen de las políticas públicas e instituciones del gobierno. ¿Qué ha significado recibir de repente una invitación a dirigir el desarrollo de la política cultural?

Ha significado que muchas veces aquí no me abrieron la puerta, ahora yo la abro para todos y para todas. Ese es ‘el cambio’. Aquí todos los días, a toda hora, están llegando los artistas, están haciendo encuentros de la gente de cine, de la gente de diferentes disciplinas. Este es un ministerio de puertas abiertas. No de puertas físicas abiertas, sino de puertas mentales abiertas, abrirnos al cambio ya. 

Nosotros decimos que el cambio social es un cambio cultural o no es. Si no hay un cambio en el imaginario es muy difícil pensar en un cambio social, en la paz o en convertir a Colombia en una potencia de la vida. Desde acá estamos trabajando por el cambio cultural. Uno de los ejes que vamos a trabajar es la cultura de paz: otorgarle a la paz la dimensión cultural que no ha tenido.

Usted perteneció a la Unión Patriótica, UP, un movimiento que padeció torturas, asesinatos, desapariciones forzadas, que dejó cientos de exiliados, un modo de atentar que fue considerado como genocidio. ¿Cree que su nombramiento, además del reconocimiento de su trayectoria, busca reconocer de algún modo responsabilidad del Estado en ese crimen u otorgar justicia?

Yo creo que estamos muy cerca del veredicto de la Corte Interamericana frente al caso de la Unión Patriótica pero ya hay un reconocimiento de la responsabilidad del Estado en esto. 

No he conversado con el presidente explícitamente sobre el tema. Yo creo que en el caso mío tal vez pesa más mi dedicación sistemática al arte y a la cultura. No lo sé. Pero, por supuesto, la Unión Patriótica, los sobrevivientes y las sobrevivientes —y este caso—, están en mi corazón y en mi memoria de manera muy poderosa.

Estuvo en el Senado cuando los representantes Carvalho y Humberto de la Calle propusieron un proyecto de ley para que el servicio militar en Colombia sea voluntario y no obligatorio. Usted adhirió que esa voluntariedad podría darse en términos de arte o cuidado del medio ambiente. ¿Qué puede hacer el Ministerio para fomentar una cultura de paz?

Sí. Por un lado, el cambio de imaginario tiene que ser un fundamento del Ministerio de Cultura. 

Por otro lado, a los 100 días vamos a hacer una especie de estallido cultural, un piloto de cómo pensamos que puede desarrollarse culturalmente este gobierno. Y en ese estallido vamos a hacer un servicio social cultural para que los estudiantes de arte y de cultura vayan a regiones apartadas, no solamente a enseñar, también a aprender.

Esa es la tragedia de Colombia: que no se reconoce Colombia entera, porque no hay un relato de nación con el cual nos podamos identificar, nos podamos mirar de cuerpo entero. Hay relatos fragmentados por la guerra, por el odio y por la violencia, como si nos miráramos en un espejo roto. Entonces hay que remendarlo con oro para volvernos a mirar ahí. Y yo creo, estoy segura, que el relato de nación tiene mucho que ver con la defensa de la vida y con la consecución de la paz. De la paz completa y duradera. Si logramos eso, lo logramos todo. Por ejemplo, el relato de la Comisión de la verdad hace parte del relato de nación absolutamente, pero no es el único. Lo que necesitamos es identificarnos con ese relato y por eso vamos a socializarlo. 

¿Cómo cree que el Ministerio de Cultura puede contribuir con que nos podamos mirar en ese espejo roto y repararlo?

Con la escucha. Esa es una verdad implacable que decía Maria Teresa Uribe de Hincapié. Es decir, cuando a uno no le interesa algo, no lo oye, no lo escucha. 

Hay una parte del país que no escucha los relatos de la paz, que no escucha a las víctimas. Las víctimas han sido abiertas, inclusive han hablado con los victimarios, han perdonado antes de que les pidan perdón. La escucha es importante, pero también la práctica de relatar en todos los lenguajes, en el arte, en la cultura, en las canciones. Un relato de nación polifónico.

Yo siempre he dicho que una paz que no se cante, que no se represente, que no se cuente, se retrasa. Necesitamos que la paz esté en todas las lenguas, en todos los tonos, en toda la polifonía, como una gran orquesta que va a cantar La Paz. 

¿Cómo califica la actitud de escucha del gobierno pasado? ¿Cree que hubo control por parte del Ministerio a sectores cuyo discurso no se correspondía con los del Gobierno?

Sí, claro. Total. El teatro fue sacado de las direcciones del Ministerio. Hay una serie de grupos que se dedican cada uno a una disciplina artística, y yo llego aquí y no está el teatro. ¡Imagínate lo que yo puedo sentir! No voy a decir que hubo una censura explícita, ni mucho menos, pero hubo una falta de escucha frente a algunas disciplinas. No hubo escucha, muy poca. No de manera absoluta, porque hay conquistas ganadas como las políticas de concertación. Pero no se puede comparar. 

Aquí, ante mis ojos, he visto a veces millones que pasan para algunos proyectos y otros que no tienen nada. Es decir, en la cultura también se ve la desigualdad. No se puede hablar de la cultura como una sola cosa. Una cosa es “la cultura del empresario”. Otra cosa es “la cultura” del artista que trabaja para ese empresario y que no recibe nada o que recibe un mínimo. O “la cultura de la guerra” o “la cultura de la paz”.

Usted, junto a nueve exministras y exministros de cultura, firmó una carta dirigida al Ministro de Hacienda por los incentivos que están en riesgo con la reforma tributaria presentada por este Gobierno. ¿Qué ha pasado con eso?

La pandemia lo que generó fue poner al desnudo el modelo neoliberal que no solo no nos trajo la promesa de casa, carro y beca, sino que puso en peligro a la humanidad y a la naturaleza. Ese modelo se hizo agua, la pandemia lo demostró. Mucha gente se empobreció pero los bancos se enriquecieron de manera exponencial. Eso fue obsceno, por no decir otra palabra. 

Ahora estamos en un gobierno con una altísima sensibilidad social de la que también hace parte la mirada que el presidente y el ministro Ocampo tienen del arte y de la cultura. En relación a la carta, ellos se comprometieron a examinar. Llevamos tres semanas trabajando de la mano con los cinematógrafos, haciendo encuentros también con los ministros para que la actividad artística, cultural y la cinematografía no se vean afectadas. 

Él [Ocampo] ya hizo una respuesta que si había algún problema se iba a examinar. Yo estoy segura que así va a ser, pero la última palabra la tiene el Ministerio de Hacienda.

La estructura de este Ministerio ha sufrido cambios desde su fundación. La más reciente fue la creación del Viceministerio de Economía Naranja —que en algún momento parecía tener más visibilidad que la cabeza de cartera—. ¿Por qué decide usted cambiar el nombre del Ministerio y ese cambio de nombre qué implica en términos de estructura?

Debemos cambiar el nombre por uno más inclusivo porque culturalmente Colombia es muy diversa. No se puede hablar de la cultura. Por eso va a ser el Ministerio de  las culturas, las artes y los saberes. 

Por otra parte, la economía naranja tomó una centralidad que no debe tener. El mercado existe, no vamos a acabar con CoCrea, pero sí vamos a producir reformas. No puede ser que los recursos de la empresa privada, que participan en CoCrea, se concentren fundamentalmente en los centros urbanos y que no haya una posibilidad igual para los grupos alternativos o para la gente de las regiones más apartadas de Colombia. 

No llegamos a arrasar, pero con la palabra naranja hay unas críticas: vamos a quitar el nombre, también cosas del contenido. El presidente Petro ha dicho que hay que hacer un capitalismo más humano en alianza con el Estado, no contra el Estado ni apropiándose de él. El Estado no puede ser un botín del capital, es un patrimonio de todos los colombianos y de todas las colombianas. Tanto derecho tiene el campesino que toca la flauta de millo en la región más apartada de Colombia, como el artista de estrato seis de Bogotá. 

¿Cómo vamos a estar nosotros en contra de que haya beneficio tributario para la gente que le aporta a la cultura? Yo estoy segura de que podemos hablar con los empresarios. Hemos podido hablar con los militares, igual podemos hablar con los empresarios. La responsabilidad social empresarial funciona, y los empresarios no son enemigos de la cultura, esperamos que no lo sean. Pero tampoco puede estar la economía naranja —que ya no se va a llamar así—, ocupando el centro del Ministerio. Nada puede ocupar el centro del Ministerio porque el Ministerio es descentralizado. Ese es el Ministerio que queremos hacer.

Durante la cobertura del pasado Gobierno identificamos una tensión con el Ministerio TIC en cuanto a la producción de contenidos nacionales y a la autonomía que tenían los productores. Se pretende la soberanía comunicacional. Temen que el MinTIC se trague al Ministerio de Cultura, ¿usted qué identificó?

Sí hay que pensar en la soberanía: o sea, no podemos dejarnos tomar el país. La soberanía alimentaria, la soberanía en todos los órdenes de la vida… Por ejemplo, Colombia no tiene una política de relaciones internacionales importante. Somos como si fuéramos una isla en el mundo. Entonces, una política que yo quisiera hacer con el equipo que me acompaña —que son en su mayoría mujeres—, es establecer una nueva manera de relacionarse con el mundo a partir de una actitud de dignidad, desde una Colombianidad no chauvinista. Uno de los ejes que tenemos se llama Colombia en el planeta, por ejemplo, y quisiéramos trabajar por una juntanza cultural latinoamericana y del Caribe, principalmente, pero eso no quiere decir que no nos vayamos a relacionar con los Estados Unidos o con todo el mundo. La primera Embajada que pidió cita con el Ministerio de Cultura fue la Embajada de Estados Unidos, de hecho, y conversamos sobre tratar de encontrar unas relaciones más equivalentes.

Ministra, usted se reunió con Francia Márquez, ¿de qué hablaron y cómo surgió la idea de hacer el Festival África?

¡Fantástico! Ella quiere hacer un festival colombo-africano. A mí me encantó la idea. Lo vamos a planear ahora en el estallido cultural y también vamos a darle un espacio muy importante a la cultura del Pacífico, que es una cultura riquísima. La presencia de Francia en la vicepresidencia sacó lo mejor de los colombianos pero también lo peor, porque hay una parte de este país que es tremendamente racista. Pero es una mujer extraordinaria y claro que vamos a trabajar con ella desde el Ministerio de Cultura. 

Agendas como la del feminismo o el antirracismo cobran cada vez más protagonismo en el debate público y en el desarrollo de política pública. ¿Cómo contribuirá el Ministerio de Cultura a lograr un país menos racista, patriarcal, excluyente y menos desigual?

En todos los programas se dice que esto es transversal, pero aquí no solamente será transversal, porque a veces decir esas cosas tan generales es como decir todo y no decir nada. Va a haber un programa especial de género desde el Ministerio y también una consideración muy grande por la gente que trabaja aquí. O sea, en general la relación ha sido muy jerárquica, muy vertical. Pero a mí me interesa mucho que la gente del Ministerio entienda lo que estamos haciendo. Desde la señora amable que nos sirve el agua aromática que sepa el sitio en el que está trabajando y que la tenemos en una altísima consideración, porque si no empezamos aquí, por la casa, de qué vamos a hablar ahora.

Y para terminar, ¿qué le estimula de esta aventura como funcionaria pública y qué le asusta?

Cambiar. En eso se parece un poco al teatro. Yo siempre decía que yo hacía teatro para cambiar el mundo. Aquí también. Sigo en las mismas. Y con el equipo vamos para adelante. Que la gente sepa que nada nos va a detener. Hemos recibido también ataques…  

¿Cómo se siente frente a esos ataques?

Estoy acostumbrada. Sobrevivir en la Unión Patriótica, a los ataques mortales, terribles… Pues uno nunca se acostumbra a eso, en realidad, pero es más el entusiasmo por el cambio que el dolor. Así haya gente que diga bobadas porque todavía no conoce que acá estamos haciendo un ministerio de la paz.

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