Los resultados de la última encuesta Gallup muestran que el respaldo a Duque se recuperó en los dos últimos meses: pasó de 37 a 41 puntos. Mientras tanto, sube el número de personas que apoya la legalización de las drogas, una respuesta que parece contradictoria a la decisión de Duque de decomisar las dosis de drogas en las calles. Se trepa el número de personas que piensa que la educación en el país está empeorando, un reflejo del respaldo a los movimientos de estudiantes que piden más recursos para la educación superior. Además, la imagen del expresidente Álvaro Uribe, el principal promotor de Duque, se desploma a niveles históricos: 57 puntos de imagen desfavorable, la más alta desde que la encuesta empezó a medirla en 1996. Es un número alto: en julio de 2008, justo dos días después de la Operación Jaque, su desfavorabilidad apenas marcaba 10 puntos. Consultamos a Luciana Cadahia, filósofa y profesora de la Universidad Javeriana, sobre estos resultados y aquí reconstruimos su respuesta.
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Hay que entender qué tipo de información nos ofrece una encuesta y qué tan relevante puede ser para pensar una coyuntura política determinada. En ese sentido, creo que las encuestas ayudan a entender cuáles son las percepciones de las personas ante un gobierno, un candidato o una figura política. Pero sería un error creer que la percepción es un “dato duro”, algo que está ahí de manera fija y que resulta de una reflexión crítica y premeditada de las personas.
Por el contrario, creo que la percepción es algo volátil, algo que está ahí de manera difusa, contradictoria y cambiante —como la moda— y que no sabemos muy bien porqué se organiza de una forma u otra. La percepción es una disposición ante las cosas.
Ahora bien, aunque no sepamos muy bien cómo se sedimenta una percepción, sí sabemos que las percepciones —las disposiciones ante las cosas— se construyen de manera mediática, visual y narrativa. Los medios de comunicación (RCN, Semana, etc…), las redes sociales y determinados poderes fácticos son laboratorios de producción de percepciones que invierten mucho dinero, tiempo e inteligencia en pensar cómo pueden incidir en la percepción de la gente, disponerla de una manera e ir creando un sentido común colectivo.
Y con ello no quiero decir que haya manipulación. Así es como funcionan siempre las percepciones y es tan viejo como la historia del catolicismo, que usaba las imágenes de manera pedagógica para convertir a los paganos en fervientes cristianos. Es un error creer que hay algo así como el grado cero de la percepción, desprovisto de cualquier interferencia política, religiosa, mediática o estética. Esto lo saben muy bien los artistas, por eso creo que ante este escenario deberían tener un rol más activo para ayudarnos a entender cómo se construye una disposición sensible, de qué manera operan nuestros registros de la sensibilidad y cómo siempre están contaminados de miles de sedimentos.
Todos somos más contradictorios de lo que estaríamos dispuestos a aceptar
Invito a los lectores de esta nota a que revisen qué es la Red Atlas, una especie de consorcio de diferentes Think Tanks (tanques de pensamiento) de derechas, articulados entre sí de manera global y dispuestos a crear narrativas, lenguajes e imágenes para ponerlas a circular en las redes sociales y medios de comunicación de todo el mundo —como la iglesia católica en su momento-. Eso explica por qué en lugares tan distantes como Inglaterra, Ecuador, España, Colombia o Brasil (por citar algunos ejemplos) se utiliza la misma retórica para construir un sentido común contra figuras progresistas como Petro, Haddad, Corbyn o Errejón y a favor de figuras de ultraderecha como Duque, Bolsonaro, Abascal o Boris Johnson. Algo parecido están haciendo las iglesias evangélicas, en reemplazo del catolicismo.
Pero si buscamos pensar las respuestas en esta encuesta citada más arriba, surge una pregunta interesante: ¿por qué arrojan percepciones contradictorias? ¿Por qué la ciudadanía rechaza las políticas de Duque y es más benévola con su figura presidencial?
Me gustaría decir es que esa es la naturaleza de las percepciones, es decir, las percepciones de la gente siempre son contradictorias. Todos somos más contradictorios de lo que estaríamos dispuestos a aceptar. Por eso me da risa la obsesión que hay en Colombia, tanto en la academia como en los medios de comunicación, en creer que los ciudadanos son algo así como “agentes racionales normativos” que construyen sus sistema de creencia en base a unos preceptos claros y distintos. La mala noticia del psicoanálisis es que esto no es así, puesto que las pasiones juegan un rol constitutivo e inerradicable en nuestros sistemas de creencia. Pero la cuestión de fondo es cómo trabajamos esa contradicción constitutiva. La estrategia de la derecha invita a que seamos completamente irreflexivos con nuestras contradicciones. Esto es, que afirmemos una cosa y su contrario sin siquiera ser conscientes de que lo estamos haciendo. Incluso en eso se basó el triunfo de Duque, convertir un pastiche de contradicciones en una fuerza política. Desde el progresismo, en cambio, se intenta trabajar esas contradicciones, pensar por qué se organizan de esa manera y que podemos hacer con ellas. Pero la gente suele resistirse a reconocer sus contradicciones.
Sin ir más lejos, traten de revisar sus propias contradicciones y verán que es más difícil de lo que creen. O traten de señalarle a una persona que está diciendo algo contradictorio y observarán una reacción violenta y desmedida.
A mi me interesa indagar en estas contradicciones. Y me gustaría ofrecer algunas claves para entender los resultados de esta encuesta. No tengo una respuesta acabada, pero sí algunas primeras impresiones.
En primer lugar, es natural que durante los primeros meses ascienda la figura positiva de un presidente. Esto puede comprobarse en términos estadísticos en casi cualquier país del mundo. Duque es un elemento de novedad y mucha gente necesita depositar confianza en su figura. Los que votaron por él, pero también la gente con menos conciencia política que no sabía si votar y a quién hacerlo, tienen muchas expectativas alrededor de un nuevo gobierno y les dan algo así como un voto de confianza.
En segundo lugar, a pesar de este núcleo de personas, hay otras que, gracias a la campaña presidencial, adquirieron mucha conciencia política, optimismo y capacidad organizativa para buscar cambios reales y sustantivos ante el escenario de violencia y desigualdad. Este otro núcleo, que en su gran mayoría votó por Gustavo Petro y Ángela María Robledo, es muy consciente del peligro que supone Iván Duque, está dispuesta a seguir dando la pelea y no quiere que sus derechos disminuyan. Es una ciudadanía que usa la protesta social en las calles y las redes para exigir sus derechos. No lo hace para hacer ruído o crear un escenario de polarización —como suelen decir de manera frívola muchos periodistas—, al contrario: lo hacen porque quieren que haya una democracia real, una sociedad donde todos puedan ser ciudadanos iguales en derechos y oportunidades. Quieren, a fin de cuentas, una paz verdadera. Y no la gestión del caos, la violencia y la desigualdad que, a fin de cuentas, es lo que busca el gobierno de Duque.
Bajo el disfraz de que son “objetivos” esconden su propia ideología y exponen a la ciudadanía a “noticias de diseño” para crear un sentido común irreflexivo y contradictorio
En tercer lugar, deberíamos ser más críticos con el papel de los medios en todo esto. Desde la campaña presidencial, muchos medios que se decían de centro —como pueden ser Semana o La Silla Vacía—, comenzaron a construir un sentido común, una narrativa alrededor de la cual Iván Duque y Álvaro Uribe no eran lo mismo. Intentaron darle cierta autonomía a Duque y mostrarlo como una figura más conciliadora, menos política y más dispuesta a que las “cosas marchen bien”. Esta narrativa se fue consolidando y hoy por hoy hay un gran esfuerzo por tratar de mostrar a Duque como una figura consensual, conciliadora y dispuesta a escuchar. Esto que están haciendo es muy peligroso, forma parte de las estrategias de la “disonancia cognitiva” que tienen por finalidad confundir a la gente e invisibilizar las redes que Duque tiene con el uribismo y con la violencia más descarnada de Colombia. Es muy lamentable la falta de responsabilidad ética y política de muchas líneas editoriales en Colombia. Bajo el disfraz de que son “objetivos” esconden su propia ideología y exponen a la ciudadanía a “noticias de diseño” para crear un sentido común irreflexivo y contradictorio.
Buscan separar a Duque de Uribe por dos razones. Por un lado, para generar una imagen de gobernabilidad, una imagen de autonomía y, por otra, porque las élites están interesadas en tener el control sin pasar por el filtro de Uribe. Por otro, mientras intentan construir esta imagen autónoma de Duque la realidad nos muestra otra cosa. Duque aún no ha sido capaz de configurar una gobernabilidad verdadera y está tomando muchas medidas contradictorias y sin un horizonte claro. Me recuerda a la presidencia de Pastrana, una figura mediocre, que hizo mucho daño al país, y que pasó a la historia sin pena ni gloria mientras se iba cocinando el caldo de cultivo del Uribismo y neutralizaba a las fuerzas del progresismo. Mientras Duque da esos bandazos y pone cara de vendedor de carros importados, Uribe y Vargas Lleras pujan por tener el control interno del país.
Estamos ante un escenario complejo, interesante y muy político. El triunfo de Bolsonaro es una noticia muy mala para toda la región, pero hay una persistencia en los jóvenes, en las movilizaciones sociales y las fuerzas políticas del progresismo que apuntan a que la resistencia pacífica, democrática y civil no se dará por vencida. La cuestión es qué estrategia se llevará a cabo para incidir con más fuerzas dentro del dispositivo de disonancia cognitiva y construir nuevas mayorías democráticas.