El dolor de no poder tocar a otros: la falta de contacto físico en la pandemia

En el nuevo mundo en el que la norma es no tocarnos, la falta de contacto físico podría dejar huellas en nuestras emociones y en la forma en que nos sentimos conectados (o no) con otros. También podría ser la oportunidad para dejar de evitar la relación consigo mismo.

por

Tania Tapia Jáuregui


05.05.2020

Después de un mes de cuarentena, Daniela* volvió a abrazar a una de sus amigas. Fue una cuestión de necesidad: acababa de terminar con su novio, en plena pandemia, y no encontraba motivaciones para levantarse de la cama y comer algo. Tampoco para dejar de llorar. Su amiga no dudó en romper la cuarentena para visitarla, cocinarle y hacerle infusiones de eucalipto para que respirara mejor.

“Lo primero que hicimos fue abrazarnos”, dice Daniela, de 26 años. “Todo lo que hizo ese día por mí fue muy lindo, fueron actos de amor muy físicos que definitivamente no se pueden reemplazar con una videollamada”.

Ante la instrucción de que aislarnos es la única forma de protegernos de un virus que se riega por el contacto de los cuerpos, muchos nos hemos quedado sin la posibilidad de acudir al contacto físico para sentirnos mejor, Daniela incluida.

“Ha sido raro y difícil. Aunque vivo sola, usualmente no estoy sola. Personalmente me hace mucha falta. Y me parecen muy complejas las interacciones sin el contacto físico, sin estar viendo directamente a la persona o haciendo algo con la persona como, no sé, desplazarse”, cuenta.

Es un sentimiento común entre los encuarentenados. Un hilo en Reddit que recoge las formas en que la gente sobrelleva la falta de afecto físico en la crisis preguntaba: “Si eres una persona afectiva, ¿cómo estás lidiando con la falta total de afecto físico y de conexión en estos tiempos?”. Las respuestas van desde “abrazo más a mis gatos”, pasando por “lloro”, hasta “intercambié ropa con mi pareja que oliera a cada uno”.

El metro y medio de distancia que nos impuso el coronavirus y que se interpone en nuestras relaciones sociales podría tener efectos sobre nuestro estado emocional. Incluso dejar marcas a largo plazo, sobre todo si se tiene en cuenta que las restricciones al tacto probablemente seguirán después de la cuarentena.

“Primero es importante decir que no todos, no todas, vivimos el aislamiento de la misma manera ni tenemos las mismas condiciones físicas, de vivienda o la misma cantidad de personas acompañándonos. No es igual la situación de una persona que vive cómodamente y está en contacto con su familia a una persona que de pronto vive en un cuarto y no tiene sustento económico. Habiendo dicho eso, creo que el contacto físico es evidentemente muy importante y no tenerlo puede generar una sensación de aislamiento de lo que ocurre en el mundo”, explica Juliana Machado, psicóloga que se ha dedicado al trabajo psicosocial con víctimas.

Explica que el contacto físico es clave, por ejemplo, para comunicarnos con otras personas porque es en la interacción donde definimos nuestras respuestas.

“Cuando no tenemos personas a nuestro alrededor que nos puedan abrazar, que puedan tener contacto físico con nosotros, hacemos un esfuerzo más grande por medir e intuir qué es lo que el otro está pensando frente a lo que yo estoy diciendo. Eso hace más difícil las interacciones diarias que tenemos”, dice Machado.

Julián Vásquez, psicólogo y filósofo agrega que la corporeidad atraviesa la forma en la que creamos vínculos con otros. Vínculos que se crean desde la infancia.

“El niño construye la relación con la mamá en una interacción física real, que no puede ser reemplazada. El vínculo con el otro se construye en el cara a cara, y eso no puede ser reemplazado nunca por una relación virtual. Por eso en esta época hay un extrañamiento del cuerpo, de tocarse y verse cara a cara. Lo que tenemos en la pandemia es el fantasma del otro, pero sigue habiendo un extrañamiento del cuerpo en el vínculo directo, con su corporalidad, con su existencia real”.

Esa corporalidad va más allá del puro contacto físico. Machado explica que la ausencia de contacto con otros puede no ser tan grande para personas que no tengan trastornos mentales o emocionales específicos. Se extrañan más bien, dice ella, otro tipo de conexiones.

“Hay personas, por ejemplo, que detestan los abrazos, pero eso no quiere decir que estas personas no estén anhelando ese espacio social donde estás con otro en el mismo cuarto. Lo que extrañamos depende de la manera en la que nos hemos aprendido a relacionar y de las preferencias que tengamos”, asegura la psicóloga.

Es justo lo que siente Manuel*, una persona que no es muy dada al contacto físico pero que aún así, se ha sentido extraño en la soledad.

“Pensé que iba a ser mucho peor. Yo nunca he sido una persona de mucho contacto físico, pero sí sentía que había algo distinto como de la “presencialidad” de otros: saber que estoy en el mismo cuarto con otra persona. Compartir un espacio con otro ser y no estar mediado a través de una pantalla”, cuenta.

Después de un mes de estar solo en su apartamento, Manuel, de 28 años, decidió irse a la casa de sus papás por razones distintas a la soledad. Cuenta que cuando llegó no hubo abrazos “ni nada” pero aún así, sabe que sus papás están felices de tenerlo cerca.

“Era raro, por ejemplo, pasar un día entero sin abrir la boca para hacer algún ruido, no había necesidad de hacerlo cuando estaba completamente solo. Entonces, obviamente… es bueno… es bueno estar acompañado”, dice con timidez.

Un abrazo, pero no de cualquiera

Machado ha trabajado con víctimas de secuestro. Dice que a partir de sus relatos se dio cuenta de que lo que ellos más extrañaban no era el contacto físico sino el contacto, simplemente.

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“Hablaban de la falta de la presencia del otro. El contacto emocional, que pasa por el contacto físico, pero que tiene todas estas otras dimensiones que se mencionan con más énfasis: la conversación, compartir un momento con alguien, compartir una comida. El contacto físico no va en una categoría solitaria. Puede estarlo, pero está metido en un anhelo de otra vivencia específica, una vivencia emocional de conexión con alguien específico”, asegura.

Es decir, el sentimiento no se resuelve con abrazar a un desconocido. La necesidad está en conectar, no puramente en tocar.

Es, para Julián Vásquez, lo que diferencia a los humanos de otras especies: en el contacto con otros, dice, se construye la humanidad misma.

“La humanidad no es algo que se tenga a priori o que se tenga de una forma inmediata cuando se nace. A veces creemos que como individuos somos como islas que se relacionan con otras islas. Pero no, no hay tal. El fenómeno de lo humano adviene con el lenguaje, y ese lenguaje es construido socialmente, siempre es compartido con otros en los vínculos que establecemos”, asegura Vásquez.

"El sentimiento no se resuelve con abrazar a un desconocido. La necesidad está en conectar, no puramente en tocar"

Para él, por tanto, la escisión de esos vínculos sociales, que constituyen nuestra propia humanidad, puede traer consecuencias emocionales para las personas aisladas, como situaciones de ansiedad y depresión. Sugiere ejercicios de meditación y de respiración como terapia. También puede servir hacer yoga y ejercicios de conciencia corporal.

Machado agrega que la falta prolongada de contacto físico se puede compensar a través del contacto social, por ejemplo, con videollamadas. Pero lanza una advertencia:

“Hay que pensarse espacios significativos en términos de conexión. No solo hablar por hablar, sino con quién quiero hablar, en qué espacio, qué necesidad tengo de esta otra persona. A mí por ejemplo me parecen útiles cosas como ver una película con alguien al mismo tiempo. Claro, no es lo mismo a tener la persona arrunchada al lado, pero tampoco es estar mirándose el uno al otro en una pantalla pensando de qué más hablar después de tres horas de conversación”, asegura la psicóloga.

Lo absurdo: una oportunidad

Julián Vásquez señala además otra consecuencia particular que ha visto de la falta de contacto con otros en medio de la pandemia: una sensación de lo absurdo.

“Camus, en El mito de Sísifo, describe lo absurdo como una característica propia de nuestra existencia y que al descubrirlo nos hace tomar postura. Yo siento que algunas personas hoy se están enfrentando a la monotonía de la cotidianidad, a la repetición invariable del día a día y esa repetición los lleva a preguntarse: ¿esta mierda sí se justifica? ¿Yo qué estoy haciendo con mi vida? ¿Qué estoy proyectando en mi existencia? ¿Esto sí es lo que soy?”, dice Vásquez.

Explica que la pandemia parece haber despertado en muchos ese sentimiento de lo absurdo que los está llevando a hacerse preguntas más existenciales. Él lo identifica además como una oportunidad para hacerle frente a los sentimientos que empiezan a presentarse y que en muchos casos vienen de antes pero que hoy, aislados y solos, se hacen más latentes.

Eso lo ha sentido Daniela: “He caído en cuenta de que no sé muy bien cómo estar conmigo, no sé muy bien qué hacer cuando estoy sola, me aburro o me siento mal. He comenzado a pensar mucho en mí y en líos que no recordaba que tenía por estar siempre rodeada de personas. He estado pensando en cómo enmendar esa relación conmigo misma”.

"La pandemia parece haber despertado en muchos ese sentimiento de lo absurdo que los está llevando a hacerse preguntas más existenciales"

“Muchas personas en el confinamiento buscan huirle a esas emociones trabajando más o durmiendo más o drogándose más. Pero lo que le propongo a mis pacientes y a mis estudiantes es que intentemos darle la vuelta a la emoción: quedarnos con ella, confrontarla, mirarla a la cara, ver de dónde viene, ver qué sentido ha tenido en nuestra vida y aprender a lidiar con ella”, dice Julián Vásquez.

Eso es lo que espera Daniela:  que cuando vuelva a salir lo haga sintiéndose “más completa”, conociéndose mejor.

“Es un momento para pensarnos en nuestra propia ansiedad, en nuestra propia montaña rusa emocional y también para dejarla ser un poquito”, dice Juliana Machado. “Al salir de esto alguien a quien le haya generado mucha ansiedad no tener contacto físico, tiene unas preguntas para hacerse: qué busco ahí, qué necesito, ahora que salí y puedo abrazar a la gente, ¿es suficiente? ¿O hay algo más que me estaba molestando y que merece un proceso interno?”, propone.

No hay respuestas mágicas y depende de cada uno encontrar las respuestas a las preguntas que eventualmente le ayuden en “su propia madurez existencial”.

“Esto se va a acabar y cuando se acabe, así tengamos medidas restringidas, pues vamos a poder lavarnos las manos y tocar al otro, abrazar a las personas que están a nuestro alrededor. Lo vamos a poder seguir haciendo tomando precauciones”, dice.

 

*No es su nombre real.

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