“Uno, dos, tres, cuatro”, repite Margarita Roa intentando que su cuerpo recuerde con precisión la métrica y el tiempo que llevaba el movimiento. Es medio día, el calor del sol revienta sobre las tejas blancas que cubren el último piso del Edificio Común, hogar de Danza Común, una compañía de danza contemporánea ubicada en el centro de Bogotá.
Otra vez. “Y, uno, dos, tres, cuatro”, cuenta, pero esta vez con una voz que apenas sale de su boca. Sus pies descalzos, ya oscuros de tanto arrastrarlos contra el piso, rozan contra una superficie de madera color negro, que cruje cada vez que siente el peso del cuerpo. Esta vez el sonido del conteo desaparece, quizás ahora es mental. Golpea su puño izquierdo, luego golpea su muslo derecho mientras da vuelta sobre sobre sí misma como si fuese un compás. La única piel que queda en contacto con la madera es la de sus pies, que emiten un sonido como el de los dedos cuando pasan la hoja de un libro. Su cuerpo es estilizado, de espalda y glúteos firmes. Con sus manos le da forma al aire, una sensación de que lo que respiramos es tangible. Camina.
Sufrir me toca a mí en esta vida. Es de sufrir todo el tiempo y uno sufre en la clase, uno sufre en toda la temática Graham. Hay que sufrir para hacer Graham
El deseo de hablar con el cuerpo
A Martha Graham, figura emblemática de la danza moderna estadounidense, esto le quedó muy claro desde muy pequeña. Alguna vez su padre la cogió diciendo mentiras y se dio cuenta por la manera en que su cuerpo se movía. Él le dijo: “el movimiento nunca miente”. Probablemente este fue el primer acercamiento a la danza que tuvo Martha, ella “aprendió que las acciones del cuerpo revelaron la mente y pudieron decir verdades no comunicables en otras maneras…”, comenta Julia L. Folkes, historiadora norteamericana, en su libro, Cuerpos Modernos.
A través de movimientos marcados, estrepitosos y fuertes; formas angulares reproducidas por sus extremidades; y entre movimientos de contracción y liberación —bajo tensiones que salen de todos los músculos de su cuerpo—, Graham revela sus emociones y sentimientos. moldeados por una vida que había sido testigo de varios sucesos sociales. Graham creció y comenzó a bailar en medio de la lucha femenina por el derecho al sufragio, la Primera Guerra Mundial y la crisis económica de 1929.
“Ella quiere mostrar un conflicto a través de su cuerpo”, comenta Roa sobre la crítica en la obra de Graham. Roa es maestra en Artes Escénicas de la Universidad Distrital, estudió Danza Contemporánea en la Martha Graham School de Nueva York y actualmente trabaja como bailarina de la compañía Danza Común. Para ella el “deseo de hablar con el cuerpo” es la esencia de Graham, que la obra o la puesta en escena transmita y diga algo, así sea sólo una emoción.
“Sufrir me toca a mí en esta vida. Es de sufrir todo el tiempo y uno sufre en la clase, uno sufre en toda la temática Graham. Hay que sufrir para hacer Graham”, cuenta Raúl Parra, docente e investigador en teoría de la danza y coordinador del programa de Artes Escénicas de la Academia Superior de Artes de Bogotá ─ASAB─ entre el 2006 y 2010.
El estudio de su apartamento es un lugar de paredes azules y con repisas blancas que soportan libros de artes escénicas y novelas. Raúl está sentado en el piso. No le importa que su tobillo izquierdo, cubierto por una tobillera y un par de medias, esté lastimado. “Uno tiene que aprender en primera [pone su espalda contra el piso], de hecho, se aprende en el piso a hacer una contracción”, dice Raúl mientras realiza con su espalda un movimiento en forma de ´ese´ y repasa con sus brazos las posiciones del ballet. “Uno hace una contracción aquí, ya la tiene… Luego la hace en segunda… Contracciones en cuarta”. Esta contracción es un movimiento característico de Graham.
En la primera mitad del siglo xx, el ballet clásico era un paradigma en la danza y varios géneros que iban desde el voudeville hasta el burlesque percibían al cuerpo femenino como un objeto de entretenimiento sexual. Martha Graham revolucionó con su técnica la perspectiva de la danza y el cuerpo de la época. Con esta nueva manera de relatar sus sentimientos, y junto a otras bailarinas como Doris Humphrey, Graham rompió los esquemas que el ballet y la danza moderna primitiva imponían hasta el momento y reivindicó a la figura femenina como un cuerpo más trascendental y profundo. El rol que las mujeres empezaron a tener dentro de la danza como bailarinas, coreógrafas o directoras demostraron la capacidad de la mujer en el desarrollo de la cultura norteamericana.
Este nuevo estilo ´grahaniano´ en la danza moderna permitió el establecimiento de una técnica basada principalmente en la respiración, la cual se fundamenta en dos movimientos: la contracción y la liberación. Hoy en día, esta técnica sigue siendo utilizada como método de enseñanza en muchas escuelas de danza. Pero la danza contemporánea ha sido permeada por nuevos imaginarios del cuerpo, el espacio y el movimiento a lo largo del tiempo.
Bogotá y la danza
En el espejo del salón se ve el reflejo de seis bailarines. Están descalzos y sólo visten pantalón oscuro y una camiseta con la que realizan la secuencia de movimientos minuciosamente. En los últimos 45 minutos han repetido la coreografía más de 20 veces. Se detienen. Con risas nerviosas, conversan entre ellos junto a su profesora. “Se apresuran y se descoordinan en este: siete, ocho y quédense aquí”, les dice Andrea Ochoa, directora del Grupo de Danza Contemporánea de la Universidad Javeriana y de la corporación de danza Concuerpos. “Tienen hasta el cinco para el siguiente, entonces toda esta explosión puede resonar”, replica mientras hace un movimiento en forma ´ondulante´ que va desde sus pies hasta la punta de su cabeza. Esta interpretación con su cuerpo hace más clara la explicación.
La educación en la danza contemporánea parte un intercambio de saberes, sensaciones y creaciones. Todas las partes viven un proceso de construcción colectiva compuesto de varias subjetividades. Así, el aprendizaje corresponde a un universo empírico en el que el cuerpo nuevamente habla por sí solo. Consuelo Giraldo, licenciada en Educación de la Pontificia Universidad Javeriana y con más de 25 años de experiencia en danza, asegura en su artículo ‘Tres reflexiones sobre la danza contemporánea como experiencia de alteridad en la institución educativa’ que “la pedagogía de la danza contemporánea puede hacer un aporte a la educación: recuperar el derecho a vivir plenamente de la experiencia de sí, partiendo de la aceptación de la corporalidad como forma singular de ser y de estar en el mundo que necesita interactuar, dialogar y confrontarse con otros seres para provocar el nacimiento de nuevos mundos posibles, donde la experiencia es conocimiento en sí misma”.
Actualmente, la danza contemporánea es diferente a lo que fue la danza moderna de principios del siglo xx y en Colombia no es la excepción. Es difícil encontrar una influencia directa de Martha Graham en el país de hoy, pues para hablar de ella hay que remontarse a personajes como el coreógrafo y bailarín Carlos Jaramillo, quien se formó con Graham en 1980.
En ciudades como Bogotá, la escena de la danza contemporánea, aunque es joven, es amplia y diversa. Distintas técnicas de danza como la de Graham o Humphrey; herramientas corporales; formación física y dancística que imparten escuelas como la ASAB, la nueva carrera en Artes Escénicas de la Universidad Javeriana y la Academia de Artes Guerrero se convierten en un bagaje que alimenta los procesos de creación individual y colectiva.
Compañías como Danza Común, la cual surge en 1992 por iniciativa de bailarines de danza contemporánea formados en otras disciplinas como la antropología, la sociología o la psicología, representan la búsqueda de nuevas formas de hacer danza contemporánea y la necesidad de que tenga un papel más importante en la sociedad.
Según Raúl Parra la enseñanza de la danza contemporánea es un proceso de intercambio entre el estudiante y el profesor, este último guía y trabaja sobre las propuestas corporales del estudiante. Durante el proceso de aprendizaje “se enseñan varios tipos de moñitos, para que cuando salga [el estudiante] no haga los moños como se los enseñaron, sino que haga los moños como se le dé la gana… Uno de esos moños es Martha Graham, por ejemplo”.
En una de las visitas a la casa de Margarita Roa, mientras observaba una pared de la sala llena de líneas dibujadas por su hijo con crayolas verdes y naranjas sin patrones ni límites, sin inicio ni fin me decía: “el cuerpo es más transparente de lo que uno se imagina, se pone rojo, se enferma o el corazón comienza a palpitar más rápido de lo que uno quisiera”. En ese momento pensaba que el padre de Martha Graham tenía razón, el cuerpo no miente. Y para un bailarín de danza contemporánea, como Roa, “el cuerpo habla más de lo que uno quisiera”.
*Efraín Rincón es biólogo, actor y estudiante de la Maestría en Periodismo del Ceper.