La izquierda y la derecha en Latinoamérica funcionan como un péndulo. Así lo han hecho siempre: de las dictaduras a gobiernos de izquierda. Ahora, de nuevo, estamos regresando a la derecha que triunfó en Brasil con Jair Bolsonaro, en Argentina con Mauricio Macri, en Chile con Sebastián Piñera, en Colombia con Iván Duque.
La pregunta es si estos gobiernos comparten características y en principio parece que no. Hay muchas diferencias. El caso de Brasil y Colombia es un buen ejemplo. Puede que ideológicamente Iván Duque y Jair Bolsonaro compartan algunas propuestas, sobre todo en el plano económico, pero la primera es una derecha institucionalizada y la segunda no.
La de Duque está anclada en un partido político, organizada bajo la figura de Álvaro Uribe y el Centro Democrático. Tiene propuestas muy acordes con particularidades del escenario doméstico colombiano: se articuló alrededor de la oposición al proceso de paz y hoy alrededor de transformaciones a los acuerdos que se firmaron en La Habana. Ese es el centro de su accionar, donde arma su plataforma.
En cambio, el triunfo de Bolsonaro en Brasil se explica en muy buena parte –no en toda– en el enorme desprestigio y los escándalos del Partido de los Trabajadores, el PT, de izquierda. A eso se sumó la crisis económica por el bajón de los precios de los commodities, que hicieron que un gobierno que comenzó con recursos abundantes para otorgar subsidios a diestra y siniestra, terminara con un margen de maniobra muy estrecho en materia económica.
Pero la derecha de Duque y la de Bolsonoaro no son, tampoco, tan diferentes. Los une, por ejemplo, la fobia al activismo y la protesta social. Eso es clásico de todas las derechas. Propuestas como las de Bolsonaro son bastantes parecidas a las de Guillermo Botero, ministro de Defensa de Duque, quien no sólo dijo que las marchas en Colombia están financiadas por grupos armados sino que, además, cree que deben ser reguladas.
Comparten, además, la idea de que hay que tener mano dura para gobernar. La división de poderes les incomoda. Les gusta la posibilidad de resolver los asuntos a través de medios de facto. No es gratuito que nuestra embajada en Estados Unidos esté hablando de una salida militar a la crisis venezolana con ayuda de Brasil. Lo que quiere decir que Colombia y Brasil tienen una versión muy parecida sobre cómo resolver la crisis.
Hay, sin embargo, matices y por eso creo que es aún prematuro hablar de una derecha unificada en Latinoamérica.
El presidente dice una cosa, el canciller dice otra y el embajador en Estados Unidos dice otra. En el Gobierno Duque no es claro aún quién es el que manda en materia de política exterior
Las propuestas para resolver la crisis venezolana son un ejemplo de esas diferencias. Si se compara qué tanto apoyo han recibido por parte de la región las propuestas de Juan Manuel Santos y de Duque para resolverla, la de Santos parece haber tenido más respaldo. La lógica de Santos era crear una organización de países que inspiraran confianza para constituirse como mediadores de una salida negociada. Así ocurrió con el Grupo de Lima, un mecanismo que crearon países de América Latina, incluida Colombia, en agosto del año pasado. Este grupo busca evitar los extremos: el de la oposición, que en su ala más radical propone sacar a Maduro a toda costa, y el del régimen de Maduro, que sostiene que el gobierno ganó las elecciones democráticamente y por tanto, no hay nada que cambiar.
Asumir la posición de este grupo le ha costado mucho trabajo a Duque. Su partido está demasiado cerca al discurso de la oposición venezolana. Incluso, miembros del Centro Democrático y el mismo Duque, han sostenido varios encuentros con líderes de la oposición antes y después de la campaña presidencial en Colombia. Entonces, mientras que Santos tenía absolutamente claro que el grupo de Lima era para buscar una salida negociada a la crisis, el discurso de la actual administración es ambiguo. El presidente dice una cosa, el canciller dice otra y el embajador en Estados Unidos dice otra. En el Gobierno Duque no es claro aún quién es el que manda en materia de política exterior.
Esa ambigüedad aleja a Duque de la posibilidad de liderar un proyecto regional para salir de esa crisis. En septiembre de este año, la mayoría de los miembros de grupo de Lima firmaron una carta en contra de la intervención militar en Venezuela. Colombia no quiso firmar. Nos estamos empezando a separar de esa alternativa y, con la llegada de Bolsonaro a Brasil, el panorama es aún más incierto. Parecería, sin embargo, que Brasil, que aún tiene que recuperar la economía y que tiene una institucionalidad muy debilitada, no tiene el músculo político necesario para liderar una apuesta militar. Colombia se está quedando muy solo. Mientras tanto, no hay consenso de las derechas latinoamericanas sobre cómo lidiar con Venezuela. Al contrario, hay muchas posiciones y muy fragmentadas.
Tampoco hay un acuerdo sobre las relaciones con Estados Unidos. La mayoría de países de la región han adoptado una actitud muy cautelosa. La lógica –usual en presidentes de derecha– es que es mejor tener una relación armoniosa que una mala relación. Por eso, con la salida de la izquierda, los países abandonaron el discurso de crear mayores espacios de autonomía para América Latina –como la Celac o la Unasur– sin enfrentarse con Estados Unidos.
Los únicos dos presidentes que están alineados con Estados Unidos en este momento son Macri y Duque. Están solos en esa posición, mientras en el resto de la región hay confusión sobre cómo lidiar con la administración Trump.
La relación con los medios también separa derechas como la de Duque de la Trump o Bolsonaro, que son igual de críticos y deslegitimadores de los medios de comunicación. Según ellos, todo es ‘fake news’. Esto quizá tiene que ver con que en Colombia los medios no son ni de izquierda ni de derecha, sino pro-establecimiento. Le juegan al que llegue. No tienen ideología, caminan con el poder así sea de centro o de derecha. Duque no ha dicho ni una vez que los medios lo tratan mal. Aunque eso dice más de los medios que del gobierno.
Los medios liberales en Estados Unidos decidieron hacer activismo político de oposición al presidente Trump. Hay una animadversión enorme que es necesaria porque ante formas de poder tan apabullantes como la de Trump, con algo de control institucional pero cada vez menos, la función de los medios de comunicación es fiscalizar el poder.
Eso, creo, no va a pasar acá. Me atrevo a decir que los medios de comunicación van a tratar a Duque mucho mejor de lo que trataron a Uribe. Duque es más de ellos, mientras que Uribe era un outsider.
Duque ha sido muy eficaz para lavar o ponerle cara bonita al discurso de derecha conservadora. Uribe —como Bolsonaro o Trump— era obvio: hablaba de “guardarse el gustico” y le gritaba a Chávez, en plena cumbre de Río, que “fuera varón”. Con él, no había eufemismos. Duque tiene un discurso mucho más controlado que no obliga a los medios a ponerse en una posición crítica.
El problema es que Duque es el único presidente de la región que no tiene capital político propio. Además, tiene más mecanismos de control que le exigen marchar todo el tiempo con la propuesta política de su partido; eso no son buenas noticias: la propuesta de su partido es más de derecha que la del propio presidente. Aunque tiene sus ventajas y sus desventajas. Hacer parte de una derecha más institucionalizada, como Duque, lo restringe. En cambio, personajes como Bolsonaro, o como Uribe en su mandato, son solitarios, caudillos que no le responden a nadie. Son ruedas sueltas que no le dan a las sociedades mecanismos para controlarlos.
El problema es que Duque es el único presidente de la región que no tiene capital político propio. Además, tiene más mecanismos de control que le exigen marchar todo el tiempo con la propuesta política de su partido; eso no son buenas noticias
Lo que pasa con Venezuela es una manifestación muy elocuente de esa tensión. El ala dura del partido —representada en personajes como Francisco Santos, María Fernanda Cabal y Paloma Valencia, por mencionar algunos—, exige una mano firme mientras que el ala blanda —Duque casi en solitario— trata de maniobrar. El problema es que muchos de los votos que lo eligieron como presidente vienen del ala dura. Así, aunque Duque pretenda ser de una derecha más moderada, su partido se encarga de moverlo más hacia el extremo.
Ahora, parte de lo que ha sucedido es que ese discurso alentado por el ala dura no lo protagoniza Uribe. Eso explica su caída de popularidad en la última encuesta Gallup. Duque, en cambio, sube. Uribe tiene menos visibilidad y eso es lo que reduce su popularidad. No es que la gente no esté de acuerdo con lo que está diciendo, sino que no está diciendo mucho. La visibilidad y la exposición en medios se transfiere automáticamente al Gobierno. Un miembro activo del Centro Democrático está viendo y siguiendo a Duque, no a Uribe. Y es un Duque medido, calculado. Rara vez se le ve diciendo algo que levante ampolla o genere polémica. Sus declaraciones en medios son un montón de lugares comunes que lo posicionan bien ante la opinión pública.
Duque va a ser siempre la cara amable. La división del trabajo que tienen en el Centro Democrático lo va a seguir ayudando. Lo que hace Uribe es como una transfusión de sangre. Escoge al candidato y le inyecta toda la popularidad. Mientras él siga detrás, la cosa funciona.
Es incierto lo que pueda pasar en cuatro años. Si Duque se sigue fortaleciendo y se acerca a la centro-derecha con una figura como Sergio Fajardo, hay espacio para que pueda ganar una alternativa de esta naturaleza. Todo depende de quién salga ganando en la división del trabajo que discutía antes. Ahora parece como que el que está ganando es Duque. Los resultados de la Gallup son el mejor indicador. El truco va a consistir en continuar articulando los dos discursos (el moderado y el radical) sin necesidad de que entren en confrontación. Dos discursos distintos que no son complementarios: no se puede defender la vía militar para solucionar la crisis venezolana y, al mismo tiempo, decir que no son un gobierno beligerante.
Es una tensión clara que parece que nadie quiere ver.
Mientras sigan evitando la confrontación, la fórmula va a seguir funcionando. En el momento en el que se enfrenten y como siempre en política, habrá un ganador y un perdedor.