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Desmitificar el acoso sexual en las universidades

Desmitificar el acoso permite verlo como una realidad. Cuestionar las prácticas cotidianas no solo permite dejar atrás la costumbre autómata de recibir la información como si esta estuviese libre de sesgos y prejuicios. También es una oportunidad para replantear el papel de las universidades y centros de educación en la formación de personas.

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No es NoЯmal


19.08.2016

Desmitificar el acoso permite verlo como una realidad. Cuestionar las prácticas cotidianas no solo permite dejar atrás la costumbre autómata de recibir la información como si esta estuviese libre de sesgos y prejuicios. También es una oportunidad para replantear el papel de las universidades y centros de educación en la formación de personas.

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Por María Ximena Dávila*

 

Este año un profesor de la Universidad de los Andes fue despedido por acosar sexualmente a una trabajadora de la misma institución. No es el primer caso que existe de acoso universitario y lamentablemente podrá no ser el último. Aún así, hablar de acoso sexual en las universidades sigue pareciendo exagerado para algunos. Es un tema que sigue encontrándose con escépticos e incrédulos, quienes aún piensan que las víctimas “están exagerando”, o “quieren llamar la atención”. Lo que no suele tenerse en cuenta es que el acto de denuncia ya impone una carga emocional para la víctima, y en muchos casos resulta siendo revictimizante.

 

Las universidades son, en su mejor definición, instituciones que pretenden formar individuos profesional y éticamente. En su mejor definición, insisto, las universidades existen para enseñar a las personas no solo habilidades técnicas, sino respeto por los demás. Para cumplir este objetivo, las universidades deben ser espacios cómodos y seguros para todos los miembros de una comunidad académica. El acoso sexual rompe la naturaleza de las relaciones académicas y puede tener efectos particularmente negativos cuando se produce en ambientes estudiantiles. Las víctimas de acoso comienzan a tener problemas de autoestima y seguridad, lo que hace que se sientan insatisfechos en la universidad y su rendimiento académico baje (Benson & Thomson, 1982).

 

Estas consecuencias negativas se acentúan cuando las víctimas de acoso son mujeres. Las universidades son lugares relativamente nuevos para las mujeres, y muchas carreras siguen estando dominadas en su mayoría por hombres. Por lo tanto, el acoso sexual tiene el efecto de erosionar el compromiso y la motivación de las mujeres en áreas de práctica tradicionalmente dominadas por hombres.

 

Y sí, siempre está latente la posibilidad de que el acoso mute en un tipo de violencia más directa, física y confrontacional. Es posible que se torne en abusos sexuales de carácter físico, y que solo así se entienda la importancia de reconocer el abuso como un acto intrínsecamente violento. Un acto que no solo reproduce ciertos tipos de violencia sino que puede desencadenar aún más violencia.

 

Y así, a pesar de las consecuencias negativas del acoso sexual en las universidades, no es fácil identificar en Colombia iniciativas impulsadas institucionalmente que hayan puesto el acoso universitario en el centro de la discusión. Actualmente en la Universidad de los Andes se está trabajando para la redacción de un protocolo de acoso; sin embargo, esta parece ser la excepción y no la regla. Actualmente no existen protocolos claros de acompañamiento y denuncia en las universidades, y esto genera un bajo nivel de denuncias oficiales. Al no tener información sobre canales institucionales en los que puedan denunciar, las víctimas no se sienten respaldadas para dar a conocer su experiencia. Por lo tanto, es necesario crear rutas de denuncia claras, públicas y accesibles, que estén vinculadas a procesos de acompañamiento para las víctimas, pues no todas se sienten cómodas al exteriorizar por lo que han pasado. Se niegan a hacerlo por miedo a la estigmatización por parte de la comunidad estudiantil, familia o amigos. Pocas se atreven a decir que han sufrido acoso sexual en espacios académicos, pues temen que las consecuencias de la denuncia empeoren su situación.

 

Sumado a esto, está la falta de claridad acerca de qué es acoso. Esta dificultad es la que le da nombre a la campaña No es Normal. No parece existir una noción socialmente generalizada y compartida sobre el acoso sexual. Por lo tanto, muchas manifestaciones de acoso son normalizadas por efectos de su cotidianidad: quedan mudas para expresar su propia naturaleza. Así, para las autoridades, terceros, e incluso para las víctimas, el acoso continúa siendo un mito.

 

Al ser un mito, hay dificultad en asociar el acoso sexual a situaciones concretas y cotidianas que suceden en la universidad. La reacción a los testimonios de acoso, en varias ocasiones, suele ser la sorpresa y la incredulidad: “¿Eso realmente pasó en la universidad?”. En otras ocasiones, únicamente es escepticismo y arrogancia: “Pero, ¿eso es acoso? Es que ahora todo es acoso…”.

Desmitificar el acoso permite verlo como una realidad. Cuestionar las prácticas cotidianas no solo permite dejar atrás la costumbre autómata de recibir la información como si esta estuviese libre de sesgos y prejuicios. También es una oportunidad para replantear el papel de las universidades y centros de educación en la formación de personas.

El problema con el concepto de acoso sexual es que tiende a minimizarse a ciertas situaciones que por su magnitud y repetición se consideran más graves y violentas que otras. Estas situaciones deben ser visibles y deben ser consideradas como acoso, pero también deben serlo las situaciones que son más esporádicas, sutiles y cotidianas. Esas situaciones que en el escenario menos reflexivo pueden ser tomadas como chistes inocentes o, por mucho “pesados”.

 

No pretendo brindar una clasificación o definición de acoso. Cualquier intento sería limitante y dejaría de lado todas las posibles situaciones que no me atrevo a imaginar en este momento. Considero que el acoso puede constituirse en cualquier acto, expresión, o comentario que invierta el tono y el contexto de la relación, y que por su contenido genere un ambiente hostil e incómodo para quienes son receptores del acto o comentario. El acoso sexual, en concreto, constituye una atención sexual no deseada para la víctima, y puede ir de lo más grotesco y directo, hasta lo más sutil y “normal”. Por lo tanto, si una persona siente que está siendo partícipe de una situación constitutiva de acoso, no hay por qué cuestionarle con preguntas como “¿Tú crees que es acoso?” “¿No crees que estás exagerando?” porque eso solo demuestra una profunda insensibilidad ante la experiencia del otro.

 

Desmitificar el acoso permite verlo como una realidad. Así, cuestionar las prácticas cotidianas no solo permitirá dejar atrás la costumbre autómata de recibir la información como si esta estuviese libre de sesgos y prejuicios. También será una oportunidad para replantear el papel de las universidades y centros de educación en la formación de personas.

 

 

Referencias:

 

Benson, D., & Thomson, G. (1982). Sexual Harassment on a University Campus: The Confluence of Authority Relations, Sexual Interest and Gender Stratification. Social Problems, 29(3), 236-251. doi:1. Retrieved from http://www.jstor.org.ezproxy.uniandes.edu.co:8080/stable/800157 doi:1

 

*María Ximena Dávila es una estudiante de décimo semestre de Derecho con opción en Periodismo y Literatura. Ha enfocado sus intereses en los temas de derecho constitucional, derecho penal, género y justicia.

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