¿De quién es este Parque?

Más de 400 venteras ambulantes en Medellín protestaron por abusos de la Fuerza Pública. Luego del suicidio de una de ellas, la Alcaldía se flexibilizó y amplió las garantías para informales.


Ilustración: Ana Sophia Ocampo

Al salir por una angosta cuadra desde la Plaza Botero, conocido punto de encuentro en el centro de Medellín, está el Parque de Berrío, donde tradicionalmente trabajan 450 tinteras. Mujeres que venden café desde que sale el sol hasta que se pone. 

Hacia finales de mayo, cuando el hambre amenazó en Colombia con propagarse más rápido que el virus, para muchos no salir a trabajar significaba no tener para comer ni para pagar el lugar donde dormir. 

Las tinteras armaron un plantón en contra de los decretos establecidos. Necesitaban estar en el espacio público para recoger el diario, y la prohibición de la Policía sobre las ventas ambulantes, en su intento institucional por evitar el contagio en plena cuarentena, provocó fuertes atropellos de su parte y una tensión por el dominio sobre el lugar.

Las mujeres del Parque denunciaron públicamente el traslado permanente y violento a estaciones de policía por parte de la Fuerza Pública así como el abuso de su autoridad mediante la imposición exagerada de comparendos: más de 250 para ser exactos, según Janeth Meza, lideresa de Asotintos. Cada uno de 930 mil pesos colombianos (246,74 USD).

“Ninguna tiene cómo pagarlos y no debería”, dice con determinación porque en el sector hay susceptibilidad por el caso de una de sus compañeras: Luz Adriana Upegui, que manifestó públicamente que era “imposible pagar más de cuatro o cinco multas, cuando ni siquiera tenían para comer” y el 8 de junio, dos días después de su denuncia, se suicidó. 

Tenía 27 años. Recibía maltrato, aseguran las demás. El episodio convirtió el sitio en una olla a presión que, según cuenta otra lideresa de Asotintos, dejaba ver la relación entre policías y mujeres. Dice Gissela Ardila que a sus compañeras “les jalaban el pelo, las arrastraban, las empujaban. Las llegaron a montar a los camiones, arrastradas y la situación fue muy maluquita [sic]”. 

Para la muestra, una mártir 

Según el Subsecretario de Espacio Público de Medellín, Yomar Benítez, el suicidio de Adriana ocurrió entre el plantón y la visita que hicieron desde la Secretaría hacia el lugar, “después de una llamada de las tinteras”. 

El funcionario recuerda que hubo una reunión simbólica para despedir a la compañera al día siguiente de su muerte, pero también una tensión inevitable entre las trabajadoras del Parque y la Policía. “Se sentía. Era maluca”, dice. Cuenta que la Policía le manifestó que ellos habían intervenido el parque por dos situaciones: 

La primera tenía que ver con el desorden del sitio que, decía la Policía, no solo era de las ventas ambulantes, sino del aumento de la prostitución: “Se presenta cierto desorden porque hay demasiada exhibición del acuerdo entre el cliente y la mujer” que, como reconocen entre las fuentes, puede ser hasta menor de edad. 

Y la segunda, por las aglomeraciones entre las vendedoras que debían evitarse “ya que muchas no tenían tapabocas, ni respetaban los protocolos de seguridad”.

El suicidio de Upegui aceleró los planes de la Alcaldía en su propósito por formalizar, al menos provisionalmente, a las tinteras del Parque. 

En medio de la tensión –como cuenta el mismo Benítez– llamó a los coroneles encargados del sector Centro y al de la Policía Metropolitana. “Ellos llegaron y todos los presentes sabíamos que había que intervenir de una vez por todas, porque la solución no eran los comparendos”.

Las lideresas de Asotintos tampoco descansarían hasta lograr un acuerdo. Para todos, la pelea que hubo en el Parque de Berrío, un día antes de la muerte de Upegui y justo después del plantón, no tenía comparación. 

“Se volvió una batalla y yo no tenía datos de que eso fuera una cosa constante, y no lo es. Hubo golpes por parte de la Policía, por parte de los ciudadanos y hubo hasta personas afrodescendientes metidas en la contienda. A mí se me ocurre que fue en razón de la calentura actual”, asegura el Subsecretario. 

Hubo ese día una reunión, una mesa de trabajo, donde participaron las tinteras con representantes de Personería, el coronel del Distrito, el coronel de la Policía Metropolitana, la Subsecretaría de Espacio Público y otras dos organizaciones de venteros: Familia de la Calle y Unión General de Trabajadores Informales – UGTI. 

“Después de la muerte de Adriana llegamos a un acuerdo tanto con Espacio Público como con la Policía”, asegura Gisela Ardila. “La idea era poder trabajar sin tanto traumatismo y fue de nosotras la iniciativa de lavar el parque por la pandemia que estamos viviendo”.

Así, llegaron las Empresas Varias – Emvarias con sus carro tanques de saneamiento y con una cuadrilla de Policía. Mientras las mujeres asearon el suelo, las jardineras y la materia fecal humana y de animal, en esquinas del Parque, incluso rociando amonio, un potente desinfectante, otros tantos hicieron lo mismo.

No era la primera vez que esta Alcaldía se acercaba a las tinteras. La Secretaría de Espacio Público las contrató, como asegura Benítez, para trabajar en la campaña preventiva del Covid, antes de reforzar los decretos, llamada Un tinto por la vida. Consistió en repartir entre la gente de diferentes comunas más de 4.000 tintos mientras se hacía pedagogía.

“Para nosotros era un despropósito que no se mirara el tema de los venteros como una realidad que había que entender, y sí bajo el esquema de que quien incumple el derecho, se le metiera un comparendo”, dice que advirtió el Subsecretario, y agrega que no entiende por qué la reacción y el malentendido con las mujeres en esa actividad de limpieza.

“La imagen de las mujeres en los medios para martirizar solo porque tenían escoba, les parece más grave y misógino que las otras mujeres que están a su suerte, en el mismo Parque, y que hacen parte de redes criminales, que las prostituyen, aún cuando sean menores de edad. Pero esas parecen no indignar”. 

Entre la escoba, la migración y la pancarta 

El altoparlante y los carteles no lograron lo mismo que las escobas restregando el suelo. Con este gesto, las tinteras del Parque de Berrío lograron que Espacio Público las carnetizara provisionalmente durante el tiempo de la cuarentena como parte del mecanismo para reducir los maltratos físicos y verbales por parte de la Policía.

“El carnet sirvió para podernos dignificar y trabajar en el sector, porque hay mucho ventero, y nos están acomodando a nosotras”. Pero al Parque llegan bachilleres de la Policía, distintos cada vez, y según dicen las tinteras en el estreno de su cargo el abuso de poder es la constante. 

“Todavía hay unos que nos tratan como pasando por encima del ser humano”, dice Gissela Ardila. Y Meza, por su parte, afirma que las tinteras quedan en algo con la Fuerza Pública pero, cree, estos acuerdos no se informan entre sus hombres y luego hay que volver a explicarles. 

“Vienen bachilleres y nos dicen que no nos podemos sentar, que el tal carnet es chiviado, que eso quién lo puso… Y a ellos los mandan como queriéndose creer los reyes, como si el uniforme les diera un poder terrible de atropellar mujeres”. Y aunque para Meza la mujer es la más defendida ahora, dice que en estos tiempos de pandemia “es como la que más lleva del bulto”.

Paola es una menor de edad, venezolana, y entiende lo que viven las vendedoras veteranas. Asegura que recibió una sola vez una ayuda por parte de la Alcaldía, pero en realidad ha tenido que salir a trabajar con los caramelos o con cualquier cosita a la calle, dice. “Tengo que salir a rebuscármela de cualquier manera porque, o sea, en la casa nada cae del cielo”. 

Paola vende tinto principalmente, pero algunas veces se pasea por el centro pidiendo colaboraciones, en sus palabras. Hace algunos días llegó al Parque con otras compañeras y, de repente, se aparecieron policías para quitarles los termos de tinto. “Después se metieron las muchachas, las amigas mías, y me quitaron a un policía de encima, porque yo estaba en el piso, que me estaba jalando por los cabellos. Cuando me lo quitaron de encima, me llevaron pa allá, pal’ CAI”.

A una de las amigas venezolanas suyas, se la llevaron presa porque era mayor de edad. A Paola, en cambio, con 17 años, la Policía le dijo que la llevaría para el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar – ICBF, porque no podía trabajar. “Y yo expliqué que lo necesitaba porque yo me había venido desde Venezuela para poder ayudar a mi mamá, y no, me decían que no podía estar por ahí, pero ya gracias a dios en julio cumplo mis 18 años”.

Paola cree, sin embargo, que ha sido una de las que ha recibido maltratos físicos más moderados. Recuerda el caso de una mujer embarazada con la que se metió la Policía “que de una vez la hicieron parir, porque le pegaron y se la montaron en un carro”. 

Según explica Janeth Meza, en el Parque hay más venezolanas que colombianas, pero la Fuerza Pública piensa que la migración es problema de las y los ciudadanos locales. “¿Por qué no se dan cuenta de que fueron ellos los que dejaron ingresar gente al país? Dicen que hay muchas mujeres y sí, es verdad, pero todas tenemos que trabajar”. 

Sí hay parque pa’ tanta gente 

El éxodo del país vecino multiplicó los puestos de trabajo y dividió entre estos a compradores. Pero el control local entre trabajadores informales, las golpizas y detenciones arbitrarias de la Fuerza Pública, según cuentan las tinteras, se justifican por la agresión a mujeres que ejercen la prostitución.

Meza reconoce que en el Parque se ve, y también el vicio, “pero también gente que vende y que quiere progresar, gente de la tercera edad y madres cabeza de familia”. Para ella la Policía generaliza, “sobre todo los bachilleres que dicen que todas se prostituyen para agredir y aquí, creo, el cuerpo de la prostitución no es delito”. 

Para ella es importante que la Policía y el mismo Estado reconozcan que la migración nacional e intraurbana también existe, y también lleva a buscar en trabajos ambulantes, informales que, pese a la estigmatización, ofrecen lo necesario para subsistir dentro de la misma ciudad. 

“Yo soy desplazada de un corregimiento de Medellín, por ejemplo, por las Autodefensas Gaitanistas de Colombia – AGC. Recibo ayuda, pero hay muchas condiciones de vulnerabilidad porque aquí se nos violan todos los derechos, todos”. 

El Subsecretario asegura, por otra parte, que tienen el ánimo de generar unos mínimos de protección para todos los del sector. Plantearon una reactivación económica llamada Medellín me cuida – venteros, con enfoque diferencial. Este consta de una asistencia humanitaria con ayudas alimentarias; prevención y protocolos a través de kits y programas de reactivación económica –con una línea de créditos de emergencia, sobre todo para los venteros que perdieron su mercancía, que son la mayoría–. 

Primero se acordó no tener la restricción de volver al Parque; poderse identificar con carnet y, por último, establecer unos horarios de trabajo, “porque ellas no querían estar las 400 todas en el parque, sino unas por la mañana y otras en la tarde”.

El Parque, según Espacio Público, ha tenido una evolución desde la última Administración y es la de tratar de recuperarlo como un espacio de encuentro en donde no haya indisciplinas sociales como, según Benítez, la prostitución y el cosquilleo, el método de hurto en las aglomeraciones.

“Al parecer había una banda de tipos haciendo cosquilleo en el Parque, con microtráfico inclusive, y hay que entender que allí hay mujeres que llevan 30 años, otras 15 y otras 5, y uno no puede decir entonces que haya una violación sistemática contra ellas, en su condición de ser mujeres, porque las vendedoras han tenido cierto tipo de relación con la Policía que es extensa”, dice Benítez.

Para Meza debería verse de otro modo más radical: “La pandemia la trajeron los ricos y la sufrimos los pobres”. Y por eso, en sus palabras, quedaron en un desequilibrio “el berraco” porque los dejó a todos “con las manos atadas y así no sobreviven”. La lideresa de Asotintos para terminar refiere al Alcalde. “Yo invito a Daniel Quintero, que voté por él y que vino a hablarnos muy bonito de cómo fue vendedor ambulante, a que sobreviva con 100 mil pesos un mes a ver si puede”. 

El área sigue en disputa y es atractiva para más de 10 mil venteros que hasta el momento y, según afirma Espacio Público, se ubican o son itinerantes en el centro de la ciudad. El dominio sobre el lugar, al menos en el primer round, al parecer lo ganó el comando de mujeres, pero a todos, como dicen, los noqueó el hambre.

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