Los últimos meses han sido una iteración más de un fenómeno recurrente en la historia del país: el despliegue de múltiples formas de violencia frente a la posibilidad de cambio social. Esta violencia nos permite ver de nuevo lo arraigado que están en Colombia el racismo, el heteropatriarcado y las desigualdades socioeconómicas. Las relaciones de poder opresivo y violento que constituyen a los fenómenos previamente mencionados son estructurales a nuestra realidad y están en la raíz del descontento social e incluso de la respuesta del Estado-capital al mismo.
Las teorías decoloniales, alimentadas por el marxismo, la teoría racial crítica y los feminismos del Sur, nos enseñan que el patriarcado, el colonialismo y el capitalismo son procesos necesariamente imbricados cuya condición de posibilidad es la violencia. Las profundas desigualdades que hoy vemos de manera más clara y evidente en Colombia, no obedecen solamente a las operaciones del capitalismo y versiones suyas como el neoliberalismo, sino que son el resultado de nuestra historia colonial y su continuidad en la república y la construcción del Estado-nación. El Estado y la sociedad que hoy tenemos son producto de la racialización de cuerpos y territorios marcados por operaciones de género y clase concretas. Esta triple marca de raza, clase y género ha sido fundamental para perpetuar los procesos de expoliación y explotación que han caracterizado nuestra vida republicana.
Por esta razón, la irrupción de voces y corporalidades subalternizadas en el marco del Paro interrumpe un “reparto de lo sensible” (Rancière 2014) -de lo audible, lo visible, lo reconocible- marcado por estéticas coloniales, heteropatriarcales y clasistas que anulan la humanidad del otrx y generan las condiciones para que existan nociones como la “gente de bien”, cuyos privilegios dependen precisamente de que se aniquile la posibilidad de otras sensibilidades y de cualquier forma de protesta.
La reacción frente a esta irrupción no se ha hecho esperar: indignación violenta acompañada de discursos que no sólo desconocen como sujetos políticos a quienes se tomaron las calles desde el 28 de abril del presente año, sino que los ubican por fuera del orden social y moral, sancionándoles a través de categorías como “vándalos”, “terroristas”, “indios HP”, entre otros.
Si bien colonialismo, heteropatriarcado y capitalismo representan estructuras históricas de dominación con temporalidades largas, se concretan y actualizan en la presente coyuntura a través de eventos violentos concretos. Ejemplos tenemos muchos: más de 106 casos de violencias basadas en género en contra de manifestantes; el ataque verbal, simbólico y físico contra manifestantes indígenas; la violencia desmedida en contra de afrodescendientes; la militarización de espacios racializados por parte de las fuerzas estatales, además de la movilización de un discurso que privilegia la acumulación de capital sobre la desigualdad, la precariedad y el sufrimiento del otrx.
La materialización de esa temporalidad larga en eventos recientes, expresada en la respuesta estatal y de civiles armados, así como la articulación de violencias procedentes de distintas estructuras de dominación, supone atender a estas múltiples y superpuestas estructuras, relaciones de poder y temporalidades para construir las posibilidades de una transformación radical y profunda. Lo anterior, sin perder de vista las siguientes particularidades del contexto político y social de esta coyuntura:
a) El tratamiento de guerra a la protesta social por parte del Estado y el uso de estrategias de terrorismo estatal; b) La multiplicidad de actores violentos, incluyendo civiles armados que reproducen lógicas paramilitares y que posiblemente están relacionados con el narcotráfico; c) La persistencia de grupos guerrilleros como el ELN y las disidencias de las FARC; d) La existencia de segmentos de la población que justifican la violencia estatal y paramilitar frente a los manifestantes y sectores de la oposición; e). Un gobierno que no tiene voluntad de negociación y desconoce la necesidad de cambios estructurales; f) Un Comité de Paro que no representa a todas las voces que salieron a protestar desde el 28 de abril.
Este mapa abreviado de algunas de las condiciones estructurales y coyunturales bajo las cuales se desenvuelven los desenlaces de las movilizaciones del 28 de abril, invitan a poner a andar la imaginación política de la protesta para hacer de este momento uno de acumulación de fuerza de movilización y de cambio social que permita avanzar en sus metas y evite la mayor cantidad de pérdida de vidas humanas.
Proponemos pensar el cómo de este porvenir desde la articulación de dos temporalidades: la de lo urgente y la de lo permanente; la de la coyuntura y la de lo estructural
Para ello es fundamental pensar cualquier acción partiendo de la complejidad del contexto arriba esbozado, teniendo en cuenta las múltiples y enrevesadas formas de violencia y su normalización en la sociedad colombiana, así como la cercanía de unas elecciones que serán cruciales para el país, la derechización de la política a escala mundial y las adaptaciones de los sistemas de opresión a la realidad que trajo consigo la pandemia.
Así como lo hicimos en el breve análisis presentado arriba, proponemos pensar el cómo de este porvenir desde la articulación de dos temporalidades: la de lo urgente y la de lo permanente; la de la coyuntura y la de lo estructural. En concreto, señalaremos algunas líneas de acción que consideramos importantes:
Primero, poner en el centro el cuidado de la vida. Frente a un sistema estructuralmente violento y deshumanizante, poner la vida en el centro es en sí mismo un acto de subversión. En este sentido, es necesario construir estrategias de cuidado colectivo, tales como las ollas comunitarias y otras iniciativas barriales autogestionadas para el cuidado de lxs manifestantes, que respondan a contextos geográfica y temporalmente específicos. Aquí es necesario tener en cuenta que las violencias armadas mencionadas arriba se ejercen de formas específicas en diferentes localidades, ciudades y regiones, y que la articulación entre el ejercicio de la violencia física y las estructuras socio-económicas opresivas son específicas en cada contexto.
Segundo, se deben efectuar cambios profundos en la esfera de lo cotidiano. Al interior de los procesos organizativos, en las comunidades y en la sociedad en general, deben promoverse acciones que contribuyan a la despatriarcalización y descolonización de la sociedad desde las acciones, lenguajes y relaciones cotidianas. Por ejemplo, no puede permitirse que prácticas patriarcales y de violencia basadas en género se legitimen al interior de los procesos de cambio social a través de su negación o banalización. Estas no solo deben ser rechazadas, sino también sancionadas y evitadas.
Tercero, el cambio estructural y radical requiere la articulación de demandas de los sectores más clásicos de la protesta social con aquellas de los sectores que no organizados previamente o estructurados bajo formas y categorías clásicas de la protesta, se convirtieron en actores protagónicos del estallido social. Allí son fundamentales las primeras líneas, las y los jóvenes y los barrios empobrecidos y racializados. La centralidad de estos actores apunta a la necesidad de articular nuevas y diferentes formas de entender y practicar lo político, lo cual solo es posible desde el respeto profundo por la diferencia no solo social, sino epistemológica y ontológica.
Cuarto, las agendas radicales deben estar acompañadas de un proceso pedagógico incluyente, dirigido a que amplios sectores de la población reflexionen críticamente sobre las operaciones de la colonialidad, el capitalismo y el heteropatriarcado y su relación con las violencias y desigualdades actuales. De esta forma, por ejemplo, acciones concretas como la caída de monumentos que hacen apología al colonialismo, deben ir de la mano con procesos de educación ciudadana para que actores múltiples y heterogéneos comprendan su significado histórico y político.
Quinto, una forma de avanzar en la articulación y actualización de agendas y estrategias puede encontrarse en la proliferación de diálogos horizontales que parten del reconocimiento de la humanidad plena del otrx y del respeto por la diferencia, entre sujetos del cambio social que se piensan desde su complejidad las particularidades de este momento histórico para proyectar, alargar, profundizar las posibilidades de dicha transformación. Aquí, la academia tiene un papel importante que jugar como un un espacio de ciudadanía activa que reorganiza la pedagogía para contribuir a pensar con otros y otras cómo consolidar procesos de radicalización de la democracia en el país desde el pensamiento crítico.
Aunque de ninguna manera un programa de acción exhaustivo o una ruta dogmática de cambio, las líneas aquí propuestas permiten explorar el cómo del hacia dónde. Consideramos que estos son elementos mínimos de una transformación profunda, de un camino plural que permita pensarse, diseñar y poner en marcha una sociedad de relaciones más justas y humanas, planteando alternativas al racismo, el heteropatriarcado y el clasismo que hoy se constituyen en la respuesta violenta del Estado y de actores aliados con el paramilitarismo y el narcotráfico para ahogar la vida de quienes le han dicho una y otra vez al país: la Colombia que se ha construido hasta el momento no nos sirve, no nos deja ser, no nos permite existir.
Referencias
Rancière, Jacques. 2014. El reparto de lo sensible. Estética y política. Buenos Aires: Prometeo.