Betty, la fea: 20 años de una idea de mujer

Por la muerte de Fernando Gaitán, su creador, la serie que rompió récord de audiencia vuelve a ser transmitida luego de su debut hace 20 años en televisión nacional. Mientras unos creen que su narrativa envejeció bien, mujeres como Margarita Rosa de Francisco, Carolina Sanín, Diana Ángel y Catalina Ruiz-Navarro analizan la trama que hoy tiene respecto a la mujer.


Ilustración: Samuel Santamaría

La noche del 25 de octubre de 1999 los colombianos sintonizaron al unísono lo que hoy, veinte años después, es considerado gran mito de la televisión nacional: Yo soy Betty, la fea, escrita por el libretista Fernando Gaitán. Se exportó a 180 países y contó con cerca de 30 adaptaciones. Fue Récord Guiness en 2010 por ser considerada la teleserie más exitosa de la historia y la más vista en toda hispanoamérica. Antes de su primera emisión, entre el gobierno de Colombia y la guerrilla Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), hoy desmovilizada y grupo político, se desvanecieron de a poco las intenciones de diálogo. Tras instalar una mesa de negociación en San Vicente del Caguán, Manuel Marulanda, máximo comandante de las FARC, no asistió y dejó su silla vacía, lo que más tarde sería un símbolo de ausencia mientras que Betty, en pantalla, lograba un cese al fuego.

La telenovela rompió con la tradición de sintonía en el país. Durante el primer tiempo al aire, su rating se situó en un eslabón que superó los 30 puntos, incrementando rápidamente hasta alcanzar un promedio por encima de los 40, que se sostuvo con un par de crestas. Jorge Enrique Abello, protagonista de la novela como Don Armando, dijo en entrevista con la W Radio que la novela pasó por una cifra cercana a las doscientos sesenta millones de personas como público. Hoy Betty es parte de la cultura inmaterial colombiana, tanto que fue llevada a teatro con excelente asistencia de espectadores.

Muchos comentarios sobre el fenómeno que fue/es Betty, sin embargo, dejan ver a contraluz que la política colombiana entendía con descaro la dramaturgia y cedía ante su victoria: se afirma a voces que el mismo Andrés Pastrana, el entonces presidente, llamó a Gaitán a decirle que si Betty aceptaba un soborno que le ofreció un representante de Ragmoda (proveedor de Ecomoda, para la que trabaja Betty) estaría dando la peor clase de moral a los colombianos.

La obra se encargó de mostrar a brochazos gruesos esa realidad que no solo forma parte de la idiosincrasia colombiana sino de occidente en general. No por nada ese argumento ha sido exportable internacionalmente: Margarita Rosa de Francisco.

“Es un error pensar que Betty era la que iba a educar a los colombianos porque las telenovelas no están para educar, para educar está la educación. Saltarse esa distinción es un problema”, asegura la columnista Catalina Ruiz-Navarro. Para Margarita Rosa de Francisco —cantante, escritora y actriz, entre otras, de Café con aroma de mujer, también de Gaitán—, “las obras artísticas o que pretenden serlo, no son precisamente un ejemplo de buena humanidad; la literatura está llena de historias de villanos que matan, torturan y sobornan y a nadie se le ocurre pensar que su autor está adoctrinando a sus lectores para que repitan esos comportamientos. El objetivo del arte no es dar ejemplo ni cursos de moral y menos cuando se manifiesta a través de una sociedad de por sí corrupta como la nuestra, empezando por sus figuras políticas”.

El punto, para la escritora, docente y columnista Carolina Sanín, es que la educación no tiene lugar ni sucede por imitación: “Si tú ves Edipo Rey —dice— la lección no es que te acuestes con tu mamá, la lección es ver a una persona frente a ese problema”. Para ella la novela tuvo riqueza en los ritmos y los personajes: “La escritura recogía, además, elementos de la comedia colombiana, de esa comedia de arquetipos de la que participaron clásicos como Don Chinche, y que quizás es una tradición nacional”. Margarita Rosa explica que en el caso de Betty hay una línea dramática paradigmática infalible: el triunfo del desvalido y del amor ideal pero desde un escenario muy trágico supremamente común y, por lo tanto, fácil foco de identificación que ningún autor de telenovelas se había atrevido a usar. Y lo hizo, en palabras de Margarita Rosa, acudiendo al humor, un recurso tan propio de nuestro lenguaje cotidiano y de nuestra cultura en general. “El humor como uno de nuestros paliativos más eficaces para olvidar, aunque sea por treinta minutos, la crudeza de la guerra y de la vida diaria”.  

Pero el extraordinario personaje interpretado por Ana María Orozco y nombrado ficcionalmente como Beatriz Aurora Pinzón Solano deja en evidencia una antesala para comprender una estampa de la sociedad, al mismo tiempo que destapa el machismo, la discriminación, la inclinación al fraude, al engaño y el trato a alguien como un distinto (?), ese que hace parte de “los otros” que son casi siempre nada más que la mayoría.

“Perdóname pero discúlpame”

“El arco dramático (de Betty, la fea) se tendía entre el planteamiento del problema de una mujer —ser fea— y su solución: dejar de serlo. Era simple, y dice lo que dice acerca de la vida y la subjetividad de las mujeres. También estaba el drama de pasar de no ser deseada por el patrón a la realización de ser deseada por él: no hace falta ni enumerar la cantidad de presupuestos paternalistas y sexistas que esta historia de amor desigual, atravesado por el poder y la obediencia, encierra”, explica Sanín. ¿Satisfizo esta representación femenina, entonces, a los policías estéticos y caló en los estándares propuestos por la sociedad colombiana de la época respecto a ella? ¿Beatriz estaba invitada a dar un “una lección de moral” o era una fantasía política con rasgos platónicos, bajo la promesa de una alteración física?

El planteamiento es desafiante y subversivo, distinto a lo que se proponía en una historia de amor de telenovela tradicional, tal como afirma Margarita Rosa. “No sé cuál fue la intención de Gaitán, porque, a pesar de que su obra parece un manifiesto a favor del poder esencial de la mujer, al final, si ese fue su principio, se lo traiciona, pues la protagonista debe verse bella para que haya una recompensa. Debe haber un trofeo para don Armando, el jefe, el fetiche de la subordinada. La fea, en realidad, nunca triunfa. Uno de sus múltiples mensajes pudo haber sido ese, enrostrarle al espectador que los juicios peyorativos sobre el cuerpo de la mujer como símbolo erótico son implacables e inamovibles en sociedades como la nuestra”, detalla.

Ruiz-Navarro es una de las que considera que la novela no envejeció bien. Explica que cuando entendemos el discurso del “make over” de Betty, se ve algo muy violento porque el mensaje esencial es, en sus palabras, no estás bien como eres, tienes que ajustarte a unas convenciones sociales y una vez pase, te vamos a aceptar, vas a salir adelante y tener éxito. “Me parece que es un idea muy violenta para las mujeres, en general, porque a nosotras constantemente nos están diciendo que nuestra apariencia física está mal y que el secreto para superarlo es que ajustemos esa apariencia a unos parámetros estéticos que para la mayoría de las mujeres son distintos. Todas las mujeres pueden alterar su cuerpo como se les dé la gana para parecerse más a lo que quieren ser y eso está bien. El problema aquí es que Betty al comienzo de la serie está feliz como es, esa es ella y tiene que cambiar para agradar a los demás, no porque ella no esté cómoda con quien es ella. Y ese es el problema del mensaje de la serie”.

Para Margarita Rosa, el hecho de que el planteamiento de la situación de la fea que se vuelve bonita y triunfa haya tenido tanta popularidad, puede ser un indicador de que sí tenía sentido recrear esa fantasía. Dice que los medios masivos de comunicación parecen apoyar los mitos culturales y reforzarlos: “Al menos, uno de los sentidos que tuvo (Betty) fue el de mostrar que ser bella en nuestra sociedad ha sido un valor construido desde un punto de vista masculino y adoptado condescendientemente por las mujeres. La obra se encargó de mostrar a brochazos gruesos esa realidad que no solo forma parte de la idiosincrasia colombiana sino de occidente en general. No por nada ese argumento ha sido exportable internacionalmente”.

Lograba tener en un espacio reducido, múltiples personajes que nos transmitían nuestra idiosincrasia con una precisión quirúrgica y los arquetipos se transforman fácilmente en estereotipos, interpretados magistralmente: Diana Ángel

Diana Ángel —cantante y actriz recordada, entre otros, por su papel en Francisco el matemático (1999-2004)— piensa que habría que comenzar aclarando que las narrativas tienen orígenes y técnicas: “Las novelas son una expresión dramática que por lo general cuenta con una heroína o un héroe, que atraviesa peripecias para lograr un objetivo, pasando por su caída y vuelta a resurgir. Basados en eso se escriben las telenovelas y al ser concebidas para un medio masivo, buscan identificación con nuestra sociedad y lastimosamente nos han educado con estereotipos de belleza, ideales económicos, sociales, que hacen que las historias se enfoquen en un ideal común, por lo tanto si la historia se enfoca en una protagonista que tiene ese objetivo, la trama girará en torno a ello”.

Sanín no cree que la serie haya sido especialmente disruptiva en cuanto a sus temas ni en cuanto a la exploración de sus temas, pero lo fue en cuanto al género: “Lo que se presentaba como telenovela era una comedia (hoy se ha hecho algo similar, con mayor acento en la ironía, en La casa de las flores)”. Sin embargo, Margarita Rosa afirma que para una mujer occidental el caso de Betty representa la caricaturización del patetismo de su situación degradada frente a las figuras de poder como don Armando, “y lo patético es, por cierto, uno de los principales nutrientes del humor”.

“El diablo es puerco”

“Don Armando”, asegura Ruiz-Navarro, “es un villano terrible que acosa a todas las mujeres a su alrededor, que hace un mal manejo de los fondos de la compañía y hace que Betty firme algo que no debía y ella sería la que iba a quedar con el entuerto de que eso sucediera. Si hay algo problemático de esta serie, y algo corrupto, es don Armando que, más que un protagonista, hoy debería verse como un villano. Eso es algo que tendría que haberle preocupado más a Pastrana. Fijémonos en cómo piensa el presidente: ah, si acepta un soborno eso va a ser un mal ejemplo para los colombianos, pero no le preocupa que el protagonista sea un acosador sexual serial en el trabajo, una práctica naturalizada en Colombia con efectos en las vidas profesionales de las mujeres”.

Lo político en el caso de Betty se jugaba en el terreno de lo sentimental, como pasa en el fútbol o en la música, como piensa Margarita Rosa, porque hay un aspecto que une a muchos miembros de la sociedad en torno a un tema que los moviliza emocionalmente a todos por igual, dice. “En el caso del fútbol, ese factor afectivo puede ser ese sentimiento de nación que ningún gobierno ha conseguido, como es juntar frente a un televisor a los de izquierda y a los de derecha, a militares y a guerrilleros; logrando que a los enemigos se les olvide que son enemigos porque todos ‘aman’ al mismo equipo y recuperan ese universal tan materno como es el de pertenecer a algo”.

Ángel cree que Fernando Gaitán fue un escritor que logró inventar universos con los que todos nos sentíamos identificados: “con ello lograba tener en un espacio reducido, múltiples personajes que nos transmitían nuestra idiosincrasia con una precisión quirúrgica y los arquetipos se transforman fácilmente en estereotipos, interpretados magistralmente por nuestros mejores actores”. Sostiene que en el caso de Betty, Gaitán nos mostró a una mujer que se sale de los esquemas y parámetros de “belleza” impuestos, realzando sus cualidades intelectuales, espirituales y éticas. El arte, y con esto, ambas con Margarita Rosa, parecen coincidir, siempre es un asunto político. Para la última porque, de una forma u otra, denuncia situaciones sociales.“Cuando deviene en un éxito masivo como Betty, es cuando más claramente se puede analizar cómo interviene el poder en los diferentes tipos de relaciones, en los espacios, en el lenguaje, en la psiquis, en la ropa, en los cuerpos y en todo lo que constituye al individuo”, asegura.

Hace dos años entrevistaron a Ana María Orozco en un programa en televisión chilena en el que le preguntaban, refiriéndose a ella como “la verdadera Betty la fea”, si había afectado en algo su autoestima ‘haber sido conocida en todo el mundo como una mujer poco atractiva’. La gente del público abuchea en cuanto lo oye. Orozco contesta: “Me concentré siempre en mi trabajo como actriz. Una oportunidad enorme en donde nunca cuestioné si era fea o no, ni siquiera la interpreté pensando que era fea, me concentré en otras cualidades y características del personaje”. Otra mujer en escena interrumpe explicándole que con todos sus componentes físicos, “cuesta disociar la persona del personaje” por lo que se requiere de mucha seguridad en sí misma. Y Orozco explica que tampoco la ha tenido nunca, que se concentró en su oficio con profesionalismo. Un periodista le interrumpe y le intenta explicar que en realidad ha sido una mujer muy segura, mientras en pantalla gigante exhiben fotografías de la actriz desnuda, quien reacciona con una risa incesante.

A propósito, de la risa comenta Margarita Rosa que ha sido, sin duda, un vehículo muy efectivo para transitar aspectos de la histórica tragedia del cuerpo femenino como fuerza de trabajo físico e intelectual y como objeto de deseo. “Ahora recuerdo la particular risa de Betty tan bien lograda por la actriz, una carcajada para adentro en vez de ser para afuera; una risa ahogada, no sé si cuando se volvió bonita su risa también se liberó”.  

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