No votar también es una convicción política.
La juzgan como una actitud apática, egoísta y hostil, pero hay quienes creen en ella como una convicción política. Alimentada por la desconfianza y la desazón, es además una postura frente a un sistema que, tendencialmente, juzgan de imperfecto e inútil. El abstencionismo electoral, en cualquier caso, siempre es el gran ganador en las elecciones en Colombia. Ha pasado y pasó en esta primera vuelta presidencial.
Según el Instituto Agustín Codazzi en su Mapeo de la abstención electoral en el siglo XXI, de las cinco elecciones realizadas en Colombia, desde principio del milenio y hasta 2018, la media de abstencionismo ha estado por encima del 50 %. La gente que no vota en Colombia siempre es mayoría.
Cerca del 56 % de las personas habilitadas para votar decidía no hacerlo y, en las elecciones del 2016, esa cifra se redujo a un 47 %. En las recientes elecciones de este domingo, esta cifra disminuyó aún más y el abstencionismo fue del 45,11 %. ¿Cuáles fueron las motivaciones esta vez? ¿Por qué lo hicieron después de años de no hacerlo? En Cerosetenta reunimos tres testimonios de quienes decidieron controvertir su propia voluntad política o que siguieron sin encontrar una razón de peso para ir a las urnas..
La conversación va más allá del juicio rápido que usualmente hacen quienes votan a quienes no: “es gente irresponsable a la que no le importa el país, gente cínica”. Estos testimonios demuestran, en cambio, que esa convicción tiene razones tan claras y apasionadas como las tienen quienes otorgan su voto a un candidato o movimiento o partido o promesa política y que su opinión es tan legítima como la de quienes sí creen en el sistema electoral colombiano.
“A los políticos no los elige el pueblo”: Simón Vélez, cineasta
Durante años he notado que hago parte de un país al que poco le importa la participación del pueblo y en el que un poder instaurado toma decisiones arbitrariamente. He mantenido un abstencionismo porque además de que votar ha sido una decepción constante, hay compra de votos y corrupción en el sistema electoral colombiano, algo que, sin duda, me produce desánimo para participar de la democracia, si es que se puede llamar así, en un país que se niega a aceptar que no funciona.
Otra de las razones por las que no iba a las urnas tenía que ver con la complicidad de los principales medios de comunicación del país, los tradicionales, con lo que los decepcionados hemos llamado fraude. Esos medios distribuyen las noticias falsas de los políticos y manipulan la información constantemente, lo que resulta preocupante en un país como Colombia que no se despega de la televisión y donde hay gente que no puede discernir con las mismas herramientas y se deja engañar.
La manipulación no solo de la información sino también de los resultados electorales, como se ha demostrado con los formularios, es algo que a cualquier ciudadano se le sale de las manos, y la pregunta en ese escenario sería qué alternativas tenemos para controvertir eso, porque son nulas o son muy pocas. Asusta saber que hay dueños detrás del poder, eso también me llevó a no votar por mucho tiempo. Hay personas que con sus recursos financian campañas políticas con claros intereses. Cuando eso pasa uno empieza a entender que a los políticos no los elige el pueblo sino los empresarios que tengan más dinero para publicidad política. Eso lo vimos, por ejemplo, en Estados Unidos con Donald Trump que llegó a la presidencia gracias a las redes sociales y la big data.
Entonces el candidato que tenga más inversión en su campaña suele ser el que triunfa. Es interesante darse cuenta que hasta los candidatos de izquierda, como Petro, se alían con grandes empresarios. Luego uno entiende que quien vaya a gobernar el país tiene que aliarse con el establecimiento económico, ¿no?, porque la verdadera paz consiste en un diálogo oportuno entre todos los sectores del poder.
Pero en el presente, después de una pandemia, después del deficiente gobierno de Iván Duque, después de 20 años de paramilitarismo en el poder, por decir lo menos, sentí que había que salir a votar para demostrar el deseo de acabar de una vez por todas con lo que hoy tenemos. No soy bastante fan de Gustavo Petro. No meto las manos al fuego por él. Pero su alianza con Francia Márquez me hizo replantear mi idea sobre el voto y me llevó a votar por primera vez. Decidí entonces que con mi voto no solo apoyaba a una mujer que admiro, sino que podía demostrar mi necesidad política de que el periodo Uribe llegara a su fin —que aunque no pasó de la manera en que esperaba, creo que sí perdió vigencia en estas elecciones—.
Petro sigue siendo un político tradicional que me genera más dudas que certezas. Pero la aparición de Francia Márquez en ese panorama me atrajo al proyecto del Pacto Histórico. Me parece interesante que Márquez no ha estado participando en política desde ese lugar tradicional y representa un montón de agendas importantes para nuestra sociedad que ninguno mencionaba antes, ni Petro. Es una luchadora por el tema ambiental, que para mí es relevante y, si Petro apoya eso, pues entonces yo apoyo a Petro también. Y aunque piensen que la figura pública relevante siempre será el presidente, creo que entendí que con un voto apoyamos a las personas que ocupan cargos influyentes alrededor de una figura visible, no sólo a ésta.
Con toda la desconfianza y aun cuando el presidente puede llegar a ser Rodolfo Hernández, repito que el uribismo es el gran derrotado de estas elecciones. Esa fue una buena recompensa a mi motivación de votar, porque creo que el discurso de violencia, de paramilitarismo, de apropiación de los recursos, de la muerte, está perdiendo terreno, aunque Hernández puede abonar de nuevo. Es importante que la figura Uribe empiece a desaparecer porque es aún más anacrónico que el sistema electoral y es un ser nefasto, una vergüenza. Así como existe el voto contra Petro, existe el voto contra Uribe y me incluyo ahí.
Lo que puede pasar en esta segunda vuelta electoral es que ninguno de esos votos que fueron para Federico Gutiérrez se vayan para Gustavo Petro, ni uno. Porque con la derrota del Uribismo es innegable que el otro gran perdedor de estas elecciones es Antioquia, de donde soy. Antioquia siempre se ha creído el eje del país por su empresariado, pero va perdiendo vigencia ese discurso de emprendedurismo nacional que elevó la figura del verraco y se olvidó de los derechos de los indígenas, de las comunidades negras, de las comunidades LGBTIQ+ y de todas las minorías. Ese proyecto de país ha sido una agresión política y Antioquia es el principal representante de eso. Rodolfo Hernández representa eso mismo y votaré de nuevo para manifestarme en contra.
“Votar en Colombia es un acto de masoquismo, pero Francia Márquez”: Anónimo, periodista
El volumen de manifestación social que he visto en este país, que ha exigido justicia —cuando la dejan— de manera apasionada y al mismo tiempo agotada, nunca coincide con lo que nos devuelve ese sistema electoral que debería ser, a costa de todo, espejo de la voluntad común.
En cambio, la democracia nos entrega una distorsión, una eterna falta de coincidencia y de consenso. Disentir es sano, pero en algo deberíamos estar de acuerdo: en no masacrarnos entre nosotrxs mismxs, por ejemplo.
Desde la Colonia hemos estado bajo el establecimiento opresivo de una “mayoría” minoritaria que ha precarizado la calidad de vida de una “minoría” que sí es mayoría (esos Nadie de los que Francia Márquez ha hablado). Y, desde entonces, unas élites emplean a esos Nadie como mano de obra mientras se enriquecen con sus impuestos y se valen de la usurpación y continuo acaparamiento del poder y de los recursos naturales y comunes, haciéndonos creer que son «públicos».
He visto un establecimiento que tiene secuestrado el estado social de derecho. Un fenómeno que constriñe y atemoriza el sentir popular y que se manifiesta como en su pequeña cría, la Constitución del 91, que suena a poema y luce como un crimen.
Por supuesto la democracia tiene un modo de interpretarse y manifestarse distinto en cada país, casi que idiosincrática y espiritualmente. Siquiera la nuestra no es una monarquía. Pero como la religión, jerárquica y piramidal, el modelo político ofrece además de un mesías, un menú abundante de politeísmo al horno que termina como un goulash (Colonia) o sancocho (criollo) avinagrado e indigerible.
No parece haber nada aleatorio en las elecciones, si funcionaran como deberían Pero en tanto lo considero manipulado por quienes tienen el monopolio del poder, siempre es impredecible. Y aunque en Colombia nos sorprenden con trucos que se sacan del sombrero (les secuestradores), al final siempre licúan el azar y nos entregan el mismo monstruo con un rostro distinto.
En pleno siglo XXI, cada elección sigue siendo una pantomima distinta: cuando no se va la luz, se cae el software de la Registraduría. Es terrible cómo (esos secuestradores) juegan con la ilusión de un pueblo que raya cuidadosamente con un lapicero el papel, el mismo que después del conteo se entrega siete veces más rayado. Como el pésimo chiste con los formularios E14 de las elecciones de 2016, cuyos garabatos daban para concluir que se las robaron, o al menos que hubieran podido hacerlo, pero que nos lo merecíamos porque somos eso: una reverberación de la violencia, del machismo, del racismo, de la miseria, de la trampa. Y yo no.
Pero voté esta vez porque es un acto de masoquismo, sí, pero también de dignidad porque aun cuando no hay garantías de transparencia, cuando hay cooptación del poder, cuando hacen falta mecanismos para apelar a la transparencia y justicia y cuando sabemos que la única que debe implantarla, la Fiscalía, es un órgano maleante, tener un acto de fe es un gesto de resistencia. Porque Francia Márquez.
Todo el peso de la decisión política en Colombia ha recaído en las maquinarias, oligopolios y en terratenientes. Algunos puede que lo vean como legítimo, porque la democracia, ja, pero es una legitimidad que atropella a toda costa a otras ciudadanías que sí merecen mi reconocimiento. Voté fiel a mi rechazo. Con la idea de que esos imperios malvados que se empeñan en reconocer derechos para sí y cercenarlos para los demás, también tienen sus detractores y yo soy una de ese combo.
En cuatro años, Petro duplicó los 4 millones de votos que obtuvo en la primera vuelta de 2018. Pienso que abstencionistas como yo hicimos lo que nos correspondía, pero les secuestradores también hicieron su tarea. Hoy, otra vez, se está hablando de un presunto fraude electoral. Y no me sorprende. Votar por eso y por tantas cosas más como los asesinatos a líderes alabados en el pasado, me ha parecido un profundo acto de masoquismo, pero Francia Márquez.
Votar en Colombia ha sido para mí un acto de masoquismo, pero Francia Márquez.
“La palabra innovación no cabe en la democracia”: Juanita Saldarriaga H., diseñadora de moda
Yo soy de ese 45 % que no encontró, otra vez, razones por las cuales votar. Y lo elegí desde mi inconformismo con la justicia, la misma que me hostiga si decido no ejercer ese derecho, pero que a su vez tiene al país herido por impunidad.
Elegí no votar cuando sé que, año tras año, seguimos permitiendo que la modalidad de voto no sea repensada para que sea más precisa y real. Elegí no votar porque la democracia está disfrazada, los países son gobernados por y para sus fuentes económicas, y porque la esperanza la tengo puesta en mí, ahora, en mi actuar en comunidad, en entretejer intereses similares que nos lleven a algún lado mejor.
Mi experiencia como ciudadana con derecho al voto y a la participación, en un estado de democracia, ha sido comprobar que no funciona así, tan lindo como suena. La única vez que ejercí el voto lo hice motivada por la idea de que el país realmente lograría ponerse de acuerdo en ir hacia alguna parte que nos ofreciera más bienestar. Y no sucedió, me pareció que las fuerzas jalaban hacia un lugar que no nos favorecía, nos aniquilaba, y mi decisión desde entonces fue no ser partícipe de ese juego macabro y perverso en que nos hacen creer que queremos estar.
La justicia que tenemos debe ser reformada porque, en la actualidad, con nuestra modalidad de voto precaria, la palabra innovación cabe en cualquier discurso político menos en la democracia. No es perspicaz, no es exacto, no es ágil, no hay ningún tipo de avance. Es un sistema anacrónico.
No digo que me vaya a mantener en el abstencionismo siempre, no, pero mientras ese modelo me parezca así de precario y mentiroso, no votaré. Y mientras no haya líderes que me demuestren que otra forma de vivir en comunidad es posible, pondré toda mi energía en hacer lo que me corresponde desde mis actos y no depositar esa confianza en quienes nos mienten.