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Sobre el bien que no se nota: Lo que te gusta te expone

Nunca había sido tan necesario ponerse en los zapatos de los otros. Ser generoso, benevolente, amplio, hacer algo por alguien sin esperar nada a cambio. ¿Existe ese bien que no se nota? Existe. Ojo Rojo es una fundación sin ánimo de lucro que enseña, promueve y comparte la fotografía documental y el periodismo visual en Colombia y en América Latina. La historia de sus fundadores -fotógrafos en su mayoría extranjeros que se enamoraron de Colombia- y la manera como hacen lo que hacen, muestra dónde está la semilla de esas bondades invisibles que tanto bien le hacen a un mundo raro.

por

Cristian Robayo y Luis Felipe Núñez Mestre

Estudiantes maestría periodismo (Ceper)


10.01.2023

Editora: Alejandra de Vengoechea

¿Y cómo se logra el bien que no se nota? A finales de 2021 los fotógrafos de Ojo Rojo comenzaron un laboratorio de fotografía con diez habitantes de La Perseverancia, un barrio bogotano construido en la falda de los cerros orientales por los obreros de la cervecería Bavaria hace 110 años. Cada sábado han enseñado a contar historias del barrio a través de la fotografía documental. Este aprendizaje estuvo acompañado de un recorrido por los campos de tejo, chicherías atendidas por mujeres casi centenarias, la plaza de mercado, el cubrimiento de la vuelta a Colombia femenina y el torneo de microfútbol que tiene lugar en el parque principal. ¿Haber participado del laboratorio les cambió la vida? Juzguen ustedes.

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Isis Jiménez Ramírez tiene 13 años. Juega al microfútbol y su animal favorito es la serpiente. Fotografió la vuelta a Colombia femenina en la parte trasera de una moto. Sus profesores de Ojo a la Perse coinciden en que tiene un talento desbordante para su edad. Es una mezcla entre el buen dominio de la cámara y su capacidad de observación.

Isis no sabía que le apasionaba la fotografía hasta que tomó el taller. Le gusta la naturaleza, los parques y los deportes. Cree que la cámara sirve para congelar los momentos: los buenos y los malos. Ha descubierto que si se observa bien a los perros callejeros, por ejemplo, puede descubrirse cuán mal la pasan. “Para eso sirve la fotografía, de pronto” y agrega que una sola imagen es capaz de contener los golpes, el hambre, el maltrato: “En el lugar de los latigazos, quedan cicatrices o el hambre hace que se les caiga el pelo”. Y cree que pasa lo mismo con las personas: “Todos tenemos gestos felices y tristes. Todos tenemos momentos que no van a volver a pasar”. 

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Sharon Ortiz tiene 26 años. Es estudiante de décimo semestre de Gestión Empresarial en la Universidad Industrial de Santander. Se gana la vida como asesora comercial en una empresa importadora de materiales de construcción. Su historia con la fotografía tiene dos facetas. Antes del taller tomaba fotos porque sí, con cámaras malas o celulares. No le importaba la calidad. Retrataba paisajes, playas, cielos o edificios que le parecían bonitos. La segunda faceta inicia con el taller de Ojo a la Perse. Al pensar la fotografía de un modo “más profesional” se dio cuenta de que le gustan los detalles de los rostros. Las expresiones de las personas: “ver la gota de sudor de los ciclistas, el gusto de alguien que se come un helado”. Una sola imagen puede transmitir lo que esa persona está sintiendo en ese momento. Antes veía las fotos como recuerdos: la foto del pastel, la de la fiesta.

En Ojo a la Perse ha aprendido que la fotografía documental genera una oportunidad para registrar los momentos que no son necesariamente festivos o alegres. Ahora sabe que en La Perseverancia hay historias, casas que tienen más de cien años y que todavía no han sido contadas. Al mirarlas desde afuera se pregunta “¿cómo es por dentro?, ¿cuántos viven ahí?, ¿cómo viven?, ¿quiénes son?” Cree que esas vidas podrían contarse con cuatro o cinco fotos. Cree que para eso sirve la fotografía. “Antes solo le prestaba atención a lo que me parecía bonito. Y lo fotografiaba. Me parecía bonita una flor, y le sacaba varias fotos. Pero ¿qué historia cuenta la flor?

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Santiago Pinzón tiene 42 años. Es publicista y diseñador gráfico. Trabaja en la alcaldía local del barrio Santafé. Sus abuelos vivieron en La Perseverancia. Sus padres también. Toda su vida ha vivido allí. La gente lo saluda con cariño y los demás integrantes del taller dicen que quien no lo conoce, no vive verdaderamente en el barrio. En su tiempo libre, pregunta a los vecinos si tienen fotografías antiguas.

Desde 2020 las archiva en una cuenta de Facebook para que la gente no las olvide. O las expone impresas en la cancha de microfútbol para que las vean quienes pasen por ahí. Le da miedo que el barrio pierda su identidad con el tiempo. Para Santiago, la fotografía representa un vínculo con lo típico y lo antiguo. Por eso las suyas invitan a la gente a apropiarse de lo que les pertenece. Antes de Ojo a la Perse, no sabía manejar las cámaras digitales. Cree que todos los barrios deberían plasmar sus momentos, sus lugares y sus personas. Y más como los históricos como La Perseverancia, cada vez más cercados por edificios que tapan el sol y la vista de la ciudad. Cree que la fotografía sirve para invitar para decirle a la gente las cosas que debe recordar y agrega que “lo nuevo es como un monstruo que se come al pasado”. 

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Lizeth Ramírez y Juana Díaz son vecinas. Son las mamás de Isis y Gabriel, respectivamente. Lizeth es sicóloga y Juana licenciada en artes. A veces acompañan a sus hijos a tomar el taller.  

—Para mí Ojo a la Perse ha sido un espacio de respiro—dice Juana.

—La fotografía no es algo me llame la atención —dice Lizeth—. Pero disfruto que Isis me muestre o me enseñe cómo mirar una toma. Esto también me permite conocer personas y espacios como Ojo Rojo.

—Esto ha sido un alivio —dice Juana—. Encontrar este tipo de espacios para aprender otras cosas que también yo ignoro o ignoré en el proceso educativo de Gabriel. Él es un ser que está aprendiendo por sí mismo a través de la acción. A veces me dice “Qué embarrada que el colegio sea como es, porque no se puede llevar la cámara”. 

—Mi apuesta ha sido una maternidad libre, tranquila y feminista —dice Lizeth entre un suspiro—. Esto hace parte de soltar algunos dolores que supuestamente debe tener la maternidad en sí, unos amarres que debe tener a ciertos contextos o espacios: permitirles una mirada más libre del mundo. 

—Cuando tratamos a los niños o tratamos de enseñarles algo los infantilizamos, como si ellos no tuvieran capacidades para adquirir conocimientos técnicos. Aquí tratan con adultos que los respetan como son y aprenden cosas serias.

Esta historia fue producida en la clase de Perfil de la maestría en periodismo del CEPER, Uniandes.

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Cristian Robayo y Luis Felipe Núñez Mestre

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