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¿Por qué tenemos, ahora, tanto miedo?

Hace un año, el 21N se instaló como un símbolo. Aún sobreviven algunos rayones en muros que recuerdan calles llenas y cacerolas. Un día que se convirtió en un punto de quiebre en la historia de la protesta social en Colombia y que sin embargo, ya no se siente tan fuerte. ¿por qué?

por

Tania Tapia


19.11.2020

Ilustración por Ana Sophia Ocampo

Hace un año, más de 100 organizaciones sociales se reunieron tras conocer las intenciones del Gobierno de adelantar reformas laborales y pensionales que empeoraban las condiciones de los trabajadores. De allí nació la convocatoria: un gran Paro Nacional el 21 de noviembre. En la víspera, se sumó la indignación: primero por un bombardeo en Caquetá que mató a ocho niños y la respuesta del Presidente, «¿De qué me hablas, viejo?». Después, por la ley de financiamiento y por el incumplimiento a los Acuerdos de La Habana. Un millón y medio de personas, según las organizaciones salieron a las calles  —aunque según el Gobierno solo fueron 200 mil—. La movilización, además, terminó en un histórico cacerolazo. Así inició una temporada de movilizaciones sociales en el país que cada día acumula más reclamos pendientes.  

Hace un año, en la víspera, el Gobierno y el uribismo tenían miedo: sus crecientes declaraciones que estigmatizaban la marcha del 21N reflejaban su temor a la cantidad de gente que podía ser convocada a las calles y a sus reclamos. El temor a la indignación y a la rabia. El discurso del miedo hablaba de “vándalos”, de “infiltrados”, de “saboteadores profesionales” y de la necesidad de que las calles estuvieran militarizadas.

Hace un año, también, publicamos una nota titulada «¿Por qué tienen tanto miedo?«, en la que quisimos explicar las reacciones del gobierno al 21N. 

Hoy el miedo parece haber cruzado al otro lado, del lado de los que marchan. Con la llegada de este nuevo 21N, el fulgor que inundó el Paro Nacional de 2019 pareciera estar sentenciado a ser más un anhelo que una posibilidad. En su lugar parece estar el miedo a salir, el miedo al contagio, el miedo a que la marcha no sea lo mismo de hace un año y que se termine de extinguir un estallido social que ya se siente apaciguado.

“De parte de la sociedad y del pueblo que se volcó a las calles hace un año sí vemos un desánimo generalizado, un desgaste fuerte en la movilización social, sobre todo para esta convocatoria de noviembre”, dice Amok, uno de los integrantes de la Primera Línea, también llamados Escudos Azules, el colectivo de jóvenes que nació en las marchas de noviembre de 2019 con el interés de convertirse en línea de defensa de la protesta. 

Amok asegura que la pandemia es un factor fundamental que ha influenciado los ánimos de la gente a la hora de decidir si marchar o no, pero también afirma que los asesinatos del 9 de septiembre en Bogotá y Soacha por parte de la Policía son otro factor que desincentiva salir a protestar. “Creemos que eso también ha menguado un poco la voluntad popular, para nadie es una dicha salir a una marcha pensando en que le van a dar bala. Entonces claro, el miedo también es una razón gigantesca para que la gente no se quiera movilizar”.

Lo mismo piensa Laura Quintana, filósofa y profesora de la Universidad de los Andes que estudia los afectos en la política. Para ella, las movilizaciones de esta semana están enfrentadas no solo a la coyuntura de la pandemia, sino a todo el panorama de violencia que parece contar con cierta legitimidad por parte del gobierno. 

“Este gobierno se está demostrando cada vez más autoritario. Eso se deja ver en la gran represión policial, que no se reconoce como tal y que incluso se legitima. La percepción de la gente es que este es un gobierno no solo autoritario sino que también ha mostrado conexiones con grupos paramilitares y conexiones con intereses del narcotráfico. Entonces el escenario es preocupante y hace que el miedo y la sensación de impotencia sean afectos que circulan. Creo que el miedo también ayuda a cultivar una cierta desesperanza que tiene que ver con la impotencia que la gente siente, de no poder hacer mucho, porque se siente además muy frágil”, asegura. Frente a esa coyuntura, Quintana considera que movilizarse resulta mucho más exigente.

Sin embargo, la pandemia, el miedo al contagio e incluso la violencia y represión policial son obstáculos que no solo existen en Colombia. Países como Chile y Estados Unidos que enfrentan esos mismos obstáculos, con sus propias particularidades, han logrado convocar a cientos de personas durante la pandemia en las calles. Para Laura Quintana la diferencia es que allá parece haber un objetivo único o incluso un enemigo en común, mientras que acá las luchas siguen estando más o menos atomizadas y en gran parte desarticuladas.

“Chile vivió una época larga de dictadura explícita que fue reconocida como tal. El movimiento político actual trae esas herencias de protestas y de lucha que se articularon porque tenían un enemigo común en una época. Eso luego se heredó en movimientos que siguieron pensando en clave de una democracia mucho más profundizada. En Colombia hemos tenido una democracia muy precaria, con momentos autoritarios que no se han reconocido, como el caso de las madres de Soacha. Lo que ellas han vivido todavía no se reconoce bien, no se investiga bien, hay desaparecidos que no están contando, las cuentas no cuadran”.

Quintana resalta que de todas maneras la violencia en Colombia sigue teniendo cualidades distintas, más acentuadas, que en otros países. Acá la violencia no es solo policial, a esa hay que sumar varios otros actores, que cambian según el territorio, que se han encargado desde hace años de perseguir, estigmatizar y en últimas debilitar las iniciativas sociales que surgen en el país. Lo que ha pasado con Marcha Patriótica, con el Coordinador Nacional Agrario (CNA) o con el Congreso de los Pueblos es un ejemplo de eso, dice Quintana.

“Con todo y eso en Colombia hay movilización pero enfrentada a todas estas condiciones de dificultad. Y también hay movimientos que se han multiplicado en direcciones diferentes y que a veces no se pueden articular tan fácilmente porque han faltado condiciones que propicien más esa articulación”.

El miedo también ayuda a cultivar una cierta desesperanza que tiene que ver con la impotencia que la gente siente, de no poder hacer mucho

Una muestra de esa falta de articulación se hizo evidente dentro del movimiento del Paro Nacional a inicios de este año cuando tras una convocatoria hecha por el Comité Nacional del Paro, en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán, varias organizaciones decidieron hacer sus propias asambleas al sentir que sus voces no estaban siendo escuchadas por el Comité. Desde entonces —y a pesar de que esos capítulos paralelos terminaron acogiéndose más o menos al Comité—, lo que venía siendo un liderazgo del Comité Nacional de Paro se ha venido desdibujando, sobre todo entre sectores jóvenes que sienten que la forma de movilizarse de los gremios sindicales, que en gran parte conforman el Comité, no es una forma de representatividad política que les atañe.

Para Amok, el Comité Nacional del Paro es una figura que “no estaba haciendo las cosas bien pero tampoco había hecho las cosas tan mal” y que, en cualquier caso, sí logró ser el punto de unión de muchos movimientos distintos. Para él, la desarticulación que se vivió a inicios de este año tiene que ver más bien con una forma en la que los movimientos sociales y la izquierda han operado en el país.

“Desarticulación siempre ha habido, por eso es que aquí domina cierta clase de personas, porque ellos sí están unidos para sus vainas, no joden tanto con representatividades o con que usted no puede participar porque no es miembro del Comité Nacional. Porque ellos tienen espacios en los que decide uno y los otros hacen caso. En cambio como en el movimiento social intentamos ser abiertos, democráticos, horizontales, ese es un ambiente ideal para la lluvia de ideas y el compartir de saberes, pero avanzar a veces es difícil. También hay egos y roces individuales. En los movimientos de cambio social hay un montón de cosas que debemos desaprender, por eso siempre hemos estado desarticulados”, dice.

Jennifer Pedraza, representante del movimiento estudiantil en el Comité Nacional del Paro, lo ve distinto. Para ella, lo desarticulado o no que está el movimiento social depende del sector que se mire. El hecho, dice, de que durante este año hayan seguido vigentes las movilizaciones de profesores, por ejemplo, las marchas feministas o la Minga del 19 de octubre en Bogotá, demuestra que la movilización sigue viva y vigente. Y en cuanto al Comité, Pedraza afirma que no se trata de una cuestión de pérdida o no de liderazgo, sino que lo que pasa con el Comité es un reflejo mismo de lo que está pasando con la movilización en las calles.

“El Comité es tan fuerte como lo sea el movimiento social. En el 21N, por ejemplo, con todo el mundo en la calle, todo el mundo quería ser parte del Comité, todo el mundo quería organizarse. Pero a medida que el auge de la movilización social ha venido cambiando, eso se expresa en el Comité. Las personas que nos mantenemos somos las que queremos estar en las duras y en las maduras, aún cuando no haya tanta gente en las calles. Pero seguramente si volvemos a un momento de auge como en 2019, es muy probable que lleguen nuevos sectores al Comité que no estén solamente preocupados por marchar sino también por organizar las cosas, por tener estas vocerías. El Comité no es una cosa aparte del proceso de movilización, el Comité refleja el momento de movilización”.

La protesta siempre ha tenido unos ciclos de este estilo. El Comité del Paro es tan fuerte como lo sea el movimiento social.

Pedraza también destaca que la movilización social tiene ciclos y que eso siempre ha sido parte de ella. Eso, dice, es una cosa que tuvo que aprender cuando se vinculó al movimiento estudiantil.

“En 2012, después de la Mane, yo esperaba entrar a la universidad pública y encontrar un movimiento social gigante después del paro más grande que había tenido el movimiento estudiantil en 2011. No encontré lo que esperaba, pero eso no significaba que el movimiento estuviera muerto. En esos años el movimiento estudiantil estudió con más detalle lo que estaba pasando e hizo una propuesta de proyecto alternativo de reforma a la Ley 30. Sin esas labores que hicimos en ese momento definitivamente no hubiéramos podido tener lo que pasó en 2018”.

Pero Pedraza acepta que sí tiene una preocupación, un constante “dolor de cabeza”, y es que las organizaciones que surgen espontáneamente durante el auge de la movilización parecen no sostenerse en el tiempo más allá del fulgor que estalla en las marchas. Desde el 21N de 2019, surgieron distintos espacios de discusión en barrios y localidades de gente que orgánicamente se empezó a reunir y a darle fuerza organizacional a las protestas en las calles. Eso, sin embargo, son esfuerzos que con el paso del tiempo empiezan a menguar. Por eso, Pedraza considera que la figura del Comité Nacional del Paro sigue siendo esencial, porque aunque reconoce que hay cosas que se pueden hacer mejor, es una estructura que ha logrado mantenerse y de cierta forma seguir congregando los intereses y las exigencias de muchos de los que marcharon el 21N.

En cualquier caso, recuerda que los ritmos de la protesta cambian y, por eso, dice, no piensa que el estallido del Paro Nacional esté condenado a extinguirse. Lo ve como una labor a largo plazo.

“La protesta siempre ha tenido unos ciclos de este estilo. En este momento lo que pasa es que tenemos una situación muy particular asociada a la pandemia, a la crisis económica actual y a la necesidad de supervivencia de las personas. Este año es un año de resistir, porque ya se anunció que el 2021 va a ser un año de reforma tributaria, de reforma a la salud. En esa medida creo que hay que conservar y consolidar lo que tenemos hoy para prepararnos para un proceso de movilización que va a implicar una resistencia de largo plazo. Hoy tenemos que acumular fuerza y acompañar a los sectores que tienen una capacidad de movilización grande para prepararnos para lo que viene en el 2021”, asegura.

Tanto Pedraza, como Laura Quintana y Amok reconocen que sí hay un miedo que rodea las convocatorias de marchas este año. Está la pandemia y la violencia, pero también un trabajo que hace falta entre las organizaciones sociales y que falla a la hora de sobreponerse al miedo.

Pero los tres tienen esperanza y recuerdan que estas movilizaciones han enfrentado el reto de pensar en otras formas de manifestación que no se restrinjan a la calle. Amok, por ejemplo, cuenta que con el colectivo de la Primera Línea han estado asistiendo a “reuniones barriales, a asambleas populares, a asambleas locales, vainas virtuales como un verraco”, lo han hecho por “Zoom, Meet, Jitsi, y todas las formas posibles para ver precisamente cómo se mueve la cosa”. Que lo han visto bien, que en cada reunión virtual a la que asisten se ve gente que sí ha estado haciendo un trabajo constante y que está pensando cómo movilizarse en sus propios territorios. 

Se está moviendo, dice, solo que de otras maneras.

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