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Ewald Scharfenberg, el sabueso

Un veterano del periodismo, hoy en el exilio, es cofundador de Armando.info, el portal que salpica en responsabilidad al país que lo asila: Colombia. Cuarta entrega del especial ‘Venezuela: periodismo en fuga’.

por

Manuela Saldarriaga Hernández

Estudiante maestría en periodismo CEPER


02.01.2019

Ilustración: Daniel Gómez Dugand

[N. Del D.: Esta es la cuarta entrega del especial ‘Venezuela, periodismo en fuga’, dirigido por la periodista Alejandra de Vengoechea]

Con un solo dedo, el del corazón de la mano derecha, Ewald Scharfenberg ha escrito todas sus historias: la del millonario escándalo de corrupción de la FIFA en Latinoamérica, la de los dealers de arte judío que llegaron hasta el estado de Táchira, la que narra los detalles de la relación entre el presidente de Venezuela Nicolás Maduro y Odebrecht –“la mascota” del entonces presidente de Brasil Lula da Silva– como dice.

Y, con ese dedo y con los métodos de investigación de un viejo sabueso, este periodista venezolano de 57 años pasó a convertirse en un referente de su especie alrededor del mundo.

“Lo que hacen es una lección para América Latina y el mundo acerca de los valores del periodismo independiente a costa de todo”, dice José Guarnizo, periodista y editor general de Semana.com. “Una historia no vale la vida de nadie, pero ellos han hecho, casi, que valga las suyas”.

Se graduó de periodismo en Venezuela en 1984. Después fue el editor de Exceso, una revista que ahora se atreve a juzgar ‘de lentejuela’. Luego fundó y dirigió el Instituto Prensa y Sociedad de Venezuela (Ipys), encargada de promover los derechos de los periodistas en su país, fue corresponsal de Reporteros sin Fronteras y de El País de España y ahora es miembro del jurado del Premio Latinoamericano de Periodismo de Investigación, que anualmente entregan el Ipys y Transparencia Internacional.

Además, es cofundador,  –junto con Joseph Poliszuk, Alfredo Meza y el reportero Roberto Deniz–  del portal Armando.info, un medio independiente reconocido internacionalmente por sus reportajes investigativos. De hecho, las investigaciones de Schafenberg así como sus treinta años de experiencia, le han valido tres demandas interpuestas por el poder que incomoda.

La última llegó por parte del empresario barranquillero Alex Saab que terminó salpicado en el reportaje sobre los llamados CLAP (Comités Locales de Abastecimiento y Producción) de Venezuela, que otorgan productos básicos de la canasta familiar como subsidio a familias de escasos recursos. La investigación demostró no solo que los CLAP no cumplieron con los estándares nutricionales sino que fueron comprados por el Gobierno venezolano con un sobreprecio del 112%.

Tras la publicación, Scharfenberg tuvo que exiliarse. Saab, de la mano de su abogado Abelardo de la Espriella, lo demandó a él y a Armando.info ante un tribunal en Caracas y los acusó de difamación e injuria.

Aunque dudaron, decidieron quedarse en Colombia porque era mejor dar la pelea a un gobierno en crisis desde lejos. “Ahora no existe la figura de juicio en ausencia en mi país. Buena parte del Tribunal Supremo está en el exilio”, advierte.

Lo que hacen es una lección para América Latina y el mundo acerca de los valores del periodismo independiente a costa de todo

Desde febrero del año pasado, el equipo de Armando.info tiene ‘asilo periodístico’ en las instalaciones de la versión digital de la revista Semana. Lo lograron gracias a la mediación de la periodista María Teresa Ronderos que dirige el programa de periodismo independiente de la Open Society Foundation y a quien  Scharfenberg conoció en un viaje a Sudáfrica.

El equipaje que Scharfenberg llevaba para entonces es el mismo que reposa en su armario en Bogotá, con un par de prendas adicionales, y una lámpara que estrena desde hace poco: de bronce y cristal verde, tradicional y antigua, como la que usan en bibliotecas gringas. Él investiga “con el culo contra la silla”, como dice.

Su apartamento –de unos 100 metros cuadrados en el barrio El Nogal–, al norte de Bogotá, es propiedad de unos amigos periodistas que se lo dejaron en arriendo. Aunque ya venía amoblado, en la mitad de la sala, sobre una mesa, se alza destacable una escultura en yeso de La Diosa de la democracia. Un ejemplar en miniatura de la obra erigida como homenaje a la masacre en Pekín (1989), en la que el ejército acabó con cientos de estudiantes que protestaban en la Plaza de Tiananmen. Es el reconocimiento que entregan en los Global Democracy Awards que premia a líderes que luchan en favor de la libertad y los derechos humanos en el mundo.

Scharfenberg había recibido por primera vez aquella estatuilla en 2007 pero ésta hoy reposa en el despacho del Ipys, en Venezuela. La segunda se la otorgaron el año pasado (2018) en un viaje a Washington al que fue a acompañar a Joseph Poliszuk, cofundador de Armando.info, a recibir el Premio Knight Internacional de Periodismo. Los organizadores decidieron oportuno otorgarle otra más para que pudiera tenerla en Colombia, pero en el viaje se le estropeó el brazo que sostiene una llama de fuego. Es la misma ‘herida’ que tiene la primera.

Aquí vive solo. Su hija, Sofía, está en Berlín y su esposa aún vive en Caracas, al igual que su hermana. Ambas se ocuparon, tras la demanda, de “deshacer” su casa, poco a poco, y de dejar lo que consideraron valioso en una sola caja. Él reza por encontrar en ella las investigaciones que ha hecho sobre tres soldados de la SS –organización militar al servicio de Adolf Hitler– y tema de un libro que escribe ahora acerca de tres científicos nazis (Ernst Schäfer, Heinz Brücher y Volkmar Vareschi).

Su hermana, con quien habla cada dos días, se ocupa de los asuntos administrativos de Armando.info y atesora lo que parece la gran nostalgia de Scharfenberg: Greta, su gata blanca, con la que escribió cuantiosas noches durante más de diez años.

Ha cubierto temas económicos, continentales, medio ambiente y derechos humanos. Sus enfoques han sido binacionales y su fascinación es la historia. Tiene cerca de 40 libros, en su mayoría sobre historia del nazismo. Unos han sido enviados por su hermana y otros los ha ido comprando paulatinamente.

El periodista asegura que cuando el hombre se va poniendo viejo prefiere la no ficción. Los enemigos para su tiempo de lectura, sin embargo, son los documentales alojados en la red. Además de un móvil de elefantes hindú que su esposa dejó en su apartamento en la última visita que le hizo este año, el periodista tiene sobre la mesa de noche dos fotografías en blanco y negro. Una es de su madre, tomada en 1945, y la otra es de su padre, de 22 años con traje de militar, tomada en 1934.

Scharfenberg nació en 1962. Aunque fue criado por una familia de corte Chavista, ha sido uno de sus grandes críticos. Escribió, por ejemplo, sobre el deterioro paulatino del alto mando militar venezolano en cabeza de Hugo Chávez, de la fortuna de sus descendientes y de cómo éstos siguieron tomando aposento en la residencia presidencial de La Casona aún después de la posesión de Nicolás Maduro.

Entiende, no obstante, que es un típico caso donde opera el “bozal de arepa”, como llaman en Venezuela a las investigaciones que muerden la mano del que da de comer.

El padre de Scharfenberg era un reparador de barcos alemán que huyó como tripulante del carguero «Goslar» tras la invasión que la Alemania nazi hizo a los Países Bajos, Bélgica y Luxemburgo. Después de preveer con su tropa una posible derrota, salieron en búsqueda de puertos seguros donde ocultarse y llegaron a tierras latinoamericanas. Habían pintado el barco en altamar para pasar desapercibidos. Anclaron en Paramaribo, la capital de la entonces Guayana Holandesa. Un año después, en 1940, Holanda fue atacada por alemanes. En el ataque, los tripulantes fueron capturados mientras abrían las escotillas para dejar entrar el agua y hundir el carguero del que todavía sobresale el casco. Se entregaron y fueron confinados en un campo de concentración. Cuando la guerra terminó, en 1945, la Cruz Roja se ocupó de repatriar a los extranjeros. Todos, menos su padre, decidieron regresar a Alemania. Él se quedó y se fue a trabajar a Trinidad, en Venezuela, que desde entonces vivía el boom petrolero. Luego se instaló en Baruta,​ municipio del estado Miranda, al sureste de Caracas.  En 1949 conoció a su esposa, recién graduada como profesora de matemáticas, y se casaron en 1952.

Veinticinco años después su padre murió y su madre se ocupó de la crianza de Ewald y sus dos hermanos. Él era el menor. Ella, de izquierda, simpatizante al Partido Comunista Venezolano y acudiente a las actividades clandestinas, trabajaba en el Gobierno. Cuando se derrumbó la Unión Soviética, en 1991, su madre se refugió, dice Ewald, en el new age (homeopatía, cristales, acupuntura) y encontró en Chávez una reivindicación de la lucha a la que adhería. Ewald, en cambio, no estaba convencido. Hubo peleas, muchas, hasta que finalmente llegaron al acuerdo implícito de no hablar de política.

Cuando era un niño, Ewald encontraba que enfermarse de gripa le servía para estar en casa y leer historietas francesas o el libro, que no olvida, del cubano Leví Marrero: La tierra y sus recursos, una nueva geografía general visualizada. En adelante, asegura, para anteponerse a su timidez, halló en el periodismo un reposo. Deniz y Poliszuk dudan, ante la osadía y carácter de sus investigaciones y el modo de enfrentar sus consecuencias, de que tal retraimiento sea cierto.

Scharfenberg cree que Maduro es un caudillista latinoamericano que adoptó un discurso de izquierda que posiblemente no representa. No obstante, ya no le interesan las coordenadas de derecha e izquierda. “Son etiquetas muy economicistas”, dice, “con elementos subjetivos e internacionalistas de un capitalismo globalizador”. En sus palabras, prefiere investigar sobre “la anomia, el suicidio colectivo y el colapso de la civilización” en manos de lo que nombra la ‘Boliburguesía’(una oligarquía simpatizante de Bolívar). Dice que la vida en Venezuela se volvió barata no por la situación política sino por la criminalidad. Solo respirar causa miedo. Los periodistas, dice Jim Wyss, corresponsal del diario The Miami Herald para la región andina, deben pararse en las puertas de las morgues para contar el número de muertos porque las cifras oficiales no corresponden con la realidad.

Por eso, desearía que los periodistas colombianos desentrañaran el caso de corrupción de Odebrecht que destapó los audios del ex auditor, Jorge Enrique Pizano, con los criterios que según él debe tener el periodismo investigativo: sacar a la luz pública lo que el poder procura mantener secreto; una permanente lectura analítica y cuidadosa de bases de datos; curiosidad lúcida por asuntos de relevancia colectiva y, por último, no perder de vista la iniciativa autónoma.

Entiende, no obstante, que es un típico caso donde opera el “bozal de arepa”, como llaman en Venezuela a las investigaciones que muerden la mano al que da de comer.

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Manuela Saldarriaga Hernández

Estudiante maestría en periodismo CEPER


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