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Una radiografía de Venezuela

En medio de la crisis social y económica más profunda que ha vivido Venezuela, el recuerdo de los buenos tiempos le da ánimo a lo miles de venezolanos que salieron del país buscando oportunidades. La esperanza no muere y el anhelo por volver sigue vivo.

por

Eduardo Acevedo


24.10.2017

Foto: Wikicommons

Venezuela en algún momento fue un país “normal

Lo fue en la época de mis abuelos y de mis padres. Venezuela fue, por muchos años, sinónimo de oportunidad y progreso. Fue el refugio de muchas familias después de la Segunda Guerra Mundial y fue un faro que proyectaba una luz de esperanza a todos aquellos que, mediante trabajo y sudor, querían una vida digna.

Así fue para mis abuelos. Ellos, ambos inmigrantes, aman a Venezuela igual o más que un venezolano “de pura cepa”. Claro: fue el país que, según ellos, les dio todo. Las historias de mis abuelos parecen escritas por F. Scott Fitzgerald, si dijera chamo y comiera arepa. Se retrataba una gran opulencia y grandeza. En esa época, Caracas parecía la Nueva York de Latinoamérica. Nuestras autopistas eran referentes mundiales, nuestros edificios circulaban en revistas por el mundo. Las fotos que me muestran del pasado tienen la particularidad de parecer fotos del futuro: carros lujosos, joyas vistosas, gente alegre y paz (el rubro más escaso hoy día). Éramos la envidia del continente entero.

A comienzos del siglo XX, cuando se descubrió el tesoro que yacía debajo de la corteza, nos fuimos despojando de esa normalidad poco a poco. De golpe, Venezuela se convirtió en el país petrolero que todo el mundo conoce. Es tan petrolero mi país, que en él se encuentran las mayores reservas comprobadas de crudo en el mundo. Es tanto petróleo que ya lo habremos dejado de usar mucho antes de que se acabe.

Durante mucho tiempo, Venezuela tuvo una entrada constante (con algunas fluctuaciones) de altos ingresos por el petróleo. Toda esa cantidad de dinero nos compró la fama, que hasta el día de hoy perdura, de gastadores y despilfarradores. El venezolano vivía como Dan Bilzerian (instagrammer dedicado profesionalmente a vivir una vida de lujos y excesos), pero sin instagram. En esa Venezuela de mis abuelos, hubo corrupción y mal manejo del dinero. Pero, aún con altibajos, el venezolano vivía bien en un país estable y próspero.

Flash-forward a 1999: [enter Hugo Chávez]

Hugo Chávez llega a la presidencia después de una fuerte campaña en la que abogaba por el sector más vulnerado (y más grande) del país. Las clases populares de Venezuela habían sufrido penurias por políticos que, como dicen mis abuelos, “robaban, pero dejaban hacer”. Con su ideología socialista y su invocación incesante de héroes patrios, fue un huracán con más fuerza que Irma. Chávez tenía una oratoria y un carisma increíbles con los que consiguió enamorar al país. Alguna vez dijo: “Cada día el mundo está más esperanzado con la Revolución Bolivariana. No podemos fallarle al mundo. De lo que pase en Venezuela, del éxito de nuestra revolución puede depender el futuro, la salvación de este planeta”. Frases así sacudieron y movieron la fibra de muchos venezolanos. Sin embargo, muchas personas tuvieron la suspicacia de saber cuál iba a ser el desenlace de esta historia, pero no fueron suficientes para frenarlo antes.

Chávez tuvo la dicha de ser presidente en los años donde los precios del petróleo se encontraban en su punto máximo. Era mucho más dinero del que entró en la Venezuela Saudita de mis abuelos, pero el resultado fue diferente. Nunca se sabrá con certeza la cifra, pero se estima que está cerca de 2 billones y medio de dólares –eso es un 2 seguido de 12 ceros, tómese un momento para imaginarse ese número–. Hugo y su cúpula –roja rojita– fueron diferentes a los políticos de antes: ellos no hacían, sólo robaban. Son los autores de la historia de corrupción más grande que ha vivido mi país. El mismo presidente Maduro tiene 350.000 millones de dólares resguardados en cuentas bancarias en diferentes países. Faltarán muchos años para realmente saber cuánto dinero se robaron. De una cosa no queda duda alguna, los chavistas del gobierno viven mejor que el resto del país. No bastó con robar, sino que también han sido los mayores narcotraficantes. En el Informe de Estrategia Internacional para el Control de Narcóticos del Departamento de Estado de Estados Unidos de 2017 queda evidenciado que, si bien Colombia es el primer país productor de cocaína, Venezuela es de los países de tránsito de droga más importantes de la región mediante rutas aéreas, marítimas y terrestres. Existen un sinnúmero de casos de narcotráfico relacionados a militares y funcionarios públicos adeptos al gobierno. Entre ellos cabe destacar el infame juicio de dos sobrinos –que ocupaban cargos públicos– de la primera dama de Venezuela, Cilia Flores, declarados culpables por conspiración para traficar 800 kilogramos de cocaína a EE.UU. Una dirigente política opositora a quien respeto muchísimo, María Corina Machado, aseguró que “hay que decirle a los venezolanos que todo el despilfarro de tan colosal masa de recursos, de dinero, no se esfumó solo en corrupción, sino en la implementación de un modelo económico y político inútil, anacrónico, absurdo, mafioso, corrupto y fracasado: el socialismo”.

Se estima una inflación del 720 % para este año y hubo un aumento de la mortalidad infantil del 30 % y de la mortalidad materna en 65,8 % con respecto al año 2015

 

Para que tengan una mejor idea del robo, la vuelvo a citar: “Hasta 30 mil millones de dólares podrían recuperarse en apenas seis meses. Esta cifra equivale a cinco años de inventarios en alimentos y medicina y el total de ingresos que tendría el país este 2016 por exportaciones petroleras”. Sin embargo, antes de que explotara la crisis, hubo un momento de ligera calma, donde las cuentas se podían pagar y el dinero se podía gastar. Pero lastimosamente el petróleo no fue sembrado, como aseguró Arturo Uslar Pietri. En ese célebre artículo, escrito hace 80 años, Uslar Pietri advierte que el mayor problema de Venezuela, paradójicamente, es la riqueza. Mucho dinero fue desperdiciado en las llamadas Misiones (obras de ayuda social), que realmente han sido “un éxito político, pero un fracaso social”. El fracaso de las misiones se puede resumir en la siguiente cita: “Todas las Misiones tienen en común la ineficiencia y falta de transparencia en el uso de los recursos públicos, propiciando con ello la corrupción; la ausencia de metas definidas a cumplir; de control, evaluación y rendición de cuenta sobre resultados; la atomización tanto de las fuentes de financiamiento como de los entes ejecutores provocando solapamiento de funciones y responsabilidades; y la utilización de éstas como instrumento de control social y político de las personas beneficiadas, aplicando prácticas excluyentes hacia quienes no se identifican con el proceso revolucionario”. Hoy existen edificios que siete años después de construidos se quiebran como en México, pero sin los terremotos. Toda la plata pasó a manos de unos pocos y sus “enchufados” (definición: cualquiera que se haya lucrado de una manera desleal por ayuda del gobierno). Ésta es mi Venezuela.

No hay una conciliación para toda esta historia, sólo les puedo mostrar una radiografía de lo que está pasando. Hay un chiste que dice  que cuando Dios estaba creando el mundo, hizo los continentes y cuando estaba terminando América del Sur, se concentró en la creación de Venezuela; Jesús miraba con asombro cómo Dios dotaba al país de paisajes naturales hermosos, una abundancia absurda de recursos naturales y una tierra muy fértil donde cualquier semilla que cayera florecería en el árbol más grande que daría los frutos más bonitos. Jesús, sintiendo que su padre estaba siendo injusto le dice, “Papá, creo que se te está yendo la mano con ese país.  Va a ser injusto con los demás. ¿No les estás dando mucho?” A eso Dios responde: “Tranquilo hijo, que esta tierra yo se la voy a dar a los venezolanos”. Este chiste es una mirada jocosa a lo que estamos viviendo hoy como país.

DESDE LOS ANDES...

¿Cómo entender la situación en Venezuela, tras 90 días de protestas en las calles? Sebastián Bitar, doctor en Relaciones Internacionales y profesor asociado de la Escuela de Gobierno Alberto Lleras, de la Universidad de los Andes, lo explica.

Click acá para ver

 

Venezuela son 916 mil kilómetros cuadrados de cielo en la tierra que hoy se viven como un infierno. Es un país que ha podido ser tanto, pero ha logrado muy poco (no intento menoscabar las grandes hazañas hechas por los venezolanos a través de la historia) con lo mucho que ha tenido. Mis amistades me responden con asombro e incredulidad cuando les digo que Venezuela podría haber sido la Dubái latina, porque todo ha quedado en potencial. Es que no tiene sentido hablar de la otra Venezuela cuando la de hoy está como está. Este año, 2017, podría fácilmente ser uno de los peores años en nuestra historia. Cualquier parámetro con el que se pueda medir el progreso de un país está completamente alterado. Se estima una inflación del 720 % para este año, hubo un aumento de la mortalidad infantil del 30 % y de la mortalidad materna en 65,8 % con respecto al año 2015. La publicación de las últimas dos cifras llevó a la destitución de la Ministra de Salud; el precio a pagar por decir la verdad. A esto se le suman enfermedades inmunoprevenibles, malaria, PIB, homicidios, impunidad, etc. Todo está loco. Mi país está loco. Pero la esperanza no muere. Aunque tenga la grandísima suerte de poder estar estudiando en Colombia lo que amo, jamás le daré la espalda a mi país. Yo, como la mayoría de los venezolanos que hoy estamos fuera, anhelo poder volver a prender ese faro que ya tiene muchos años apagado.

 

* Eduardo Acevedo es venezolano y estudia Medicina en la Universidad de los Andes.

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