Ir al puesto de votación, encontrar la mesa correspondiente a la cédula, marcar la “X”, punto, chulo o garabato en una de dos cajas: “Sí” o “No”. Para muchos de los 35 millones de votantes registrados participar en una de las decisiones más importantes de la historia del país era más fácil, más rápido, que pedir un almuerzo, pagar una factura, esperar un bus. Por supuesto, hay regiones en las que votar es una proeza pero la periferia no sirve de excusa ante las cifras del centro: por ejemplo en Bogotá, de casi cinco millones y medio de votantes, poco más de dos millones y medio fueron a las urnas. Menos de la mitad de los que podían votar. El consolidado de la abulia nacional fue un 62 % de abstencionismo, 20 millones de votantes ausentes.
La reacción generalizada de los medios ante el nivel más alto desde la primera vuelta presidencial de 1994 fue darle al abstencionismo el título del “gran protagonista”. La recriminación en redes sociales fue contra esos anónimos a quienes acusaban de perezosos, de tener ocupaciones más importantes que la de decir si apoyaban o no los acuerdos de paz entre el gobierno y la guerrilla más antigua del planeta. La realidad de la abstención, por supuesto, es mucho más compleja que la pereza individual. ¿Por qué el 62 % del electorado se abstuvo de votar en el plebiscito? Miguel García, profesor del departamento de ciencia política de la Universidad de los Andes, explica algunas de las causas de esta masa ausente.