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La caída de Adrien

En el corazón del centro financiero de Bogotá, una mujer elegante, de finos modales y un diploma de la Universidad Nacional vive en una banca pública. Esta es su historia.

por

Natalia Ibañez


22.11.2011

Foto: Natalia Ibañez

La calle 72 de Bogotá es la arteria principal del sistema bancario de la ciudad y del país. Hombres en corbata y mujeres en sastres entallados corren de un lado al otro abriéndose paso en los concurridos andenes y los edificio altos. Este es el ritmo del centro financiero de Bogotá: rápido, frío y afando. Es una mañana de viernes y la calle 72 late con su usual taquicardia. En medio del separador de esta inmensa avenida, bajo un eucalipto gris, está Adrien, una mujer de 55 años, llamando a su perro Tony, que jadea de un lado a otro. Adrien, tranquila, se sienta en la banca de cemento que hoy es su hogar.

“¡Bienvenida a la sala», me dice cuando la abordo, «¡los cojines son un poco duros, pero eso es bueno para la cadera!”. Yo me siento junto a ella y ambas reímos incómodas. Tony, el perro, vuelve a saludarme o a asegurarse de que su dueña esté cómoda con mi presencia.

Adrien es una mujer solitaria. Ya varias veces la había visto ‘viviendo’ en la 72 con 10ª, a pocos metros de las sedes de bancos, multinacionales y otras oficinas. Todas las mañanas, esperando el bus, me distraía con la presencia de aquella mujer elegante, vestida con un sastre, bufandas finas y, a veces, boinas bordadas a mano. Imposible no pensar en lo paradójico que es que, además de todo, esta elegante habitante de la calle escogiera el centro bancario como su hogar.

Ella empezó a habitar en el amplio separador de la calle72 aproximadamente en junio de este año, cuando no pudo seguir pagando la habitación en la que estaba viviendo con su perro y su gata Panchi. “Estamos pasando por un stand by prolongado…” me dice al describir su situación actual, “ha sido muy duro pero la bondad de la gente es inmensa y me han acogido muy bien, a fin de cuentas, yo soy una intrusa”. Adrien es una mujer que sufre de un desorden psiquiátrico llamado Transtorno Bipolar. El cansancio ha invadido su cara, sus manos están sucias de tierra pero sus uñas mantienen un color escarlata perfecto. Sin embargo, la comodidad con la que Adrien habla conmigo no concuerda con el entorno: mientras consiente a su gata y la cubre del viento, parece ignorar los constantes ruidos de los carros y la nube de polución alrededor de ella.

Adrien es contadora de la Universidad Nacional de Colombia, formó parte de varias tertulias académicas y fue alumna del ex alcalde de Bogotá Antanas Mockus. “Yo era pilísima en mi trabajo como contadora, no la mejor, pero lo hacía bien. Y un día se me cruzaron los cables y empecé a olvidar…”

Siempre pendiente de su perro y de su gato, Adrien me cuenta la razón por la cual está viviendo en la calle. Fue despedida de su primer trabajo a los veintiocho años, y desde ése momento, supo que algo andaba mal con su cabeza. “No me sentía estable, no soportaba recibir órdenes de mis jefes y quería abandonar la oficina apenas llegaba,» dice. «Y bajo ésas condiciones, pues nadie me iba a rogar que me quedara.”

Buscó más trabajos, fue recomendada por sus amigos a otras empresas pero aquella inestabilidad nunca se iba, sino que se acentuaba cada vez más. La serenidad con la que  habla de sus problemas es fascinante y, al mismo tiempo, perturbadora. En esos tiempos de crisis, su familia decidió mudarse a Atlanta, Estados Unidos, para comenzar una nueva vida de prosperidad económica. Su hermano menor había conseguido un empleo en dicha ciudad y decidió llevarse a sus padres y a su esposa con él. “Me sentí sola y abandonada, y fue por ésa época que empecé a tener roces con mi ex marido”.

Sin trabajo y sin familia, Adrien  experimentó una profunda depresión: “La vida es como un edifico sin ascensor ¿sabes? debes subir las escaleras y enfrentar las dificultades que se te presentan. En ése momento, yo tropecé y caí por la ventana de aquel edificio. Y la levantada fue dura.” La recaída se llevó también a su esposo y a su hijo, entonces de cinco años. Adrien no pudo volver a trabajar y vivió de lo poco que su familia le enviaba de aquel país prometedor de sueños.

En la mitad de nuestra conversación, un vigilante privado del centro comercial Avenida Chile cruza la calle y nos saluda. Le entrega a mi acompañante un tinto y un pan en una bolsa de papel y sin mucho más que decir se alejó diciendo: “¡no me los rechace, señorita Adrien, que la semana pasada no pude venir a acompañarla por que tenía mucha gripa!” Adrien, sonrojada y resignada, bebe del tinto mientras me cuenta cómo llegó a saber que sufría de bipolaridad. «La primera semana que llegué aquí  una señora me ayudó a recoger mis coroticos  que se habían regado por todo el piso. Resultó siendo una psicóloga y después de hablar conmigo varios días, me dijo que ella creía que yo tenía un desorden psiquiátrico llamado bipolaridad.” Adrien se niega a recibir asistencia médica especializada porque dice no tener dinero para pagar un tratamiento psiquiátrico y remedios.

También es pesimista frente a la idea de volver a trabajar porque no quiere dejar solos a su perro y a su gata. “No me van a recibir en cualquier lugar, soy una vieja loca y no me acuerdo de nada”.  Como si estuviera en desacuerdo con lo que dice su dueña, su gata Panchi se levanta de su cama improvisada y se postra a mi lado. Adrien, casi ofendida por la confianza de la gata, cambia de tema y me exigie que no volvamos a hablar de médicos y medicinas.

Por un instante, Adrien deja de sonreír, como consumida por sus pensamientos. Después de un momento de silencio me sorprende con un nuevo tema: “mi sueño siempre ha sido el de ser una escritora famosa”. Adrien regresa a una realidad creada y única para ella, como si se deshiciera de aquellos fantasmas que la acababan de atormentar. Me dice que uno de sus libros favoritos es The Great Gatsby de Scott Fitzgerald, y lo dice con un inglés impecable. Habla también de la novela Pedro Páramo, del escritor mexicano Juan Rulfo. “Esa novela me la leí en una de las tertulias de la universidad, y me intrigó que Juan Preciado al hablar con los muertos se convirtiera en uno”.

Mientras se acomoda la boina azul que lleva puesta, me asegura que quiere salir adelante, «echar pa´lante como dicen. Pero tampoco quiero ser una carga para mis más cercanos y conocidos”. Adrien rechaza toda ayuda que pueda implicar una molestia para otras personas. Dice que ella alguna vez fue autosuficiente y lo volverá a ser. “A mi me gustó trabajar porque era independiente, lo que no me aguanté fue la rutina y la monotonía del día a día, ¿si me entiendes?” Adrien terminó en la 72 porque su familia no le pudo seguir mandando dinero de Estado Unidos. Y escogió este lugar de la ciudad con la esperanza de poder encontrarse con su ex marido, quién trabaja en los alrededores.

Hoy, Adrien sobrevive con las ‘caridades’ de los vigilantes de la zona y de los peatones que, de tanto verla en el mismo lugar, le han cogido cariño. Quizás por eso ella dice que no piensa irse del corazón bancario de Bogotá hasta no conseguir algún apartamento o habitación en donde la reciban con su perro y su gato. “Yo sé, vivo en la calle por ellos, pero es que Tony y Panchi han sido los únicos seres que no me han abandonado y, la verdad, el frio no es tan grave.” Asegura que desde que está consciente de que tiene un desorden psiquiátrico se siente más tranquila y está en el proceso de levantarse y de quitarse “todos los vidrios que se clavaron en mi por la caída. ¿Te acuerdas, lo del edificio?”

Su esperanza no radica en los médicos o en las posibles drogas psiquiátricas que le puedan formular. Su esperanza está en el destino: “es muy sencillo, hoy estoy aquí pero ayer no lo estuve, entonces, mañana no lo estaré tampoco…”

*Natalia Ibañez es estudiante de literatura. Esta crónica fue hecha para el curso «Crónicas y reportajes periodísticos» de la Opción de periodismo del CEPER.

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