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El último latido del Hospital Universitario del Valle

No hay jeringas, no hay recursos, no hay salud. El cierre del Hospital Universitario del Valle es la ironía máxima: la ‘ciudad de la salud’ cerró su más importante centro médico.

por

Lina Pinto


19.09.2015

El Hospital Universitario del Valle Evaristo García, más conocido como HUV, ha sido uno de los protagonistas de la actual crisis de la salud. Desde hace varios meses, pacientes y trabajadores de este hospital, entre los cuales se cuentan muchos estudiantes de medicina, enfermería y fisioterapia, han organizado varias protestas frente a su icónico edificio en pleno centro de Cali y a las puertas de la gobernación del Valle, para denunciar las condiciones de precariedad bajo las cuales se han visto forzados a trabajar. La situación es tan crítica que ni siquiera cuentan con tubos de ensayo para recolectar sangre; tampoco con jeringas, guantes, o sondas, mucho menos con antibióticos o con los materiales mínimos para hacer cirugías. Como resultado, el pasado 3 de septiembre el HUV cerró sus puertas y dejó al suroccidente colombiano sin la única institución que atiende patologías de complejidad nivel 3 y 4 (máxima complejidad).

Este escenario, sin embargo, no es excepcional o nuevo. A él se han venido enfrentando muchas instituciones de salud en todo el país como resultado de las deudas millonarias que las EPS tienen con instituciones prestadoras de salud (IPS) como el HUV ¿Y por qué las EPS no les pagan a las IPS? Mientras que el gobierno alude a un problema de iliquidez –como cuando uno se gasta más de lo que tiene–, las EPS dicen que los gobiernos departamentales no les han pagado los gastos no incluidos en el Plan Obligatorio de Salud (POS) los cuales, según ellas, se han visto obligadas a asumir quedándose sin plata. Sin embargo, ni el gobierno ni las EPS hablan abiertamente de los dos elementos que realmente están detrás de la crisis: por un lado, la corrupción que ha hecho metástasis en todo el sistema de salud, y por el otro, la Ley 100 de 1993 que privatizó la salud, la volvió un negocio, y permitió que se volviera legal –a pesar de ser absolutamente inmoral–, dejar de lado la salud de los colombianos –especialmente la de aquella gran mayoría que no tiene cómo pagar un plan de medicina prepagada– para maximizar resultados económicos. En otras palabras, para hacer plata a costa de la salud.

Los medios suelen retratar esta y otras crisis que se han presentado en el pasado a través de historias conmovedoras e indignantes sobre pacientes que sufren en carne propia las consecuencias de este sistema perverso, protagonizado por EPS mezquinas y un gobierno que se preocupa más por ellas que por los enfermos. Sin restarle importancia o validez a la visibilización de esa cruda realidad, quisiera referirme aquí a un aspecto menos perceptible pero no por ello menos importante: los impactos que tendría el cierre de un hospital como el HUV para aquellos que se preparan para desempeñarse en el área de la salud.

Hospitales universitarios del como el HUV –o como el extinto San Juan de Dios en Bogotá, el San Vicente de Paul en Medellín, el Hospital Universitario Cari de Barranquilla o los Hospitales Universitarios de Neiva o Cartagena, todos ellos también devastados por la crisis– han sido, históricamente, instituciones donde estudiantes de las ciencias de la salud adquieren experiencia práctica, participan en investigación, cultivan su vocación humanitaria y se forman en el servicio hacia los demás. Según un artículo de El País, por el HUV pasan 190 internos y 200 residentes al año, principalmente de la Universidad del Valle, pero también de otras universidades del suroccidente colombiano.

Ángela Rojas y Carlos Cifuentes* son médicos graduados hace menos de diez años de la Universidad del Valle, quienes pasaron buena parte de su formación en las instalaciones del HUV. Según Ángela, “el cierre de un hospital público de la envergadura del HUV es catastrófico no solo para la población desatendida sino para la formación médica, pues están profundamente relacionadas”. “En mis tiempos de estudiante, mientras estuve en el HUV, dada la escasez de recursos y la necesidad de ser responsables con el gasto, no se te permitía pedir ningún tipo de prueba sin antes tener claro cuál era el raciocinio médico que la hacía necesaria; en otras palabras, se te obligaba a razonar y a no ser un médico autómata”, añade Carlos.

Tanto Ángela como Carlos coinciden en que personas que enfrentan condiciones sociales difíciles, muchas de ellas provenientes de lugares remotos del Pacífico colombiano o de sectores marginalizados de Cali, son admitidas al HUV para recibir atención y tratamiento sin distinción de raza, género o régimen de afiliación. Es decir que, contrario a lo que sucede en las clínicas privadas, los hospitales universitarios públicos representan un escenario único en el que los estudiantes se enfrentan y se exponen a la realidad del país. Es esta particularidad la que, según Carlos, genera conciencia social en los profesionales de la salud y les enseña que ésta “debe ser para todos y no solo para quien tenga dinero”.

Si bien Ángela reconoce que la Ley 100 amplió la cobertura en salud para los colombianos y que nuestros servicios de salud tienden a ser mejores que los de otros países de América Latina, resalta que dicha legislación creó el marco legal para la mercantilización del derecho fundamental de la salud. Cuando ella cursaba los últimos años de medicina, ya el sistema reglamentado por la Ley 100 funcionaba hacía más de una década y, a pesar de ello, “cada año llegaban nuevas medidas dictadas por las EPS para seguir reglamentando la forma de evitar u obstaculizar el gasto en salud, así fuese de vital importancia para el paciente”. Administradores de la salud, pero también especialistas y estudiantes que trabajan en hospitales como el HUV, se vieron forzados a aprender, desde ese entonces, el lenguaje de la “glosa”, el cual Ángela define como “el mecanismo a través del cual el sistema/administrador/promotor de salud no paga el servicio al proveedor –en este caso al HUV–, si demuestra que el servicio no cumple algún término de la letra mediana a pequeña”. Tan patas arriba está el sistema que existen médicos empleados por las EPS “bajo el nombre de ‘auditores’, dedicados exclusivamente a revisar, renglón por renglón, las historias clínicas que permitirían glosar –embolatar– el pago de las cuentas”, desvirtuando profundamente la vocación social que debería definir la práctica médica.

El cierre del HUV indigna y preocupa no solo por el inmenso número de pacientes que quedan a la deriva, sino por la falta de un escenario propicio para la formación de la próxima generación de profesionales de la salud

No deja de ser una paradoja que mientras un hospital de la magnitud y relevancia del HUV está en crisis, Cali haya sido promovida por la actual alcaldía como un “cluster de la salud”, sustentado en gran parte por el lucrativo negocio de las cirugías estéticas. Resulta absurdo y desatinado que mientras el acceso público a una salud en condiciones de dignidad mínima y con médicos capacitados es cada vez más la excepción que la regla, los futuros médicos de la ciudad tengan como aspiración abrir el próximo centro estético, gozando de beneficios tributarios y exenciones que proporciona el gobierno local; que mientras la salud pública se contrae, la expansión de este negocio privado suceda –también en condiciones de regulación muchas veces cuestionable–, de facto, a costa suya.

¿Qué diferencia hace en un médico la experiencia de trabajar en el HUV? Hospitales universitarios como éste son espacios excepcionales para la formación médica integral, pues allí suelen converger el sentido solidario e inclusivo de lo público, y la experiencia acumulada de muchos especialistas docentes que entrenan a estudiantes y desarrollan investigaciones clínicas. Como bien lo menciona Ángela, “los residentes y estudiantes de pregrado realizan voluntariamente trabajos de investigación adicional a su formación, motivados por el alto nivel académico que se respira en el hospital. El HUV es la casa de investigadores con muchos años de experiencia y grandes aportes a la ciencia local y nacional”. El cierre del HUV indigna y preocupa no solo por el inmenso número de pacientes que quedan a la deriva, sino por la falta de un escenario propicio para la formación de la próxima generación de profesionales de la salud, de aquellos que gracias a la existencia de hospitales universitarios públicos practican, promueven y defienden un encuentro humanitario, médico.

* Los nombres de los entrevistados han sido cambiados.

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