El señor de las uchuvas

Un joven de 28 años que vivía de cambiar llantas y pitar goles es hoy el zar de una de las frutas más apetecidas en Europa. Esta es su historia y la de un pueblo al que transformó la «fruta dorada».

por

Farouk Caballero


13.11.2012

Fotos: Johnattan Farouk Caballero

Remberg Saavedra pasó de ser, al mismo tiempo, árbitro de fútbol, montallantas, ayudante de matadero y repartidor de frutas, a exportador de una de las frutas más exóticas en el mercado internacional. Aquí en Colombia, a veces crece como maleza. El precio de los tres contenedores que semanalmente puede enviar a Europa, en temporada alta, se cotiza en el mercado en unos 474 millones de pesos. Su éxito comercial se debe al cultivo y exportación de la fruta dorada: la uchuva.

Recuerda con nostalgia su primera cosecha; contaba, a esa altura, con tres negocios fracasados, dos hijos, un hogar y ni un peso en el bolsillo. Pero hoy, en Arcabuco, Boyacá, logró cambiar radicalmente la economía. Su empresa permite que cerca de 200 familias colombianas puedan subsistir.

Remberg llegó a este mundo el 31 de octubre de 1983. Apenas tiene 28 años. Su nombre se lo debe a la buena reputación del médico del pueblo que atendió el parto, de quien hoy es homónimo.

–Él tenía fama de buena gente y por eso mi mamá me puso así –dice sin que su tez morena alcance a disimular su sonrojo.

El jefe de la “bodega de la uchuva”, como conocen en Arcabuco a la empresa, es un tipo de pocas palabras, tranquilo y respetuoso. Reúne todas las cualidades de un buen muchacho, aunque eso no lo pensó su suegro.

Corría el año 2000, cuando Remberg había iniciado, algunos meses atrás, una relación sentimental con Adriana Jiménez, la niña preciada de Luís Carlos Jiménez y Luz Marina Wílches. Ambos eran estudiantes del Instituto Técnico Alejandro de Humboldt, único colegio de secundaria en la zona. Adriana comenta que Remberg llegó a su vida y aparecieron los problemas:

–Perdí mi primer noveno en parte por Remberg y en parte por álgebra ­–pero la verdad el joven tuvo mucho que ver–. Una tarde, en el mercado con mi mamá, me devoré una docena de tomates por un antojo súpito. Usted sabe cómo son las mamás –me dice mientras suelta una sonrisa afirmativa.

Fue la prueba fehaciente para doña Luz Marina. Su hija la convertiría en abuela. Resolvieron contárselo al padre y él, conservador de tradición, recibió la noticia como la peor afrenta. Se marchó de su casa, regresó y duró los primeros seis meses del embarazo sin dirigirle la palabra a su hija.

La siembra

–Fueron épocas muy duras ­–afirma Remberg.

En ese tiempo, Remberg se la pasaba cruzando los dedos para que algún carro o bus intermunicipal tuviera un percance. Él aguardaba en un montallantas a la orilla de la carretera del Carare, que de Bogotá conduce a Bucaramanga.

–Me la pasaba todo el día esperando que pasara algo, era como desearle el mal a alguien pero de forma pequeña, es que si no había un varado o una llanta pinchada, pues fácil, no hacía para comer.

En ocasiones la mala suerte de otros no llegaba y Remberg debía rebuscarse lo del diario. Entonces se transformaba en receptor de madrazos e hijueputazos, como árbitro de fútbol. En un día podía pitar 6 partidos. Él era el único juez en los campeonatos de integración del pueblo. Pero eso era lo fines de semana, porque entre semana, cada vez que podía, iba al matadero a ayudar con el sacrificio.

La inquieta actividad de Remberg no es un factor común en su pueblo. Arcabuco es un pueblo típico boyacense: frío, con una tranquilidad que se respira en el aire y que sirve de pretexto para entregarse, sin dudarlo, al pecado capital más practicado: la pereza. No obstante, sus gentes son muy amables y cordiales y aun mueren de viejos. Los difuntos tienen un promedio de edad que supera los 90 años. Y ese clima que los hace resistentes al paso del tiempo permite que solo se levanten 10 a 12 actas de defunción al año.

La población bordea la cifra de los 5.200 habitantes, según el último censo del DANE en 2011. Es un municipio en extremo dulce, pues su principal actividad económica recae sobre la preparación y venta de golosinas. De generación en generación el negocio ancestral se sostiene con el paladar de los miles de viajeros que a diario pasan por el municipio. De los 105 establecimientos comerciales 48 son panaderías y cafeterías. Familias enteras subsisten con la producción y venta de almojábanas, cuajadas, dulces y quesos. No en vano el escudo del municipio, símbolo oficial de la población, ostenta un horno artesanal.

En este pueblo pequeño, en el que bastarían 20 minutos para conocerlo de extremo a extremo, nació el primogénito, Luis Fernando Saavedra, luego llegó Ana Sol. La familia se creció y en busca de un mejor futuro decidieron trasladarse a dos horas y treinta minutos de su natal Arcabuco, en Bogotá. Montaron una droguería en el barrio Las Américas; quebraron. Pasaron la Droguería para Facatativa, Cundinamarca, dónde los medicamentos se transformaron en miscelánea, pero la suerte no los acompañó. Resolvieron devolverse y Remberg, junto a su suegro; su padre, Ángel Custodio Saavedra, y su tía, Estela Castellanos, sembraron la primera cosecha de uchuvas. Esperaron los cinco meses de rigor para que diera fruto y en la “cucaracha” –una camioneta Mazda v 2000 modelo 1988­– Remberg se dedicó a vender la fruta por la región. Inclusive llegó a Bucaramanga, que queda a seis horas por carretera. Allí entabló buenas relaciones comerciales con Armando Ruiz, un comerciante importante de Centroabastos,  la central de abastos de Santander. Sus corredurías frutales también le permitieron conocer a Fernando Matallana, quien se desempeñaba, por ese entonces, como gerente de la exportadora frutal Novacampo; empresa a la que “la cucaracha” le empezó a vender fruta.

En un viaje de entrega de mercancía, en 2007, Ruiz le mostró a Remberg un ejemplar del periódico El Tiempo, en el que se anunciaba un concurso para emprendedores: Destapa futuro. Remberg se llevó el recorte de periódico a su casa y envió su propuesta para crear Frutar; lo que sería un centro de acopio de frutas. El proyecto gustó y entre los 25.000 participantes de ese año quedó seleccionado en los 25 finalistas. Pero 2007 también sería su año político, se lanzó al Concejo del pueblo. El fin de semana de las votaciones estaba en una capacitación del concurso y le dieron permiso para votar.

–No dormí esa noche, me la pasé de casa en casa recordándole a la gente lo del votico. El domingo fui concejal con 94 votos. Me devolví contento al entrenamiento y el lunes me llamó mi papá: “¡véngase para acá mijo que nos tumbaron!” El que seguía en la lista tenía 87 votos y en el reconteo llegó a 97. Perdí por tres votos. No viajé, decidí quedarme en lo del proyecto. La premiación se hizo en Bogotá y perdí… perdí dos veces.

Ya entradas las fiestas decembrinas recibió una llamada. Era Fernando Matallana. Dentro del concurso Remberg tuvo que conseguir cartas de intención de compra de su proyecto y Matallana le había dado una.

–Me preguntó: “¿cómo nos fue?” Mal, le dije, perdimos. Él estaba interesado pero yo no tenía ganas de nada. Quedé de ir a Bogotá y no fui. Luego me volvió a llamar, tomamos unas muestras de suelo y me dediqué sólo a la uchuva.

Fernando Matallana describe a Remberg como un hombre capaz y agrega que el proyecto Frutar le permitió cumplir su sueño comercial y ayudó a Novacampo, empresa para la que trabajaba Matallana, a consolidar su producción.

–Nos ahorramos los intermediarios. Ambos ganamos.

Remberg recuerda ese principio:

–Arrendamos la finca El Encanto, fue la primera. En principio nadie nos creía porque no éramos gente de plata y pues cómo les íbamos a dar trabajo. Empezamos Adriana y yo, y tres obreros.

Luego se sumaron doce señoras. Pero afirma que lo más duro fue el día de la inauguración de la empresa.

–Ocho días atrás había cuadrado con una señora el local para el arriendo y montar allí la maquila –una pequeña planta de selección y distribución de fruta–. Era febrero de 2008, caía un aguacero de padre y señor mío, llegué al local con las canastillas, las empleadas, las mesas, con todo; y la señora me dijo que no. Me quedé con todo afuera. No sé si por envidia o por qué, simplemente me dijo que ya no me lo arrendaba. Ella era la dueña y pues no habíamos firmado nada. Acudí a mi papá y él me dijo que no me preocupara. Inmediatamente hicimos un barrido mental por los locales del pueblo que recordamos vacios. En bicicleta fui a dos y nada. El tercero fue el vencido, mojado hasta el alma volví, metimos las cosas, hicimos aseo y al día siguiente le pusimos luz.

La cosecha

–La uchuva dio. Y como ya era socio de Novacampo, ellos decidieron poner una maquila más grande aquí en Arcabuco.

Después de la cosecha del Encanto vinieron nombres de fincas que representan bonanza: El Porvenir, El Bracito, Los Alisos, La Loma, Santo Domingo, La Esperanza, El Guamo. La toponimia del camino al éxito.

–La uchuva es una fruta exótica ­–dice Remberg– por eso cautiva a los alemanes, porque en el proceso de selección y exportación no existe contacto directo del hombre con el fruto.

Esto se debe a que la uchuva tiene un capacho que recubre el fruto. Una especie de papel natural que hace las veces de caparazón de la exquisita fruta dorada. Remberg toma una en su mano, oprime la parte inferior del capacho con precisión y del otro lado asoma una fruta redonda y brillante, del tamaño de una uva.

–¿Sí ve? no hay contacto –repite–, mientras el capacho se cierra con la uchuva dentro.

Las empleadas de la maquila se encargan de seleccionar la fruta de exportación. Debe pesar 3,5 gramos y tener un amarillo consistente. Las uchuvas muy maduras y las del capacho manchado van al mercado nacional. Las cualidades de la fruta de exportación se deben al suelo del municipio, que es rico en fósforo, y al clima, que es frío pero sin granizadas, ni temperaturas heladas.

–Eso beneficia mucho el cultivo y las de exportación son bien doraditas –comenta Adriana.

Pero su tonalidad es ancestral. La uchuva o Phisalis peruviana –como es su nombre científico– perteneció a los frutos sacros que cultivaron los Incas en su Valle Sagrado. Ese espacio, que es hoy uno de los principales centros turísticos de América, fue reconocido por sus condiciones geográficas y climáticas. Los valles y las tierras eran muy ricas en cosechas. Allí está el popular Machu Pichu –que significa montaña vieja–. En ese Valle Sagrado, según relató, Gómez Suárez de Figueroa, llamado Garcilaso de la Vega (el Inca) en el siglo XVI:

–Habían árboles frutales con su fruta toda de oro.

La descripción del cronista del Perú puede apuntar hacia el color dorado del aguaymanto, como se le conoce a la uchuva en el país de los Incas. La uchuva es peruana, pero Colombia es el principal exportador a nivel mundial. Detrás vienen Ecuador, Sudáfrica, Australia, Kenya, India, Egipto, Perú y Hawaii. Y los mercados primordiales son: Estados Unidos, dónde se le conoce como golden berry o cape gooseberry, Francia, país que la denomina coqueret du perou y Alemania, que es el principal comprador de la uchuva arcabuqueña, donde la llaman Kapstachelbeere.

La uchuva ­–explica Remberg– es una solanácea. O sea que es prima, en primer grado, de la papa, el tomate, la berenjena, el ají y el tabaco. Parece un tomate amarillo en miniatura y su bautismo científico se debe al naturalista sueco Carlos Linneo, quien en su frenesí por nombrar y clasificar plantas a diestra y siniestra la nombró Phisalis peruviana en 1753. Phisalis también es el nombre que sobresale en las etiquetas de las canastillas que exporta Remberg. Hoy es un socio de Novacampo y de él depende, en gran parte, la economía del pueblo. Le digo que con eso puede asegurarse un puesto en el Concejo y él sonríe moviendo la cabeza en gesto de afirmación.

–Por ahora no pienso en política. Estoy concentrado en el negocio.

Se acabaron las muchachas de servicio

Con el éxito de Remberg las empleadas del servicio de Arcabuco, que tradicionalmente surtían las casas de la élite boyacense, concentrada en Tunja, ya no salen de su pueblo a realizar los quehaceres domésticos de las familias adineradas.

–En Arcabuco usted ya no consigue muchachas por eso de la uchuva. Toca traerlas de otro lado –menciona con cierto tono de asombro una de las señoras que frecuenta el Club Rotario de Tunja.

Cambiaron la escoba y el trapero que les aguardaban a treinta minutos de carretera, por un canasto, en el que al estilo cafetero recogen a diario uchuva de los cultivos. Entran a las 7:00 am, tienen una hora de almuerzo y salen a las 5:00 pm. Y –según María Mesa, empleada de Frutar– se llenan, más o menos, 7 canastillas al día con lo que garantiza un diario de $23.520; que al mes serían, sin trabajar los domingos y recolectando sólo media jornada los sábados, $564.480. Eso es más del salario mínimo que rige en Colombia.

–La producción de uchuva cambió radicalmente la economía del pueblo.

Con estas palabras Viviana Patricia Poveda, inspectora del municipio, ilustra la importancia local del cultivo de uchuva. Pero advierte que muchos niños del colegio no iban clase por irse a recoger. Por eso ahora Remberg sólo les permite trabajar a los estudiantes del Humboldt los fines de semana y en vacaciones. Uno de estos casos es Segundo Reyes, estudiante de último año.

–Yo soy el más “lenteja”, me demoro dos horas para llenar una canastilla. Pero me hago lo de la ropita de diciembre.

Segundo, a su ritmo, cotiza un diario de $17.000. Tanto él como María Mesa dicen que Remberg es un patrón muy serio y que –como es humano– comete errores:

 ­–A veces regaña mucho, no es como doña Adriana.

Adriana es la mujer que el cliché ha puesto detrás de todo gran hombre. Pero si fuese necesario ubicarlos en un podio los dos compartirían el primer lugar. Los dos fundaron el negocio y lo mantienen.

–En la familia y en el negocio todo ha sido 50/50 con Adriana; aunque más en el negocio, porque en la casa obedezco yo, dice Adriana.

Este co-protagonismo también lo resalta Andrés Riaño, actual gerente de Novacampo.

–No hubiese sido posible sin Adriana. Ellos son un equipo, son pura sinergia.

Hoy es sábado 18 de agosto de 2012. En la maquila se carga un contenedor con destino a Europa; 7.056 kilos de uchuva –menciona Remberg­–. Son 23 horas por carretera hasta Santa Marta, después de las exhaustivas inspecciones aduaneras en busca de drogas, el cargamento se embarca hacía el puerto de Róterdam, Holanda. Ese país hace las veces de centro de acopio para la uchuva. De allí se distribuye a gran parte del viejo continente, donde el comprador paga 10 euros, 23.000 pesos colombianos, por una presentación de 1,3 kilos: unas 30 uchuvas, mas o menos. Aquí en Arcabuco, Remberg le paga al recolector 624 pesos colombianos por esa misma cantidad. La uchuva se transforma en oro, como si se reviviera la leyenda del Dorado.

Con sudor en la frente, guantes y delantal Remberg carga una canastilla de fruta de exportación hacia el contenedor. Es la enésima vez que lo hace en veinte minutos. No parece el zar de la uchuva, de hecho algunos cargueros se mueven con más delicadeza que él. Me mira y dice:

–Así toca, hoy se enfermó un carguero, me toca remplazarlo a mí pero la platica del cargue me la quedó yo.

Si no hubiese sido por el reconteo de votos, la política habría desviado a Remberg de su camino. Hoy un pueblo tradicionalmente servil cambió para siempre su economía, ya ni las empleadas domésticas, ni las almojábanas, ni los quesos representan los productos de exportación. Hoy la uchuva simboliza el pan de cada día para los arcabuqueños.

*Johnattan Farouk Caballero es estudiante de la Mestría en periodismo del CEPER. Este reportaje se realizó en la clase Seminario de géneros II.

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