Vértigo (1958) / Alfred Hitchcock

La futilidad del deseo Vertigo de Alfred Hitchcok (1958), como todas las grandes películas, nos habla de nosotros mismos. ¿Qué nos dice? Nos dice que amamos vivir engañados, porque creemos que en el engaño se encuentra nuestra felicidad, cuando en realidad sólo encontramos la muerte. Nos dice que el vértigo que sentimos es el de […]

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Varios


20.02.2018

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La futilidad del deseo

Vertigo de Alfred Hitchcok (1958), como todas las grandes películas, nos habla de nosotros mismos. ¿Qué nos dice? Nos dice que amamos vivir engañados, porque creemos que en el engaño se encuentra nuestra felicidad, cuando en realidad sólo encontramos la muerte. Nos dice que el vértigo que sentimos es el de ver la distancia entre la vida que tenemos y la que queremos tener, ya que nuestra lucha no es otra que la de constantemente hacer que nuestra voluntad suceda.

La historia de Scottie, es la historia de este deseo inútil llevado al límite. Scotty se enamora de una mujer inexistente, de una actuación. Ella muere sin morir en su mente y el hace todo para tenerla de vuelta. Encuentra la actriz pero la desprecia, porque no era tan perfecta como su actuación. Como en algún momento le dijo Dorian Gray a Sybil Vane en la obra de Oscar Wilde: “Has matado mi amor…sin el arte no eres nada… ¿qué eres? Una actriz de tercera categoría con una cara bonita”. Y es que una de las cosas más impactantes de la película es precisamente la objetificación de Judy como un medio para satisfacer un fin que sirve a ambos. A Scottie para recuperar a Madeleine y a Judy para recuperar a Scottie. Pero la verdad es que nadie recupera a nadie, al final todos se pierden.

Lo increíble de este argumento es que es tan válido para hablar del amor, como para hablar del cine, del capitalismo o de la academia. Qué es el cine sino un romance de 2 horas con una ficción, o el capitalismo sino un constante deseo insatisfecho o la academia sino una competencia por la perfección. Un deseo no es intrínsecamente negativo, pero creo que en nuestra sociedad estamos acostumbrados a hacer de nuestros deseos nuestro fin y de la realidad nuestro medio, la realidad en sí misma ya no la sabemos reconocer. No obstante, si las películas hablan precisamente de eso deseo y de su inutilidad, entonces ver la película es también vernos a nosotros y aunque la película no vaya a hacer que vivamos la vida, nosotros sí podemos hacerlo. Yo me pregunto entonces ¿Hasta cuando seguiremos engañándonos?

— Nicolás Posada García

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El color del vértigo

Los colores, esos colores, esos mágicos colores me cautivaron dese el principio. Desde los ojos color turquesa de Scottie hasta el rojo vivo del restaurante. No podía dejar la vista fija en un solo punto de la pantalla, ya que quería explorar toda esa combinación que generaba el movimiento de cada color. Asocie el color negro con el vértigo y el dolor, esa sensación nauseabunda que recorre el cuerpo cuando siento que mi mente se desestabiliza por el miedo. El color rojo, el color pasión es el lugar de encuentro para una charla llena de sentimientos y expresiones. El color blanco es liberación y sentimiento de paz y el color azul es el mar profundo de sus ojos y el olor a olas recién revueltas. Pero ¿qué pasa cuando se juntan todos los colores al mismo tiempo? Lo que sucede es lo que denomino un ciclo del vértigo, dado que todas las emociones que evocan se mezclan para generar una sensación revoltosa, un comienzo de un ciclo y su final al mismo tiempo, una locura intensa y un amor incondicional. Todo esto es lo que experimentó Scottie cuando se encontró con la representación del sueño de Madeleine, aquella tumba oscura, aquellas flores frescas, aquel deseo de querer despertar, aquel ciclo que fue vivido y que vuelve a empezar. Y ahí es donde radica el problema, dejar comenzar un ciclo es abrir heridas y dejar sentir otra vez todos los recuerdos que evocan los colores. Un ciclo necesita su fin, los colores necesitan un nuevo comienzo y dejar que sus resplandores iluminen otra vez el presente para cerrar los vértigos que representa la vida.

— Karol Julieth Urueña

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Suspenso sexual

Ansiedad, inquietud, impotencia, agitación, atracción: toda buena película de suspenso debe generar estas emociones en el espectador. Incluso, se podría decir que una buena película de suspenso debe generar única y exclusivamente este tipo de emociones. Estas no son películas para reír, llorar, reflexionar o soñar. No, su principal −¿y único?− objetivo es envolver al espectador en una trama indescifrable, que lo enajena de la realidad y que gradualmente lo lleva a un punto álgido de excitación, para después dar paso a una sensación de satisfacción. Así, una buena película de suspenso es como un acto sexual del intelecto.

Si bien no fue el primero, Alfred Hitchcock es considerado hoy en día como uno de los progenitores y de los más avezados maestros del cine de suspenso. No en vano, Vertigo es una fiel demostración del ritual casi sexual que siguen este tipo de películas. Al principio de la película, Hitchcock sitúa al espectador en la posición de un detective retirado al que se le pide resolver un enigma sobre una mujer que padece un comportamiento errático. Desde este momento el espectador se pone en alerta, porque ha sido avisado de que lo que está por venir no coincide con su intuición del diario vivir. De manera paulatina, y aprovechándose del estado de alerta del espectador, el director presenta diversos elementos que confirman lo anormal de la situación y que engañosamente llevan al espectador a una conclusión errónea de lo que está pasando. La primera mitad termina de manera trágica, pero anticlimática. Si bien el enigma no se resolvió, parece ya no importar.

Consciente de esto y de manera maliciosa, el director revela la respuesta del enigma al comienzo de la segunda parte. Le confiere al espectador omnisciencia, pero a su vez le genera un sentimiento de impotencia y ansiedad. El enigma ha transmutado, porque ahora el espectador quiere conocer la reacción del detective al enterarse de la verdad. Su conocimiento le permite predecir que algo malo va a suceder, pero no cuándo ni cómo.

El final de la película es violento y agitado. En efecto, sucede lo que tenía que pasar, pero aun sabiéndolo el espectador no puede más que mirar asombrado, como si acabara de ver un truco de magia inexplicable que duró un par de horas. El espectador siente satisfacción por el truco, pero no satisfecho el director, el enigma no acaba: ¿qué hará el detective ahora?

— Diego Fernando Gomez Noriega

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