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De la universidad de la calle a la universidad en la nube: crónica sobre mi paso por la educación superior

Esta es la historia de cómo la universidad tocó la puerta de mi casa (con ayuda de los programas de gobierno de los últimos 10 años).

por

Ketlly Bautista


05.08.2024

ilustración por Nefazta

Papá dejó la educación primaria cuando estaba en grado octavo. 

Muchos años después, cuando lo conocí, él era un farmaceuta, de los mejores según sus jefes. Mi abuelo fue farmaceuta también. Ambos con el mismo nombre. Ambos trabajando en el mismo lugar, ambos certificando el trabajo de años ante la Secretaría de Salud para que pudieran ejercer una profesión aprendida fuera de un aula, de una institución o fuera de una universidad. La escuela de la vida, la calle, la herencia, el camello. Él me enseñó, por ejemplo, a hacer un matrimonio: una combinación de un antigripal más un antibiótico que cura cualquier mal de gripe. 

Por el lado de mi mamá la cosa no fue muy distinta. “Lo que usted estudia, nadie se lo quita, es el tesoro que nadie le puede robar” le decía mi abuelo a mamá, por allá, en los 80 en un pueblito llamado El Santuario, en Antioquia. Ella, por su lado, terminó bachillerato, pero luego se vino a Bogotá a emprender un capítulo nuevo en su vida. Tampoco fue en un campus universitario. Montó su remate en la misma casa en la que se levanta todos los días. Un legado familiar que comparte con todos mis tíos. 

La idea de la universidad era un lujo, si no es que lo sigue siendo. El interés de mi papá era conseguir plata y proveer un hogar al sur de la ciudad. El tiempo no espera y menos los afanes cuando uno construye una familia con siete hijos… De hecho, la universidad no era una opción cercana a mi hogar. 

Hasta el 2014. 

Un día de ese año estábamos viendo las noticias del mediodía. Acababan de pasar la propaganda de Bretaña y yo sabía que iba tarde para el colegio. Mi mamá estaba en la puerta, despidiéndose, y de un momento a otro se quedó en silencio, petrificada. Agarró el control y le subió el volumen al televisor de la sala.

 —Los mejores ICFES podrán ingresar a una universidad para estudiar la carrera que elijan. Se trata de una matrícula 100% cubierta durante los semestres que duré la formación —decía la presentadora del noticiero. 

Mamá se nos quedó mirando fijamente. 

La “democratización” de la educación superior en Colombia


Para entonces mi hermana mayor se graduaba de bachiller ese año y se ganó esa “beca” (en realidad un crédito condonable) para ingresar a la carrera de Lenguas y Cultura en la Universidad de los Andes. Ser Pilo Paga (SPP), proyecto educativo insignia de la administración de Juan Manuel Santos, bajo el mando de la ministra de Educación, Gina Parody, se convirtió en una opción de entrada para las primeras generaciones de profesionales de las familias del país que no habían tenido acceso a la educación superior antes en universidades públicas y (en especial) en universidades privadas del país. 

Fueron 10.000 cupos (aproximadamente) por año entre 2015 y 2018. 

Los años en los que se desarrolló el programa van del 2015 al 2018, en los que se evidencia un aumento de matrículas para pregrado en las universidades privadas. Fuente: MinHacienda.

¿Qué pasó después? 

El 79% de los estudiantes que entraron a la universidad por SPP se fueron por las universidades privadas para estudiar su pregrado. Era de esperarse. Un título de una privada “pesaba más” en la hoja de vida. En ese momento el puntaje del ICFES tomó más relevancia. “Entre más alto el puntaje, más opción de estudiar ‘becado’” decían las empresas que ofrecían PreIcfes en mi colegio. 

Esas empresas comenzaron a aparecer en los colegios con charlas motivadoras. Al mío llegó un señor en traje azul, encorbatado, predicando como pastor, con su micrófono, en el único auditorio de mi colegio. Decía que ir a la universidad aseguraba el bienestar y el futuro, que la educación mejoraba la calidad de vida. (No digo que no sea verdad, hay que ver cifras para saber que a un profesional le pagan al menos más dignamente que a un bachiller. 71% más para 2020. Sé, por ejemplo, que al menos deberían pagarme algo más que el mínimo por mi trabajo ahora que me van a dar un cartón).

–Entre más alto, más “pilo”– decía el pastor pedagógico. Luego, cobraban una matrícula para entrenar a los estudiantes de onceavo grado en pillarse los detalles, las cáscaras de las preguntas del ICFES los sábados en la mañana. 

Nomás entrar a la universidad, aparecieron las brechas. Varios compañeros de mi hermana desertaron. A nivel nacional, durante los 4 años en lo que duró el programa fueron 4.347 desertores. Y la deuda invisible de 130 millones de pesos se materializó en sus vidas. 

Vapo, el amigo ‘cool’ de las tabacaleras

Perfil de uno de los artefactos de bolsillo más apetecido por los jóvenes. Como todo famoso, tiene detractores, fans, managers y contradictores morales. Lo único que podemos decir es que el estilo y la buena apariencia son su fuerte.

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Muchos creían que esto era una beca, pero llegar a quinto semestre sobreviviendo les obligó a revisar los términos y condiciones del contrato: para mantener la beca habría que graduarse en el número de semestres que dura el pregrado y hacerlo bajo el promedio mínimo estipulado por la universidad elegida. De no ser así, el estudiante tendría que saldar la cuenta que se acumulaba desde que inició su carrera hasta que decidió abandonarla o en el momento en que alguno de los requisitos no se cumpliera. 

Otros la pasaron muy mal en el proceso de mantener un promedio por miedo a perder el crédito condonable mientras se adaptaban a un ritmo académico para el que no estaban preparados. Otros sacaron adelante el pregrado, convirtiéndose en una suerte que les aseguró el futuro… Me sigo preguntando ¿cuál en este momento del mundo? 

Yo escuchaba. 

Escuchaba a mi hermana hablarme de que escribir un ensayo era algo que nunca le habían pedido hacer en el colegio con la rigurosidad de la universidad. Que pasar la materia de escritura universitaria fue una tortura, no solo para ella, sino también para los estudiantes que habían ingresado a la Facultad de Ciencias Sociales en la universidad con ese crédito. Me contó que tuvieron que abrir los cursos de inglés en los niveles uno a cinco, para adaptar la malla curricular para ‘los pilos’. 

Mientras tanto, mi colegio, la Institución educativa distrital y oficial Enrique Olaya Herrera, se emocionaba con la idea de que más estudiantes olayistas ingresaran a la universidad. Por eso es que ICAM, la empresa de los preicfes, era su nuevo aliado para sacar más bachilleres con “beca”. Aquí, hablo de una experiencia como estudiante de un colegio público urbano en Bogotá, pero si pusiéramos la lupa en la ruralidad del país, veríamos que el solo 2% de los estudiantes rurales accede a la educación superior. 

Y Duque implementó los aprendizajes 

El gobierno Duque en 2018 le cambió el nombre al crédito condonable “SPP” por “Generación E” y le hizo unos ajustes más. Ya no estaba dirigido solo a los mejores ICFES del país, tenía como requisito que esos jóvenes fueran de estratos 1, 2 o 3. Además, empezó a destinar fondos para mejorar la infraestructura de las universidades públicas. 

Mi hermano fue la última generación que alcanzó a entrar a SPP. Unos años después, era mi turno y el programa de Generación E se veía como mi posibilidad para entrar a la educación superior.

Y de nuevo, las preguntas no se hicieron esperar. ¿Era cierto que esta nueva “beca” invirtiendo más presupuesto público en las universidades públicas como aseguraba? ¿Qué tan fiable era la verificación que hacía el gobierno para establecer que uno podía acceder a este préstamo? ¿Era sostenible en el tiempo este programa? Todas estas preguntas se volvieron parte del paisaje. 

Yo, para entonces, me estaba graduando de bachiller. 

Los profesores que vieron crecer a mi hermana, a mi hermano, a mí, y ahora a mis dos hermanos menores, me preguntaban cada segundo ¿Qué vas a estudiar? ¿Dónde? ¿Cómo te fue en el ICFES?

La educación superior entró por la puerta del salón como un estudiante nuevo, con el brillo del sol pegándole de lleno a través de las ventanas, y se coló en las conversaciones de las salas de profesores, y llegó a las ceremonias de graduación en forma de placas meritorias para los ‘pilos’ que se habían podido “becar” en alguna universidad.

Para ninguna de las tres preguntas tenía respuesta. Llámenlo falta de vocación, llámenlo adolescencia, llámenlo vivir un duelo, o simplemente ver mil caminos cuando no estaban y tener que decidir por mi futuro. Porque sí, llega un día que debes entender que tu futuro depende de ti. Llega el día, por ejemplo, en el que un puntaje del ICFES te define. 

Las expectativas de una joven adulta

Los hechos son los siguientes. No logré el puntaje de ICFES que necesitaba para ingresar a medicina o derecho ese año y menos si aspiraba a la beca de Generación E (excelencia). Me frustré enormemente porque ya me había enamorado de la universidad y esa idílica imagen de que mejoraría mi calidad de vida y por ende la de mi familia. Ya me había puesto la vara alta que habían dejado mis hermanos, no solo en el colegio, sino también en la universidad. Ya le había prometido a mi papá, en la camilla de un hospital y en su lecho de muerte, que entraría a la universidad. 

Ante toda la expectativa, presenté la prueba de la Universidad Nacional, también para medicina, y tampoco pasé. Generación E ya no era una opción para mí en ese momento. El PreIcfes no funcionó, y no sé a cuántos más de mi promoción les salió el tiro por detrás. 

Dos años largos después, luego de tomarme el año “sabático” y darme cuenta de que la prueba vocacional había sido un fiasco, me fui por una carrera del futuro. Una carrera que respondía a la cuarta revolución industrial: la digitalización, la llegada del internet no solo como lugar de consumo, sino además como lugar de producción. 

Recuerdo que antes de decidirme vi un video de Jaime Altozano hablando del futuro de la educación y de la cantidad de trabajos que desaparecerían por la cuarta revolución industrial. Era una carrera que incluía aquellas actividades que consideraba mis hobbies, pero que en ningún escenario posible me darían plata. Siempre escuché que vivir del arte era muy difícil. 

En 2020 inicié la carrera en Narrativas Digitales en la Universidad de los Andes. La promesa: en esta carrera para nativos digitales desarrollaría competencias en 5 formatos; escritural, sonoro, corporal, audiovisual y transmedia (internet), mientras que aprendería a contar historias de gran impacto. 

Ingresé con la beca Nicanor Restrepo Santamaría de la Fundación Sura, luego de presentar una segunda prueba de ICFES en la que me fue mejor. (Porque sí, se puede presentar de nuevo esa prueba y un puntaje no tendría que arruinarme la autoestima, ni mucho menos definir mi futuro en piedra). La preparé en casa, virtualmente y de forma autónoma con un curso en línea y gratuito llamado Puntaje Nacional y tutoriales de Youtube de Kahn Academy. Paradójico, ¿no?, resulté preparando mejor mi educación media por internet. Tocaba rebuscarse las formas y tocar puertas, y afortunadamente me abrieron una. 

Y es también paradójico que, en medio de este boom de programas gubernamentales que incentivaban a jóvenes que venían de colegios públicos y de los estratos 1, 2 y 3 a entrar a la universidad, yo terminara accediendo a la educación superior a través de una beca (esta sí una beca sin asteriscos ni comillas) de una empresa privada. 

Junto con mi hermana habíamos creado, en 2019, un proyecto para ayudar a más jóvenes a llegar a la educación superior, por medio de mentorías académicas justo en la etapa de educación media (décimo y once). Luego nos dimos cuenta de que le estábamos insertando el chip de la meritocracia a jóvenes que estaban en la misma situación que yo ante un derecho que debería ser fundamental (y en ese sentido universal). En todo caso, fue por este proyecto que me seleccionaron para la beca Nicanor Restrepo Santamaría de la Fundación Sura. 

Virtualidad forzada

No llevaba ni tres meses como primípara cuando se anunció el confinamiento por la pandemia del covid. Todo cambió. Se dio una transición a lo virtual muy atropellada, en donde tuvimos que acomodarnos a la nueva realidad del aprendizaje por medio de una pantalla. En ese espacio en el que la casa era el estudio, la oficina y mi lugar de descanso, sentí que estas carreras del futuro en realidad no requieren de un lugar físico para poder aprender o crear. 

Lo hablé alguna vez con una compañera de la universidad, cuando volvimos a la presencialidad en quinto semestre. La carrera que estábamos estudiando la podríamos terminar perfectamente por internet. Es más, tendríamos que reforzarla con cursos de desarrollo web, ilustración, edición o desarrollo de videojuegos y valdría más que pagar una matrícula completa. 

En 2022, Duque terminó su gobierno y con él las “becas” estatales para la educación superior en Colombia. La única alternativa disponible era el programa Jóvenes a la U, que se limitaba a los residentes de Bogotá y ofrecía (y ofrece) acceso gratuito a la educación superior y un apoyo monetario. Este, de entre los tres programas, junto SPP y Generación E, es el único que es una beca que cuenta con acompañamiento para evitar la deserción. 

Además, Jóvenes a la U comenzó a apostarle a otros tipos de educación como la educación que está entre las etapas de educación media y superior (llamada también postmedia o terciaria) con su programa hermano Todos a la U. En otras palabras, ofrece certificados 100% virtuales en convenio con universidades de Bogotá en habilidades laborales que permiten potenciar y profundizar las necesidades STEM+A: programación, animación, desarrollo de videojuegos, análisis de datos, desarrollo de aplicaciones, entre otras, solo por mencionar algunas. 

En 2023, el panorama cambió significativamente con la introducción de Matrícula Cero en el gobierno Petro, una política que extendió la gratuidad a las Instituciones de Educación Superior (IES) públicas a nivel nacional. 

¿De dónde saldría el dinero? Es tema para otro artículo. 

Este cambio marcó un hito, ya que no solo amplió la cobertura geográfica de la ayuda estudiantil, sino que también eliminó la barrera financiera para los estudiantes en condiciones de vulnerabilidad, permitiéndoles acceder a la educación superior sin preocuparse por el costo de la matrícula. Sin embargo, hay que preguntarnos si la apertura en acceso también será en calidad y si la infraestructura permitirá que se mantenga en el tiempo.

Un diploma que quizás no sea suficiente

Hace 2 años que escucho, leo y, en los últimos meses, uso la inteligencia artificial. La uso para ser “productiva” para investigar mejor, para preparar preguntas, para contrastar ideas, para aprender algo nuevo, para sorprenderme. La uso para automatizarme la vida. Es ahora el nuevo Google, el nuevo editor, el nuevo amigo creativo, el nuevo amigo… Se convirtió en un requisito, seguramente para las futuras hojas de vida, para la actualización de la mía, y para sumarle un 0 a la derecha al pago por mi trabajo. 

Si me lo preguntan, fue solo hasta hace 10 años (y decirlo ahora me da nostalgia, porque parece mucho tiempo) que la idea de ingresar a la educación superior parecía lejana. Antes de eso, mi meta era terminar el colegio. ¿Y luego? No sabía, ni me interesaba. 

Ahora, tengo que pensar en cómo me capacitaré para aprender a usar IA y no fracasar o distorsionar mi realidad en el intento. 

Ahora, tendré que pensar si haber estudiado una sola carrera será suficiente. 

Ahora, el aula está en internet, en cursos flash de 3 días, (o menos si los pones en velocidad x2). 

Ahora, 4 años de formación no son tan rentables, sobre todo si te decides por una universidad privada. 

Ahora, el curso de Domestika en diseño digital vale 56.000 pesos colombianos y ya puedo decir, luego, que sé diseñar en Canva o en Adobe Illustrator. 

¿Estaré lista para la universidad de la calle?

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Ketlly Bautista


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