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Una hermosa mentira: el doctorado artístico de Enrique Peñalosa

Nuestro hombre se lanza a la política, lo hace como suplente al concejo de su ciudad, ahí, en ese ejercicio de resumir con economía lo que es una vida, escribe que tiene un “Doctorado en Administración en la Universidad de París”. Esto sucede hace casi 30 años, no hay internet, se le cree al papel, […]

por

Lucas Ospina


14.04.2016

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Nuestro hombre se lanza a la política, lo hace como suplente al concejo de su ciudad, ahí, en ese ejercicio de resumir con economía lo que es una vida, escribe que tiene un “Doctorado en Administración en la Universidad de París”.

Esto sucede hace casi 30 años, no hay internet, se le cree al papel, la información es difícil de verificar o rectificar. Nuestro hombre escribe un libro que se llama Capitalismo: ¿La mejor opción? Pretende poner en duda o afirmar uno que otro paradigma económico, pero la economía de su doctorado sigue ahí, invariable, en la biografía de la solapa de la portada, sin una fe de erratas que enmiende la engañifa. Nuestro hombre sí ha estudiado en Francia, pero su estudio corresponde a un DESS, un Diploma de Estudios Superiores Especializados, que equivale, a lo sumo y con laxitud, a una Maestría: unos cuantos semestres de profundización sobre un área y como resultado una síntesis de los conocimientos adquiridos proyectados en la intervención de una empresa, un proyecto de aplicación o un informe técnico. Esta “síntesis” jamás será una tesis, y menos de doctorado, pero como nuestro hombre no ha hecho un doctorado no sabe qué es un doctorado. ¿Acaso alguien lo sabe?

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La falacia del doctorado avanza por décadas. En la página de internet de su primer periodo como alcalde (1998-2000) estaba su título de “Doctorado de Administración Universidad de París”. En ese periodo al alcalde le va mal y le va bien, hace obras, tantas que en un grafiti de la época alguien protesta “¡Menos obras, más promesas!”. Claro, hay de todo y para todos, también promesas: en 1998 el alcalde trepó al cerro tutelar de la ciudad con el presidente de la época (Ernesto Samper) y ante el Señor Caído del santuario de Monserrate se celebró la liturgia política: “pusieron de pie el proyecto metro, el cual, de cumplirse con el cronograma establecido, empezará a rodar dentro de cinco años”. El milagro del metro nunca llegó, pero sí lo hicieron los buses rojos que han sido paraíso, infierno y purgatorio en una ciudad que, por dogma e incompetencia, lleva más de 18 años condenada a esa única y precaria forma de transporte masivo.

Nuestro hombre continua en la política, se lanza de nuevo para ser alcalde y presidente, hace y rompe alianzas con políticos antipolíticos en trance a ser políticos (Mockus) y, para lucir como una opción viable, ama y odia a políticos mesiánicos (Uribe, Petro). Lo que le importa, siempre lo dice, es su visión de ciudad. Pierde elecciones, le ponen apodos (“Peñaloser”), pero insiste y vuelve a insistir. Por cuarta vez, con el lema “Recuperemos a Bogotá” —un dicho tan reaccionario como entusiasta—, se lanza a la Alcaldía.

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En el video promocional de su última campaña, con muñequitos animados a ritmo frenético, de nuevo aparece el dato del “doctorado”. Más adelante, cuando es ungido como Alcalde (2016), en la solemne ceremonia de posesión, el presentador recita: “adelantó estudios de doctorado en Francia”, y perfuma el aire siempre enrarecido de la plaza de Bolívar con la fragancia de la sobrevaloración académica, una astucia que engalana hojas de vida y que es usada por otros políticos (tan “doctores” como German Vargas Lleras).

Ahora, tras varias insinuaciones de una escritora y periodista (María Antonia García), y de un par de investigadores (Carlos Carrillo y Juana Afanador) —que algo saben sobre lo que es hacer un doctorado (dos de ellos lo están cursando)—, de dos artículos de El Espectador (1 y 2) y la revista Semana, y de los trinos, la radio y la poca televisión (en Colombia las noticias solo son reales cuando llegan a los titulares de noticias RCN o Caracol), algo está pasando: la crítica le pone bolardos al Alcalde y le impide seguir parqueado sobre el andén doctoral. El cuento del doctorado “light” que nuestro hombre ha cargado por décadas a sus espaldas  es un ahora fardo de varias hojas que crece día a día en bibliografía, memes y videos, y parece encorvarlo, le resta altura.

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La mentira prueba que al alcalde se le escapan cosas. En una entrevista radial (La W) dejó mudo a un periodista que pretendía increparlo con información que “era cierta porque así lo informan las redes sociales”. El Alcalde le puso un tatequieto: “¡No es serio que un periodista de la W tenga como una seria y confiable fuente de información ni más ni menos que a las redes sociales!”. Pero más adelante, en esa misma entrevista, nadie le pudo poner el tatequieto al Alcalde. Hasta el periodista que con voz de terciopelo y cachaquería corta a todo el mundo lució apocado ante el rosario de cifras y de casos paradigmáticos de otras latitudes, de hechos sensatos y bien intencionados para beneficiar a la ciudad (como el problema ciudad-región o el ímpetu —ya  olvidado— en su primera alcaldía de expropiar la totalidad del Country Club).

Nuestro hombre terminó su exposición radial sin una voz que lo confrontara, como debe estar acostumbrado a hacerlo tras años de soliloquio en tanto foro académico, y lo hizo con tanta vehemencia que, ahora sí, parece un doctor con doctorado, como todos esos que muestran autosatisfechos su parcelita de información en las fincas universitarias donde pastan las vacas sagradas del conocimiento. A fin de cuentas, tal vez nuestro hombre, por el dogma disciplinar con que expone su visión, sí ha hecho un doctorado, un honoris causa en la universidad de la vida.

La entrevista radial que comenzó con el tono de encerrona, terminó en informercial, tal vez solo se trataba de un primer careo de los periodistas para mostrarle los dientes a nuestro hombre, y dejarle ver que si la Alcaldía Mayo de Bogotá no está alineada con ciertos astros superpoderosos la cacería puede ser más intensa y la misma mano que lo acaricia lo puede estrangular (por algo no le preguntaron sobre el doctorado).

En estos días, las respuestas oficiales del alcalde ante la cuestión del doctorado han sido dos: una, la de culpar a un periodista de bajo rango del Palacio Liévano —tan anónimo que parece no existir— de que al montar la información en la página de internet de la alcaldía actual cometió el error (¿sería el mismo periodista que la montó mal hace casi dos décadas?). Otra, la de declarar que la información del doctorado no figura “en ninguna hoja de vida que yo haya presentado ni en la que presenté para la Alcaldía.” A esto añade que “curiosamente y felizmente yo nunca he necesitado mi hoja de vida para ningún puesto ni absolutamente nada”.

Nunca

El alcalde está tranquilo, sabe que, por ahora, para sus declaraciones no habrá contrapreguntas de los redactores o editores, que en RCN y Caracol radio solo transcribirán lo dicho para ponerlo a circular como texto —no como audio y menos como video—. El alcalde, tan tieso y tan majo, afirma: “Yo nunca he dicho que tengo un doctorado. Hice una DESS en administración pública y algunas personas como ven que este es un grado posterior a una maestría entonces pusieron que era un doctorado”.

Las declaración se ciñe a lo oficial, a las hojas de vida que presentó ante la ley, pero nada dicen sobre por qué este hombre dejó que este error se fuera así, en la esfera pública, por tres décadas, sin haber interpelado o corregido en público a los presentadores que ante todo tipo de audiencias, por fuera y por dentro del país, lo graduaron de doctor más de una docena de veces. No estamos ante un simple error, es un hábil error.

O bueno, el error es de nosotros: nos engañan, sí, pero queremos ser engañados, queremos creerle al alcalde, a su equipo, queremos que a la ciudad le vaya bien, y por momentos le creemos, nos reímos de él pero reímos con él, una risa nerviosa, pues estamos tan atrapados en Bogotá como lo estamos ante una de las tantas variaciones de la paradoja del mentiroso: “Un hombre afirma que está mintiendo ¿lo que dice es verdadero o falso?”.

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Para no ser víctimas de la impotencia y el desespero, porque de una paradoja nunca se sale, tal vez deberíamos tener en cuenta algo que nuestro hombre dijo por ahí, en una entrevista de 2014, al periódico El Universal de Cartagena, pues si le creemos a la transcripción, de su propia boca salió el doctorado: “En París estudié Administración y Administración Pública, allí hice una maestría y un doctorado”. Sin embargo, más adelante, al final de la entrevista, cuando le preguntan “¿De qué cree que está hecho un buen político?”, dio a conocer su verdad, nuestro hombre lanzó al mundo su manifiesto artístico: “Uno bueno tiene que tener una pasión. Es como un artista. Tiene que tener un sueño de una sociedad más feliz, eso es lo que tiene que moverlo. Tiene que estar más obsesionado con su visión que con su poder, y como un buen artista tiene que tener conocimiento. No solo el talento es suficiente.”

Peñartista

Recordemos La decadencia de la mentira, un diálogo de Oscar Wilde que muestra el modo de actuar del arte, sus hermosas mentiras:

«Cyril—¿De qué se trata?

Vivian—Pienso titularlo: La decadencia de la mentira.

Cyril—¡La mentira! Yo creí que nuestros políticos practicaban esa costumbre.

Vivian—Le aseguro que no. No se elevan jamás sobre el nivel del hecho falso y se prestan a probar, a discutir, a argumentar. ¡Qué diferencia con el carácter del verdadero mentiroso, con sus palabras leales y valientes, su soberbia irresponsabilidad, su desprecio natural y sano hacia toda prueba! Después de todo, ¿qué es una hermosa mentira? Pues sencillamente la que es evidente por sí misma.»

Enrique Peñalosa es un político, sí, pero el Alcalde Mayor de Bogotá es, ante todo, un artista. Quedémonos con su actitud de esteta, seamos espectadores del carácter sublime de sus creaciones (que incluyen recortes a iniciativas culturales), hagámosle la única crítica posible: la de arte.

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