[Esta es una nota de Mutante]
Melissa no planeó ser una trabajadora doméstica interna, pero, en cuarentena, su empleadora no le dejó otra opción. Desde septiembre del año pasado y hasta antes de la pandemia, trabajaba de lunes a viernes en la casa de una mujer cuyo nombre le cuesta recordar; la llamaremos Dora.
Dora no tiene más de 65 años, trabaja en el sector inmobiliario de Medellín, tiene dos perros y una casa grande al sur de la ciudad. No sufre ninguna enfermedad, aparentemente. Contrató a Melissa para que se encargara del aseo de su casa, mientras Claudia, su segunda trabajadora, le prepara la comida.
El 18 de marzo, una vez se sentía la inminente llegada de un confinamiento por el covid-19, las dos trabajadoras domésticas pudieron regresar a sus casas con la certeza de que no serían despedidas mientras durara la cuarentena. Dora les dijo que seguirían recibiendo su sueldo y prestaciones sociales. Sin embargo, la tranquilidad que sintieron aquel día no duraría por mucho tiempo.
Había pasado poco más de un mes desde que el presidente Iván Duque decretó la cuarentena obligatoria en Colombia, cuando el sábado dos de mayo Melissa recibió una llamada de su empleadora. “Me dijo que ya no nos podía pagar más sin trabajar. Yo le mencioné que no podía dejar a mis tres hijos en la casa solos. Pero aún así, ella me dijo que no sabía yo cómo iba a hacer, pero que antes de las seis de la tarde tenía que estar en su casa para internarnos”, recuerda Melissa.
Así que le quedó poco tiempo para ordenar la vida: llamar a su hija mayor, de 22 años, para que regresara a casa y se encargara del cuidado de sus otros hijos de 13, 14 y 16 años, comprar algunas cosas de mercado para dejarles y empacar.
Ya llevo 15 días y ya lo voy asimilando, pero yo estoy muy aburrida. Mi compañera y yo somos gorditas y la jefe nos tiene a dieta, que por nuestra salud: de desayuno nos da lechuga con un huevo cocido y en la tarde, de pronto unas pastas con más ensalada; nos dijo que solo podíamos comer dos veces al día. El domingo pasado ella no estaba, salió a mercar, y teníamos tanta hambre que hicimos un caldo con los huesos que habían dejado los perros. Para mí eso es un maltrato. Yo estoy acá por mis hijos, pero no me parece justo que un empleador lo trate a uno así.
Melissa Palacios, trabajadora doméstica en Medellín.
Sin empleo y sin salud
La situación de desprotección laboral que experimentaban las trabajadoras domésticas antes de la pandemia, se agudizó con la medida de confinamiento: despidos sin ninguna compensación económica, ausencia de afiliación a la seguridad social, carencia de elementos de bioseguridad para quienes continuaron sus labores y sometimiento a malos tratos, producto de fenómenos como el crecimiento del trabajo interno, son algunas de las vulneraciones que la pandemia ha dejado por herencia.
El 20 de mayo, 16 organizaciones de la sociedad civil publicaron los resultados de la primera encuesta que demuestra cuáles son las condiciones laborales y sanitarias de las trabajadoras domésticas durante la emergencia por el covid-19. Aunque aclaran que este ejercicio es exploratorio, permite evidenciar las consecuencias de la cuarentena para al menos 678 mujeres de todo el país que fueron encuestadas.
Uno de los datos más reveladores de este estudio es que al 90%, de quienes respondieron, no se les exige trabajar, pero solo la mitad seguía recibiendo algún dinero sin prestar el servicio, al menos hasta el momento del cierre de esta encuesta. Sandra Muñoz, asesora laboral del Centro de Solidaridad de la AFL — CIO, y una de las analistas de este estudio, cree que esta información, en palabras más sencillas, significa el crecimiento del desempleo en el sector.
Además, el 10% restante son las mujeres que siguen trabajando como internas o desplazándose entre sus casas y las de sus empleadores. De ellas, el 68% no cuenta con afiliación a una Entidad Prestadora de Salud (EPS), una situación que se agrava si se considera que, según las cifras del DANE, solo el 18% de las trabajadoras domésticas cuentan con Aseguradora de Riesgos Laborales (ARL) y que la informalidad laboral puede alcanzar cerca de un 77%, según datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
"No nos pagan lo justo ni nos cumplen con todas las prestaciones de ley. No podemos salir a trabajar para cubrir todos los gastos".
“El panorama no es muy alentador frente a lo que uno escucha en los testimonios. Despidos disfrazados de palabras como ‘no tengo con qué sostenerla’, ‘yo no la quiero echar’ o ‘cuando todo se organice yo la voy a volver a llamar’”, dice Claribed Palacios, presidenta de la Unión de Trabajadoras Afro del Servicio Doméstico (Utrasd).
Al menos 427 de las mujeres encuestadas dejaron sus comentarios en esta encuesta, refiriéndose a dificultades económicas y afectaciones emocionales por cuenta del desempleo o realidades como no poder cuidar de sus hijos, en el caso de quienes conservan su trabajo.
No nos pagan lo justo ni nos cumplen con todas las prestaciones de ley. No podemos salir a trabajar para cubrir todos los gastos: el pago de arriendo, alimentación y servicios públicos; a la mayoría de empleadores no les importa nuestra suerte y nuestros gobernantes no nos han tenido en cuenta en esta calamidad que vive el país y el mundo entero.
Relato de una mujer trabajadora doméstica, incluida en la encuesta digital.
Sin EPS y ARL no podrán enfrentar un posible contagio
Después de una petición que hicieron varias organizaciones sindicales del trabajo doméstico el 24 de marzo, de adoptar “las medidas necesarias para promover el pago del salario a las trabajadoras domésticas sin la prestación del servicio, así como la prohibición de despidos”, el Ministerio de Trabajo solo respondió con una serie de cuñas radiales, poniendo a disposición la línea 120 para dudas sobre derechos y recordando tanto a las trabajadoras domésticas como a sus empleadores las obligaciones laborales y la importancia del cuidado e higiene ante la pandemia. En Mutante quisimos saber si se ha puesto en marcha alguna otra medida, pero al momento de publicar este texto no nos habían respondido.
El clamor que se eleva en este momento al gobierno nacional, para que actúe frente a la situación de las más de 680.000 trabajadoras domésticas que hay en el país, se extiende a la necesidad de soluciones duraderas que le hagan frente a las múltiples problemáticas que existen en este sector desde antes de la pandemia. Según un estudio de la Escuela Nacional Sindical (ENS) del 2019, Historias tras las cortinas, el 90% de la población trabajadora doméstica está concentrada en estratos bajos: el 61% gana menos de un salario mínimo legal mensual vigente, el 77 % recibe alimentos como pago en especie y el 99 % no recibe pago por horas extras.
De acuerdo con las mujeres consultadas, ha habido avances en los que es necesario insistir, como es el caso de la sentencia de la Corte Constitucional T-237 de 2011, donde se reitera la obligación de los empleadores de cumplir con la afiliación de ellas al Sistema de Seguridad Social, o como el convenio 189 de la OIT, firmado por el Estado colombiano, que promueve el respeto y protección de los principios y derechos fundamentales en el trabajo, la libertad de asociación, la eliminación de todas las formas de trabajo forzoso u obligatorio y la abolición del trabajo infantil.
Por eso, de cara a la pandemia y a la pospandemia, ellas, en red, ya han pensado en diversas oportunidades y rutas de solución. Sandra Muñoz, quien ha estudiado el tema desde el derecho y la sociología, señala por lo menos dos: “que se reactive la mesa de seguimiento al convenio 189 de la OIT y que se implemente la iniciativa de los 50 congresistas que están pidiendo renta básica”. En resumen, que el cuidado se convierta en parte fundamental de la agenda de las políticas públicas locales y nacionales.
Salua García, cofundadora de Symplifica, una plataforma digital para la gestión del pago de salario y seguridad social de este tipo de trabajadoras, dice que hay algo más urgente que el gobierno nacional debería garantizar en las nuevas instrucciones a partir del primero de junio. “Ya han dicho que las empleadas van a estar incluidas en los sectores que pueden salir, entonces este momento podría aprovecharse para insistir en que deben tener afiliación a la EPS y a la ARL. Porque obligatorio ya es, pero la gente no cumple”.
Lo que se viene es complicado y nos necesita fuertes y paradas en la realidad. Es probable que se disminuya la mano de obra del trabajo doméstico, porque usted sabe que al pasar esto la gente va a tratar de nivelar sus economías de diferentes maneras, pues a esta altura ya algunos se han probado como cocineros, como limpiadores, como gente que hace las ocupaciones del hogar, por lo tanto será fácil prescindir de este servicio.
Claribed Palacios, presidenta de Utrasd.
El aumento del trabajo interno: un riesgo latente
— Yo estoy muy cansada, muy aburrida aquí en mi casa y seguramente usted también me va a necesitar mucho o me está necesitando mucho. Yo quiero volver a trabajar.
— Dianis, me preocupa porque no podemos hacerlo. Es un riesgo muy grande para usted y para nosotros estar yendo y viniendo todos los días y estar en transporte público. Y tampoco puedo costearle un taxi todos los días ida y venida.
— Yo sí quiero volver a trabajar. No quiero estar más aquí. Yo le propongo que voy de martes a viernes y me quedo a dormir.
Este fue el cruce de mensajes entre Ana y Diana una vez el presidente Iván Duque extendió por primera vez la cuarentena. Hace parte de un fenómeno que ven con sorpresa quienes están cerca del sector del trabajo doméstico: el aumento del trabajo interno en medio de la emergencia por el covid-19. En Mutante detectamos que era un asunto al que no se le estaba poniendo suficiente atención en medio del confinamiento, incluso quienes formularon la encuesta reconocen que no tuvieron como preverlo y medirlo. Pero, Salua García, basándose en los datos de Symplifica, asegura que “la contratación en modalidad interna ha aumentado en un 60% en estos días de confinamiento”.
Además del caso de Diana, conocimos otros relatos que reivindican la posibilidad del trabajo interno por asuntos como: vivir en mejores condiciones alimenticias y de techo. Por ejemplo, el caso de Soledad, una trabajadora doméstica a quienes sus empleadores le ofrecieron internarse porque, entre otras razones, supieron que en su casa dormía en una colchoneta. Estas historias las conocimos por los empleadores de Diana y Soledad, porque cuando quisimos hablar con ellas, nos manifestaron que preferían no hacerlo.
Sus voces contrastan con las de Melisa y su compañera Nelly, a quienes entrevistamos mientras se encerraban en alguno de los baños de la casa donde trabajan, porque, de acuerdo con su testimonio, están vigiladas por cámaras. Nelly nos susurró en una nota de voz: “me siento muy triste por estar acá encerrada. Mi compañera tiene los hijos allá en su casa, prácticamente solos. Yo tengo un niño, de tres años, que está con mi hermana en estos momentos y me dice ella que mi hijo me extraña mucho, imagínese. Uno deja de cuidar sus hijos para venirse para acá, para saber que el trato que le dan a uno no es mucho que digamos”.
El verdadero temor que manifiestan quienes, como Sandra Muñoz y Claribed Palacios, ven con desconfianza el crecimiento del trabajo interno, es la agudización de los abusos laborales. Por ejemplo, el 8 de mayo se hizo viral el caso de Edy Fonseca, la portera de un edificio al norte de Bogotá, que pasó 28 días durmiendo en un sótano y con 15.000 pesos diarios para sus tres comidas.
"Me siento muy triste por estar acá encerrada. Mi compañera tiene los hijos allá en su casa, prácticamente solos".
¿Cómo prevenir que este fenómeno, que nadie mide ni monitorea, no se traduzca en un aumento de los abusos a una población tradicionalmente explotada y violentada? Pero para García, “cada historia es tan particular que lo importante es que en cualquier de los casos se trate de un acuerdo entre la trabajadora y el empleador y que aún en esta modalidad la trabajadora tenga derecho a su día libre”. Además señala que en los casos de Symplifica es una medida que se ve de manera temporal por el contexto del confinamiento obligatorio.
Por su parte, la investigadora Muñoz cree que “cuando un empleador le pide a la trabajadora que se interne es porque hay una relación de dominación y no la está viendo como una igual con el mismo derecho, por ejemplo, de cuidar a sus hijos en cuarentena”. Y añade: “al permitirse el trabajo doméstico interno en la legislación ya es una forma de legitimidad. Así que mientras exista, muchas lo van a aceptar porque no hay nada más. Pero para la mayoría de las trabajadoras internas con las que he hablado se trata de un trabajo esclavo”.
Cuidarnos entre todos y todas ha sido el mensaje repetitivo de las campañas pedagógicas del gobierno nacional. Pero ellas, las trabajadoras domésticas, dejaron claro que no se sienten cuidadas, ni por las medidas oficiales ni por sus empleadores. De las mujeres que se quedaron trabajando, según la encuesta mencionada, el 52% dicen que lo han hecho sin ninguna garantía de protección derivada de la prestación del servicio doméstico. Ni guantes ni tapabocas, ni salario en unos casos ni la posibilidad de cuidar a sus hijos en otros: así le pagamos a las trabajadoras domésticas en medio de una pandemia.
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* Los nombres de Melissa y Nelly son ficticios. Ellas temen represalias de su empleadora.
** Ilustración por Natalia Ospina y Nicolás Duarte.