Todo es presunto

Pretelt lo mismo podría estar aplacando un bostezo, tirándose una aceituna a la boca o empleando un atomizador mentolado para mitigar el mal aliento.

por

Juan Serrano


05.05.2015

balcón III JPEG

Hay personas en la vida, como estas que aparece en la foto, predestinadas a estar juntas. Y cuando las circunstancias han forzado el encuentro, y la inevitable unión ha sucedido al fin, no puede uno más que decirse: es que no podría ser de otra manera. A la izquierda, Jorge Ignacio Pretelt, magistrado de la Corte Constitucional, criador de ganado cebú, y a quien se le investiga –entre otras felonías– por presuntamente haber pedido una coima de cuatrocientos millones de pesos a cambio de amañar una sentencia por interpuesta persona. A su lado, el inefable Abelardo de la Espriella, su apoderado. En este caso, la dupla judicial la ha propiciado la Comisión de Acusaciones de la Cámara de Representantes en la investigación que adelanta en contra del juez constitucional.

Observen la foto. Pretelt lo mismo podría estar aplacando un bostezo, tirándose una aceituna a la boca o empleando un atomizador mentolado para mitigar el mal aliento. Según el pie de foto, se trata de esto último. Se lee allí que “el magistrado Jorge Pretelt refresca su aliento en una de las pausas de la diligencia en la Comisión de Acusación”. De la Espriella, por su parte, monta otro de sus números, se pavonea, como recién salido de un probador de una tienda de Hugo Boss. Corbata nueva, pañuelo en rombo, barba impecablemente demarcada y sonrisa perenne que advierte que va a salirse con la suya.

Miren la gracia y soltura con la cual le dan la cara a la justicia. Detallen el ánimo distendido con el que estos dos señores le rinden descargos a nuestros jueces. La verdad sea dicha, no es muy común encontrar tanta risa, tanta afabilidad en los despachos judiciales. Nadie en sus cabales se suelta a reír cuando le señalan de haber pedido presuntamente –siempre el presunto, aquí todo lo es– varios cientos de millones para favorecer a una de las partes en un caso.  ¿Qué saben acaso estas dos personas que el resto no sobre cómo operan la justicia en este país para que la monten de cine en plena audiencia?  ¿Qué pasa con nuestras instituciones que ya no sólo son incapaces de administrar justicia, sino que ni siquiera pueden hacerles pasar un mal rato, meterles un sustico, a nuestros altos funcionarios del estado?

Si nos vamos a ley, Pretelt tiene motivos para la risa. Para ser francos, de estar en sus zapatos, cualquiera de nosotros actuaría exactamente como él. Investidos del fuero constitucional nos burlaríamos también de aquellas hordas de ingenuos quienes embebidos por la efervescencia de la indignación colectiva, comandados una vez más por las barras bravas de las redes sociales, atizadas en esta ocasión por los tres dueños del micrófono radial, llegaron a pedir y a soñar con su renuncia digna, o albergaban la ilusión de que esta vez sí pasaría algo.

Enceguecidos por la esperanza de que este fuera de la noche a la mañana otro país, otro Congreso, olvidaron que el juez natural del señor Pretelt es la  ‘Comisión de Absoluciones’, una “célula legislativa” que tiene el indecoroso balance de que en veintitrés años de historia no ha logrado armar un caso contra ningún alto funcionario, como si Colombia hubiera estado gobernada todo este tiempo por arcángeles finlandeses. ¿Qué justicia puede esperarse, pregunto, de una institución cuyo supuesto “banquillo de los acusados” es una cómoda silla reclinable?

El valor de esta imagen de El Espectador tomada hace cerca de un mes reside en que aunque en apariencia muestra apenas un receso cualquiera en una sesión de interrogatorio en la Comisión de Acusaciones, lo que logra en realidad es dejar al descubierto las entretelas del fuero constitucional. Y con ello confirmar nuestras sospechas de que en el fondo todo no es más que una farsa montada para cuidar las apariencias ante la encolerizada galería, pues tan pronto cae el telón, y el verdugo termina su performance,  lo que sigue es la risa. La risa y el festejo por el privilegio impagable de hacer parte del selectísimo club de colombianos –no más de unos cien, según mis cuentas-, cuyas infracciones a la ley penal no son juzgadas por un juez de la república, sino sometidas a un galimatías jurídico sin salida perfectamente engranado para garantizar de antemano la impunidad de sus beneficiarios.

Los señores de la imagen se van a salir con la suya. Ya tienen su coartada armada, o a lo mejor ya ni haga falta. Con su risa orquestal y desvergonzada intentan decirnos que por más redonda que sea la evidencia de que el magistrado Pretelt ha pervertido y malversado un mecanismo ideado para servir a los desvalidos, a los desplazados, a los enfermeros, para terciar en multimillonarios negocios sabrá dios movido con qué oscuros intereses, no vale la pena hacerse ilusiones, pues las aguas convulsas de la indignación se apaciguarán dentro de poco, y las cosas seguirán como si nada en esta desvencijada Colombia donde todo es presunto.

 

 

 

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