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Tinder, Netflix y el fin del amor

Es oficial, todas las viejas de mi colegio ya están comprometidas, o esperando bebé y yo apenas estoy asimilando el hecho de que me gradué de la universidad.

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Ilustración: María Elvira Espinosa M

– Es oficial, todas las viejas de mi colegio ya están comprometidas, o esperando bebé y yo apenas estoy asimilando el hecho de que me gradué de la universidad.

– ¿Cómo hacen? Yo no sé si me quiera casar, pero sí quiero encontrar alguien para mí.
– Fresca que ya llegará. Yo creo que si nos hemos demorado tanto en conocer a #TheOne es porque nos espera un amor increíble, y las cosas buenas toman tiempo. Lo que es para nosotras llegará en su momento, ¡te lo juro!
– ¿Y mientras tanto?
– ¿Tinder?
– Pero ahí los manes solo buscan una cosa, y  qué pereza.
– Pues mi hermano conoció a su novia por ahí… Todavía hay esperanza.

 Son tiempos difíciles para el amor.

Queremos encontrar el “vivieron felices y comieron perdices”; cualquier cosa menos que perfecta parece mediocre y no tenemos motivos para conformarnos. Pasamos más tiempo deslizando el pulgar hacia la izquierda que poniéndole atención a la persona que tenemos en frente. Estamos siempre alertas, como centinelas en una muralla, a lo mejor que esté por venir: Tenemos el último celular, la última actualización, la pinta con lo último de la nueva colección, cada día amanece con más de 1.000 apps nuevos que resolverán hasta los problemas que todavía no sabíamos que tenemos. Las posibilidades son infinitas en la vida, y ahora también en el amor. Queremos que nuestra pareja cumpla con nuestra lista de requisitos precisa, y si les falta algo, hemos hecho suficientes proyectos de Pinterest como para saber que todo siempre puede ser mejor. Y si no funciona, no nos preocupamos porque tenemos millones de posibilidades al alcance de nuestros dedos, literalmente.

Con Disney aprendimos sobre nuestro derecho fundamental a ser felices y despedirnos de nuestras tribulaciones sobre un caballo galopante que nos llevará hacia un horizonte que brilla con todos los colores del arco iris. Por eso, nos lanzamos sin temor a los abismos de la escena romántica contemporánea, con el deseo de sentirnos amados, necesitados incluso, así sea por una foto de perfil de unos abdominales descabezados que nos tratan como reinas (¿cierto, mi reinita?).

Queremos el premio pero no pagar el precio.

Entregarlo todo esta noche, pero si amanece, tomar las cosas con calma, sin etiquetas ni compromisos innecesarios. Buscamos a quien nos acepte con todos nuestros defectos, al que no le importe nuestro mal genio ni la cicatriz que tenemos en la barriga. Pero esa nariz levemente torcida, las entradas que ya le empiezan a aparecer o esos dos kilitos de más nos hacen pensar en los otros 25 que tenemos haciendo fila cibernética, esperándonos.

Queremos contacto pero no una conexión.

Cuando finalmente nos invitan a salir, nos hacemos los indiferentes, “relajados”, somos frescos como un pepino, no mostramos el mínimo atisbo de ilusión, vamos con lo que venga. La cita se acaba y pasamos los siguientes 3 días esperando la respuesta que nos dé una pista de qué significó todo lo que acabó de pasar:

¿Fuimos a comer al mejor sitio de Bogotá y no quiso dividir la cuenta? – ¿Me  ama o acabo de salir con un traqueto?

¿Fuimos a cine y después me invitó a su casa, pero no pasó nada? – ¿Me respeta y piensa que soy la futura madre de sus hijos, o es gay?

Luego, el extenuante proceso de especulación –que incluirá casi interminables sesiones pseudo-psiquiátricas con los amigos más cercanos, cantidades casi tóxicas del trago de preferencia y consultas a todo tipo de gurús románticos del círculo social cercano-. Este ocurrirá en paralelo con una ardua labor de stalkeo o acoso secreto en las redes, que nos revelará los secretos más íntimos que el sujeto en cuestión no sabía que había expuesto al ojo público. Sus primeras vacaciones en Tolú cuando apenas tenía unos meses de nacido y su mamá lucía su feroz melena ochentera; su adolescencia fiestera pero medio darks que culminó en una etapa más techno/tropi-pop con pelo de Justin Bieber; la vez que fue a Italia con su familia y luego cómo terminó el euro-tour con los amigos del colegio; sus logros profesionales -a los que tendremos acceso gracias al tiempo libre (o la obsesión) que nos permite abrir un perfil falso de LinkedIn-; por quién votó las elecciones pasadas, si es amigo o enemigo de la paz; cuánto tiempo le duró la vocación social en Un Techo para mi País; cuando probó el escargot y cómo esto le cambió la vida; qué su papá trabajó en la misma empresa del tío de nuestro mejor amigo (primera señal de todo lo que tenemos en común); por qué terminó con la novia (porque vimos que la mejor amiga hizo un comentario que hacía referencia a los motivos de su desamor en ese post abstracto de un paisaje triste que puso hace 96 semanas en Instagram); y exactamente cuántas pecas tiene en la frente.

Luego, cuando nos vuelva a hablar, esperaremos al menos 1 ó 2 horas antes de entrar a Whatsapp, o por qué no, lo dejaremos en visto por al menos un día antes de dar nuestro sí definitivo al siguiente encuentro. Después, entenderemos la importancia de llenar el Sudoku de los domingos, para tener una mente aguda que nos permita recordar qué nos ha contado él y qué sabemos por haber llegado a su primer tweet en el 2009, y nunca estará de más una clasecita de teatro para actuar sorprendidas y llenas de dolor cuando nos cuente del día que se murió la perrita que tuvo desde chiquito (el 25 de mayo de 2014, porque el 26 subió la foto contando que había sido ayer).

¿Me respeta y piensa que soy la futura madre de sus hijos, o es gay?

Y si este amor no funciona, volvemos a Tinder, o Bumble, o Happn, ajustamos distancia y rango de edad (porque tal vez el amor de nuestra vida tiene 36 y no 35 como habíamos puesto de tope, y puede vivir en una casa finca divina en Chía y no en Chapinero como nosotros, (Ch+Ch: más señales). Nos acordamos del consejo ebrio que nos dio esa amiga loca pero que siempre tiene novio: “En el perfil hay que mostrar rango con las fotos: La primera foto debe verse churra, pero tierna, pero sexy; luego hay que poner una de fiesta para que sepan que uno se divierte, otra haciendo bungee jumping, escalando, o al menos en bicicleta para mostrarse aventurera, otra con amigas para hacerles saber que se es una niña de bien y juiciosa, y como plus una frente a la Torre Eiffel, el Big Ben, la estatua de la libertad o la ópera de Sidney para que vean que están tratando con una persona de mundo. Con todo listo, vendrán las horas y horas (en la cama, en el transmilenio, en el taxi, en las fiestas aburridas, en el baño…) deslizando a la izquierda con el ocasional milagro de derecha.

“Ok… ¿qué pasó con la gente churra?”

Porque aunque nuestro sueño es encontrar un tipo honesto, cariñoso, inteligente, chistoso, romántico, generoso… No le daremos un solo like al gafufo despelucado, al gordito chévere con cara de intelectual, ni al bajito amiguero que no distinguimos en las primeras 3 fotos en grupo que puso, porque todavía caemos en el error platónico de confundir belleza con bondad.

Luego viene el  “Netflix and chill” o la “peliculiada” como la llaman (muy) vulgarmente. ¿Y es que cómo nos vamos a comprometer con alguien sin estar seguros de que sus gustos en series y películas sean los mismos que los nuestros? ¿Será que se queda dormido en 2001: Una odisea del espacio? ¿O me va a juzgar por haberme memorizado todos los diálogos de The Perks of Being a Wallflower? ¿Y si le gusta hablar durante las películas? ¿Le gustará Game of Thrones? ¿O será de esos obsesivos que se dio cuenta que volvieron a poner Winterfell en el mapa la primera vez que vio el capítulo? ¿Se dio cuenta que no era *solo* plan de ver películas? ¿O de verdad nos vamos a terminar de ver Avatar por enésima vez?

Vivimos llenos de miedo a mostrar cualquier cosa genuina, así que tomamos por refugio la total indiferencia y vemos en ese mar de posibilidades, una salida a todos los problemas. Si alguien nos hiere, preferimos twitear 140 caracteres pasivos-agresivos que probablemente esa persona jamás leerá, que confrontar nuestro dolor y  su fuente. Si nos gusta alguien, optamos por hacernos notar lo suficiente por ellos, pero jamás confesar el tsunami que sentimos en la barriga cuando lo vemos desprevenido fumándose un cigarrillo a la entrada de la universidad. Todo lo que hacemos está fríamente calculado para que parezca totalmente espontáneo y lo suficientemente apático. Y luego nos preguntamos ¿por qué no podemos encontrar algo verdadero?

 

[Disclaimer: Sé que hay relaciones exitosas que han salido de Tinder, pero para efectos dramáticos las ignoraré (además, ¿quién quiere decir que conoció al amor de su vida en Tinder una tarde lluviosa entreteniéndose en el inodoro? #nouwayjosey )]

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