El corto Solo te puedo mostrar el color (Fernando Vílchez Rodríguez, 2014) gira en torno a la llaga del Baguazo en la memoria visual y el inconsciente óptico de la violencia en América Latina.
por
Camilo Falla
22.05.2020
Una semana antes de la aparición de esta reseña sobre un cortometraje peruano, se ordena la militarización de la Amazonía. Dentro de dos semanas, el 5 de junio, se cumplirán once años del “Baguazo”: un violento enfrentamiento entre indígenas Awajún y fuerzas estatales en la Amazonía peruana en medio de protestas en torno al abuso de recursos en territorios indígenas. El corto Solo te puedo mostrar el color (Fernando Vílchez Rodríguez, 2014) gira en torno a la llaga del Baguazo en la memoria visual y el inconsciente óptico de la violencia en América Latina. Aunque en nuestro caso actual la militarización se ordena, aparentemente, en respuesta a los contagios en parte derivados por tránsitos interfronterizos, no dejan de estar conectados a las violencias que indígenas y campesinos han sufrido en la defensa de sus territorios. Tampoco están desconectadas de las imágenes que nos han dejado, y continúan dejando, esas violencias.
Las imágenes iniciales del corto de Fernando Vílchez podrían hacernos sentir como espectadores de un anuncio comercial: un carro recorriendo una autopista entre frondosos árboles con música festiva. A medida que el corto avanza, esa imagen es reemplazada por jóvenes indígenas experimentando con cámaras de video, voces amplificadas por megáfonos entre los ruidos y la oscuridad de la selva, material de archivo de las manifestaciones awajún en el 2009, videos caseros con sirenas de emergencia, tomas de las nubes en el cielo, tomas de helicópteros en el cielo. La coherencia a la que apunta el montaje de Solo te puedo mostrar el color no es la de la narrativa documental: su montaje está a medio camino entre el videodiario de un taller con indígenas y el noticiero. Al interior de los fragmentos de un videodiario del taller, se abren paso violentamente flahsbacks de uniformados y policías caminando hacia manifestantes, del presidente de turno defendiendo el extractivismo con argumentos monoteístas en contra del panteísmo “primitivo”, de cadáveres acostados. Todo se nos presenta como si el montaje violento de un telenoticiero fuera el ruido de fondo que se impone contra la búsqueda íntima de otra forma de visualidad que resalta la espiritualidad y la trascendencia del paisaje. Irónicamente, nos quedamos con la sensación de que la escena inicial del auto era el comercial alegre que precede las novedades violentas del día, con sus conteos de muertos y de crisis políticas.
Parte de la genialidad en el corto de Vílchez consiste en lo familiarizado que está con la mirada de los espectadores a los que se dirige: en muchos sentidos, se trata de un ojo atrofiado por estar sobreexpuesto a una saturación de imágenes violentas cuya circulación y exhibición es excesiva y a menudo banalizada. El efecto de esta saturación nos es bien conocido: produce la anestesia y el enmudecimiento. Lo que advertía Walter Benjamin en 1938 a propósito de los periódicos se adapta preocupantemente bien a los noticieros: “Si la prensa se hubiese propuesto que el lector haga suyas las informaciones como parte de su propia experiencia, conseguiría su objetivo. Pero su intención es la inversa y desde luego la consigue” (1972, 127). Según Benjamín, el verdadero objetivo de los formatos mediáticos es hacer que la experiencia del lector sea “impermeable” a los acontecimientos de las noticias mediante una forma específica de presentarlos: “curiosidad, brevedad, fácil comprensión y sobre todo la desconexión de las noticias entre sí” (Ibíd.). Ante este corto, nos encontramos bombardeados por cadáveres, postales paisajísticas, armas, entrevistas, niños jugando; pero a diferencia de lo que ocurre a las 12:30p.m. o a las 7:00p.m., estas imágenes nos interpelan y nos exigen desacostumbrarnos a la violencia de esa vecindad de unas cosas junto a otras.
A lo largo del cortometraje, las personas en el material de archivo a menudo se nos presentan como un punto intermedio entre sujetos y cadáveres: son cuerpos, en ocasiones cubiertos por una manta, en ocasiones preguntando por sus compañeros mientras deliran a causa del dolor, en ocasiones empuñando una lanza o un fusil, gritando una consigna, señalando imprecisamente un helicóptero en el cielo o manchas de sangre en la tierra. Sus testimonios son inconexos e incompletos, interrumpidos precipitadamente para dar paso al siguiente testimonio: “El gobierno quiere meter empresas mineras, petroleras para contamin-… Realmente es una vergüenza vivir en nuestro país, llamado Pe-…“. Todo esto resalta el hecho de que el cortometraje adopta en cierta medida la forma de lo que está representando: la violencia tanto del enfrentamiento cuerpo a cuerpo, como imagen a imagen.
En cierta medida, el corto recuerda un cuento de Borges, “El espejo y la máscara”. En él, un rey irlandés le ordena tres veces a un poeta una composición sobre una guerra en la que ha salido victorioso. La primera vez, el poema es una obra maestra del academicismo y la tradición. Pero en cada ocasión, el poeta deforma cada vez más el lenguaje, y su obra misma tiende hacia el abismo de la indistinción y violencia hasta el punto en que “no era una descripción de la batalla, era la batalla” (2005, 100). Se nos dice que en el segundo poema: “Un sustantivo singular podía regir un verbo plural. Las preposiciones eran ajenas a las normas comunes. La aspereza alternaba con la dulzura. Las metáforas eran arbitrarias o así lo parecían” (Ibíd.). En un ejercicio similar, la sintaxis de Solo te puedo mostrar el color tiende hacia lo inexpresable de la violencia. Su incoherencia pone de manifiesta la relación entre la inconexión de cuerpos en el enfrentamiento y la inconexión de imágenes en las que estos se nos han presentado. Al hacerlo, obliga a nuestros ojos atrofiados a reaccionar aunque sea torpemente, como saliendo brevemente del estado shock. En ese esfuerzo, sería una injusticia demandar coherencia, explicación rigurosa, seguridad en la voz o firmeza en una cámara que tiembla y una mano que tantea mientras examina su propio inconsciente visual. La experiencia de la violencia ya no es comunicable, no se nos puede “explicar” como siguen creyendo algunos reporteros. A veces, solo puede señalarse imprecisamente lo que muestra el corto de Vílchez: su color.
Referencias
Benjamin, W. 1972. “Sobre algunos temas en Baudelaire”. En: Iluminaciones II. Madrid: Taurus.
Borges, J. L. 2005. “El espejo y la máscara”. En: El libro de arena. Buenos Aires: Emecé Editores.