Sin el cuento de las mujeres la Historia no está completa
Está disponible la Biblioteca de Escritoras Colombianas, un proyecto del Ministerio de Cultura que rescata el trabajo de autoras representativas en la literatura nacional, desde la Colonia hasta la primera mitad del siglo XX. Hablamos con el grupo de edición que invita a leerlas sin condescendencia.
Uno de los libros más iluminadores de la Biblioteca de Escritoras Colombianas es, al menos para la poeta Camila Charry, la ‘Autobiografía de una uña’ de Emilia Pardo Umaña (1907-1961), llamada la “pionera del periodismo femenino en Colombia”.
“Muchos de los textos que incluye su libro estaban desperdigados en diferentes partes y Natalia Mejía Echeverry, investigadora de literatura del Ministerio de Cultura, lo que hizo fue rastrearlos y armar un libro nuevo”, cuenta Charry.
‘Autobiografía de una uña’ es uno de los 18 títulos que hacen parte de la colección que entró en circulación nacional, este año, tras un esfuerzo por rescatar la literatura escrita por mujeres en el país. Es el resultado de una búsqueda que consideró el trabajo de 500 prosistas, poetas y dramaturgas ignoradas en 200 años de historia y que, con cada uno de los 18 títulos, pone la mirada sobre una mujer notable cuyo nombre es desconocido para el canon literario.
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El canon literario nacional está protagonizado por hombres. Los derechos enredados, manuscritos en manos equivocadas y una delegación misógina de la cultura son las posibles causas de este fenómeno.
Emilia Pardo Umaña, por ejemplo, es considerada la primera mujer periodista profesional del país y, en sus 30 años de carrera profesional, contribuyó a que el oficio adquiriera otro nivel que más tarde cobraría relevancia. “Es la apuesta por un periodismo fresco que, sin embargo, es crítico, con humor y que está atado a una mirada desprovista de ese rigor con el que a veces juzgamos la prensa”, dice Charry. Aparte del carácter de Pardo Umaña, que según Natalia Mejía Echeverry cabe en lo mordaz y auténtico, la periodista fue una fuente de transgresión —era una de las pocas mujeres de su época que manejaba un carro— y de creatividad. Umaña se inventó un personaje y durante mucho tiempo escribió dos columnas en El Espectador, en una firmaba ella y en otra con un seudónimo con el que respondía cartas de amor.
“En su libro, como en toda la colección, intentamos captar una muestra de ese gran oficio que es el periodismo —porque la suya fue una carrera muy larga y muy versátil—, pero también quedó registro de los distintos géneros que abordó casi hasta morir. Era una excelentísima pluma que no solo incursionó en las columnas de opinión, también escribió otros relatos más narrativos, como cuentos”, explica Mejía Echeverry.
Como Pardo Umaña, más de una decena de autoras hacen parte de esta publicación liderada por el Ministerio de Cultura que contó con la coordinación editorial de Pilar Quintana, Premio Alafaguara de Novela en 2018. Todos los libros están disponibles en anaqueles de bibliotecas públicas de Colombia y siete se pueden descargar gratuitamente. Además, 11 de los títulos están expuestos en vitrinas de librerías tradicionales e independientes para la venta.
Los volúmenes se suman a otras compilaciones como la Biblioteca Básica de los pueblos indígenas de Colombia y a la Biblioteca de Literatura Afrocolombiana, que recuperan producciones tan marginadas como las voces de las mujeres en la literatura —aunque el fenómeno se extiende al arte y a distintos campos del conocimiento—.
El diseño y la diagramación de la colección estuvo a cargo de Tragaluz editores. De la producción se ocupó Laguna Libros y el comité asesor estuvo conformado por 14 mujeres y dos hombres, del que hicieron parte profesionales como Adriana Villegas Botero, Amalia de Pombo Espeche, Gloria Susana Esquivel o Margarita Valencia, entre otras. En Cerosetenta hablamos con Camila Charry Noriega y Natalia Mejía Echeverry, quienes hicieron parte de ese comité, y más específicamente del grupo de asistencia editorial. Estos son los hallazgos más atractivos del trabajo que resultó en esta publicación.
Una colección invisible que ahora se revela
El filtro de selección contó con una serie de acciones afirmativas para que la biblioteca fuera, ante todo, diversa. Hay autoras de todas las regiones del país, de San Andrés y Providencia, de la región nororiental, de la región suroccidental, del Eje Cafetero, del Pacífico y del Caribe. Asimismo, las escritoras son de perfiles muy variados. Según dice Mejía Echeverry, hay amas de casa, profesionales, religiosas, laicas, con condiciones especiales, privilegiadas, excluidas, etc.
La labor empezó en 2020 cuando ella junto a Camila Charry y Maria Antonia León —el grupo editorial del proyecto— consultaron el material disponible en programas académicos de escuelas de formación en escritura, en librerías, en editoriales, en reseñas y en archivos de prensa. Como era de esperarse, encontraron que el material era mayoritariamente firmado por hombres. “Si bien desde la Colonia hasta el siglo XX hubo mujeres que estudiaron bastante —y muchas de las veladas de los públicos estudiantiles [de literatura] eran mayoritariamente mujeres—, a la hora de publicar se invirtió la preponderancia de género”, dice Mejía Echeverry.
El primer paso, entonces, fue reconocer esa desigualdad, una idea promovida por la escritora Pilar Quintana quien, auspiciada por MinCultura en gestión y recursos, invitó a un comité asesor a contribuir en la tarea. Camila Charry, por ejemplo, tuvo a cargo escoger entre un montón de poetas, particularmente contemporáneas, que merecían ser publicadas y no lo estaban o lo estaban parcialmente.
“Nos pidieron enviar una lista con quienes considerábamos relevantes y encontré casi 250 poetas”, dice Charry. El trabajo, en adelante, fue más de organizar y leer antologías. Esto tras decantar la selección en una serie de reuniones, de debates, de discusiones y de formatos como planillas, cuando llegaron al común acuerdo de publicar a quienes publicaron. Cada una de las tres mujeres que conformaron el grupo editorial tenía una lista con más de 200 propuestas, es decir, al final sumaban alrededor de 500 nombres de escritoras de todos los géneros ignoradas, censuradas o subestimadas. Esta colección destaca entonces su trabajo en géneros como la crónica, el cuento, la novela o la poesía que, por ocuparse de campos y temas tradicionalmente asignados a los hombres, fueron opacadas por otros textos históricamente asociados a lo femenino como los diarios de campo sobre labores domésticas.
Un ejemplo de eso es otro de los libros que hacen parte de la Biblioteca: ‘Déjennos tranquilas’, de Sofía Ospina de Navarro (1892-1974), una matrona activa en la vida social y cívica de Medellín que escribió para la prensa más importante del país por más de cinco décadas. “Fue precisamente una de las mujeres que primero publicó un libro de cocina —que sigue siendo su libro más célebre— y después otros. Sin embargo, no se conoce tanto su faceta como dramaturga, cuentista o hasta de narradora, como sí se conoce su lado de anfitriona en la mesa”, explica Mejía Echeverry. “Fue una mujer con mucho sentido del humor que abogó por los derechos, que vivió el momento del primer voto de las mujeres en Colombia y que acompañaba con sus opiniones estas revoluciones”.
Una colección que muestra las limitaciones históricas
A pesar de que Ospina de Navarro fue conservadora, tanto como Emilia Pardo Umaña, ambas eran profundamente liberales en lo que hacían y decían en su época, según explican las asistentes editoriales. Sin embargo, ni los privilegios de haber nacido en familias con recursos y apellidos grandes —que les permitieron estudiar, escribir y publicar— ni la contundencia y transgresión de su obra, pudieron garantizar a estas mujeres un lugar en la historia de la literatura colombiana.
Por ejemplo, Soledad Acosta de Samper o Maria Mercedes Carranza, otras de las mujeres publicadas en esta Biblioteca, que no son precisamente poco mentadas y sobre las dos es bien sabido que su reconocimiento tiene que ver con sus privilegios y costumbres, esto sin negar su talento. Sin embargo, hay derechos como la educación que, en un país como Colombia donde es limitada, empiezan a considerarse exclusivos para la clase alta y pasan de ser derechos a concesiones.
“Muchas de ellas [fueron] incómodas, claro, porque se manifestaron sobre temas como política que los hombres, quienes manejaban el circuito editorial, la reproducción en revistas, las publicaciones, no querían oír. Entonces se les desconocía sistemáticamente”, asegura Camila Charry.
La poeta agrega que, además de rescatar y traer de vuelta a las y los lectores esas voces olvidadas, esta colección también ofrece un panorama amplio sobre las formas en que ser mujer se ha entendido en la historia social colombiana y cómo esas formas han condicionado las posibilidades de las escritoras. Pese a que Pilar Quintana quería que la colección la inaugurara una cronista de indias, por ejemplo, en su lugar lo hace el libro de la autobiografía de Francisca Josefa de Castillo (1671-1742, Tunja), monja clarisa de origen español que inaugura el canon de la literatura de mujeres en el país. La razón es que entonces ninguna mujer sabía leer y escribir, no lo tenía permitido y únicamente las madres en los conventos eran quienes podían hacerlo. “Ahí los condicionamientos históricos eran más fuertes que nuestro deseo”, dice Natalia Mejía E. quien cuenta además que cuando las monjas escribían, era por orden de sus confesores. “Era solo una forma que tenían ellos de vigilarlas, de medir qué tan locas o cuerdas estaban, ¿no?”, exclama la investigadora.
Tanto Natalia Mejía E. como Camila Charry tienen la certeza de que muchas de las mujeres que escribieron más adelante, para poder hacerlo, tenían que contar con el permiso de su cónyuge. “El marido tenía que escribir una carta que decía: mi cónyuge es una buena mujer y una buena ama de casa. Cumple con sus deberes y por eso yo la dejo escribir”, cuenta Mejía E. “Como quien dice, le permito que haga eso pese a estar mal visto”.
El grupo de asistencia editorial quiso ser sobre todo fiel a las condiciones que las mujeres tuvieron que atravesar para ser escritoras y en cada uno de los prólogos dan cuenta de ello también. “La tarea de elegir cuidadosamente una autora para cada título, una prologuista que fuera conocedora y experta y nos introdujera en el contexto de quién fue cada mujer, no fue una tarea menor”, explica Natalia Mejía E. “¿En dónde se sitúa este libro política y teóricamente? ¿Qué pasaba en el país mientras ella lo escribía?, ambas preguntas relevantes sin las cuales no pueden entenderse los textos y por eso cada prólogo se concibió con cuidado”.
Una colección que da cuenta de un país diverso
La elección de las 18 autoras no podía ser una decisión caprichosa o subjetiva y sobre todo debía incluir un espectro amplio de mujeres que diera cuenta de la diversidad de quienes han habitado el territorio. Por eso convocaron a académicas, libreras, escritoras, gestoras de la cultura y mujeres conocedoras de la cadena del libro que también alimentaron el criterio de selección. Así surgió la propuesta —de parte de una experta que introdujo a la autora sin dudar su pertinencia— de incluir en la colección a Teresa Martínez de Varela, procedente del Chocó; o a la poeta Berichá, cuya exclusión no solo tiene que ver con ser mujer y con ser indígena, también con el hecho de ser una persona con capacidades especiales. Berichá fue sugerida por la experta en literatura indígena que afirmó que su nombre no podía faltar en la colección. “Ni siquiera se puede considerar que todas las autoras publicadas tengan obra como tal. Lo que escribieron en algún momento o lo que quedó en algún registro de ellas es lo que sale al rescate”, explica Mejía Echeverry.
Bericha, por ejemplo, escribió en español pero su lengua es el U´wa. “Nos encontramos con una serie de palabras que pertenecen a su etnia, que son comprendidas por su nación, pero que resultan muy desconocidas”, cuenta Camila Charry. “Por eso, también construimos glosarios muy iluminadores a la hora de leer y entender cómo se construye esta realidad que a nosotros nos resulta tan ajena siempre”.
La Biblioteca de Mujeres Colombianas, que se extiende hasta la primera mitad del siglo XX, también da cuenta de los cambios en el manejo de la lengua española desde la Colonia hasta ese momento y, en ese sentido, es un recorrido por la historia de nuestra propia comunicación a través de la literatura y expresada por las mujeres.
“No es solamente ponerlas en un contexto, es una invitación a entender la literatura de manera más amplia. Desde Josefa del Castillo hasta Amalia Lú Posso Figueroa confluyen todos los géneros que, a su vez, están entrelazados con un estilo muy personal con manejos del lenguaje distintos”, dice Mejía Echeverry. “El uso del español era tan raro y las palabras tan desconocidas en la Colonia que en la misma transformación del español también reposa un valor y por eso es importante traerlo de vuelta”.
Natalia Mejía Echeverry, por su parte, editó ‘La m de las moscas’ de Helena Araújo, una cuentista contemporánea que murió en 2015 y de quien, según dice, se puede admirar el alto nivel lingüístico. “Su libro incluye un glosario muy grueso, de más de 150 palabras aproximadamente, realmente son un gran hallazgo para quien la lea con cuidado”.
Una colección para leer sin condescendencia
Hay varias capas de opacidad sobre la producción literaria femenina. En las academias también echan pátinas de olvido sobre las autoras y desde la docencia hay un sesgo por impartir un canon estático que se vence u oxida. La historia y las fuentes de las que se alimentan no son rígidas y parte de la vocación de esta publicación tiene que ver con el deseo de revisar y actualizar lo que se ha curado y enseñado. Por eso, el trabajo de este año, aseguran Mejía y Charry, ha consistido en llevar a las bibliotecas municipales esta colección y darlas a conocer local y regionalmente.
“Estamos en conversatorios y talleres pedagógicos en el país para que lxs profesorxs de escritura creativa, lxs profesorxs de literatura y todxs quienes son afines, compartan este universo de lectura y escritura y puedan incluir en sus programas a estas escritoras”, dice Charry. Para ella uno de los grandes problemas a los que se han enfrentado es, llanamente, el desconocimiento tremendo de que existen escritoras. “Como venimos de una formación en donde a nosotras, por ejemplo, no nos enseñaron a escritoras colombianas, eso se vuelve difícil de permear por la desidia en la sociedad. —Bueno, sí, puede que haya escritoras, pero para incluirlas en el pénsum me toca leerme los libros, hacer análisis, sustraer temas, encontrar ejercicios… Paso. Ahora se consiguen impresas, no hay excusa”, asegura.
Poder cambiar esa estructura y prejuicios de cómo se enseña la literatura en Colombia a través de esta biblioteca es un aporte contundente, cree Charry, porque sirve para transformar no solo la educación de las generaciones que vienen sino sus propias posibilidades de acceso. La invitación es que la gente las lea sin condescendencia.
“No queremos que las busquen porque son mujeres, sino porque es literatura de muy buena calidad”, dice Charry. “A nosotras nos han preguntado siempre: de qué escriben las mujeres, cuál es el tema central de la biblioteca, etc. Y siempre decimos: las mujeres escribimos de lo que se escribe, de todo. Pero sin nuestras voces la Historia no está completa”.
Los dieciocho títulos son:
‘Mido mi cuarta y me paro en ella’, cuentos de Amalialú Posso Figueroa, con prólogo de Velia Vidal.
‘La mujer que sabía demasiado’, novela de Silvia Galvis, con prólogo de Luz Mary Giraldo.
‘Oficio de vivir’, poesía de María Mercedes Carranza, con prólogo y compilación de su hija Melibea.
‘Tengo los pies en la cabeza’, novela de Berichá (Esperanza Aguablanca), con prólogo de Adriana Campos Umbarila.
‘Dos veces Alicia’, novela de Albalucía Ángel, con prólogo de Alejandra Jaramillo Morales e Ivonne Alonso Mondragón.
‘Sail Ahoy!!! ¡Vela a la vista!’, novela de Hazel Robinson Abrahams, con prólogo de Adriana Rosas.
‘La m de las moscas’, cuentos de Helena Araújo, con prólogo de Natalia Mejía E.
‘Mi capitán Fabián Sicachá’, novela de Flor Romero de Nohra, con prólogo de Aleyda Gutiérrez Mavesoy.
‘El nombre de antes’, poesía de Maruja Vieira, con prólogo de Adriana Villegas Botero.
‘Ninguna voz repetirá la mía’, poesía de Meira Delmar, con prólogo de María Antonia León.
‘Acá empieza el fuego’ de la poeta Emilia Ayarza, con prólogo de Camila Charry Noriega.
‘Ángela y el diablo’, cuentos de Elisa Mújica, con prólogo de Lina Alonso Castillo.
‘Mi Cristo negro’, novela de Teresa Martínez de Varela, con prólogo de Yijhan Rentería Salazar.
‘Autobiografía de una uña’, columnas de Emilia Pardo Umaña, con prólogo de Rosario del Castillo.
‘Los hijos de ella’, obra de teatro de Amira de la Rosa, con prólogo de Patricia Ariza.
‘Déjennos tranquilas’, textos periodísticos de Sofía Ospina de Navarro, con prólogo de Paloma Pérez Sastre.
‘Una holandesa en América’, novela de Soledad Acosta de Samper, con prólogo de Carolina Alzate.
‘Su vida’, autobiografía de Francisca Josefa de Castillo, con prólogo de Ángela Inés Robledo.