¿Dónde están las escritoras colombianas?

El canon literario nacional está protagonizado por hombres. Los derechos enredados, manuscritos en manos equivocadas y una delegación misógina de la cultura son las posibles causas de este fenómeno.

En septiembre de 2018 se estrenó la Feria Internacional del Libro de Barranquilla. Hubo polémica. Ocurrió el viernes 21 de septiembre en un evento en el que Mauricio Vargas y Plinio Apuleyo Mendoza debían hablar sobre la obra y legado de la escritora barranquillera Marvel Moreno.

Probablemente no eran los indicados. Mientras Apuleyo, exmarido de la escritora, hablaba de anécdotas personales que vivió a su lado, y en la que poco o nada se habló de literatura, un grupo de mujeres caminaron hasta estar frente al público y, paradas en fila, dieron la espalda a los ponentes.

Se trataba del Colectivo Amazonas. En su ropa blanca estaba escrito un mensaje que para muchos fue claro: “Es el tiempo de las Amazonas”. Apuleyo y Vargas, como si nada ocurriera, siguieron hablando sobre el escenario. Fue un performance pacífico que se había planeado hacía una semana: “una buena amiga y colega me llamó para decirme que había estado hablando con otras mujeres que, al igual que yo, se sentían ofendidas con la invitación que le hacían a Apuleyo para hablar del legado literario de Moreno”, le dijo Luz Karime Santodomingo, una de las organizadoras, a la revista Arcadia.

Según ella, los objetivos eran dos: protestar por el hecho de que justo Plinio Apuleyo, a quien se acusa de haber “impedido la publicación de la última novela de Moreno, El tiempo de las amazonas” fuera el invitado para hablar del legado de la autora. Y, segundo, que los encargados para discutir sobre En diciembre llegaban las brisas fueran dos hombres que, en efecto, dejaron de lado su obra y se dedicaron a lo anecdótico. En el evento, mientras Plinio le relataba a Vargas cómo fueron arrojadas las cenizas de Moreno al río Sena, un hombre vestido de blanco, con el pelo recogido, irrumpió la escena, tomó el micrófono y entonó su profundo desacuerdo con lo que ocurría: “¿Cuál es el sentido de rebajarla para negar su obra y por qué se prestan para esto?”.

Al final, Daniela Pabón, una de las mujeres que habían hecho el performance, lanzó una pregunta fulminante: “¿Cómo la presentación de hoy nos dejó conocer el legado de Marvel Moreno como escritora? O sea, ¿cuál es el valor de la obra literaria de Marvel Moreno si estamos hablando de cómo ‘se la levantó Plinio cuando era ‘pelá’?”.

Al bajar del escenario, el periódico El Heraldo abordó a Plinio Apuleyo Mendoza, quien citó a Carla, hija de Marvel, para explicar lo que pensaba sobre El tiempo de las amazonas: “Me dijo, mi pobre mamá (Marvel), enferma como estaba, a punto de morir, ese libro realmente no es bueno (sic)”.  

“La verdadera razón para no publicar ese libro póstumo fueron sus deficiencias narrativas, propias de su triste condición de enferma terminal”. Así es como Mendoza lo sigue explicando. Hace las de comisionado porque ‘la institucionalidad’ no deja de otorgarle ese rol a pesar de no haber heredado los derechos de la obra de Moreno. Así lo piensan editoras y críticas académicas y confirman que el obstáculo más grande para la literatura femenina nacional ha sido la segregación hacia su género y su oficio: uno pueril a falta de ser viril.

El caso de Marvel Moreno funciona para entender un fenómeno histórico en Colombia que no ha sido conveniente para las mujeres escritoras: han estado relegadas por una institución cultural excluyente sumado al agravante del machismo: o sea, un doble veto. En el caso de la barranquillera, fue ella antes de morir quien nombró como encargados literarios a Fabio Rodríguez-Amaya, pintor y escritor bogotano (1950) nacionalizado en Italia y a Jacques Gilard, crítico literario francés (1943 – 2008) que trabajó también con las obras de Gabriel García Márquez y de Álvaro Cepeda Samudio. Ellos estuvieron al frente de las ediciones teniendo en cuenta parte del material manuscrito que Moreno dejó, así como las correcciones que hizo sobre sus propias ediciones ya publicadas. Fue un trabajo muy arduo para ellos, según cuenta María del Rosario Aguilar, la entonces editora de Norma (desde 1999 a 2008) quien, con ambos, se encargó de la edición de un primer libro con los cuentos completos de la autora, publicado en 2001. La idea era hacer lo mismo con las novelas.

El contrato con Norma ya estaba firmado por las hijas, herederas de los derechos junto a su segundo cónyuge Jacques Fourrier. Pero de repente decidieron no seguir adelante con la negociación y el convenio expiró. Aguilar pasó a ser la editora de la colección de ensayo en Norma. Ya sin intervención de Rodríguez-Amaya y Gilard aparece la primera novela en esta editorial: En diciembre llegaban las brisas (2001). “Se publicó a partir de la edición que Plinio Apuleyo Mendoza decía que era la correcta (basada en la de Plaza & Janés, febrero de 1987) a pesar de que Marvel había dicho varias veces a Rodríguez-Amaya que tenía unas erratas que había que corregir así como que le habían quitado varios apartes que eran importantes”. Las hijas y Apuleyo dijeron que Marvel jamás lo había dicho y que, por tanto, no era necesario rectificación. “Lo más trágico fue que aprovecharon el momento para sacar del paquete de publicación acordado El tiempo de las amazonas”, agrega Aguilar.  

Adriana Martínez, actual editora de los sellos Alfaguara y Lumen en Penguin Random House Colombia, considera que hay muy pocas mujeres escritoras de obra póstuma por lo que encontrar casos semejantes a los de Marvel, en lo que a derechos de autor respecta, es complejo: “Los derechos de la escritora Elisa Mújica (Bucaramanga, 1918 – 2003) que nunca tuvo hijos, por ejemplo, pasaron a ser de una sobrina que murió y hoy en día son de los hijos de esa sobrina; en el caso de la poeta María Mercedes Carranza es su hija quien tiene los derechos. Pero no pasa con muchas otras mujeres”.

Su labor intelectual tenía que contar con el aval, casi siempre, de un esposo. En un prólogo estos tenían que aclarar: “es buena esposa a pesar de que escribe, la obra tiene sus defectos a pesar de su esfuerzo”.

El expediente de Elisa Mújica, autora de más de seis ensayos, bestiarios de literatura infantil, cinco libros de cuentos y tres novelas, además de su autobiografía, tampoco es limitado. Según Betty Osorio, profesora titular jubilada de la Universidad de los Andes y actual profesora de cátedra de la Universidad Icesi de Cali, el diario de Mújica está completo en el Archivo de Bogotá. Son volúmenes de páginas mecanografiadas por ella durante años. Sin embargo, “el sobrino que trabajaba allá, con muy buena intención, lo mutiló y junto a otros publicaron una versión inocua. Es decir, una en la cual suprimieron todo aquello que podía ser conflictivo”. Era extenso, explica, e interpreta que si ese era el criterio, había una alternativa: colgarlo en internet. “Que sean los lectores los que decidan qué importancia tiene la obra. Entiendo que el sobrino protege los intereses de la familia y en otras circunstancias me parece válido, pero es un ejercicio de censura antiético y muy grave para la tradición de la literatura colombiana”.

Aquí, sin embargo, algunos de los intereses de censura sobre Mújica son claros para Osorio: “Muchas de las personas involucradas en los diarios de Mújica, como lo fue el maestro Eduardo Carranza, hace que a algunos no guste lo que cuenta: que el poeta, por ejemplo, tenía muchos problemas con el alcohol. Sí, los humanos tenemos debilidades y eso no va en detrimento de la poesía”. Hoy, con respecto a la barranquillera, Aguilar agrega por su parte que “La institucionalidad colombiana es la que ha convertido a Plinio Apuleyo Mendoza en persona que ejerce de viudo de Marvel Moreno sin serlo. Debe haber algún tipo de intervención suya en las publicaciones de sus obras sin manera de comprobar hasta qué punto y por qué”.

Esta última también asegura que el escritor bogotano Rodríguez-Amaya está 100 % seguro de lo anteriormente dicho, pero lo que más les molesta, como a muchos, según dice, es el hecho de que la persona que públicamente está autorizada para hablar de Marvel Moreno sea Plinio y lo haga alrededor de cómo era vivir con una mujer en lugar de discutir su obra literaria: “Hay una misoginia al presumir que la obra no trata de algo interesante entonces es mejor hablar de la vida íntima. Eso es machismo”.

De otro caso da cuenta Carolina Alzate, profesora de literatura de la Universidad de los Andes. Ella ha hecho un esfuerzo importante para rescatar la figura de Soledad Acosta de Samper (Bogotá, 1833 – 1913). La ha editado y compilado en el Diario íntimo y otros escritos además de publicar textos críticos y promover su trabajo desde diferentes estrategias como comentar sus 20 novelas o la participación de la autora en cinco periódicos. La especialidad de Alzate, de hecho, es literatura del siglo XIX y asegura que las mujeres de la época en Colombia, al no tener plena ciudadanía, salieron desfavorecidas con cualquier acción pública, incluyendo la escritura y la publicación. Su labor intelectual tenía que contar con el aval, casi siempre, de un esposo. En un prólogo estos tenían que aclarar: “es buena esposa a pesar de que escribe, la obra tiene sus defectos a pesar de su esfuerzo”, y —como sigue relatando Alzate— hubo como estas muchas otras maneras de descalificación y una especie de pedir perdón público porque escribieran, de lo que todavía hay vestigios.

El de la monja clarisa y escritora mística de la Nueva Granada es un caso más: Francisca Josefa de la Concepción del Castillo y Guevara o la Madre Castillo (Tunja, 1671 – 1742). De ella se conservan hoy sus manuscritos originales en la Biblioteca Luis Ángel Arango, por ejemplo. Fue hija de la aristocracia, también partera, maestra de novicias, gran escritora y poeta, y la publicaron primero en Filadelfia (Estados Unidos) antes de publicarla en Colombia. Uno de sus sobrinos, Antonio María del Castillo y Alarcón, como relata Osorio, “anduvo con un manuscrito autobiográfico y unos poemas dedicados al amor de Dios que aquí se miraban de reojo” y con ello publicó Vida en 1817. Para 1843 llegó el turno en Bogotá de los Afectos espirituales, considerada una de sus más importantes obras.

Alzate asegura que la obra de las mujeres en Colombia, en comparación con sus pares varones, se mueve menos en vida. Deduce que si en vida, de hecho, la obra de las mujeres es cuestionada en su calidad, luego de morir el asunto es peor. “La obra de muchas de nuestras escritoras queda, casi siempre, en poder del hombre. Y aunque sea de manera informal esto resulta muy dañino, como es el caso de Marvel Moreno que es tal vez el más dramático”. Según la literata, la de Moreno es una escena en donde varios hombres se pelean por una mujer: dos críticos enfrentados a un supuesto viudo.

Con Meira del Mar (Barranquilla, 1922 – 2009) fue distinto. Cuenta Osorio que ella se sabía su poesía de memoria, así que en primera persona corrigió con los editores las obras que publicarían antes de su muerte. La académica, que participó en este proceso, está convencida de que sin semejante esfuerzo la escritura de la poeta estaría diseminada en antologías chiquitas, en periódicos de corto alcance, en publicaciones sin una permanencia y de difícil tiraje para llegar a investigadores o a la crítica. Recuerda una vez que un hombre, que hacía parte de un comité de la Universidad de Antioquia, se refirió a Meira del Mar como “Esa señora, tía de Shakira, con una poesía fundamentalmente de señora” (?).

El poeta Rubén Darío decía que le daba asco que las mujeres escribieran y la crítica especializada evitó mencionarlas

Para la época de Norma con María del Rosario Aguilar se publicaban, sustancialmente, hombres. “Existía la teoría de que no había mujeres escritoras en el panorama colombiano y, dentro de ese paquete, la excepción era Laura Restrepo que empezó publicando obra periodística sobre los procesos de paz de Belisario Betancur en la Comisión, y después de eso, escribió su primera novela que publicamos nosotros, pero, hasta entonces, eran mujeres latinoamericanas u otras como el caso de la canadiense Margaret Atwood, por ejemplo”. 

Hoy, para Martínez, en cambio, hay una tendencia mundial a recuperar esas voces de escritoras que, en su momento, no tuvieron la atención que se merecían. En el caso de Marvel el trabajo se empezó hace rato por parte de Norma, después Alfaguara y ahora con Random: “Intentamos recuperar los cuentos que publicamos este año en un volumen completo (Jun 1, 2018) y han estado sus hijas muy dispuestas a mover su obra. Desde la editorial somos conscientes de la importancia de recuperar esas voces y estamos haciendo el trabajo de manera muy juiciosa. A veces hay que buscar los derechos porque parecen desaparecidos, es cierto”.

La editora de Random cree que sí es una preocupación de género actual y que a pesar de que el trabajo se está haciendo, es uno reciente. No es posible tener un porcentaje exacto de cuántos hombres y cuántas mujeres envían, pero sí es posible decir, según ella, que sin duda la literatura escrita por hombres es más abundante aunque está cambiando esa tendencia: “Cada vez llegan más manuscritos de mujeres. Toda esa profesionalización de la escritura lo ha permitido también, y hay un equilibrio de género que cada vez es más notorio y por tanto cada vez se publican más mujeres. Lo hacemos por su calidad y no por ser mujeres”.

Osorio considera que Alzate le otorgó otro perfil a la escritura del siglo XIX en Colombia con la recuperación de la obra de Soledad Acosta de Samper. Destaca los esfuerzos de Águeda Pizarro, directora del Museo Rayo en Roldanillo (Valle del Cauca), quien se ocupó de publicar ediciones sobre mujeres poetas de diferentes partes de Colombia, entre ellas mujeres afro del Pacífico. También menciona la biblioteca afro del Ministerio de Cultura, así como los otros esfuerzos para publicar autores indígenas del país. Otro gran hallazgo, por ejemplo, fue la publicación de Tengo los pies en la cabeza de Berichá, escritora de la comunidad indígena U’wa. “Hay huellas femeninas desaparecidas en la escritura colombiana del siglo XX, del siglo XIX y seguramente desde la época de la Colonia. Es importante esta conversación para descubrirlas”, concluye la académica.  

“Las mujeres escribieron mucho y todavía estamos desenterrándolas”. De eso no le cabe duda a Carolina Alzate. Para ella, el trabajo de rastreo latinoamericano, también con España y Francia, pone en evidencia que las mujeres participaron de una manera muy poco amplia en el destino editorial, pero participaron. El poeta Rubén Darío, según cuenta Alzate, decía que le daba asco que las mujeres escribieran. La crítica especializada tampoco las mencionó y cuando se empezó a escribir la historia de la literatura, en Colombia especialmente, no había ni hay registro suficiente.   

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