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Adiós al ‘Mónaco’: seguimos sin monumentos a la infamia

La antigua residencia de Pablo Escobar en Medellín desapareció en una nube de nitroglicerina. Críticos y artistas creen que borrar el rastro del narcoterrirismo no es la única manera de hacer memoria. Los ‘monumentos a la brutalidad’ también funcionan para reconocer a las víctimas.

#Colombia se dinamita en menos de un minuto. El 7 de agosto de 1956 fue la gran explosión de Cali: varios camiones repletos de pólvora estallaron, miles de personas murieron, todo alrededor de la entonces sede de la Fiscalía desapareció. Cuando se desplomó en 2013 el edificio Space, en Medellín, los vecinos relataron el episodio “como la caída de las Torres Gemelas de Nueva York y, en sólo seis segundos, se rompió hacia dentro el resto del complejo que estaba flojo. El puente Chirajara en la Autopista al Llano, tardó en venirse cuesta abajo seis segundos, mismo tiempo que en su posterior implosión. En un instante tronó el carro bomba en Bogotá, no el del Club El Nogal, sino el de la Escuela de Cadetes de Policía General Francisco de Paula Santander, tal como los diálogos con los actores intelectuales del atentado, la guerilla del ELN. Y el edificio Mónaco, antigua residencia de Pablo Escobar, en lenguaje de narcos:

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    a

        y

             ó         en 3,2 segundos.

#PabloEscobar fue una palabra que durante los últimos treinta días estuvo en ascenso en los motores de búsqueda. La etiqueta, sea como sea, da cuenta de la conversación social en boga. Según análisis en Google Trends,  tras su pista la gente registró un promedio por encima de la media en Colombia, Estados Unidos, Argentina y España. Las letras de la tendencia las llenaba el nombre del narcotraficante y su fortín. Para el día en que dinamitaron su madriguera de cemento, el edificio Mónaco en el barrio El Poblado, en un acto matutino en el que estuvo el presidente Iván Duque, al que fueron invitadas víctimas de la violencia del cartel de drogas y presidido por el alcalde de Medellín Federico Gutiérrez, la búsqueda se disparó llegando al tope al menos en Colombia, pero con apariciones importantes en la prensa internacional como es el caso de The New York Times, Infobae, BBC, Europa Press, Diario de Ibiza, La Vanguardia, entre otros. Escasamente la noticia fue portada en el medio impreso regional El Colombiano, y lo fue durante dos días seguidos.

#Ruido con el antiguo jefe del cartel en la actual administración municipal, sin embargo, no es la primera vez que hay. El alcalde Gutiérrez ha tenido salidas en cuyo ejercicio retórico hace mención del tema: alarma, alerta, moviliza la voz de la opinión pública y las redes convierten en tendencia al que en los 90 dieron de baja, así como pasa en los medios. En reiteradas ocasiones, Gutiérrez ha asegurado que no promueve el interés de los turistas en el ‘narcotour’; llamó en 2017 “sinvergüenza” al rapero Wiz Khalifa por haberse tomado una foto al lado de la tumba de Escobar, aquella que, como señala el artista y crítico Lucas Ospina, “es visitada por una peregrinación y algunos hasta se filman metiéndose sobre ella pases de cocaína como una gran proeza”.

#Exorcismo es el término, no obstante, que usa el Alcalde para esta ocasión con el Mónaco. En 2016 una prenda de vestir de otro cantante boricua le dio de qué hablar. J Álvarez tenía el apellido ESCOBAR sobre la parte posterior de su camiseta y Gutiérrez le exigió respeto por la ciudad y el país, repitiendo que no está de acuerdo, no, con la apología al delito. Para 2018 comparaban las cifras de homicidios en Medellín —más de 600 personas, dato reportado por las autoridades— con la época oscura del capo. El secretario de seguridad, Andrés Tobón, apeló ante medios internacionales que la cifra actual, comparada con la de los años del narcotráfico, enseñaba avances y no retrocesos. A escasos días de finalizar el segundo mes del año, sin embargo, son más de 90 las personas asesinadas en la capital de Antioquia.  

Gutiérrez, el alcalde de Medellín, invitaba en el acto de ceremonia de implosión del Mónaco a pensar, por ejemplo, en un joven policía de la época...

#Víctima de Escobar es la periodista y documentalista Silvia María Hoyos. Vivió el secuestro y asesinato de su tío, el entonces procurador Carlos Mauricio Hoyos, en 1988. Ella sostuvo correspondencia con Pablo Escobar cuando “recluido” en La Catedral, una cárcel hecha a la medida de su imaginación, le respondía las misivas de su puño y letra, todas consignadas en el libro de Hoyos, llamado Los días del dragón (2015). Tumbar un edificio, como asegura ella, está inventado y ocurre en menos de siete segundos, como lo presenció… Pero, cambiar como sociedad, sin duda toma mucho tiempo, dice. “Muy complicado que una administración logre un proceso de transformación cultural en diez meses que le quedan. No puede ser una idea o un propósito o un caballito de batalla o un eslogan o una bandera de una administración o de un gobierno, sino un tema de toda la sociedad, de la empresa privada, de las organizaciones civiles. Todos deberían abrazar esta idea hasta el punto de que el rostro sea el de una ciudadanía. La transformación no es física, es interna”, agrega.

#Narcoterrorismo no es un término usual para referirse a una categoría de víctimas en Colombia, un país cooptado por ello. Para Hoyos fue importante haber sido tenida en la cuenta junto a las demás víctimas, porque “aquí las del conflicto armado, todas las del exterminio de los derechos humanos, han sido nombradas; las del narcoterrorismo nunca. Este es otro mensaje en el sentido de que existen, de que representan una parte de la historia oscura y de la que estamos dejando que hablen otros, desde otro relato y otras narraciones. Esto nunca había sido tratado de manera pública, entonces para mí fue importante”.

#Mediáticamente para Hoyos, por cierto, no ha habido una intención de encaminar el debate a lo necesario. Cree que el hecho no se debería quedar desde el punto de vista periodístico de la descripción de la implosión porque, justamente, si la intención de eso fuera borrar los vestigios del narcotráfico en Medellín, habría que implosionar, como dicen, toda la ciudad. En ese caso le parece que el debate es pobre y no tiene sentido. “Para nadie es un secreto que somos una sociedad enferma: 30 años después de que ocurran estos hechos y nosotros apenas estamos pensando en que hay que hacer algo por transformar los imaginarios y todos armando un debate en el sentido de si se debería o no tumbar el Mónaco, no: esto es un punto de partida de una transformación social, cultural y mental”, detalla.

La memoria del anonimato

#NombrePorNombre deberían estar cada una de las víctimas, al menos las registradas o reconocibles, cercando el tema del Mónaco o el Mónaco, pero es inútil, dice Ospina. El artista asegura que una de las paradojas del holocausto nazi es que gracias a la sistematizada de los alemanes se pudo conservar memoria, tener un nombre: registro. “Un archivo vivo que crea encuentro, en lugar de esa idea de ciudades genéricas, es más pertinente. Si se hubiera dejado el edificio Mónaco, tal como estaba, y encima se hubiera estacionado al menos una placa con los nombres de todos los policías que por el Plan Pistola del Cartel de Medellín murieron, habría sido una mejor manera de hacer memoria. El  monumento puede ser negativo pero está cargado con un mensaje inequívoco, sin ambigüedad y donde se está resaltando a otros”, explica.

#LaDiscusión se le parece a Ospina un poco a la polémica que hubo en Estados Unidos hace dos años con los monumentos de los soldados confederados que, como cuenta, glorificaban a los generales que estaban a favor de la esclavitud. Recientemente empezaron en muchas universidades y ciudadanos a tumbarlos o a quitarlos, bien fuera por mano propia o por decreto. En un sentido, explica el crítico, porque esos monumentos se empezaron a erigir no en la época de esas guerras, sino de otras guerras posteriores: “Pudo estar bien tumbarlos porque eran un signo de dominio, porque habían sido erigidos por gobernanzas que habían tenido ese favoritismo por la discriminación racial y la esclavitud, sin embargo, había otra posición menor, que me llamaba la atención, que era la de que por favor los dejaran pero con una placa encima dando cuenta de esa otra historia, es decir, como una especie de monumentos también de la infamia, que nos hacen falta a nosotros”.

#EnTiemposDeRelativismo y también de radicalismo, la opinión pública siempre se divide. Pero, en este caso, Escobar se nombra por boca y boca. La figura del narcotraficante se usa y resalta, precisamente y como cree Ospina, para esconder toda la clase política que ha sido colaboracionista, todos los policías corruptos que también lo fueron, todas las personas que firmaron permisos para la Hacienda Nápoles o las licencias necesarias… “¿Quién era el director de la aerocivil para que pudieran volar sobre el territorio colombiano?”, inquieta.

#Idealización o ir en contra de ella. Ospina recuerda una frase de Stalin: “Un asesinato es noticia; una masacre masiva es estadística”. Símbolos alrededor de la figura de Escobar los hay todos y la razón, dice, parece clara: tapa todo lo demás. “Nos sirve la figura de Escobar como lente de aumento; es más fácil recordarlo a él que reconocer a Castaños o a Uribes. Pero, precisamente, hay que usar esa figura de recordación para cargar otras cosas. En la serie Narcos, ni Gaviria ni Pastrana tienen sus nombres. Lo mismo en la serie de Jaime Garzón, que el único que tenía el nombre era, claramente, Garzón. Usan la figura de Escobar—explica Ospina— como una de ocultamiento, como un blindaje para evitar que veamos todo lo que está alrededor, detrás y con muchas capas, y esas capas implican el poder económico, político y de élite”.

#EnLasComunas, como mal llamados son los barrios populares de Medellín, comentaba la gente —tal como algunos colegas le contaron a Hoyos—, que había mucho malestar porque decían a voces “están tumbando el edificio del patrón”. Eso es un síntoma, dice ella, de que nos falta todo. Aunque lo realmente importante es, al menos para Hoyos, que se abra esta discusión, porque definitivamente hay que hacer algo ya que “hay innovación pero no transformación en las entrañas de la ciudad”. Ospina habría preferido dentro del Mónaco de Escobar, esa figura de morbo, construir algo más fuerte, como propone: “La adecuación del monumento de Doris Salcedo es una estetización del muro de barro, luces en el piso y, comparando con el contramonumento del Mónaco, haberlo tumbado es como si Salcedo se hubiera negado a hacer lo suyo porque las armas que fundió eran las de las Farc. Pero lo que se erigió, no está nombrando, y lo prefieren en lugar de hacer cosas más crudas, que no sean tan agradables, que sean menos instrumentalizables, con otros usos”.

#Escombreras, el lugar a donde van los desaparecidos en Medellín, será siempre lo que quede bajo el tapete. La ciudad sigue erigiéndose sobre las víctimas. En 2019 serán 17 años desde que ocurrió la Operación Orión que sigue impune, un capítulo nombrado en la historia como “masacre estatal” y cuya violencia socavó la fosa común más grande de Latinoamérica. Gutiérrez, el alcalde, en el acto de ceremonia de implosión del Mónaco invitaba con su discurso a pensar, por ejemplo, “en un joven policía de la época. ¿Qué podría sentir al saber que su uniforme confirmaba los dos millones de pesos que valía su vida?”. Todavía hoy denuncian casos en Medellín en donde hay abuso de la fuerza pública: hace menos de un mes, madres de jóvenes que presuntamente fueron desaparecidos y luego asesinados por la Policía, enviaron una carta a las autoridades pidiendo esclarecer los hechos.

Política de Estado: arte y drogas

#Memoria es el eje en el discurso implosivo del Mónaco. Pretenden montar en el terreno un parque llamado Inflexión —se refieren a un punto de quiebre— y en él habrá mobiliario urbano, será espacio de encuentro y aseguran que tendrá una ventana explícita al memorial de víctimas. A pesar de que fueron consultadas cinco fuentes para hablar de memoria, desde cuya área disciplinar y su participación activa en fundaciones e instituciones mixtas, así como en el Estado, podían aportar, todas se abstuvieron de hacerlo. En su lugar, hablan los artistas.

#MiguelÁngelRojas, uno de los más reconocidos nacionalmente desde su espectro de arte conceptual que abarca el narcotráfico, la guerra y la marginalidad, considera que hay cosas más importantes que la implosión de un edificio si se va a hablar de propiedades que pertenecieron al narcotráfico. La restitución de tierras o las leyes de extinción de dominio, para él, aplicadas de una manera social adecuada, sería lo más apremiante. Por ejemplo —propone—, que todas las propiedades, sobre todo rurales, sean devueltas al campesino, ya que hay muchos muebles que se extinguieron, mostrencos, y que están todavía en poder de las familias de los narcos.

#Instalaciones en las que se tiende un puente psicoanalítico entre la hoja de coca y la cocaína han sido piedra angular y de diálogo en obras de Rojas. Se opone a la violencia pero sabe que el negocio del narcotráfico continúa y la produce; la división en el mundo también continúa y no cambian las leyes. “Las diferencias en Colombia se nutrieron con los dineros del narcotráfico y por eso hemos tenido esta guerra: algunos hemos puesto los huesos y otros pusieron la nariz”, explica.

El Estado neoliberal y las mafias, pese a todo, tienen mucho en común...

#Drogas, política o Estados Unidos no son palabras que vayan separadas cuando se habla de cocaína colombiana, también del capo. Tanto para Rojas como para Ospina esto es inevitable. El primero cree que habría que notar que regar veneno sobre los campos no es la manera para controlar la adicción mundial. La guerra, de la única manera que se puede desarmar y reparar, dice Rojas, es legalizando la droga: “Esa decisión solamente depende de Estados Unidos, en ese sentido, incluso hasta Pablo Escobar se redimiría, porque es una consecuencia de la mala aplicación de las leyes”.

#Representación es una palabra que se le escapa a la memoria. Para Ospina, hay historias que no se cuentan porque todavía se ven como un fenómeno moral, cruzado con muertos, y es mejor despreciarlas. En el edificio Mónaco había obras de arte de Augusto Rodin, Edgar Negret, Alejandro Obregón, Claudio Bravo y del mismo Botero, entre otros, e incluso un afiche autografiado por este último para la esposa de Escobar. “Querían comprar Horizontes de Francisco Antonio Cano para mostrar que eran unos grandes coleccionistas de la antioqueñidad, pero esto no puede decirse por la incapacidad de los políticos de crear unos relatos no prohibicionistas hacia las drogas, diferente a lo que viene dictado por los Estados Unidos”.

#Botero, sin ser un artista tan conectado con el arte conceptual y con las últimas tendencias o con la política en el sentido de la coherencia, como dice Ospina, fue uno de los que más contribuyó con la memoria al resolver enviar otra escultura de El Pájaro a Medellín, tras la bomba que el Cartel de Cali arrojó en una plaza pública: “Fernando Botero directamente da la orden: ‘no la quiten, yo les mando otra igualita y la ponen por favor al lado’. Y ese gesto me parece bien importante. Con el edificio Mónaco podían hacer lo mismo que Botero con El Pájaro, como un monumento a la brutalidad”.

#Reparar no es algo que el arte pueda hacer. Para Rojas, “no se puede pagar una vida con dinero, ni salvar a nadie. Pero sí se puede tomar partido para protestar”. Sin embargo, está de acuerdo conque reemplacen aquellos lugares, como es el caso del Mónaco. Ospina, en cambio, no está de acuerdo. Defiende el edificio como monumento: estima que la la narración que van a hacer los artistas será sentimental, moralizante. “Cogen un material, lo funden y hacen un piso, todo es abstracto. Todo borrando un nombre mientras, incluso, el periodismo se engolosina y no cuestiona nada porque se atemoriza”.

#ElEstado neoliberal y las mafias, pese a todo, tienen mucho en común. Así concluye José Alejandro Restrepo, artista, crítico y académico y considerado un referente del arte contemporáneo en América Latina. Para él, en ambos hay: “fraude, corrupción, colusión, tráfico (de influencias), cartelización, etc. Pero hay una gran diferencia: el Estado es lento y torpe, las mafias son ágiles y creativas. Mientras el Estado planea la ruidosa implosión de un edificio, las mafias hace mucho tiempo implosionaron el mismísimo edificio del Estado, calladamente”.         

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