Sara Currichich: la revolución pacífica desde la música maya

En Guatemala, de donde viene, ocurrieron 626 masacres y 160 mil ejecuciones, mientras que en Colombia han ocurrido 4.222 masacres y más de 262 mil ejecuciones.

por

Santiago Vega


07.09.2019

[Esta nota fue publicada originalmente en PACIFISTA]

La historia ocurrió en New York. La anhelada metrópoli a la que más de 170 mil guatemaltecos han llegado — de los 1.5 millones que vive en Estados Unidos—. La mayoría huyendo del hambre y la pobreza en su país. Era mayo del 2016 y Sara Currichich, quien ya era medianamente reconocida por su potente y virtuosa voz, había sido seleccionada para cantar en el concierto de apertura del Foro Permanente para las Cuestiones Indígenas de la ONU. Para ese 10 de mayo  también se celebraba el aniversario de la declaración de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) sobre el genocidio perpetrado por el Estado guatemalteco contra la población maya durante el conflicto armado. Había indígenas de todo el mundo y Sara estaba frente a ellos ofreciendo su canto.

“Sentía una fuerza… tan increíble”, nos dijo muy emocionada.

“Para ese mismo viaje yo tenía otro concierto, en un restaurante. Por eso estuve aproximadamente una semana allá. Entre las veces que caminé por la ciudad me ocurrió que una vez un chico, que pasaba en una bicicleta, se quedó mirándome mucho y se paró delante de mí. Para ser muy sincera, a mí me pareció muy extraño y me dio un poco de miedo. Pero, de un momento a otro el chico me gritó: ¿¡DE GUATEMALA!? Y yo le respondí inmediatamente ¡Sí! Y me dijo de vuelta: ‘Es que yo soy de Toto’ y me llené de alegría, y hablé con él… Me contó que había emigrado de Totonicapán y que había logrado llegar hasta New York… Así me pasó un par de veces en el metro”.

“El punto es que este concierto empezaba a las 4 de la tarde, pero había mucha gente desde las 10 de la mañana esperando en el restaurante. Incluso, cuando llegamos a organizar se ofrecieron a ayudarnos. Y luego, cuando canté, se hizo una fila enorme de personas que querían saludarme; querían contarme todas sus historias sobre cómo habían llegado a Estados Unidos.

Yo recuerdo de eso y se me hace un nudo en la garganta porque es muy doloroso. Cada vez que subo en un avión, pienso en mi privilegio y en cuantas personas de mi pueblo están abajo intentando llegar hasta ese país”.

“Entre todo lo que escuché, recuerdo que tuve que irme al baño a llorar, porque no quería que nadie me viera así. Recuerdo mucho dos chicas, que eran amigas de Guatemala y me decían que eran de una comunidad indígena. Y, que antes de irse a intentar cruzar la frontera, fueron a un centro de salud a ponerse una inyección anticonceptiva. Lo hicieron porque sabían que en el camino, para cruzar a los Estados Unidos, las iban a violar… Que sepas que abusaran sexualmente de ti es terrible, y que aún así, tomes las decisión de ir, solo refleja el nivel de necesidad por el que estas pasando” .

Triunfar contra el racismo

Según la Comisión Económica para América Latina y Caribe (CEPAL), Brasil (305), Colombia (102) y Perú (85) son los países con más pueblos indígenas registrados en sus territorios. Sin embargo, el porcentaje de población indígena con relación a la población total en estos países es muy bajo. En Brasil, por ejemplo, la población indígena sólo representa el 0,5% de la población total.

En Guatemala, el país donde nació Sara Curruchich, la población indígena representa, según fuentes oficiales, casi la mitad de la población total (17 millones personas). Es el segundo país del mundo con mayor población indígena, sólo superado por Bolivia, que reportó que el 62% de su población se identificaba como indígena. En Guatemala, para el 2002, se contaba que el 43% de la población era indígena, pero otras fuentes hablan de más del 50% para el 2018. La ineficiencia del Estado no ha permitido saber, con datos de un censo reciente, cuál es el verdadero número de personas indígenas en el país.

Por otro lado, la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida del Instituto Nacional de Estadística de Guatemala registra que el 59.3% de los habitantes guatemaltecos viven en condiciones de pobreza y pobreza extrema (10 millones de habitantes) lo cual impacta mayoritariamente a la población indígena y rural. Lo cierto, como lo supe por propia voz de Sara Curruchich, es que en Guatemala ser indígena significa ser discriminado, estigmatizado y vulnerado. Una realidad que tiene una dolorosa cercanía con la situación en Colombia. Así lo vivió Sara, quien desde muy pequeña sintió cómo el racismo y las ofensas por ser maya kaqchikel, le dejaron unas cicatrices que le costó mucho superar.

“Yo tenía el deseo de hacer música, pero de alguna manera cuando era niña sabía que era algo imposible por las condiciones en las que yo vivía. Mi papá murió y mi mamá y mi hermano fueron fundamentales en mi vida académica y en mi crecimiento como artista. Se sacrificaron mucho para que yo pudiera estudiar música, pero estudiar significaba migrar de mi pueblo a la capital. Así que viví hasta los 15 años en mi pueblo y tuve que irme. Fue muy difícil migrar a la Ciudad de Guatemala para poder estudiar, porque es un contexto muy distinto ya que no es tu misma cultura, aunque sea tu propio país”.

Sucede algo interesante y es que cuando eres indígena la gente cree que lo único que debes y puedes hacer es música tradicional

“En el aire tu escuchas, prefiero ser pobre a ser indio. De repente tú escuchas en cualquier lugar una expresión despectiva en que se usa el término indio. Te dicen que estás exagerando. Que el racismo o la discriminación solo ocurre cuando tu lo permites (…) El problema está tan naturalizado y tan arraigado que cuando uno trata de hablar del problema, del racismo, la gente dice que deje de polarizar, de dividir al país”.

En Guatemala solo hay una universidad pública, y según el Banco Mundial apenas el 2.6% de la población joven tiene o ha tenido acceso a la educación superior, número que se reduce aún más si hablamos de población indígena y si hablamos de quienes terminan sus estudios. Sara fue afortunada y persistente y se graduó de maestra de música de la Universidad de San Carlos.

“Hay quienes visiblemente son indígenas, pero ya no usan sus prendas tradicionales porque sienten temor a sentir ese odio y esa exclusión en la universidad. El solo hecho de no poder llevar tu prenda típica te hace ser ya discriminada y te hacen perder tu identidad. (…) Hubo un tiempo en que yo tomaba el bus o la camioneta para ir a donde estudiaba y el nivel de acoso era muy grande. Recuerdo que para ese momento me la pasaba llorando mucho”.

Su carrera musical comenzó desde que era una niña. Su papá era músico y siempre la invitaba a cantar y a practicar. Su mamá también era una cantora, como la mayoría de las madres indígenas, que cantaba las historias que le contaban sus antepasados. Sara es de San Juan de Comalapa, y nació en el año 1993 en un contexto de profunda pobreza y dificultades. Hoy tiene 26 años y su formación musical del hogar la ha convertido en quien es hoy: una cantora de su pueblo, pero también una cantante profesional para el mundo occidental.

“Luego de pasar ese periodo de discriminación me comencé a desconocer como mujer indígena. Dejé de hablar el idioma, me avergonzaba de mi traje, me avergonzaba que la gente supiera que yo era maya. Pero un día que estuve en Comala y vi a mi madre y me pregunté qué era lo que estaba haciendo.

Avergonzarme de mí es avergonzarme de mi madre y eso me hizo sentir un tremendo dolor, una vergüenza muy grande. También sabía que no era ni la única ni la última que pasaba por esa situación. Vi entonces la lucha de mis amigas, de mis vecinas y pensé que a ellas les había tocado peor y que habían trabajado muy duro para que a mí me tocara más suave.

A partir de todo esto comencé a escribir mis letras. Tenía mucho miedo porque los espacios del mundo musical estaban dados únicamente a los hombres y a los que no  eran indígenas”.

La música de Sara le canta a la reivindicación del mundo maya, al derecho a caminar por la tierra de los antepasados y a la paz de su pueblo. “Somos” es una de sus canciones más famosas. Hace parte de su primer y más reciente álbum, “Resistir”, trabajo que realizó con el apoyo profesional de Gambeat, bajista del cantante Manu Chao. En este trabajo Sara le canta a la unión y a la fortaleza que existe en el pueblo indígena guatemalteco.

La música de Sara 

“Cada quien tiene una misión que es guiada por su Nahuatl. Uno le pregunta a las comadronas, que son las parteras que cómo supieron que esa debía ser su labor. Y todas responden que su Nahualt se lo anunció en los sueños. Y hay guías espirituales que saben de la interpretación de esto, y hasta que no cumplan con lo que los sueños dicen, no puedes dejar de soñar.

Entonces… personalmente he tenido canciones que he soñado y aún hoy sueño. Las he soñado mucho con mi papá. Y pues la tradición oral es importantísima y alimenta todo eso. Mientras estás sembrando, mientras estás alrededor del fuego, mientras vas caminando…también te conectas con tu idioma materno y con tus abuelas y abuelos”,

Sara es una poeta bilingüe y logra en cada canción crear una simbiosis de la tradición maya expresada en la lengua Kaqchikel; y de la lengua española ligada a una tradición de música latinoamericana que reivindica las luchas sociales. Por ejemplo, entre sus gustos y vínculos musicales ella destaca el rap y el rock latinoamericano como gustos que han alimentado sus canciones.

“Había una canción, Casa Abierta, de un grupo llamado Dúo Guardabarranco. Recuerdo que desde muy niña esa canción me marcó, desde muy niña. Así no entendiera muchas cosas de lo que se decía en esa canción, me gustaba y era una música revolucionaria”.

Y por supuesto, hay una búsqueda del origen, de los recuerdos del padre que hacía música maya. Y que se expresa en todos los elementos tradicionales que Sara agrega a su música. Con el uso de tamboras y de la marimba.

“Para mí comenzar a hacer canciones, y pensar en reivindicarme con un tipo de música tradicional, ha sido todo un proceso. Porque siento y creo que si yo quisiera hacer eso, con la música tradicional de mi pueblo, no podría llegar de frente a la gente joven y decir: “esta es la música que debemos escuchar y valorar”. Sobre todo porque hay un bombardeo de otras músicas, como el reggaetón, el pop…

Yo que he trabajado como maestra y he intentado llevar esa música a mis estudiantes he descubierto que pues no les gustaba. Pero cuando tú vas mezclando la música, entre lo tradicional y lo contemporáneo, ellos tienden a recibirlo mejor. Así que es un camino lento que tiene mejor respuesta”.

También, sucede algo interesante y es que cuando eres indígena la gente cree que lo único que debes y puedes hacer es música tradicional. Y entonces te vetan de hacer otras cosas. Yo lo hago porque también es mi derecho…el de hacer cualquier música que yo quiera”.

El conflicto en Guatemala y en Colombia 

Igual que en Colombia, muchos de los poblados rurales de Guatemala, como el pueblo de Sara, Comalapa, sufrieron masacres y una cruda violencia producto del conflicto armado que casi no termina. Para cuando Sara nació, aún no se habían firmado los acuerdo de paz y la situación, por ejemplo en su pueblo, era muy difícil.

Muchos de los territorios de los más de 20 pueblos indígenas de Guatemala fueron masacrados, debido a que la guerrillera del Ejército Guerrillero de los Pobres y otras organizaciones insurgentes eran alimentadas por las masas de indígenas, afrodescendientes y de campesinos que sufrían de hambre y abandono del Estado.

La situación de masacres y desapariciones en Guatemala se agudizó para la década de los ochenta tras las incursiones de grupos paramilitares anti insurgentes que buscaban acabar con los focos guerrilleros y desplazar a las poblaciones de sus territorios. Una dinámica muy similar a la ocurrida en Colombia.

En Guatemala el número de desaparecidos asciende a más de 40 mil personas que hasta hoy siguen siguen siendo buscados e identificados. La mitad de los 82 mil desaparecidos que se cuentan en los reportes oficiales de Colombia. Igualmente, los saldos de la guerra en ambos países resultan aterradoresEn Guatemala ocurrieron 626 masacres y 160 mil ejecuciones, mientras que en Colombia han ocurrido 4.222 masacres y más de 262 mil ejecuciones. 

“Justamente el año pasadoregresaron los restos de 172 personas exhumadas que sacaron de un destacamento militar cercano a mi pueblo. Fue impresionante porque de los pocos que identificaron, se supo que solo unos de ellos era de Comalapa, mi pueblo. El resto eran traídos de otros lados y arrumado con otros muertos”.

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Santiago Vega


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