No soy una ingeniera. Estudié mi pregrado en Economía en esta misma universidad. Amo la teoría y la abstracción. Amo las palabras “incentivo”, “supuesto” y “preferencias”. Amo preguntar “¿por qué?” y los estudios que definen las causas de algún comportamiento determinado. Es más, durante mi carrera aproveché para ver todas las clases de filosofía que pude porque quería saber “¿por qué la gente hace lo que hace?”. Me gradué en el 2014 y casi por casualidad me ofrecieron una asistencia graduada en Ingeniería industrial, por eso entré a la maestría. No fue una decisión fríamente calculada, fue una oportunidad que decidí aceptar. La cuestión ahora es que llevo más de un año tratando de comprender lo que es esto de la ingeniería, y no ha sido nada fácil. El primer semestre sentía que estaba definitivamente en el lugar equivocado, del estilo de pensar cada semana que “esto no es lo mío”. Pero aún no he desertado y esto es lo que he podido descifrar:
Mi primer intento arrojó que la “ingeniería” implica ser racional, numérico, matemático, técnico, metódico, eficiente, organizado, saber programar y optimizar. En pocas palabras es ciencia aplicada: los mismos principios se utilizan para solucionar casi cualquier problema sin mayor desarrollo del conocimiento, sin mayor dificultad o cuestionamiento. Lo difícil es saber cuál herramienta usar con cuál problema, pero una vez se sabe eso es sólo aplicar la fórmula del libro o la que el profesor usa, sólo es derivar e igualar a cero. Las ecuaciones y los datos no mienten, lo que hace todo más sencillo.
Según esto, no debería haber tenido tantos problemas. Finalmente, la Economía (específicamente la rama neoclásica, que es la que más se enseña actualmente) también tiene unos principios básicos similares, donde se recopila una información, se analiza (aunque usando herramientas diferentes) y se obtiene una solución eficiente que maximice la utilidad de los involucrados, entendida como mayores ganancias o menores costos. Sin embargo, algo en mi investigación no estaba explicando por qué tenía tantas dificultades en mis clases y por qué me sentía tan frustrada, así que me enfoqué en estudiar algo un poco menos abstracto y mucho más cercano: a mis compañeros y profesores ingenieros. Después de todo, es coherente asumir que la ingeniería es lo que los ingenieros hacen.
Este segundo intento me enseñó más cosas que no había visto antes. La primera gran diferencia es que los ingenieros ven problemas en todas partes, y consecuentemente buscan soluciones en todas partes. No están buscando una explicación abstracta sino que son específicos y se fijan en los detalles de cada problema particular, porque de esta información es que depende encontrar una solución satisfactoria. Aprendí que lo que más se suelen preguntar es “¿cómo hacer para cambiar esta situación?” y que la respuesta no es única: hay muchos artefactos que resuelven un mismo inconveniente. Los ingenieros son creativos, recursivos, persistentes. Usan lo que tienen a la mano, ensayan hasta que encuentran una manera de hacer que las cosas funcionen y parecen no estar del todo satisfechos con el estado actual de las cosas. Son el tipo de personas que prefieren atreverse “a ver qué pasa”, porque consideran que es peor no atreverse y quedar con la duda de “¿qué tal si hubiera hecho esto o lo otro?”. Es por eso que ven mejoras en cada error. Son curiosos, no les basta con lo que ven, suelen querer desarmar e investigar más allá de lo que muestra la superficie. Los más curiosos incluso dudan de las “restricciones” que les dan, empujan sistemáticamente
y pueden romperlas, si es necesario.
Los ingenieros que conozco me han enseñado que el contexto es importante, pero que no siempre hay que entender bien todo para decidir hacer algo al respecto. Es por eso que el conocimiento de un ingeniero tiene valor siempre que ayude a la transformación, al cambio para mejor.La teoría es bienvenida pero no es suficiente, porque al final lo que se busca es ver el artefacto en funcionamiento y el libro no necesariamente coincide con la realidad. Hay que “remangarse y meter las manos” en el problema, porque en la vida real las funciones no aparecen, sino que uno es el que las crea. Y los datos hay que conseguirlos con algún tipo de criterio, usando métodos que pueden fallar.
Hasta ahora he aprendido que una situación problemática tiene infinitas maneras de ser modelada. Eso implica que las soluciones no siempre son las que uno quiere o las que uno pensó al principio. Implica que a veces se encuentran en el proceso, siempre que uno esté dispuesto a seguir buscando nuevas opciones.
Hoy en día sigo frustrada, pero es una frustración diferente: ya no me basta con saber el “porqué”, hoy quiero saber “¿cómo puedo ayudar a la gente a hacer mejor lo que hace?”.
Los ingenieros que he tenido la suerte de conocer me ayudaron a entender que precisamente yo puedo decidir mejorar una situación, aunque no sea el responsable directo de que las cosas estén como están o aunque no conozca con certeza las causas. Lo que cuenta es intentarlo. No soy una ingeniera, todavía. Pero estoy estudiando y haciendo un gran esfuerzo para convertirme en una. Y me alegra
saber que hay otros como yo, porque de verdad creo que el mundo necesita más ingenieros (y tal vez menos ingeniería).