No me quiero vacunar: escepticismo en sala de espera

¿Qué se hace con quienes no se quieren vacunar? En algunas regiones de Colombia ya han respondido con medidas que restringirían el acceso a ciertos servicios a quienes no estén vacunados. Las medidas, sin embargo, parecen ser una respuesta problemática a un fenómeno que pocos se están tomando el tiempo de entender.

por

Tania Tapia Jáuregui


05.08.2021

Ilustración: Ana Sophia Ocampo

Para Carlos, Alfonso y Luis* no es fácil hablar del tema. Dudan antes de aceptar su posición: la de no querer vacunarse. A veces responden defensivamente, cortantes, evaden las preguntas.

“Prefiero no discutirlo en público, justamente por la satanización que se hace a este tipo de posiciones. Siempre te van a hacer quedar como un tonto, un estúpido. Pero así también piensan muchos médicos, te soy sincero”, dice Alfonso.

Para Carlos también es un tema que prefiere dejar en reserva, “y cuando surge lo manejo medio en chiste, como en broma. Está en el aire este término de ‘antivacunas’, con toda la gracia que genera. Son pocas las personas con las que lo hablo seriamente y a profundidad”.

Luis solo contesta una vez antes de cortar la comunicación: “No me pienso vacunar, aunque me lo exigen en la compañía donde trabajo. Respecto al motivo por el cual no quiero: primero, si mal no estoy, somos un país libre. Y segundo, solo yo puedo decidir sobre mi cuerpo. En cuanto a si he sido juzgado, sí, en mi trabajo; aunque también he tenido muchas personas que piensan igual”.

Los tres, que tienen entre 25 y 50 años, son parte del 11,6% de colombianos que según la última Encuesta Pulso Social del Dane no se han vacunado y no están interesados en hacerlo —o al menos los que así respondieron en la encuesta—. El porcentaje ha bajado: la misma encuesta mostraba que en mayo eran 17,4% a quienes no les interesaba la vacuna. Aún así, la población que no quiere vacunarse sigue siendo una de las grandes barreras para alcanzar las metas de cobertura en vacunación que se han propuesto los gobiernos, y no solo en Colombia. 

En respuesta a esa situación, ya han aparecido medidas en el mundo que buscan que se vacunen los que aún no lo han hecho: el gobierno francés, por ejemplo, presentó un proyecto de ley que exigiría presentar un certificado de vacunación para acceder a servicios como bares, teatros y cines desde el próximo lunes. La medida, sin embargo, ya ha sido rechazada por cientos de ciudadanos franceses que se han movilizado contra un mandato que consideran dictatorial.

«Hay objeciones religiosas, hay otras objeciones que vienen desde la filosofía de vida de las personas, pero también hay objeciones desde la ciencia. Yo creo que es difícil definirlo»

Y en Colombia, ya son varias las ciudades y municipios que también han empezado a implementar medidas al respecto, como decretar cuarentena a quienes no se hayan vacunado o exigir carné de vacunación para acceder a servicios comerciales y sociales.

A Carlos, la posibilidad de que la vacuna se vuelva obligatoria para viajar o para acceder a algunos servicios, lo podría hacer cambiar de opinión, “si necesito ir definitivamente a un destino o encontré el trabajo de mis sueños y el requisito inamovible es vacunarse, ahí yo creo que lo pensaría”, dice. 

Pero para Alfonso, las medidas que ya empiezan a hacer la vacunación obligatoria más bien le despiertan más rechazo y sospecha. “Que exista a nivel mundial un pasaporte de vacunación para poder viajar es una censura. Honestamente siento que efectivamente esas teorías de conspiración se están haciendo realidad, que existe una intención de controlar a la población, de restringir un poquito las movilidades”.

Es problemático, así lo considera Natalia Acevedo, abogada especializada en Bioética, para quien antes de acudir a las medidas obligatorias debería aplicarse ‘el principio de la alternativa menos restrictiva’.

“Cualquier medida que vaya en contra de la voluntad, la libertad y la autonomía de las personas me parece problemática. Las medidas obligatorias parecieran tener un efecto positivo, por ejemplo Macron sacó esto y aumentó la vacunación en Francia, porque las personas tienen miedo de quedar por fuera de ciertos ámbitos de la vida. Pero en el largo plazo, que es el efecto que estamos por ver, la gente se radicaliza más. Antes de llegar a eso hay muchas cosas que se pueden agotar en esa escalera de intervención”, asegura la abogada.

La condescendencia, la curiosidad  y la conversación pendiente

Las opiniones que han circulado en redes sociales y en la opinión pública sobre el rechazo a la vacunación vienen acompañados, en parte, de mensajes cargados de violencia y odio que tildan a quienes no se quieren vacunar de ignorantes e irresponsables.

Para Natalia Acevedo, que la conversación adquiera esos tonos puede ser tóxico y contraproducente. Ella misma, cuenta, tenía en su familia una persona que no se quería vacunar. “Todos estamos vacunados ya y la reacción cuando ella contó fue: ‘está loca, antivacunas’”. Eso lo que hizo fue aislarla de la conversación, se sentía mal, no le contaba a nadie”. Natalia contactó a una amiga suya, profesional de la salud, para que se sentara a hablar con su tía y pudiera resolver las dudas que la llevaban a desconfiar. “Hablaron una hora y al otro día mi tía se vacunó”.

De hecho, otra parte de los mensajes que circulan sobre quienes no se quieren vacunar vienen de amigos y familiares que preguntan cómo hacerle frente a una persona que rechaza la vacuna, cómo convencerla.

“Yo creo que no se puede hablar de estas personas que tienen desconfianza en las vacunas como un grupo monolítico y homogéneo, que todos piensan lo mismo. Es algo que muta de país en país, hay contextos diferentes y complejos. Hay objeciones religiosas, hay otras objeciones que vienen desde la filosofía de vida de las personas, pero también hay objeciones desde la ciencia. Yo creo que es difícil definirlo”, afirma Natalia Acevedo.

Y antes de saber qué hacer con ellos, cómo convencerlos, o si hay que convencerlos, hay que entender quiénes son y cuáles son sus razones. 

Acevedo asegura que hace falta una conversación que, hasta el momento, parece no haber tenido muchos espacios. Al contrario, dice la abogada, hay una tendencia a marcar a todas las personas que tienen dudas sobre la vacuna con la etiqueta de “antivacunas”: un concepto que cierra cualquier posibilidad de tener una conversación horizontal y propiciar el intercambio de ideas.

“Cuando se pone esa etiqueta creo que legítimamente no nos interesa entender al otro. Pero cuando piensas que hay personas que tienen dudas legítimas, a mí sí me da más curiosidad. La curiosidad es una buena herramienta para entender las razones y contestar desde un lugar más humilde. El trabajo individual de escuchar qué le preocupa a la persona, y por qué, puede tener un impacto mucho más grande que un comercial masivo”, asegura.

Hasta la fecha, el único esfuerzo oficial que parece haberse hecho por entender el fenómeno de quienes rechazan la vacuna es la Encuesta Pulso Social del Dane. El documento muestra que la intención de vacunarse es prácticamente la misma entre hombres y mujeres, así como entre personas de mayores recursos económicos y personas en situación de pobreza —que están un 21% menos vacunadas que la población fuera de pobreza—.

La encuesta también presenta un sondeo de las razones: el 64,4% de quienes no se quieren vacunar cree que la vacuna puede ser peligrosa debido a los potenciales efectos adversos. El 18,5% no cree que la vacuna sea suficientemente efectiva. Y casi en igual proporción están quienes creen que la vacuna se va a utilizar para manipularlo (1,6%), quienes no creen que el Coronavirus sea peligroso para su salud (1,8%) y quienes no están interesados por haberse ya contagiado y recuperado (1,8%).

Cerosetenta encontró otro documento, realizado por el Ministerio de Salud y la Organización Panamericana de la Salud que parece caracterizar la aceptación de las vacunas en el país. Sin embargo, el documento es ilegible, y voceros del Ministerio negaron tener el documento o saber algo de él cuando se solicitó una versión legible. Cerosetenta también se enteró de que ACEMI —la Asociación Colombiana de Empresas de Medicina Integral— parecía estarle haciendo seguimiento al tema, pero hasta la publicación de esta nota fue imposible tener una respuesta por parte de esa institución.

Así es la lectura que se ha hecho en el país sobre quienes no se quieren vacunar: esfuerzos tímidos por medir la situación e información que no es de fácil acceso.

Aunque parece ser un fenómeno que preocupa masivamente y que lleva a tomar medidas obligatorias y restrictivas, pocos se ocupan de medirlo y casi nadie de entenderlo.

La historia, los contextos y el Trapecio Amazónico

“Yo fui uno de los incrédulos en recibir la vacuna al principio”, dice Crispín Angarita Santos, Coordinador de Salud Intercultural de la Asociación de Cabildos Indígenas del Trapecio Amazónico, ACITAM. Él es parte de la etnia Tikuna, “comunidad Arara del pueblo Magüta”, una de las 19 comunidades indígenas en el Amazonas con las que hoy trabaja, llevando información sobre la vacuna y haciendo seguimiento a la forma en que es percibida. 

“Como coordinador de salud comencé a averiguar, a preguntar a infectólogos y a médicos especialistas y llegué a la conclusión de que toda vacuna tiene sus efectos secundarios en algunas personas, pero que la idea es la protección de la vida, la protección de la comunidad y de la familia”, dice. “Ya tengo las dos dosis y no ha pasado nada hasta la fecha. Esos son los mensajes que estoy llevando a las comunidades, que es una oportunidad de protección”.

El rechazo de la vacuna por parte de comunidades indígenas es uno de los temas sobre los que han puesto los ojos quienes le han hecho seguimiento a los niveles de aceptación de la vacuna en el país. Según Crispín Angarita, son varias las razones de ese rechazo en las comunidades con las que trabaja: por un lado, está la desinformación que ha llegado con las redes sociales, que la vacuna viene con microchips, por ejemplo; también está la desinformación incentivada por algunas iglesias cristianas que tienen influencia sobre varias comunidades y que predican que solo Dios es la salvación y que la vacuna es una manifestación del Anticristo. 

Pero hay otros tres factores fundamentales, en el caso de las comunidades indígenas del Amazonas, que muestran la complejidad del asunto: su dispersión geográfica, el casi nulo esfuerzo que se ha hecho por poner a dialogar la medicina occidental con la medicina tradicional indígena, y la desconfianza que se desprende de malas experiencias pasadas con los servicios de salud.

Muchos han muerto en otras ciudades y los traen en un cajón, en cenizas. Eso afecta el ritual funerario de estos pueblos. Por eso mucha gente no quiere buscar ayuda médica hospitalaria, hay mucha desconfianza.

“Gran parte del talento humano en salud no está sensibilizado con el pensamiento de las comunidades”, dice Yelko Prieto, antropólogo radicado en Leticia que trabaja con comunidades indígenas en temas de infancia y de salud. También asegura que aunque las iglesias cristianas y la desinformación han jugado un papel importante en el rechazo en la región, el problema de base es la desconfianza en un sistema de salud que para las comunidades resulta intrusivo. 

“Es una atención que no respeta sus propias tradiciones, que muchas veces no es amable, que no brinda respuestas y que no es oportuna. Eso tiene que ver con las grandes carencias de infraestructura, y en pandemia con el hecho de que cuando una persona se agrava se la llevan a otra ciudad, lejos del territorio, y muchos han muerto allá y los traen en un cajón, en cenizas. Eso afecta algo tan propio como el ritual funerario de estos pueblos. Por eso mucha gente no quiere buscar ayuda médica hospitalaria, hay mucha desconfianza”, afirma Prieto.

Para Juan Alberto Sánchez, coordinador de salud de la Organización Nacional de los Pueblos Indígenas de la Amazonía Colombiana, OPIAC, en gran parte la barrera para la vacunación en comunidades indígenas tiene que ver con que la información no llega, no hay comunicación directa que resuelva dudas e informe de los beneficios y los riesgos de la vacuna.

“Eso es algo que le hemos solicitado al Gobierno Nacional, que se informe debidamente a los pueblos indígenas y que el Plan de Vacunación se adecúe a nuestro territorio y a las barreras culturales. No sé si es por falta de recursos o por la dificultad del territorio, pero lo que hace el Gobierno llega hasta las cabeceras municipales. En las áreas rurales dispersas no se ha llegado a informar sobre la vacuna”, dice. Y asegura que desde la OPIAC se han encargado de respetar la posición de cada comunidad. “Nosotros no somos una organización con el conocimiento técnico ni científico para decirles: no se la coloquen o sí se la coloquen [sic]. Esa es una posición propia de nosotros”.

Los esfuerzos por construir el puente intercultural entre dos tipos de medicina parecen hacerse solo por parte de personas como Crispín Angarita, quien además de promover y resolver dudas sobre la vacuna en las comunidades, resalta lo importante que ha sido el uso de la medicina ancestral durante la pandemia. “El conocimiento ancestral ha sido la gran hazaña con la que muchos de los pueblos indígenas han tratado la enfermedad, con la ayuda de los médicos tradicionales, antes de que se hicieran estas vacunas. Acá ya había vacunas espirituales y remedios para la enfermedad”. 

Es gracias a eso, dice, que no hay tantos casos de enfermedad grave y muerte en las comunidades con las que trabaja, aunque también dice que es difícil saber los números reales cuando las pruebas de Covid tampoco llegan a los territorios. De todas formas, asegura que eso no exime al Gobierno de la responsabilidad con estos pueblos indígenas y que es urgente que ese diálogo se dé también desde las instancias institucionales.

“Nosotros solicitamos, como pueblos indígenas del Trapecio Amazónico, una política real, con enfoque étnico intercultural, frente a la salud indígena, que reconozca el talento humano que tenemos en cada uno de nuestros territorios, como las parteras, los médicos tradicionales, sobanderos y yerbateros”.

¿Y entonces qué se puede hacer?

Natalia Acevedo, antes de responder, piensa dos veces si deberíamos hacer o no las paces con la idea de que haya gente que simplemente no se va a vacunar. Dice que la vacuna es una elección ética porque no trae solo beneficios individuales sino colectivos, y lo que sí es claro, asegura, es que nunca deberían parar los esfuerzos y las campañas por parte del Gobierno para incentivar la vacunación, aún teniendo en cuenta que posiblemente habrá un sector de la población que incluso así no se convenza. Y asegura que antes de llegar a las medidas obligatorias, de las que ya empiezan a echar mano los gobiernos, hay otras opciones para hablarle a quienes aún tienen dudas sobre si vacunarse o no.

“También debe haber mensajes no oficiales, precisamente para este tipo de personas que desconfían de la institucionalidad. Hay que pensar que tal vez la gente ya no le cree al señor de bata blanca y diversificar los voceros, no pensar que todo debe venir necesariamente del Estado. Hay personas que son autoridades legítimas en algunas poblaciones y ahí es donde, por ejemplo, tenemos que pensar en líderes religiosos y comunitarios que tienen mucha más legitimidad”, asegura la abogada.

Habla también de los incentivos, una estrategia que ya se ha empezado a usar en algunas partes del país y que en otros países ha logrado convocar a personas que hasta entonces habían dudado de la vacunación. Y resalta que, de cualquier forma, hay que tener en cuenta que tal vez habrá un sector de la población que aún con todo no se va a convencer. Por eso, dice, la atención debería estar sobre las personas que aún tienen dudas, que no han terminado de decidirse y con quienes un diálogo horizontal puede hacer la diferencia.

“También hay una idea muy bonita del consentimiento y de la autonomía y es recordar que para algunas personas la decisión toma más tiempo. Claro, estamos en una emergencia y está la presión de que la decisión tiene que ser rápida, pero hay que entender que algunos van a un ritmo diferente o están en un contexto en el que por lo que les ha tocado vivir, necesitan más tiempo para pensarlo o necesitan apoyo o ciertos ajustes”.

Que hay gente que está en un proceso, dice, y que hay que respetar ese proceso porque muchos de ellos van a llegar eventualmente. Por eso las puertas de la vacunación tienen que permanecer abiertas sin llegar a imponer ni a obligar la entrada o la salida.

[*] Los nombres fueron cambiados para proteger la identidad de las fuentes. 

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